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lunes, 7 de junio de 2010

CUENTERAS NORTEÑAS- MATRIARCADO LITERARIO JUVENIL DE LOS 2000

UN MUNDO LLAMADO WOYKE
Por Rocío Ríos Arroyo

Es pequeño, tan angosto que solo consta de dos partes, cabeza y tronco podría decirse, no necesita pies por que aquí se vuela y las extremidades superiores se fabrican porque se necesitan para armar el cotidiano tronchito, así es que funciona parte del mundo de Woyke responde “La Gitana” al curioso jovencito que se detuvo a preguntarle y a comprar algunos objetos extraños y originales que ella tiene en su parche, pequeño por cierto, ahora las cosas están más difíciles que antes, cuenta ella.

Recuerda que hasta el año pasado se podía vender con tranquilidad, llegabas, tendías tu parche en el piso, al centro del pasaje para no obstruir el paso de los curiosos y al resto de “gente plástica”, luego te sentabas a conversar con los artesanos, llegaba la hora del almuerzo se iban y regresaban y todo estaba ahí intacto, nada faltaba, había plena confianza.

Ahora no se puede hacer eso, pues, los esclavos nos molestan, a cada rato están acechándonos, observándonos desde lejos para que al menor descuido caernos encima como el leopardo a la liebre y si eres ágil la libras.

Ya al llegar la noche mejora el ambiente, mucha gente al igual que ventas de objetos extraños y empezaban a sonar las guitarras, los personajes llegaban a tocar y a cantar jevi metal, rock alternativo, punky,pogoa, reunida toda la gente de siempre le pasan la voz a la gitana, ella estaba aportando con su guitarra, su fiel compañera, su música, su trova, sus cantantes en mente Leo Gieco, Joaquín Sabina, el famoso Silvio Rodríguez; oye Gitana vas? Rápido recoge tu parche ahí vienen los esclavos y comenzaron su marcha hacia lugar seguro.

Ya por mi mitad de camino pregunta un novato: ¿Y a dónde vamos? Y la gitana le dice al lugar de siempre, a la villa. Hasta que por fin voy a conocer el lugar dice el novato, en ese entonces recordó la Gitana cuando recién llegaba a Woyke y empezaba a conocer el asombroso mundo y esa pregunta se la hizo a Depp, aquel chico gordito, de cabeza rapada y de ojos jalados, vestía siempre ropa negra, bueno toda la gentita así vestía, recordó que este chico Depp le respondió: vamos a la villa, al paraíso de la gentita, de los amantes de la noche. Y la primera vez que ella fue recordó que pasaron por una iglesia evangélica y uno de ellos dijo: ¡Recen por nosotros!, por nuestras almas porque si existe un Dios nos perdone y que Belcebú se quede con las ganas de tenernos acompañándolo. Todo eso pasó rápido por su mente.

¡Gitana, Gitana! Oye en que piensas?, dice el novato. Nada, solo recordaba cuando conocí este mundo diferente por cierto condescendiente, con todos los seres extraños de esta sociedad sistematizada, aquí en este mundo todo es aceptable, novato, las personas, sus pensamientos, ideales, religiones. Esto lo decía porque entre la gentita habían dos Hare Krishna, un rasta y otro ateo. Se acepta todo, actitudes y puntos de vista frente a la vida por eso ven a Woyke, ese mundo marginado por la sociedad plástica y molestada frecuentemente por los esclavos del “sistema democrático”, ellos nos odian, esos tipos de camisa celeste y pantalón azul y su gorrita ridícula, ellos: los municipales y la sociedad nos ven como bichos raros, se queja la Gitana, junto con la gentita que empiezan a lanzar para distorsionar la realidad y hacerla agradable a sus vidas, causarles risa.

No hacemos daño a nadie vistiendo diferente, pensando y actuando diferente frente a la vida y no hacemos daño al mundo ni a la capa de ozono por fumar marihuana, total cuando todos nosotros nacimos este mundo ya estaba desordenado, contaminado y corrupto por los políticos, materialistas, ya habían pasado dos malditas guerras mundiales, todo este mundo ya estaba podrido, así que no nos echen la culpa de nada, ¡Salud por eso!, celebran con un ron norteño de seis nuevos soles y que ¡Viva la libertad! ¡Que viva Woyke! Así este mundo, así lo dice la Gitana.




ME DEJÓ POR CRISTINA
Por: Menor Alarcón Teresa Liliana
Cuando mi mamá me dijo que podía quedarme haciendo lo que yo quería, siempre me ponía a pensar en él. Recuerdo cuando él vino a verme. Había llegado con su carro grande, de color rojo, me subió en sus hombros y me hizo sentar a lado de una mujer. Ella, me miraba fijamente y yo hacía lo mismo. Ninguno de los dos me preguntó si quería ir con ella o no. Pero, yo no quería.
Mi mamá, antes de salir a su trabajo, se despidió diciéndome que me portara bien con mi otra mamá.
Eran las 12 del día y él vino a recogerme. Saludó a mi otra mamá y se despidió, llevando una mirada de desconfianza como respuesta a su saludo.
La mujer se llamaba Cristina. Lo escuché llamarla así a mi papá. No sé si era su novia, su esposa o su hermana. Yo sólo quería ir a pasear, subir a caballo, nadar en las aguas del río, arrancar algunas florecitas de algún jardín o jugar fulbito con mi papá.
Llegamos a un lugar, lindo por cierto. Allí había mucha gente: niños, señoras, abuelitas y abuelitos; también había perros, y algunas otras mascotas que habían llevado los padres de otros niños.
Mi papá me regaló un juguete. Yo estaba muy contento porque era la primera vez que él venía a mi casa para sacarme a pasear. Lo feo de todo eso es que ella no me quería. Sus ojos eran de mirada penetrante, sus labios no despedían dulzura alguna, sus manos, suavidad de madre no tenían. Entonces, quería ver a mi mamá. Pero, ella estaba trabajando. No tenía idea de que yo; sí, de que yo estaba con mi papá.
Era hora de almuerzo, con la compañía de él, ni hambre tenía. Me acompañaba a subir al caballo, me metía dos, tres, cinco veces al agua cuidando de que no me ahogara. De pronto, la mujer lo llamó.
Mi papá me sacó del agua y sin pérdida de tiempo me cambió y fuimos hacia ella. El almuerzo estaba servido, noté que había un plato de más. Quizá viene otro niño, me dije. Yo quería tomar un vaso con gaseosa, pero ella me miró y se me quitaron las ganas de hacerlo.
Mi papá fue hacia… hasta ahora no lo sé. Ella, después del almuerzo se mostró molesta con él. Entonces, pensé que mi papá se había ido dejándome con la mujer de mirada penetrante y fría. Me cogió del brazo y me dijo: ¡vamos, que nos está esperando! Yo tenía apenas 4 años y caminaba a paso lento, quería correr pero estaba muy cansado por tanto jugar. La mujer no me alzaba en sus brazos y ni quería que lo hiciera, pero ya no podía seguir. Entonces, ella se alejó sin mirar hacia mí.
Mientras, el padre del niño esperaba en el carro rojo la llegada de su esposa y de su hijo.
¿Dónde está el bebe?, - dijo él-. Estaba viniendo detrás de mí, pensé que… - titubeó la mujer-.
No pienses nada, si hubiera sabido que no lo cuidarías, no te lo hubiera encargado. Nadie como ella para cuidarlo- enfatizó él-.
Sí, tal vez tengas razón, pero yo no soy su madre. Yo sólo pensé…- expresó ella-.
Olvídalo, ahora sólo nos queda buscarlo. - dijo él, preocupado.-
Eran las 6 de la tarde y el niño no aparecía. Primero habían buscado por todo el lugar campestre, sin pensar todavía en algo grave: algún ahogo, golpe o rapto. Por un lado, la mujer mostraba preocupación fingida. Sollozaba con gran esfuerzo al ver que su marido no encontraba al niño. Mientras tanto el padre, no imaginaba el lugar en donde estaría su hijo. Lo buscó entre los árboles, en los baños, detrás del lugar donde cocinaban y nada. Buscaron en el carro rojo y después, preguntaron a los niños que estaban jugando junto a la orilla del río, y no obtuvieron respuesta positiva alguna. Luego, ya muy oscuro, ambos decidieron regresar a la ciudad.
Llegaron a la casa en donde se encontraba la abuelita (la otra mamá) y…
- El padre del niño con voz entrecortada decía.- Señora, yo… mire, señora… es que se perdió. Nosotros estábamos almorzando y no nos dimos cuenta de que él ya no estaba. No sé. Ella- mirando a la mujer- tampoco sabe. Lo hemos buscado muchas horas y nada. Ya fuimos a poner parte a la policía.
No había explicación para la madre que esperaba ver llegar a su nieto feliz y lleno de alegría por haber pasado un día con su padre. Esa carita, no la vio más.
- Quién me devuelve a mi hijito. Su mamá aún no llega, qué le voy a decir.- la abuelita mostró mucha preocupación y a la vez, culpa. Pues, su hija se enteraría de todo cuando regresara de trabajar. Aún eran las 7 de la noche.
Desde esa vez, fue cuando empecé a crecer sin mi mamá, sin mi otra mamá y sin mi papá. Ese día, dos niños me habían llevado a jugar con su pelota grande. A mí me gustó porque era de colores, parecía que llevaba dentro gotitas de agua. Ellos vivían en ese lugar, pero me llevaron en su caballo al otro lado del río y cuando me trajeron mi papá me había dejado. Se había ido con la mujer de mirada fría, penetrante y de desprecio hacia mí.
Por mi ingenuidad pensé, que llegada la noche, ellos llegarían para llevarme con mi mamá, pero nunca lo hicieron.
Yo crecí con los dos niños y sus padres, ellos eran más grandes que yo, pero me querían mucho. Me compraban muchos caramelos y me traían juguetes de la ciudad. Recuerdo cuando un día, uno de ellos me llevó a la escuela. Antes de salir, su papá me despidió con un beso y comprendí que yo necesitaba de los besos de mi mamá. La extrañaba tanto a ella y a mi otra mamá. Así le decía a mi abuelita.
"Mami, ¿a qué horas viene mi mamá? Es que ya es tarde ya y no viene."
Luisito estaba conversando con su abuelita y su madre había salido temprano de su centro de trabajo. Era domingo y ella sólo trabajaba medio día.
"Mami, viniste con luz. Yo dije vienes de noche"- dijo Luis muy sorprendido.-
Para Luis ese día, había sido el más alegre porque tendría a su madre no sólo para que le haga dormir por la noche; sino que le acompañaría para el almuerzo y la cena.
Cuando estaba con mi mamá. Ella me despertaba con un "hijito, ya levántate". Me daba dos besos en la mañana y dos más en la noche. Recuerdo cuando ella vino de día (Ahora puedo decirlo así. Antes decía "con luz") y recibí más de cuatro besos en todo el día. Actualmente, sólo escucho el cantar del gallo carioco que me despierta muy temprano. Ayudo a mis dos casi hermanos a preparar sus cuadernos y luego, arreglo los míos para ir todos juntos a la escuela, mientras su mamá quejándose, trata poco a poco de hacernos el desayuno.
Tengo 8 años y sigo esperando que mi papá y mi mamá lleguen a este lugar en cualquier momento para irme con ellos y contarles lo mismo que a ustedes.
"yo estaba jugando con dos niños y me llevaron en caballo hacia el otro lado del río…. Yo vine con mi papá para pasearme y bañarme en el río…. había una mujer al lado de mi papá que no me quería…."
Y también, para saber a dónde se fue dejándome y preguntarle para qué me regaló un celular de juguete si no me iba a llamar.


HISTORIA DE UNA GOMA DE MASCAR
Por: María Helena Flores Alvitez
Miércoles 9:30 de la noche. No me había prestado atención, su yo se había resumido en el compacto original de los Guns N´ Roses que su hermano le trajo desde Miami. Hace rato que le había enviado el mensaje por msn: Yo no iba a estar ese viernes. Y el idiota no contestó. ¡Qué furia! Mi rabia verde y mis ojos colgados frente al ordenador y ese Diego con su cara de niña cojuda recreándose con las fotos de su nuevo disco. Vi su imagen congelada en el web cam, con esa cara de bebe y los cabellos a lo punk por culpa del gel, la barba rasurada y un chicle que mejor hubiese sido mascado por las vacas que por ese adolescente sin pudor. Buen rato se ausentó para poner el CD en una radio gritona y luego lo vi retorcerse con una guitarra imaginaria que tocaba de mala forma tal como una caricatura barata del enérgico Slash.
Luego se acercó al cam y con la cara en primer plano y sus ojos café molido y tostado y el bubaloo de fresa prostituido por su boca bien abierta me repetía “wooh wooh oh, Sweet child o´mine” – (oh, dulce niña mía), sus dedos huesudos me decían “Sweet love o´ mine” – (oh, dulce amor mío) – en un inglés de nivel básico. Parecía que le gustara el hecho de perturbar a cualquiera con sus costumbres de diecisiete, sus poses rebeldes y exhibir el mundo de cuatro paredes masculinas que era su habitación lleno de pósters dominados por el negro, acaso estuviesen implícitos los ángeles que no encontró en la infancia cuando explotaba de miedo en la oscuridad y le decían que no temiera a la noche y que no había cuco. La foto de una muchacha sobrevivía al lado del estante de libros, y estaba pegada a la pared con un chinche en honor al amor. “Where do we go now sweet child o´ mine?” – (¿dónde vamos ahora mi dulce niña?) – “El viernes no puedes por qué” escribió casi al final de la canción y luego que yo le enviara mi dedo medio erguido en señal de protesta por el ridículo que me estaba haciendo ver además del asqueroso chicle rosado, masticado y estirado.
“Estoy con alguien”, escribí mientras él botaba a la basura su chicle rosado, masticado y estirado y la lluvia allá afuera tocaba las puertas de mi ventana.
Diego, era yo quien no iba a estar ese viernes pero tu cara de diecisiete no me quiso comprender, mucho menos la gente la mañana del sábado y ahora sólo escucho el silbido de la paciencia y no quiero pensar en nada porque me haría daño, sin embargo me exigen que explique el caso y mi cara de diecinueve debe responderle a la sociedad; mi garganta invadida por la congoja no puede hablar y mis ojos sólo saben llorar, así que escribo para no llevarme las manos al rostro y secar lágrimas.
* * * * * * * * * * *
Con mis cosas de universidad en los brazos él me conoció y mascando bubaloo yo conocí a Diego, cuando ambos queríamos al único Incubus que existía y, el dueño de la tienda de discos, nuestro amigo en común, se encontraba en apuros. Fue nuestra primera pelea y gané yo. Días después una bicicleta andaba a mi lado y Diego me preguntaba “¿Qué tal el Incubus?”. Dos meses después nos besábamos junto al estante de libros de su habitación y caminábamos toda la franja de la costa hasta que se hacía de noche. Nuestra vida transcurrió así unos seis meses, al cabo de los cuales decidí terminar la relación y terminar de una vez con lo que me estaba haciendo vulnerable.

Antes de conocer a Diego yo conocía a Miguel y cuatro meses de convivencia me bastaron para huir de la calle de la desesperanza en que se ubicaba nuestro edificio y regresar a mi ciudad con el dinero que de manera justa me pertenecía por los meses en la oficina de ventas al mando de Miguel Durán y otro tanto por mi amor mal querido.
Tomar aquél puñado de soles y marcharme lejos sin avisarle habría de costarme caro, porque nadie engañaba a Miguel Durán, y ahora entiendo el alcance de sus amenazas porque me tienen aquí, a la mitad de una pregunta ¿qué va a ser de mí?. Miguel me siguió el rastro desde Arequipa a Chiclayo y me encontró, sólo quería su dinero y vengarse de mí. Cuando dio con mis ojos aturdidos en el supermercado después de un año buscó en ellos el indicio de la culpa cosa que encontró y pareció gozar con mi temor y mis ganas de huir como una liebre en aquel instante, luego el carrito de sus compras giró en una esquina y no supe de él hasta que dos días después los mensajes llegaron a la puerta de mi casa. Diego preguntaba mucho “¿Quién es ése, qué cosa quiere contigo?” y un falso “necesito tiempo” que salió de mí, terminaron con la relación. Miguel me buscaba por el dinero y una noche de la semana pasada cuando regresaba de estudiar me zarandeó y empujó hasta un terreno en venta donde me amenazó de muerte sino veía el dinero que él creía suyo para el próximo viernes. Siempre cumplía sus promesas.
El último miércoles, después de desconectarse precipitadamente del msn llamó por teléfono una hora después “¿es ese tipo no?” y le mentí, un hiriente “estoy con alguien” sirvió para distanciarnos hasta aquel viernes. Miguel ya nos había visto juntos y yo no quería involucrar a Diego, sin embargo éste me siguió la noche del viernes para confirmar sus sospechas y sobretodo porque presentía algo.
No tenía todo el dinero y me presenté en la construcción deshabitada sólo con quinientos soles. “Esta mierda no me sirve” había dicho Miguel, con su cara de veintiuno y me inyectó algo que hizo mi cuerpo vulnerable pero que me dejaba consciente para sentir la humillación y el dolor. Su corazón helado y un revólver ya conocido juguetearon en la noche fría con mi ser arrodillado y narcotizado, mis manos forzadas y mi boca abierta como cavidad natural para la muerte. Me susurraban al oído la propuesta de un suicidio fingido y los pasos secos de Diego que apareció en la entrada donde se escenificaba en total oscuridad la escena de mi muerte. Durán había sido visto y ahora la venganza representada en el homicidio era mejor idea, aprovechándose de mi estado y de la furia de Diego que se lanzaba sobre él, tiró del gatillo sobre mis manos vulnerables varias veces hasta que el cuerpo de Diego cayó vencido, Durán pretendía estrangularme y huir, pero una última bala que él no esperaba en el cilindro, disparada hacia su estómago ensangrentó mis manos.
El miedo a la oscuridad que cara de diecisiete confesó sentir en la infancia cuando buscaba a su madre en las noches de lluvia para protegerse y un terrible sueño una semana antes donde yo encendía la luz en una habitación infestada de fieras y horror se materializaron aquella noche donde las únicas luces que se encendieron fueron los chispazos veloces de un arma.
Sé que Diego entiende a la chica de la foto del estante de libros y la perdona. La noche era sorda para el crimen y solo la lluvia lavó mis manos estigmatizadas por el dolor de la culpa. Me quedé al lado de Diego toda la noche, con las extremidades vencidas por el narcótico y sin capacidad ni intención alguna de escapar. A la mañana siguiente los obreros encontraron tres cuerpos tirados y el arma que fue verdugo de dos de ellos horas antes. La muchacha sobreviviente y presuntamente homicida por partida doble se consume en la pena mientras a lo lejos escucha un funeral sin poder decir oración alguna porque le invade la congoja y ha perdido el habla, sólo es capaz de mascar y mascar una goma de fresa.

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