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lunes, 7 de junio de 2010

CUENTOS DE UN CAÑARENSE- JUAN CONGONA

EL EXTRAVIO



Andaban por las lomas de El cerro Ñato, El Oso, arrojando terrones a los guardianes del proyecto, armando algazaras por las quebradas y llorando por los caminos o por los campos. Alborotando y desordenando las cosas por los rincones de sus casas, y ellos, menos que enterarse de sus travesuras ¡pobres almas desperdiciadas!
Habían pasado los últimos quince días bañados en alcohol, destilando aroma de caña por todos los poros. Dichosos ellos que se sentían en su gloria, olvidando hasta lo más esencial de sus deberes cotidianos. Sus mujeres ya ni los extrañaban, habituadas a sus largas perdiciones, trataban de suplir todo cuanto les hacia falta acompañando en faenas a sus vecindades, quienes a cambio les entregaba alimentos o les prestaba herramientas para que labraran sus propias tierras en compañía de sus hijos o faeneros. Así, las pobres mamitas sobrellevaban la vida.
Viendo este comportamiento, socarronamente, algunas de sus comadres les dejaba escuchar:-por andar ensombrecidos por el humor del trago olvidan de regar sus huertas, ¡pobrecitas de ellas, convertidas en volcán, ya no saben que hacer con su lava saladita que baña su montaña!, pero esto a Roberto, Carlos y Gilberto antes que inquietarlos, les servía como estímulo para seguir por las sendas del dios baco. Cuando pasaban sobre la corriente del Pillkoyaco, murmuraban que si estas fuesen licor, ellos fuesen sus más fervientes devotos, y el paraíso mismo estuvieran en ellos, aun cuando ésta, los llevara a la más completa de las desgracia.
Habían recorrido gran parte de nuestra geografía local: Mamagpampa, Atunloma, Miraflores, Congona y otros lugares. Literalmente, en todos aquellos lugares, las pocas cantinas existentes quedaron vacías. Algunos como don Avelino Lucero, alertaron a sus colegas abastecer cuanto antes sus cantinas. Angélico Barrios, Inocencio Rinza apuraron sus pasos hacia Uyurpampa. Atunloma no puede quedarse atrás, dijeron al unísono, coincidentemente, presintiéndose sus pensamientos antes de salir de sus casas. No les importó que la temporada estuviera inundada de lluvia, ocupando toda la serranía de Lambayeque, menos la crecida del río Tambillo, que bramaba amenazante, rebalsando su cuenca.
Cada día creaban nuevos pretextos para continuar con su juerga, una diversión que a nada les conducía, sino olvidarse de esta existencia que ofrecía un sin número de gracias. Mientras los sembríos, día tras día levantaban sus gritos al cielo; a las pobres ya les vencían las malezas, y las mamitas quejándose que las papas, ollucos, ocas, habas, alverjas, arracachas y demás plantaciones agonizaban invadidas por las malas hierbas. Una larga fila de días de aguacerales había favorecido la rápida crecida de los montes, que empezaban a cantar su victoria a la mitad de la temporada.
En momentos de lucidez o alucinación parían sueños difíciles de realización. Roberto construía una exótica ciudad en las mismas entrañas de la selva, donde ya los veía dueños y señores a todas sus parentelas. Carlos, menos ambicioso que Roberto, sólo depositaba sus sueños en los pajonales de El Capitán, donde según él, iba a crear un centro ganadero con animales de buena casta. Y Gilberto era un prospero negociante de bienes raíces y todos los edificios en el centro de la provincia de Ferreñafe eran de su propiedad, y sus hijos, todos consumados profesionales, construyendo ciudades nuevas. Todos estos anhelos son factibles si fuesen proyectos de vida, pero sólo eran ilusiones que al término de la ebriedad se convertían en cenizas.
¡Pobres mujercitas!, Estebana, Cristina y Nicolaza, cada una con una docena de hijos soportando este vendaval de olvido, ¿en que hemos pecado taytito? Decían dirigiéndose al diosito del cielo. Eran las quejas que lanzaban a los oidos del todopoderoso, mientras sus maridos y el rostro ambarino del amanecer deslizábase como una culebra herida por la falda de los cerros, Grimaldina, cuñada de Gilberto, viendo esta perdición, lamentábase, talvez presintiendo algún final trágico:-Querido Juan, mi buena almita, cuídalos a tus compadres, tu hermano Gilberto ya perdió el sentido. Allí cerca tiene a esa maldita botella, lo tiene poseído, perdónalo. A su ruego ni los dioses tutelares acudieron.
Cansados de recorrer los últimos rincones de la comarca, llegaron muy orondos abrazados a la media mañana, acompañados de una torrencial lluvia. Sacudieron los ponchos antes de ingresar al interior de la casa, allí, tendieron muy cerca del fogón y se sentaron rodeando la mesa, y muy cómodo, “Cristina, Cristina”, llamó Gilberto, la mujer apareció de entre la penumbra con lentitud, extrañada de su llegada le increpó:-¿recién te acuerdas de tu casa?, mira tus hijos enfermos y los sembríos a punto de perderse y tu menos que preocuparte; éste todo adulón, ordenó,”mamacha, mamachita, no te enojes, eso te hace daño, ya verás a partir de mañana este tu papito lo arregla todo; ahora prepáranos un caldito de pollo bien sustancioso, que esta barriguita extraña tus delicias, mientras te esperamos con tus compadres brindándonos un remojón”, “¿qué más remojón quieren?, a kilómetros sus alientos embriagan a los parroquianos”, dijo, la aludida en son de protesta. “Anda, anda mujer, no seas mal hablada, ya me veras cuando pase esto, fresco como una lechuga, presto para regar tu jardinera”, contesto, soltando una carcajada que se fue a perder detrás de la cortina de neblina, que en ese instante deslizábase sobre el río Tocras.
El mediodía se había puesto pesado con el sol enlutecido que huía a la par con la espesa nube, y las copas pasaban de mano en mano una tras otra que con buen talante ofrecía el anfitrión, brindando el bendito cañazo como nunca lo había hecho. La alegría fue decayendo con la nube negra de la tragedia que de pronto se hizo presente. Primero le llegó a Roberto, quien con un leve quejido saludó a los ojos del infortunio, cuando quiso reaccionar Gilberto ya era muy tarde no le alcanzó el tiempo ni para invocar el perdón a su hermano Juan.




FIESTA DE RELÁMPAGO



La reunión estaba animadísima, bastante concurrida. Habíamos tenido suerte, casi toda la comunidad se hallaba presente: hombres y mujeres en un frenético abrazo de hermandad, poco frecuente en estos lugares, por sus múltiples ocupaciones campestres.
Se había iniciado bajo un sol esplendoroso, pero ahora una cuadrilla de nubarrones invadía el cielo de Pamaca, entoldando el paisaje, luego, a ratos muy espaciadamente fue haciendo su acto de presencia unas gotitas muy finas que llegó con su viento estremecedor que nos obligó a ponernos nuestros abrigos. Ramón, apurado como siempre comenzó a despedirse de la concurrencia. En esos momentos Caluincho hormigueaba de gente, ahí era nuestro próximo punto de reunión. “Amigos, esto amenaza con un fuerte aguaceral”, advirtió el anfitrión, Feliciano Pariacurí, y agregó:”no se preocupen, nuestros amigos de Sigues comprenderán si no llegan. Como ven todo está listo para que se dé inicio la fiesta, esto se ha preparado muy especialmente por la llegada de ustedes; nuestras mamitas han puesto todo su esmero en organizar la danza Taki y El Kashua, como lo hacían nuestros mayores”, esto no fue suficiente para que Ramón decidiera quedarse. “Con lluvia o sin ella llegaremos, es nuestro compromiso”, respondió. La delegación, todos con la mochila al hombro estaba en espera de la última palabra del jefe. Y Ramón sin vacilación alguna había determinado partir hacia Sigues.
Todos en fila de uno iniciamos el camino hacia Caluincho. El cielo también se contagió, la fiesta de truenos y relámpagos era una copia disonante de la fiesta que acababa de iniciarse, se paseaba de sur a norte como un eco de tambores, atronador, amenazante. Al llegar a la cintura de Mojón nos habíamos dividido en dos grupos: Julio, Asunción, Mauro y yo íbamos adelante; el otro grupo eran: Mario, Lorenzo, José, Jaime, Teodora, Santos y Ramón. La lluvia caía como de una gran ducha que comenzaba a convertir en acequia el camino. A su paso llevaba infinidad de pequeños desperdicios que encontraba en su curso, mientras tanto la tarde se iba vistiendo de un color opalino, inexorablemente. Así llegamos a las orillas del Cañariaco, ésta todavía se deslizaba apacible, mansa. Todavía se podía cruzar sin riesgo, el problema se avizoraba para los rezagados, cinco minutos nos separaban, a los pocos segundos de haber cruzado el río, la lluvia nos atacaba por todos los lados, como látigo nos fueteaba, sujetado por el brazo infame del viento. A estas alturas, junto con la llegada de la noche, se dio inició de la jarana de relámpagos. Se descolgaba del cielo para llegar a estallar delante de nosotros, dejando entre el horizonte sus estrellitas de arco iris; aquí de nada servía los ponchos de plástico ni las linternas, estas se flirteaba con el viento y las constelaciones, imitando a las aves que en apresurado vuelo se iban huyendo hacia su nido. Ya ninguna hebra de nuestros vestidos podía ofrecernos abrigo, nada quedaba seco. El agua manaba por todo el cuerpo y con esto los lamentos surgían por doquier. En esos momentos los pamaqueños estarían en lo mejor de su fiesta.
Mauro avanzaba con la linterna en mano, alumbrando los resquicios del camino en competencia con el relámpago y las luciérnagas; ofuscado, murmurando:”carajo esto es una obra del demonio, a nosotros nomás nos ataca, hacia Cañaris no hay lluvia, menos hacia el norte, estos es sólo una hilacha en el cielo”. Como certificando las palabras del quejoso, el cielo de Jaén era una inmensa pantalla celeste cobijando a miles de estrellas en su apogeo. Atrás Julio soltó:”está muy bonito, cómo adivinó que nos hacía falta un buen baño”; y en respuesta, Asunción dejó deslizar:”espera nomás que pase, vas a quedar como un caño averiado, expulsando agua por todo los poros y tembladera de los mil demonios”. Volvió al ataque Julio, diciendo:”todo esto lo recordaré como la mejor fiesta de mi vida, ¿para qué más carnaval?”. Yo que no había dicho esta boca es mía, también entre a la danza de los comentarios, diciendo:”la fiesta nos la van a dar los perros en la pampa de Caluincho al vernos como chiscos. ¿Quién nos va a esperar con esta lluvia?, todos deben haber corrido a sus casas, allí, bien acurrucaditos, pegaditos a sus tuypa deben estar”. Así avanzamos, luchando contra la inclemencia de la naturaleza. La humedad ya empezaba a entumecer los pies y con ello más torpe se volvían los pasos. Después de cruzar una chacra llena de pasto que bailaba sobre el aniego, Mauro nuevamente habló:”un par de minutos más y ya estaremos en Caluincho”. En esos instantes la lluvia se había convertido en finas garúa y las luciérnagas con sus acrobáticos vuelos nos acompañaban nuestra caminata, engalanando este paisaje penumbroso.
Al arribar a la pampa de Caluincho todavía nos acompañaba las últimas lágrimas del cielo, y ahí un solitario andante con linterna en mano desaparecía por el otro extremo. Caluincho se había convertido en un campo de fútbol que hacía compañía a la escuela primaria del lugar que se levantaba dentro de su perímetro. De ésta última, una luz débil y cansina de una lámpara se dispersaba por la ventana. Allí nos recibió los profesores de la escuela, quienes después de los saludos de rigor nos informaron que los comuneros se habían retirado al iniciarse la lluvia.
Luego de diez minutos de inquietante espera y cambiados los vestidos, ordenados nuestros equipajes, estuvimos reunidos en la vereda del colegio recapitulando las experiencias de esta indómita e insólita noche, cuando hicieron su aparición el resto de nuestros compañeros, adelante venía Ramón cargando todo el humor del aguacero, lo seguía Santos y su mujer Teodora, quien cargaba en su anuko las aguas del Cañariaco, ¡qué pesada se notaba!, la tallito de Mamaj tiene resistencia, dijo, Mauro, despidiendo toda la impaciencia contenida. Llegaron comentando lo ocurrido en la travesía. Unos habían querido pelearse con las aguas enfurecidas del río, otros probar resistencia con las piedras, los menos cargar a esas aguas embravecidas en un abrazo suicida, todos habían fracasado; a pesar de ello, todos reflejaban un buen semblante, listos para nuevas batallas. “Menos mal que el lobo no pudo vencernos”, comentó Ramón a su llegada, lo cual despertó una hilarante y larga serie de conjeturas. Creo que, Mauro fue el más realista cuando nos dejó escuchar: “el diablo ha querido jugar con nosotros, venían los rayos dirigidos, especialmente a todos nosotros, sólo ha querido darnos un susto el forastero de Huacapampa; miren que ni bien llegamos la lluvia se evaporó”. Y para la admiración de todos los allí presentes, el cielo en esos instantes mostraba sus constelaciones como en los mejores días primaverales, y la luna empezaba a alumbrarnos. Esta precipitación sólo había frustrado nuestra reunión con la comunidad de Sigues.

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