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miércoles, 2 de junio de 2010

QUÉ PASÓ LITERARIAMENTE EN LOS 90 EN LA REGIÓN LAMBAYEQUE


QUÉ PASÓ LITERARIAMENTE EN LOS 90 EN LA REGIÓN LAMBAYEQUE

Por Nicolás Hidrogo Navarro

La generación literaria del 90 en la Región Lambayeque se inaugura en 1992 alrededor de la expectativa del Premio Lundero que organizara por la época el diario La Industria y que era macrorregionalmente el premio más codiciado y representativo que, como trampolín a la fama, le haría espacio a cualquier pretendiente de poeta o narrador en la época.
Los nombres de Luis Ernesto Facundo Neyra, Ernesto Zumarán Alvítez, Antonio Noblecilla Rivas, Carlos Becerra Popuche, Oalba Lalí Pérez, Nicolás Hidrogo Navarro y el inefable Carlos Cachay Flores, eran los nombres de portadas en cada premio y espacio en el Suplemento Dominical. Por así decirlo eran nombres juveniles de moda y en torno ellos otros pugnaban por lograr el premio Lundero para estar en esa cofradía meritual. Así surgen, con Argos, Arboleda y Ubicuos Malditos, la trilogía aglutinadora de los creadores en la región Lambayeque.
Desde entonces, mucha tinta y saliva ha corrido, muchas ínfulas y pose protagónica se ha elevado como espuma y parece que a la distancia se aprecia mejor el recuerdo, el panorama y los entretelones de lo que significó esta generación que ha tendido su extensión cronológica hasta los 2010 y ha cobrado nuevos bríos de continuidad bajo otras denominaciones o individualidades.
La generación de los 90 fue una generación huérfana de lectores –público estudiantil y aún más, especializado- y paria de publicaciones. Fue una generación plaquetera en poesía; folletinesca en narrativa; exigua de tiraje y flaca en resmaje; inédita y de chisponazos intermitentes; cosmopolita en su temática, deslambayecanizada, intimista y trivializada, con ribetes caóticos de absurdez e indefinición y falta de coincidencias colectivas en temáticas y propósitos. Fue una generación de faroleo que se avivaba ante la cercanía de algún concurso literario de alguna municipalidad, instituciones educativas, asociaciones culturales, el INC o el único perenne desde 1978: Lundero. Esta miniaturización fragmentaria de las publicaciones artesanales tiene una doble interpretación: permitió vislumbrar a poetas y narradores promesas en ciernes, pero también masificó de improvisados creyentes que bastaba sólo publicar el primer soplo surrealista para adquirir el derecho a ser “llamado o considerado poeta-narrador” o antologado. Confluyó el provincialismo con el seudouniversalismo, la expresión fácil y desnuda en su pura carne temática expuesta a tajo abierto como si no existiera la túnica de la estética; y, el estilo zahorí lleno de collage y clisés -que dieron origen a escandalosos descubrimientos de plagios-, el espontaneismo o sintomatismo sentimental produjo escasos trabajos estéticos dignos de estudio y quedar para la posteridad. El que escribía no sabía sustentar lo que hacía; el que leía no alcanzaba a fundamentar críticamente lo que le “gustaba” y aquello que “descalificaba”. No tuvo críticos alentadores ni medios suficientes de expresión abiertos para la difusión sistemática y la convocatoria, se dejó el barco de la cultura literaria a la deriva y cada quien a pulso de argonauta publicaba lo que creía que impresionaría a los demás. Fue una generación que no estuvo preparada para crear, leer y valorar connotativamente. Ni las universidades ni los institutos pedagógicos donde existía la especialidad de Lengua y Literatura estuvieron a la altura de la formación y demanda curricular de los futuros divulgadores y enseñantes de literatura.

Seis voces multánimes, seis actores de primera línea y fuentes directas de experiencia y trajinar literario vivencial y posiciones diferentes, delinean y testimonian de un brochazo lo que significó esta época.


JUAN MONTENEGRO ORDOÑEZ
“Aunque para algunos, la generación literaria de los noventa, no ha tenido mayor presencia ni representantes de renombre en la ciudad de Chiclayo, puedo atestiguar que si existió. Quizá no —como puede haberse esperado en movimientos de su tipo y de otras décadas y siglos pasados, dentro y fuera de nuestra patria—, con las características típicas a su naturaleza, tales como una vasta difusión y distribución de sus producciones literarias; elaboración y publicación de manifiestos que representen un pensamiento y una postura propios frente a la realidad que le tocó vivir; un movimiento más o menos permanente del ejercicio de la palabra, de ideas y de propuestas académicas, culturales, políticas y hasta ideológicas. Pero existió.
Me permito esta terquedad, y porque sospecho de la facilidad con la que puede despertar la polémica, a partir de pertenecer a esta generación, y doy fe de su presencia y dinamicidad —poco perceptible, lo admito, y hasta dispersa en términos de uniformidad de pensamientos, ideas y conceptos—, de sus intensas contradicciones e incontables tertulias, así como de su producción literaria en diversos géneros —aunque mi generación, sugirió una postura de rechazo y de cuestionamientos abiertos hacia la tradicional clasificación de los géneros—, que fueron publicados artesanalmente y con poca y casi risible inversión.
Y no sólo existió, existe; ahora y con más fuerza, voluntad, cohesión y objetivos más claros y mediatos, observables y medibles. El “Conglomerado Cultural” es el nombre que los identifica. Un tipo de asociación civil de carácter, todavía, informal, pero que hace suya la promoción del quehacer literario y la intención clara y manifiesta de constituir un espacio abierto para todas aquellas personas que de una forma u otra, se identifican con el quehacer literario y con toda otra práctica que presuma de crear y recrear, de construir y reconstruir, cultura. Y tomando en cuenta lo expresado por quienes pueden considerarse sus promotores, las actividades que realizan y promueven, se insertan en ese complicado y pocas veces comprendido y casi siempre ignorado, así como inevitable, afán de construir una propia identidad local, regional y nacional”.


RUBÉN MESÍAS CORNEJO
“Debo confesar que cuando principié a escribir narraciones cortas, allá por el verano de 1992, no tenía la menor sospecha de que mi constante dedicación a este oficio de solitarios me brindaría la ocasión de descubrir, entre la influencia de gente que por aquella época frecuentaba la casona del I.N.C., a una fracción de personas también abocadas a la tarea común de cifrar su esencia dentro de los confines de una superficie en blanco. Y, pese a que la mayoría se inclinaba por el ejercicio de la poesía, semejante detalle no se convertiría en una cortapisa cuando vislumbre el momento de aproximarme a los predios de aquel mundillo hasta entonces desconocido.
Y aunque no siga fielmente el curso de mis recuerdos cronológicos debido a las necesidades impuestas por el presente escrito, debo entrar en materia evocando a la bonachona figura de Stanley Vega en primera instancia. La razón de este aparente privilegio es muy sencilla: entre todos los poetas que conocí y traté durante aquellos años (me refiero al 1992 - 93) Stanley fue quién impresionó mi atención de lleno, y no por su lucidez intelectual ni por la calidad de sus textos, sino por la peculiar intensidad que le ponía a su búsqueda humana sin apelar a los excesos verbales que más tarde se le achacarían a Luis Heredia. Definitivamente la estrategia (si alguna vez concibió una) que Stanley empleó para superar el ostracismo al que le había arreglado su condición de inválido fue tan simple como él mismo. Así para conquistarse un espacio en medio del ambiente que había escogido para desarrollarse, Stanley acudió al lugar de los hechos haciendo un acto de presencia elocuente. Diciendo “Aquí estoy” con toda su humanidad dispuesta sobre una silla de ruedas. Y afortunadamente para él, su entorno respondió a la medida de sus expectativas; rindiéndose, como lo hice yo mismo, el profundo patetismo que irradiaba de aquel semblante alunado en el cual se reflejaba la tierna idiosincrasia de un niño. La imagen que mejor conservo de él es la de una criatura intemporal, en permanente vigilia, cuyo semblante en trance, apenas emitía el tenue brillo de una mirada entornada, que parecía beberse de a pocos la luz que lo rodeaba, tal como hacen los agujeros negros con la materia que cae dentro de su vorágine”.

LUIS HEREDIA GONZALES
“Podemos decir para el caso de Lambayeque que la generación literaria juvenil de los 90’s no tuvo plataforma generacional, la literatura de los 80’s tuvo como epicentro en muchos de los casos la violencia política y su consiguiente pasional desarrollo de antagonismos políticos. Pero el problema de esta literatura era su limitada difusión por problemas de marco legal producto del “estado de emergencia” impuesto en muchos poblados del país. En el caso de Lambayeque no existe registro literario de los 80’s.
GENERACIÓN 90’S POESÍA JUVENIL
Para un estudio más adecuado así como para consignar los datos, tabularlos e interpretarlos hemos clasificado temporalmente la actividad literaria juvenil lambayecana en 3 etapas:
a) Etapa de los inicios: 1991-1994
b) Etapa de aglutinamiento: 1994-1998
c) Etapa de la dispersión: 1998-....
a) ETAPA DE LOS INICIOS: (Argos, Umbral, Ubicuos Malditos) (1991-1994)
ARGOS.- Estuvo constituido por un grupo de muchachos que buscaba su incursión en la escala literaria lambayecana, aparecían algunos nombres; Ernesto Zumarán, Carlos Becerra, Antonio Noblecilla, Joaquín Huamán, y otros que no volvieron a aparecer; Franco Yáñez, Rómulo Gutiérrez, etc. Pero este grupo careció de actividad orgánica, no organizó ni eventos, ni recitales, ni conversatorios, a pesar de su convocatoria no logró gravitar en la escena y poco a poco algunos de sus integrantes se ausentaron hasta que el grupo no activó más.
UMBRAL.- Este grupo tuvo mayor actividad en esta etapa pero sus fundadores no forman parte de la Generación 90’s. Algunos de sus integrantes tuvieron una participación activa pero por un tiempo, al parecer sólo tuvieron metas a corto plazo y sobre todo ceñidas a los concursos.
UBICUOS MALDITOS.- Marcó un récord, su inmediata aparición-extinción duró 3 meses. Aparecieron como respuesta a la rancia y gerontocrática escena literaria lambayecana, pero también buscaron romper la abulia que Argos no pudo e incluso se determinó hacer.

b) ETAPA DE AGLUTINAMIENTO: ARBOLEDA (1994 -1998)
STANLEY VEGA con un grupo de jóvenes entre ellos Juan Carlos Flores Tucto, Carlos Becerra, Juan Montenegro, decidieron no caer en la ignominia del silencio absoluto y decidieron avalar el proyecto de Stanley; una revista literaria de “ANCHA BASE” que albergara toda inquietud literaria, cultural y artística pero sin “preferencias”. La revista logró editarse con mucho esfuerzo viendo sólo la luz cuatro números (uno por año) además de su exiguo resmaje pero a pesar de las limitaciones la revista contribuyó en la gaceta literaria de los jóvenes lambayecanos en la práctica de la literatura pues casi todos lograron “pinchar” un artículo o un espacio en dicha revista.
ARGOS UBICUOS MALDITOS UMBRAL
- Carlos Becerra Popuche, Ernesto Zumarán Alvitez, Joaquín Huamán Rinza, Antonio Noblecilla Rivas, William Celis - Luis Yomona Yomona, Nicolás Hidrogo Navarro, Luis Facundo Neyra, Juan Carlos. Flores Tucto, Nevenka Waltersoofer
- Gulliana Aguirre Zevallos”.

NICOLÁS HIDROGO NAVARRO
“La casona Descalzi era un refugio de universitarios sin cuarto. Se ingresaba por la noche y uno podía vivir por meses sin que la dueña, doña Yolanda Astudillos se diera cuenta. Era casi un asilo de universitarios indigentes. En sus paredes habían tantos grafites de décadas pasadas que recordaban nombres, apuntes de temas de Agrícola, Veterinaria, Sociología, Administración, Civil, Agronomía, etc.
Se inicia en la calle 8 de octubre, en la casona Descalzi , bautizada literariamente como “La casa del Conde Drácula”, por lo ruinosa e inmensa que era la casa.
Allí se hacían reuniones con Luis Esquén Perales, Jhony Alva Cabanillas, Máximo Musayón García, Luis Facundo Neyra, Luis Yomona, Zolila Yomona, Deysi Yomona, Yovani Yomona, y una docena más de universitarios de otras carreras profesionales de Ing. Agrícola, sociología, Medicina Veterinaria.
Se lechuceaba, la conversa se iniciaba después de la cena –en el comedor universitario-, 8.00 p.m. y se prolongaba hasta las 12.00 de la noche o a veces se amanecía; nadie nos controlaba la hora, no había restricción. A veces la conversa eran tan interesante que nos juntábamos alrededor de una vela 12 a 15 personas y cada quien daba sus opiniones.
Se hablaba de política, literatura, duendes y aparecidos, los trabajos universitarios, de mujeres La Chinita, La Bocona, La Serrana, La Charapa, la Calzón Flojo, La Tímida, insustituibles mujeres que, coronaban como fresa, el pastel mayor que era la literatura y la cultura.
Allí se empezó a confluir todos los ganadores de Lundero lambayecanos, yo había acabado de ganar en abril de 1992 una Mención Honrosa con “A esa hora del día”, escrito allí en esa inmensa casa poblada por fantasmas y todos lo olores, de unas 14 promociones de inquilinos universitarios pasados por allí”.


DANDY BERRÚ CUBAS
“Los “Arboleda” que para unos no existió como grupo sino como el esfuerzo editorial del director de la revista, la misma que feneció en su cuarta entrega (Antes se llamó “Katar Literae”) Además, como se sabe, era el hecho de impulsar y desarrollar recitales de poesía, llámese “Argos” “Ubicuos Malditos”, entre los que más destacan, los mismos que no sólo se hicieron en el aposento del INC, sino en otros lugares menos elitistas de nuestro medio. Recitales que algunas veces se acompañaba con la distribución de trípticos, plaquetas y de la presencia musical de algún grupo de rock underground de la fauna local, principalmente “Los víctimas del vacío”. Así, el cocktail, resultaba apetitoso para gustos selectos.
La “Noche de ron”, por la manera como culminó aquella jornada, después del último recital de “Cantos de ahora mismo”, el año 1998, con los trujillanos Luis Cabrera Virgo y David Novoa como invitados, marcó un hito en la culminación de aquella experiencia iconoclasta, cuando no, literaria, de un grupo de muchachos ávidos de nuevas experiencias y el dejarse escuchar por medio de sus escritos, ante una sociedad apacible, conformista, apática e indiferente a todo lo que es arte y cultura, como alimento espiritual necesario para una sociedad que necesita desarrollarse....Los “Arboleda” con sus “Cantos de ahora mismo” son otro renglón de otra página por escribir.”

JOAQUIN HUAMÀN RINZA
“Ha transcurrido más de una década desde la aparición de la última promoción literaria en Lambayeque, hermosas fueron las intenciones pobladas de buena fe, pero pasadas las emociones , ahora es el momento de mostrar hasta que límite era franca la vocación. Toda la producción que antecede sólo es la base. Toda actitud tiene sus causas y consecuencias, y todo ser humano tiene que ser consecuente, esto es mucho más importante en un artista si es verdadero en el camino del arte, el resto sólo es historia para quienes deseen adornar sus conversaciones, y vivir de vanidades. El compromiso y reto convoca entregarnos con pasión y realismo a esta hermosa tarea, que si bien es ingrata en lo material, resulta gratificante en lo espiritual.
El paso de los años y las vivencias acumuladas van macerando la voz en aras de ir templando el aliento poético. Si bien es cierto que algunas creaciones de estos exponentes son meritorias y ya figuran dentro de las mejores páginas de la poética lambayecana, aun el conjunto no ha sido palpado por la gran mayoría. Esta es la deuda que aún tienen. Muchos de ellos no han publicado siquiera un poemario, especialmente los más representativos. Sus poemas se encuentran dispersos en periódicos, revistas, plaquetas o en el mejor de los casos en muestras parciales como. “Estación Arco Iris” ( 1991), “ I Muestra de Poesía y Cuento Nor Peruano” ( 1995) ambas editadas por Mariana Llano, en ediciones MALLA; “ Trinos y Aleteos de Chilalos “ (1997), “Recetario de Luceros” (1999), ambas publicaciones editadas por José Vargas Rodríguez, bajo su sello Ediciones Maribelina, siendo sus autores en el primero de los casos, los poetas Carlos Bancayán y Lucio Huamán, y del segundo, Jorge y Lucio Huamán, junto a Matilde Mesones y “Generación de los Noventa o Generación Plaqueta en Lambayeque” ( 2002) del narrador Nicolás Hidrogo Navarro. Así mismo, se pueden ubicar en las muestras: Los Besos Incrustados en la Arena” (1995), “Entre el Fulgor y los Delirios “ (1997) y “ Ontolírica del Canto “ (2001). Todos ellos, resultado de los encuentros organizados por la CADELPO. Frente a esto nacen las inquietudes ¿ qué queda y qué es lo que se proyecta para el futuro, como huella y aporte de los 90? ¿ Cuáles son sus vertientes más resaltantes? ¿Existe una continuación de la tradición, y si no es así cuáles son sus rupturas? Todas estas preguntas son inquietudes y esperan una respuesta”.

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