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miércoles, 9 de junio de 2010

UN TEXTO DE LARCERY DÍAZ SUAREZ- 40 AÑOS DESPUÉS

40 AÑOS DESPUÉS
Por Larcery Díaz Suárez

ME lo contó en la Embajada del Perú en Francia un día de Julio en que la representación peruana había invitado sólo a peruanos que residíamos en París para celebrar nuestra fiesta nacional y conversamos las anécdotas peruanas del Perú.
Julio Ramón y yo nos contábamos entre cientos de invitados que, aunque gustábamos de la soledad o los tragos distantes del mundanal ruido, no nos pareció mal la idea de alternar con recién llegados de nuestro añorado país o paisanos residentes que de cuando en vez veíamos en las pocas citas a las que acudíamos a probar nuestro tradicional pisco saber.
Además, fuentes de la embajada aseguraban que ni parisinos de París ni extranjeros en París estarían allí: sólo peruanos de pura cepa, mismo pisco puro de Pisco.
Apenas ingresados y tras la presentación de estilo, de lo protocolar se pasó a la salud y al salud de los invitados, entre ellos Julio Ramón y yo que nos empujamos un buen salud, como en nuestros mejores tiempos, y a la vez que le hacíamos salud a todo el mundo, como en sus mejores tiempos.
Alí fue donde Julio Ramón la vio, muchísimos años después. Estaba imponente, con estilo propio que dan los años y vida recorrida de grandes acontecimientos. Estaba allí, justo a gusto de Julio Ramón, que esperaba oportunidad para entablarle conversación y contarle lo que a mi me contó en esos brevísimos instantes que se inmortalizaron desde el momento en que la vio y lo que duró en mis oídos su alucinada historia, en la que apréciame verlo transportado a años ha, totalmente alucinado, además.
-Lo estoy viendo y viviendo justo como si fuera hoy, Alfredo- me dijo, agregando: ¡y pensar que esto sucedió hace 40 años”.
Lo dijo con profunda convicción. Como su lo que me contaba le brotara no tras haber vivido esta historia hace 40 años, sino estarla viviendo hoy.
-Aunque parezca una versión trillada y novelesca –me confió- la amé desde el primer momento en que la vi pero nunca se lo pude decir.
Ella –quien años después iba a ser Miss Perú-, nunca lo supo hasta que él, muchos años después que ella llegara a ser Miss Perú- es decir, hoy-, intentara contarle su epopéyica anécdota. Entonces, hace 40 años, ella, niña rica y bonita, lucía u mejor traje y espectaba un desfile de Fiestas Patrias, donde la mayor atracción era precisamente la marcha de los batallones que presentaba el colegio donde estudiaba.
Julio Ramón, flaco, desgarbado y con las románticas ilusiones de adolescente, sólo tenía ojos y oídos para la joven.
Sólo alguna que otra vez la había visto, bien por el barrio o bien salir del colegio, en su mancha con su collera a la que, como ella, no le importaba volver la vista ni detenerse en lo que dejaban atrás.
Se llamaba Mary Ann. Y Mary Ann ingresó a su imaginación y a sus poemas desde entonces y hasta muchos después que fuera Miss Perú (cuyo triunfo Julio Ramón compartió en silencio); muchos años después que se casara (cuyo matrimonio le dolió en silencio); muchos años después que se divorciara (cuya separación la sufrió en silencio), Mary Ann estaba en cada una de las cosas que hacía.
Todo esto lo llevó a observar el marco que rodeaba a su doncella y dentro de este cuadro al negro alto y fornido que detrás del frágil pero esbelto cuerpo de la adolescente, descaradamente la “punteaba”. Julio Ramón no soportó la terrible afrenta. Le corroía tamaña ofensa que intentó detener de hombre a hombre.
Se creyó con todo el derecho de defender a su dama. Por ello llamó la atención al zambo, que no vio ni alto ni fornido, si atrevido y audaz y al que, cuadrándolo como los verdaderos machos criticó su actitud y pidió explicaciones. Al verlo, escuálido y sin traza de ser lo que Julio Ramón creía era y podía ser, el mulato se interrogó en silencio: -Y éste… ¿de donde salió?
Mary Ann nunca se percató y en ningún momento supo lo que pasó a su alrededor.
Sólo se mantuvo expectante al desfile mientras que tras ella un moreno alto y maceteado se trenzaba en desigual lucha contra un muchacho endeble al que le salía el espíritu del espíritu de lucha que llevaba consigo y que recibía golpe tras golpe que sólo recién le dolieron en emergencia de un hospital cercano, donde quedó maltrecho y con el traje y parte de cuerpo rotas, menos el corazón ni la idea de su romántico y platónico amor.
Muchos años habrían de pasar para que la agraciada joven llegara a ser la representante de la belleza de la mujer peruana, y otros tantos para que el desaliñado chico que la amó desde que la vio, fuera el más famoso escritor peruano de cuentos de los últimos tiempos.
-¿Eso pasó hace 40 años?- le dije, por decir algo en medio del vacío del momento que había quedado paralizado en el tiempo y el espacio.
-Hace 40 años- balbuceó, aún en el aire, Julio Ramón. Y, tras una breve pausa, agregó: -He esperado 40 años para contarte esta historia mi hermano, con todo sus detalles, puntos y sus comas; y para decírselo a ella; que conozca quien fue su héroe, de entonces y de ahora, a pesar que año a año, de los 40 que han pasado, me ha sido difícil olvidar y seguirla amando a la distancia; a pesar de haberse casado, divorciado y sido objeto de mil y una historias truculentas de su mundo de señora y de reina.
40 años no es nada para los sentimientos que llevo dentro… Alfredo –musitó Julio Ramón, sorbiendo la penúltima copa de vino de ricísimas otras que vendrían después-.
-… ¡Y es ahora o nunca! –solemnizó, luego de una larguísima pausa.
Se enderezó, acicaló su cuello y corbata, aliso su cabello, llenó su copa, tomó aire, se acordó que yo lo había bautizado como el “Agustín Lara” de la literatura, pensó que sólo a unos pasos de él estaba su “María Bonita” de toda la vida y se dirigió –majestuoso- hacia su dama de honor de siempre.
Yo me hice a un lado.
-Señorita Mary Ann o señora Mary Ann – le susurró, o permítame que le diga Mary Ann-, se atrevió. He sido, soy y seguiré siendo su eterno admirador. Mis ojos estuvieron en usted desde siempre y toda mi ilusión, mi esperanza, mis sueños, giraron a su alrededor desde el momento que la conocí. Nunca me atreví a acercarme a usted si mucho menos a contarle la anécdota que quiero contarle y que con toda la fuerza de mi ardiente corazón he venido guardando y guardando hasta hacer de ella una explosión interna de mis encontrados sentimientos.
La ex reina de belleza, abrumada y confundida por la intempestiva declaración de Julio Ramón- a quien reconoció-, no supo que responder y sólo agradeció el gesto levantando su copa para hacer un brindis. Esto, como que animó más a nuestro insigne escritor.
-Mary Ann, hace cuarenta años que la miro y admiro. Hace 40 años que vivo suspirando por usted.
-¡Un momento!”¡un momento!- lo interrumpió Mary Ann. ¡¿Está loco o su angustia a causa del vino le hace decir tonterías!?... ¡¡¡Para que lo sepa usted, hace 40 años yo no había nacido…!!!


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