JOSEFO: EL REY ABSOLUTO DE LA PLAZUELA ELÍAS AGUIRRE-CHICLAYO
Por Nicolás Hidrogo Navarro
Josefo es el nombre artístico de José Rodrigo Avendaño, amo y señor nocturno de la plazuela Elías Aguirre de Chiclayo. Escultor de Escuela, para su orgullo y menosprecio de los más, empíricos pintores de bodegones asimétricos y alfareros de porrones para almacenar agua de noria, hablador y megalómano alucinado, consumado sabio Merlín. De fácil hablar, pero analfabeto para escribir, Josefo es de aquellos personajes conversadores atrapantes y subyugantes demostenianos que tienen esa labia rosbespierriano, de encantador de serpientes o vendedores de sebo de culebra en el Mercado Modelo. Cazador nigromante de las mafias del mundo y endiablado enemigo de los tronchistas y de cuanta autoridad no le dé trabajo. Es más peligroso que el filo de una navaja recién cizallada, más candente que horno de acero y más mortal que Vesubio en erupción.
Se aparece como un vampiro metílico sólo por las noches y avasalla a cuanto círculo o reunión encuentre armada o arma. Irrumpe, siempre: él es filósofo, esteta, político, acopiador montesinista de información de todo Chiclayo, aduce tener un micrófono oculto en cada oficina de cuanto funcionario público, policial, militar, religioso, todo a control remoto sofisticadísimo que ya la CIA o la NASA quisieran tener. Y desde su cubil felino en el cerro Ponpurre, camino a Pimentel, choza de adobes y techo de bolsas de urea en un cerro invadido insufrible, conoce al dedillo los procesos sociales, culturales, eocnómicos de la región y el país. Sabe al instante y en tiempo real hasta de los tosidos y ronquidos de los alcaldes y de altos funcionarios. Amén de los artistas, pintores, escultores, poetas, todos están atrapados en el laberinto de sus audios vastísimos, vídeos y fotografiados en escenas comprometedoras, etc. Con todo este arsenal informático mantiene a raya a tirios y troyanos y por eso reciben suavecito el vaso aún haciendo tripas.
Se declara un hedonista alcohólico puro, de alcurnia rosacruz, neonazi, fascista y camisa negra. El centro de su poder se halla en un oscuro y remotísimo monasterio budista perdido en el Himalaya y pocos saben que el el yelmo de Mabrino se encuentra entrerrado en el corral de su casa y que es poseedor del tan ansiado cáliz de Santo Grial, donde bebe su chicha de pata de toro. Su movimiento Cultura Chicha, donde él es presidente, tesorero, secretario, y vocal, es interplanetario, es el que gobierna a la sombra todo el panorama, cultural político, social, económico, religioso a 500 leguas terrestres a la redonda. A diferencia de los demás que quiere imitarlo libando licor para ganar mala fama o autoaniquilarse para deglutir sus penas, él toma porque a cada ingesta de un vaso es como un éxtasis sexual, es como beber el elixir de la felicidad y reclama que en su entierro bañen su tumba con un menjunje de licores de fantasía, chicha de Monsefú, vino rosáceo de Jayanca, saltapatrás de Mórrope, matabichos de Tumán, vinagre de Salas hasta rebosar y no que le echen tierra, elemento corruptible. Su epitafio ya está dado “Aquí yace el sin par y mejor escultor del mundo, compadre de Baco y compañero de Dionisios”. A su decir “bebe licor porque le produce placer celestial” y encuentra la maravilla del hilo de la inspiración para elucubrar en su densa e hirsuta plateresca cabellera avejentada, obras que han de ser esculpidas insuperablemente en no pocos siglos venideros.
Josefo es de esa casta de machos alfas y halcones guerreros que beben su chicha de gallina negra en Monsefú y mantienen su torrente sanguíneo armonizado con la mitad de sangre y la otra mitad de rancio alcohol. Su reino es la noche y su reinado se da en la plazuela Elías Aguirre-Chiclayo, donde cual cómico ambulante cada vez que aparece él se convierte en el rey absoluto acaparador de la palabra e inicia el bacanal y el festival del discurso alucinado cual “Caballero de la Triste Figura” hasta que raya el alba.
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