PROMOCIÓN Y FOMENTO DE LA CULTURA VIVA:
Lo último en la cola de espera
Por Nicolás Hidrogo Navarro
Hay una coincidencia plena entre todos los cultores y promotores de la cultura viva e inmaterial peruana: se vive lánguidamente una promoción con tabladillo melco, luces artificiales opacas y cortina de humo ingenua, pero sin sostén ni base. Hay fomento de actividades culturales, con pocos espectadores consuetudinarios y menos mecenas y patrocinadores. La promoción de la cultura camina a la deriva, sin brújula, sin timón ni capitán. La cultura está allí y a borbotones, pero a pocos importa. Lo esencial no necesariamente es lo más importante en un país de alfabetos disfuncionales, en un país que confunde fácilmente estar instruidos que educados.
La gente se pregunta ¿cómo es que se dan manifestaciones culturales a pesar de todo esto en la región Lambayeque? La respuesta es sencilla y compleja a la vez: por pura pasión y amor al arte, empujado por los mismos artistas. Así se dan manifestaciones de danzas, exposiciones pictóricas, musicales, decimísticas, iniciativas personales de preservación del patrimonio arqueológico, muestras plásticas y actividades literarias, con entradas libres. También teatro, títeres y musicales –con boletos pagados.
Tenemos aún tantas leyes y dependencias de nombre que viven con etiquetas administrativas de la cultura –ahora en plena fusión con el Ministerio de Cultura- que un extranjero leyendo sobre el patrimonio inmaterial peruano y sus manifestaciones creerían equivocadamente que tenemos un Estado patrocinador y una bien montada estructura para apoyo de la gestión y promoción cultural. Cándida idea.
La promoción y pervivencia de la promoción de la cultura en el Perú se sostiene sobre los hombros de los grupos culturales, que en su gran mayoría -98%- no están ni registrados en la SUNARP, no tienen minuta de fundación ni sus nombres están salvaguardados en INDECOPI: son como los selváticos no contactados, no tienen DNI ni ningún documento de la civilización, pero viven y se agitan, lo importante es que viven y hacen euforia y apoteosis con su arte.
En nuestra región Lambayeque, las supuestas dependencias que tienen que ver con la cultura están desarticuladas y fragmentadas y casi nadie cree que existen funcionalmente: El Instituto Nacional de Cultura, un órgano burocrático y receptor –amurallada como cárcel en los últimos tres años- , parecido a un entre privado que más se ha dedicado a vender cursillos de baile, manualidades, con graves problemas de manejo con peculado presupuestal, a pesar de su lastimero discurso que no manejan presupuesto –vaya, que si lo tuviera, a su regalado gusto-; un gobierno regional con una inexistente oficina de promoción de cultura y cero presupuesto; gobiernos municipales –Chiclayo-Lambayeque-Ferreñafe- con desparecidas áreas de Regidurías de Educación y Cultura –en la que nadie sabe cómo se llamaba, por ventura, ese regidor-, que ahora han trocado de nombre por Área de Turismo, con énfasis mercantil y perfil comercial; un Área de Identidad Cultural de la Dirección Regional de Educación, que hace lo que puede en el sector educativo convocando a raleados concursos de cuento, poesía, ensayo, estampas de identidad cultural –y en la que escasos profesores y estudiantes responden al llamado de sus UGELes-; y, las oficinas de proyección social de las universidades, tanto la nacional (UNPRG-Lambayeque) como las particulares, se han constituido en verdaderos solitarios castillos medievales con su puente levadizo de pozo, levantado y sólo hacen vida interior sin mirar alrededor como auténticos intelectualoides catatónicos.
El empresariado privado, a veces, resulta la única alternativa, pero, en su gran mayoría, tienen graves reticencias para apostar ¿Y qué ganamos apoyando a la cultura? ¿Cómo influye en nuestra imagen de responsabilidad social?, parecieran decir a la hora de responder un oficio o una visita de auspicio.
Con los medios de comunicación hay otro problema: contados son los espacios radiales, audiovisuales y escritos que dan cuenta de las actividades culturales desarrolladas y sólo un medio maneja una agenda cultural. Se ha adoptado la política comunicacional que cada grupo da cuenta de lo que hace y tiene que hacer sus propias notas de prensa, sus autorreportajes, sus entrevistas espejo, porque saben que a los eventos culturales no llega esta “prensa cultural”, inexistente.
Nuestra prensa lambayecana no sólo se ha farandulizado, en copia de la nacional, sino que se ha draculizado y frivolizado: para ellos, la noticia debe tener un hedor a sangre, un ícono de un rostro triturado, una calata de la farándula, un tufillo a chisme de callejón, un sabor a sirenazo policial, un eructo a político, un rastro de morbo y escándalo y perfil a corruptela política, sólo eso vende, sólo eso es pasible de un titular. A la muerte de un obispo es titular un evento cultural, lo que evidencia que no existe un afán de utilizar a la prensa como un vehículo de promoción a la cultura, porque como es vox populi, la cultura no vende, sino es un mero accesorio de vano oficio.
Con este sombrío panorama contextual, hacer y promover cultura es un verdadero acto heroico y una locura quijotesca. No existe una cultura de apoyo a la promoción literaria. No es rentable invertir en cultura, salvo en aquellas en las que las entradas se venden y se consume licor, para regocijo del negocio.
Mientras no se cambie la mentalidad de los políticos que ostentan el poder de turno en beneficio de la promoción de la cultura; mientras las entidades creadas como el Ministerio de Cultura y por crearse no sean saturaciones de burócratas que adornen los escritores, con prepuestos que cubran sólo su sueldo; mientras no se troque el concepto de “apoyo” mendicante por el de contribución de responsabilidad social obligada a favor de la promoción de la cultura; mientras no se cree conciencia de valoración del arte y las manifestaciones culturales en el sistema educativo formando estudiantes con conocimiento pleno de enjuiciamiento y extensión de las manifestaciones artísticas de su entorno local y global; mientras la prensa no deje de atosigarnos, en nombre de la libertad de expresión, de todas las trivialidades y banalidades de farándula y nimiedades de escándalo amarillezco y criminalidad exacerbada; mientras las universidades no dejen de ser islas autosuficientes fabricantes en serie de tecnócratas y burócratas desculturizados sin vasos comunicantes con su entorno; mientras no se produzca un cambio de mentalidad en las autoridades locales que el turismo es sólo la epidermis mercantil y que la promoción y manifestaciones culturales con su valoración y reconocimiento, es lo más importante como reafirmación de nuestra identidad; mientras ocurra eso, la promotores de la cultura y cultores, seguirán siendo una cuadrilla de parias y galeotes que caminan solitarios cual ilustre orate “Caballero de la Triste Figura” por estos andurriales de la geografía lambayecana.
"Entré a la literatura como un rayo; saldré de ella como un trueno"- Maupassant
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