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jueves, 13 de mayo de 2010

CUENTOS LAMBAYECANOS PICAROS Y CON IDENTIDAD-EL DIABLO CONQUISTADOR

EL DIABLO CONQUISTADOR
(Cuento)
Por Alex Miguel Castillo


En una de las numerosas noches que acompañé a mi abuelo a hacer guardia en el campo, vigilando el caudal de las aguas que llegaban a la chacra de su patrón para que éstas no suban a desbordar los cajones o por el contrario disminuyeran, vino a hacernos compañía un viejo amigo de mi abuelo, de aquellos que se reunían con él cuando eran muchachos y se iban de chacra en chacra buscando trabajo por largas temporadas. Este amigo de baja estatura y contextura gruesa; cabellos y bigotes blancos; pómulos abultados y ojos achinados, me saludó frotándome los cabellos y a mi abuelo tomándole con ambas manos su mano derecha y diciéndole: «Cómo has estado hermanito, qué ha sido de tu traviesa vida». Mi abuelo manifestó gran alegría al volverlo a ver después de tanto tiempo y yo, luego del saludo, no presté mayor atención a lo que empezaban a hablar porque no me pareció interesante escucharlos preguntarse por la familia, los amigos, etc. etc. Mi pensamiento en ese momento estaba en unas pepas de mangos que había sembrado hace dos semanas y que ese día por la mañana me habían mostrado unas tímidas hojitas verdes. En una semana volvería a la ciudad, a mi tierra, y le iba a decir a mi abuelo que por allí me cuidara las plantitas para que no las chancara algún despistado o se las comieran los pájaros. En eso cavilaba, cuando escuché la voz aguda y alegre del viejo. «La del diablo pues, el enamorador». Desperté mis sentidos hacia la voz del amigo de mi abuelo que le hablaba.
- En ese tiempo las culebras ya no andaban paradas.
- Ah, entonces es otra historia porque la que yo me sé es de otros tiempos, cuando las culebras todavía andaban paradas y no fue el diablo el conquistador sino el conquistado.
- Esa me la tienes que contar ah, pero ahora escucha. Vaya sobrino – dijo dirigiéndose a mí –, ya paraste las orejitas. Presta atención que esta historia me la contaron hace unos meses unos amigos negros de Zaña que una noche ¡dicen! se convirtieron en pájaros.
Hombres que se convierten en pájaros. Eso era maravilloso. Desde muy niño había escuchado algunas historias de hombres que por alguna maldición se habían convertido en pájaros. Lo que yo me preguntaba era porqué tenía que ser una maldición, si al contrario, yo lo veía como algo excelente y hermoso. Yo deseaba haber vivido en esos tiempos en que los hombres se convertían en seres voladores. Pero mi abuelo me decía que eso ya no era posible porque todo eso ocurrió en el tiempo en que las culebras andaban paradas; hace muchísimo tiempo. Pero ahora este amigo estaba diciendo que su historia se la habían contado unos amigos negros y que estos se habían convertido en pájaros, ¡Hace unos meses! Entonces, aún se podía. Bueno, todo el mundo no podía hacerlo, evidentemente; pero seguro que este amigo de mi abuelo tendría información que a mí me pudiera interesar sobre los hombres pájaros o pájaros hombres o como se les quiera llamar.
Iba a preguntarle cuando terminara de contar su historia, porque ya había empezado. «Ojala termine pronto», me dije en un primer instante, pero cuando volví a concentrar mis sentidos en lo que narraba, de inmediato dejé de pensar en otra cosa. «Así estaba la luna», dijo apuntando con un índice hacia la acequia de agua y casi sin quererlo yo ya estaba introducido en su historia.

Así la luna también se reflejaba en la laguna verde de Yampayec. Ya saben, la que hoy llamamos La tierra del Huerequeque, por las hermanas que se convirtieron en esas aves. Bueno, era noche de luna y la gente desde horas de la tarde estuvo preparándose para el jolgorio de los Peche Dinuñán. Se les casaba la hija menor con un mozo que después de haber ido a la capital para trabajar en el puerto cargando guano, había regresado con bastante plata. Ya esos tiempos se fueron, el guano se acabó, si no de repente hasta ahora los muchachos viajarían para allá a trabajar en eso. Ese muchacho se llamaba, si mal no recuerdo, Carlos Camalder y era de estas tierras sino que cuando se enamoró de la cholita, le prometió que trabajaría mucho para poder casarse con ella y una noche agarró su alforja y se fue en busca de fortuna y bueno, la encontró. Tres años estuvo por allá, tenía quince años cuando se fue, le llevaba dos años a la Jacinta. Los papás de ella estuvieron de acuerdo con la boda, Carlos era el primero que había salido a la capital y regresado bien, así que lo respetaban y dieron a su hija con todo el gusto posible. Carlos había conseguido un terrenito por aquí cerca y el futuro de la muchacha estaba más que asegurado. Todo el caserío sabía de la boda, algunos incluso antes que los padres de la novia.
- Ahora sí se casa el Carlos con la Jacinta – decían todos cuando vieron regresar al muchacho –. Viene bien engalanado, trae plata. Este mes tenemos bodorrio.
Estos sabían que los muchachos se querían y cuando supieron que Carlos se iba para Lima, todos presagiaron que si regresaba con bien era para casarse con la muchacha.
Los padres de Jacinta ya conocían a Carlos y se habían enterado de su viaje a la capital, pero no supieron, si no hasta el regreso del muchacho, de las intensiones de éste y del gusto de su hijita.
Todo estuvo listo en menos de un mes. La fiesta iba a realizarse en la propiedad de los suegros de Carlos; amplia era la propiedad que rodeaba la casa. De la cuidad, Carlos había contratado a un señor gordito que era la novedad de toda la provincia, tenía un tocadiscos que hizo bailar a todo el caserío. Se mataron dos terneras y la chicha la trajeron de Muchán de “La quiebra pecho”, así le decían a una señora que cocinaba chicha y que una vez se embriagó con su propia bebida pasándose la noche golpea que golpea el pecho de su marido. Todos se alegraban al oír noticias sobre los preparativos de la boda, alistaban sus mejores trajes. Sí señor, iba a ser un fiestón. Y así fue, hasta que llegó la media noche.
Sucede a veces que cuando escuchamos historias de hechos extraños, no imaginamos que cosas así puedan suceder a nosotros, ni siquiera a nuestro vecino. «Esas son historias de viejos», se dice. Pues resulta que si bien es cierto, algunos ya habíamos escuchado historias del diablo y su búsqueda de mujeres hermosas, nadie pensó que iba a llegar a nuestro caserío.

Créanme que yo también me hice la misma pregunta: «¿Nuestro caserío?» Pero no quise interrumpir. Él viejo siguió con su historia.

Entre los asistentes había personas de distintas edades. Dentro de los más jóvenes a Carlos se le contaba con uno de los más guapos. Pero de las mujeres, la más hermosa sin duda, siempre fue Jacinta. Desde niña era como ver un pedacito de luna en la tierra, caminando entre comunes mortales. Tenía los ojos de una montaña costeña y un pelo parecido a la castaña. La verdad era que con Carlos no hacía mala pareja y yo sé que se querían mucho, aunque parece que el diablo no pensaba lo mismo o simplemente no le importaba lo que sentían.

Desde luego, si era el diablo.

A eso de la media noche cuando todos los asistentes tenían música, comida y alcohol en el cuerpo y nadie quería descansar sino seguir fiesteando hasta que amaneciera, alguien llegó vestido de blanco. Era difícil que pasara inadvertido, vestido de la forma en que estaba, de los pies hasta la cabeza. «Un gringo», dijo alguien; otros pensaron que era algún conocido de Carlos, de la capital, pero como la mayoría estaban alcoholizados y más pensando en el baile, lo desatendieron rápidamente. Las que sí no dejaron de mirarlo fueron las mujeres, todas querían bailar con él, así era de hermoso el tipo este. Y él bailaba. Creo que llegó a bailar con todas las asistentes ¡Y qué bailar!, hacía unos pasos extraños que daban risa, pero bastante movidos. Primero bailó con las más lejanas hasta irse acercando a la novia y una vez que bailó con ella ya no quiso bailar con otra. Hasta la novia parecía encantaba por el gringo. Cuando bailaba con Carlos sus ojos seguían puestos en el extraño y el novio ni cuenta se daba; más era su alegría y el alcohol en el cuerpo. Él estaba inocente de todo lo que estaba sucediendo e iba a suceder.
Las amigas de Jacinta comenzaron a interceder por el extraño y le aconsejaban que no dejara de bailar con él y Jacinta cedía poco a poco. Y bailaron mucho rato hasta que no faltó alguien que empezó a sospechar que algo raro pasaba con el sujeto este. Primero le avisaron a Carlos para que llamara a su novia y bailara con ella, así lo hizo pero luego Jacinta volvió a alejarse y siguió bailando con el gringo. Habían pasado como dos horas y el gringo no había parado de bailar, sudaba a chorros pero no se quitaba el saco ni el sombrero. Una muchacha le quiso ayudar a quitárselo pero él no quiso por nada del mundo. «Uhm, raro este tipo eh». Hasta que sintió la necesidad de “ir al baño”. Entonces ese alguien fue tras él y tuvo que correr para seguirlo porque el extraño pareció esfumarse por unos algarrobos, hasta que lo vio quitarse la ropa. ¡Era el diablo! Tenía cola y unas alas inmensas. Se había quitado la ropa y comenzado a agitar sus alas para echarse aire. Después de todo sí sentía calor.
El que lo vio, regresó presuroso a la fiesta y no dijo nada porque, bueno quién le iba a creer. Entonces se sentó a meditar. Vio que el diablo regresaba a la fiesta a bailar de nuevo con Jacinta. «Se la quiere llevar», pensó instantáneamente. Y ahora cómo hacía para descubrir al diablo. Todas las mujeres estaban encandiladas con él y los hombres seguían bebiendo sin bridas y sin espuelas. Pero había una mujer que no le había prestado atención al extraño, era la tía Santos, una gorda fiestera que lo que más le interesaba en la vida era la comida y el baile, además del chisme. A esta mujer se le acercó el jovencito.
- Tía Santitos, a que no bailas con ese que está de blanco y le quitas el saco.
- ¡Cómo de que no, Julito! Conmigo va a bailar y le voy a quitar hasta el pantalón. Está bueno ese gringo.
Se le acercó caminando suavemente, lo tomó de la mano y le dijo: «Vamos a bailar, guapo». El colorado no quiso, se negó moviendo la cabeza e intentado recuperar su mano, entonces la tía le dio un tremendo tirón diciéndole: «Vamos a bailar hombre o me tienes miedo». Y empezó a moverse, que al diablo no le quedó otra que moverse también, pero de mala gana. La tía lo tomaba de las manos y le hacia dar vueltas y lo rodeaba y daba vueltas ella también y se iba para abajo y saltaba, levantaba las brazos, le ponía las manos detrás de cuello y le hablaba quien sabe qué cosas. En fin, el diablo se hacía el loco, todo lo que quería es que acabase la canción. «Tráiganme chicha», gritó la tía Santos y le alcanzaron la chicha de “La quiebra pecho”. Se sirvió una buena cantidad y luego le sirvió igual al diablo, éste no quería tomar, pero la tía era muy insistente. Así que el diablo bebió su primer poto y ya no paró.
Después, era cuestión de verlo. Cómo bailaba ese gringo. Ya se había aprendido todos los pasos de la tía y siguió bailando con quien quisiera bailar con él, pero la tía no lo dejaba libre tanto tiempo y bailaron mucho rato. Sudaba chorros pero nada de dejarse quitar alguna prenda, hasta que un par de horas después como a eso de las tres o cuatro de la madrugada el diablo seguía bailando y gritando dando vivas a los novios al igual que a la tía Santos y supongo que ya no aguantó más o ya estaba tan borracho que no sabía lo que hacía. Primero se sacó el sombrero y se echaba aire mientras bailaba, luego lo tiró por ahí y se quitó el saco.
No tenía ni un solo pelo en la cabeza, pero sí dos brillantes cachos que relucían por la luz de la luna, estiró sus alas y eran inmensas. Dio un aletazo y luego quiso abrazar con sus alas a la tía Santos que recién en ese instante se daba cuenta de quien era su bailarín. La tía pegó un tremendo grito de lora que despertó a los que se habían quedado dormidos y llamó la atención de los que seguían bebiendo por los rincones.
Todos lo vimos… ahí estaba el condenado. Sus alas de murciélago eran peludas. Él recién se vio descubierto después del grito de la tía Santos, pero estaba tan borracho que si dejaba de bailar se caía. Creo que no sabía si seguir bailando o tratar de detenerse. Trató de jalar a una muchacha para que baile con él y ésta se desmayó. Entonces el diablo cayó sentado. Algunas gentes se habían alborotado, gritaban, rezaban y corrían hacia todos lados. Pero pronto se dieron cuenta de la situación en la que se encontraba el diablo. «Así que enamorador ¿no?», dijo alguien por allí. «Ha estado bailando con todas las muchachas». «Hasta con la novia, creo que quería llevársela». «¿Está cojudo?», profirió Carlos olvidando la borrachera, al igual que la mayoría. «¡El diablo tiene la costumbre de llegar a los matrimonios para robarse a la novia!»
Ese diablo las empezó a ver negras y quiso pararse pero no pudo, balbuceó unas palabras que no se entendieron y la gente ya tenía palos y piedras y botellas en las manos. «Así que te gustan las novias de otros ¿no? Hoy vas a ver, carajo». El diablo comenzó a mirar cómo se le acercaban y empezó a gatear hacia la salida pero entonces todos le empezaron a dar de golpes, dale y dale. «Ayayay», gritaba el diablo y seguro que la lengua se le enderezó porque comenzó a decir: «Ya no lo voy a hacer, ya no me peguen». Y la gente más duro le daba. «Eso que me ha dado esa gorda me ha jodido. Ya no, ya no. Ayayay ayayay». La tía Santos ya recuperada del susto también agarró su palo y le empezó dar. Supongo que tanto habrán sido los golpes, que el diablo sacó fuerzas de donde pudo y arrastrándose logró salir del tumulto y parándose y cayéndose, corriendo y gateando pudo por fin volar hacia una vieja guaca y desaparecer sin dejar rastro.

Aquí, el viejo concluyó con esta historia. Se despidió de nosotros tan amable como cuando llegó y se alejó hacia el oriente diciéndome: «Nos volveremos a ver sobrino. Pórtate bien para que no te pase lo que le pasó a ese diablito». Yo, sentado, quedé como pegado al suelo; con mis preguntas ahogadas en la garganta. Mi abuelo bostezó de lo más sereno y cuando miré tratando de encontrar al amigo en la distancia, éste ya había desaparecido; solo distinguí una pequeña ave alumbrada por la luna llena volando hacia el mágico horizonte. En cuanto a mis dudas, no las despejé hasta mucho tiempo después, una noche muy parecida a la que acabo de contar. Pero esa es otra historia que les contaré en otra oportunidad porque en estos momentos ya me llegó el sueño.

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