Escribir en blanco y negro puede ser dañino para el ego
Por Nicolás Hidrogo Navarro
En el mundo de la literatura siempre ha reinado la patería y el autobombo, los halagos cruzados como cumplidos calculados de efecto bumerang, pero cuando alguien rompe con esa tácita complicidad y mafialidad, la canción suena bronco. Es casi una práctica política, cínicamente negar todo lo malo aunque la evidencia sea más que contundente: es una pasión negarlo todo y echarle la culpa a los demás, jamás tendremos el honor de reconocer nuestra culpabilidad y aceptar nuestro propio castigo, siempre moriremos como viejos cobardes, sin honor por esos lares.
En el Perú no tenemos cultura ni de la autocrítica ni de la aceptación de las opiniones ajenas. Al mirar los hechos pasados, la nostalgia y la añoranza los eufemiza o magnifica en la evocación del presente. Pero quienes tienen la manía de escribir cotidianamente generando retratos literarios, sociográficos, psicográficos, uno se subyuga al momento, porque el tiempo y la distancia dulcifican engañifamente las cosas. Acostumbrados a tantos casos de corrupción a megaescala como en la propia unidad familiar, nos hemos habituado a desorprendernos y justificar nuestros actos como “pequeños errores” y con el sambenito “errar es humano” y “él es así, qué le vamos hacer”, perfecta capa y alcahuetería para seguir actuando impunemente, hemos generado una cultura chicha de la viveza, criollada, sapería, achorería, picardía y los que sobreviven se levantan el triunfo del éxito personal sin pensar en los demás, esos son una nueva estirpe, un nuevo paradigma: son “los más pendejos”, porque “para practicar valores en estos tiempos hay que ser cojudos”. Cuestionablemente este nueva forma de justificar, pero rancia filosofía, maquiavélica, el éxito, económico, social, personal, –en la historia del Perú- no se ha obtenido, mayoritariamente, por patrones de capacidad y honestidad, sino por política y viveza, compadrazgos y oportunidad, arribismo y sobonidad.
En toda actividad generacional literaria, grupera, societal, circulera o cofrade, hay una historia oculta, la que no aparece de manera oficial, esa no nos la cuentan, esa permanece anónima, clandestina, confidencial, hasta que alguien se atreva a desatascar las compuertas de la íntima perplejidad.
La noche estuvo contrita, frígida y siempre tardante: empezamos a las 8.19 p.m., estando convocado para las 7.30 p.m. Siempre decimos la hora peruana o ahora rimadamente –por este remedo caricaturesco de presidentillo- : Hora Cabana = la gente llega cuando se le da la gana.
De los tres programados, sólo asistieron dos, pero la noche se hizo y siempre se hará aunque sea con uno, mística que analogiza la actividad literaria: la soledad.
A) Anders
“Cuando el sol se apagó”, es una historia con final abierto. Trabajando con un lenguaje sencillo, con frases hechas y con muchos cabos sueltos, es una crónica anunciada de un suicida por amor- La historia va flotando muy entrecortadamente, con saltos y tiene un tono autográfico, narrador en tercera persona, enuncia los prolegómenos de un desenlace trágico. La virtud del cuento es que genera expectativas, acumulando datos casi detectivescos y presenta al final el cuadro luctuoso, pero no se desarrolla, dejando al juego imaginario del lector. Con algunos descuidos de tildación y disrupciones narrativas, el cuento conmueve más por la historia que por el trabajo del lenguaje. Un inicio con muchos retos y mejoras para su autor.
B) Brander Gonzáles López
La narrativa de Brander ya está teniendo un sello característico: de estilo y lenguaje narratológicamente coloquial, anecdótico, jocoso y dicharachero, de connotación autobiográfica y oralmente familiar. Sus cuentos se circunscriben dentro de un neocostumbrismo picaresco que combina ágilmente la historia urbana con los títulos irónicos y el discurrir socarrón. En Posdata, mezcla el argot juvenil con la acumulación de datos autobiográficos, donde de manera escondida subyacen amigos y personas cercanas al autor. Se entremezclan dos historias, la del protagonista en primera persona, como alguien que lleva una vida díscola, juerguera y que es echado de casa y años más tarde regresa como hijo pródigo obediencia un llamado especial del amigo desde Chiclayo y la otra historia es la del atropellado, la del fantasma que escribe una carta con una postdata premonitoria despidiéndose de todos. El imposible real, pero no para la literatura, es que nadie podía haber escrito recientemente esa mañana una carta aún fresca y añadido una posdata y aún muerto: era el fantasma y la dosis truculenta que le incrusta Brander. Con un lenguaje coloquial y con un argot recargado de idiotismos. El cuento se afianza como una anécdota del aparecido, del misterio, del finado en pena.
En el cuento subyace y se fusiona el autorreconocimiento de una vida perdularia, la nostalgia juvenil del protagonista al volver a casa cual hijo pródigo, el rencor y la rectitud familiar, la añoranza de la camaradería de los “patas”, y fundamentalmente el sentimiento de fidelidad y respuesta inmediata al amigo. Historia urbana típica de una sociedad moderna, donde la familia opta por echar al vago de casa y este debe buscar una nueva vida o sucumbir en ella.
C) Nicolás Hidrogo Navarro
Nicolás comentando a Nicolás, el yo al él. En la microponencia “Recuerdos y notas para comprender la literatura lambayecana de los 90” se intenta hacer un testimonio de parte generacional. De irónico y afilado testimoniar se pretendió dar una visión criticista de los avatares, del quehacer literario de los 90 en Lambayeque, con testimonios casi inexistentes hasta el momento y que muchas veces sacan del cuadro al exponer los calzoncillos recientemente usados de sus protagonistas. El actuar grupal e individual, es contado más en blanco y negro que en foto a colores, bonita y digital. Es indudable que los 90 tiene más de un estilo, más de un derrotero, más de un figureti que quiso subirse al carruaje para que todos lo empujen y vaya allí arriba subido como Rey Momo haciendo sus piruetas cual arlequín y bufón. Ese contar desde adentro tiene un valor, pues es la percepción de alguien que estuvo en todo momento en el ir y venir y más aún si este contar no refleja ni patería, ni intento de edulcorar situaciones por demás harto conocidas por sus miembros, -obviamente en el silencio del temor a verse marginado-. La generación del 90 –la que algunos no le atribuyen ningún mérito académico ni propostivo, ni innovador, sino simple pose y egolatrismo juerguero de fin de semana,- cuenta con muchos trabajos dispersos y desconexos, pero también con mucha abulia, con poca mística literaria, con más sonido que instrumento musical que los produzca.
No se puede negar el sentido automarginal que configura a la generación del 90: hay marginalidad al no perseverar ni creer en tu propio trabajo de manera sostenida, creada, divulgada y valorada; y marginación, porque no contó jamás con el aparato publicitario ni de la crítica oficial capitalina ni menos de la divulgación e los medios de comunicación escrita en el contexto regional. Ni que hablar de apoyos de instituciones públicas y privadas.
Creo que el mismo Nicolás se comporta así porque ha visto y sigue viendo como se producen constantes divorcios entre el quehacer literario y la promoción literaria. No sólo se ha hastiado de la tremenda tergiversación de la juerga por la bohemia, del espíritu tribal con que se pretendió y aún se prende manejar el quehacer literario, en beneficio regalado de algunos y en anonimato de los otros, de aquellos que los ven como peones, que deben estar detrás o debajo del tabladillo, a veces con gran sadomasoquismo de los propios afectados.
La literatura es un gran compromiso colectivo, de autores y lectores, de instituciones públicas y privadas y autoridades que asuman responsabilidades conjuntas, dejarse de nimios individualismos y sectarios y comprender que sólo no somos nada: todos, grandes seremos.
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