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domingo, 23 de mayo de 2010

ESCRIBIR O NO ESCRIBIR

ESCRIBIR O NO ESCRIBIR

Por Nicolás Hidrogo Navarro
Como el viejo dilema hamletiano, el acto de escribir estética y literariamente, frente al pavor de la hoja en blanco representa uno de los dulces tormentos más grandiosos que se puede vivir en soledad y en absoluto misterio. No uno sino múltiples son las motivaciones para animarse a escribir, pero sólo una es la causa para dejar de pergeñar en las letras, imágenes, semas, símbolos y alegorías que se transformen en películas imaginadas en la materia gris: la muerte. La acción de escribir puede nacer de una motivación amorosa, de un intento de confidenciar con los otros anécdotas, de un arrebato pedante por demostrar a los demás lo que somos capaces de decir, un intento de monologar consigo mismo o un acto místico de conjurar la palabra y dejar en ella un espíritu chocarrero suelto hacia los lectores.

En los creadores o hacedores literarios, el acto sintomático del escribir, es un acto compulsivo y convertido en una necesidad primaria como comer, dormir, defecar. Este escribir no se limita a contar una historia como la contaría un lugareño o un decir como lo diría un despechado después de una lacrimógena cita. El escribir publicable y disfrutable estética y literariamente es un proceso visionario que combina la emoción, la pasión. La literatura, a diferencia de un texto científico denotativamente frío y objetivo, no es sólo comunicación, sino emocionalidad, arrebato y sorpresa, suspenso y emoción, novedad y impredecibilidad. Un texto literariamente bueno y de calidad mezcla dos cosas: el talento innato –sorpresivo, inexplicable, automático, genial-, y el trabajo tesonero de la refundición, de las mil y un barajas hiperbatoneadas de quites y aumentos lexemáticos.

Escribir no sólo es representar la realidad, sino ficcionarla, transformarla, crear mundos paralelos entre lo onírico, lo fáctico y lo experiencial, es licuar en un menjunje los hechos insólitos con los banales, las melancolías con los chasponazos de efímeras alegrías. Escribir es apagar la vela y prender la luz de la imaginación, es cerrar los ojos y dejar que la mano escriba junto a la luna algún verso remoto de estrellas o algún mítico relato perdido en alguna constelación a la deriva. Escribir es un acto humano y divino, depende cómo, por qué y para qué se escriba, quién y para quién se escriba.

Indudablemente todos, desde la escuela, hemos aprendido a “escribir”, nuestro nombre, la trascripción de los textos, la plana o la tarea con curvilínea caligrafía o con garabatos epilépticos, pero pocos han desarrollado esa capacidad de “escribir con la sintaxis y la estética admirable”, que exige como requisito lo que se llame literatura. Todos podemos escribir nuestras experiencias y cuitas, anécdotas y lamentos, pero no necesariamente le damos la connotación literaria. Escribir literariamente es escribir distinto a los demás, es sorprender en al sintaxis, emocionar en el acomodo de los verbos junto a los sustantivo y parchar con las conjunciones sábanas adverbiales que emanen un perfume adjetival. Escribir literariamente es salirse de la fila uniformada del lenguaje coloquial, es tomar la senda agreste de la innovación y diferenciación. Escribir literariamente es macerar la historia en el porrón del perfeccionismo sintagmático. Escribir literariamente es poner a fermentar a los versos a la luz del tiempo y a la baraja de las palabras hasta encontrar su gemido exacto. Escribir literariamente es hacerlo pensando en ella, pero también exihibible para los demás, es compartir la intimidad de tu alcoba y adornarla con mil y un vericuetos lingüísticos como cuando quieren sorprender a un invitado importante al que esperaste durante treinta años.

Puede que creas y sientas que jamás ganarás dinero escribiendo ni te conviertas en un archimillonario como una J. K. Rowling, puede que no vivas de la literatura muellemente como un best-seller en New York, puede que todas las editoriales te cierren la puerta ante tu ingenua propuesta de publicación, puede que todos te digan que eres un ocioso y vago alucinado, puede que nadie entienda ahora lo que escribes, puede que ahora nadie se percate a un kilómetro a la redonda de donde vives que escribas, puede que recibas una insípida opinión “está bonito” por compromiso o un “está feo” por celo-fastidio de tus colegas de escritura, puede que tus escritos nadie los encuentre debajo de tu cama después de muerto, puede que te consideren y te crean un orate por tu rara manía de leer y escribir, puede que hasta para desanimarte y bajarte la autoestima digan que escribes torpezas, puede que jamás aparezcas en un antología ni tus libros se exhiban en un librería de Barcelona, puede que tu novela o tu poemario nunca tenga un editor ni un crítico literario que te haga un prólogo, puede que no tengas amigos periodistas que te hagan publicherrys de tu vida u obra, puede que no te tente el plagio para autoengañarte y timar a los demás, puede que no mendigues el favor de un auspicio o te arrodilles ante mecenas, puede que no seas de los que escriben por pura pose o figuretismo, puede que no escribas por encargo o comisión de algún potentado, puede que no mezcles el arte con la política, puede que no seas escritor a la fuerza y publicarte con tu plata o de la oficina de un político amigo, puede que estén enterado que el peruano no lee ni comprende lo que deletrea y que el promedio de lectura esté en caída libre a 0.6 libros al año y contando, puede que se te acabe el papel o la tinta mientras escribes y no tengas ni para papel de despacho, puede que hasta tu familia eche a la pira tus sucios garabatos, puede que nadie lea lo que escribes, puede que te cierren los espacios donde acostumbraste y te iniciaste a leer y dejaste de ser un chunchito anónimo, pero ten en cuenta una sola cosa: escribir literariamente es exorcizarte a ti mismo y morirte sonriéndote de los demás.

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