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martes, 25 de mayo de 2010

LAS CRÓNICAS DE UN EXPLORADOR- SOBRE EL GESTO DE LA MONALISA

LAS CRÓNICAS DE UN EXPLORADOR

En la exploración de la naturaleza humana y de los inextricables senderos de la vida (siempre dotados de ironía, paradojas y dialéctica), Gilbert Delgado Fernández parte hacia la búsqueda de sí mismo. Que es decir, también, hacia el encuentro de una definición en su expresión literaria. Por eso ensaya con el lenguaje, con la extensión del relato, con la estructura, con el manejo de técnicas narrativas, con la selección de ambientes y de temas. Su experimentación y búsqueda no es vana. ¿No está escrito que el que busca encuentra? En “El gesto de la Monalisa”, presenta una atrayente diversidad narrativa: desde los reflexivos textos breves -que nos hacen recordar a los de Anthony de Mello (en “La oración de la rana”, por ejemplo)- hasta los relatos andinistas más sueltos y extensos en los que recrea el habla de la sierra, con todos los aspectos sociales y culturales que una variedad dialectal connota.

En su indagación de las cosas humanas, Gilbert encuentra la contradicción y la dualidad (la ira y la tristeza, la luz y la oscuridad, saber popular y saber académico, razón y creencia popular, voluntad y hado), la necesidad de orientarse hacia lo trascendente, la crisis del sistema educativo, una sociedad sin equilibrio, la falta de inteligencia interpersonal; pero, también, el amor (con un cierto aire metafísico) y el lado cómico de la vida (que traslada a la zoología y al mundo vegetal, en “Cosas de animales” y “Cosas de vegetales”, respectivamente). Delgado es un explorador de lo humano; pero, también de lo literario. Su mapa de ruta tiene, en este viaje que denomina “El gesto de la Monalisa”, 5 estaciones, todavía breves; pero ya con sorpresas y hallazgos importantes:

I: “A la búsqueda del equilibrio”.

En el relato “¿Quién rompió la carpeta?”, hay una indagación de la realidad interior de las personas, identificando un rasgo -¿sólo contemporáneo?-: la cadena del enfado, de la ira, en una alternancia de impotencia y de poder. Siguiendo a Osho, Gilbert escruta la génesis de un acto de indisciplina escolar: es la ira en escalera, desde el escalón más alto al más bajo. Desde esa lógica, el responsable del incidente no es el alumno, sino el director. El tema del enfado y la ira nos trae la frase de Ramiro Calle: “Ésta es una sociedad enferma porque no ama”.

En “Más allá del cielo”, retrata el terror de lo inminente y un acto reflejo típicamente humano: la búsqueda de Dios en el infortunio. Y cómo, también, una situación límite puede permitir avizorar lo trascendente; pero que, por desgracia, la tragedia frustra. Por eso el relato interpela al lector: “¿... qué tendría que pasar para decidirte hoy mismo a trasponer tus propias fronteras, a descubrir qué hay más allá del cielo”. Bien puesto el monólogo interior y el flash back. Y precisos 3 enfoques narrativos: del narrador, del actante y del lector interpelado.

“Amor y pedagogía” es la confrontación de 2 discursos: de padre e hijo, en que la sagacidad y argumentación de éste gana. Brillante diálogo en que la perspectiva lúcida del hijo se sustenta, precisamente, en las afirmaciones del padre.

“Las lágrimas de la Luna” es un relato con sabor a leyenda que despliega enfoques distintos respecto del valor del Sol y la Luna, todos convincentes (un mérito del autor). Al final, el texto configura una metáfora, una alegoría, de lo fútiles que resultan la soberbia y la vanidad, pues siempre se darán “de cara con la negra realidad”.

“Cuentan de un mendigo que un día”, parece indicar que el amor en la senectud es apenas recuerdo, nostalgia y no más. El hambre de amor y la orfandad actual de la raza humana se simbolizan en una anciana cuyo amor al nieto le recuerda el amor que un día perdió. La piedad que pide el “mendigo sin esperanza” no es, entonces, para la anciana; es para la humanidad entera.

II: “El lado reflexivo”.

Retazos de meditaciones, relatos breves, inteligentes pinceladas, siempre respecto de la condición humana.

1) “Verdades que matan”: Ácida ironía y golpe a la superstición.
2) “Mala hora”: Mensaje premonitorio o el augurio de las palabras y una tragedia precisa y despiadada. Bien logrado cuento breve que narra el trágico final de un idilio, donde el celular adquiere insospechado protagonismo y, al mismo tiempo, fúnebre connotación.
3) “Todo sea por mí”: La felicidad como recompensa; en especial, esa felicidad súbita, inesperada; pero bien merecida. Es la alegría que nace de un acto bueno surgido del amor paternal.
4) “El triunfo de la voluntad”: Afirmación convencida de que la Voluntad tiene más poder que el Hado (si es que existe) o, dicho de otro modo, se trata de la pugna entre la lucha del hombre contra el supuesto destino que le impone lo que no acepta. La vida no es algo que simplemente nos sucede; la vida es una historia que podemos ser capaces de crear.
5) “Amor constante más allá de la vida”: Expresa, con cierta metafísica, la fuerza y el misterio del Amor. Breve relato de amor maternal, no más allá de la muerte; sino “más allá de la vida” (en la dimensión de la eternidad).
6) “El astuto Enemigo”: La dualidad día/ noche; la permanente batalla de luz vs. oscuridad; y de cómo esta última actúa con maquiavélica astucia para captar a los incautos.

III: “Entre lo uno y lo otro”

1) “El burrito meteorólogo”: La oposición saber popular/ saber oficial, asociado a la humildad y a la soberbia, respectivamente. Y es que el verdadero saber académico sabe respetar y valorar el saber tradicional; máxime, si en no pocos casos la investigación científica concede razón a conocimientos ancestrales. ¿No existe, hoy, la medicina alternativa que rescata saberes antes despreciados por el dogmatismo occidental? Relato para la polémica, y con ingrediente humorístico.
2) “Tal haces, tal pagas”: Divertido relato acerca de un pícaro andino cuyo castigo revalida la vieja frase “Cosechas lo que has sembrado”. Loable el esfuerzo del autor por recrear el lenguaje de los pobladores de nuestra serranía.
3) “Rosca, rosquete, rosquetito”: Gracioso relato basado en una estampa serrana de Gilberto Díaz Torres -conforme indica el propio autor-. Presenta la casual revelación acerca de la debilidad de un don Juan Tenorio, más bien infortunado (debilidad que algunos psicoanalistas sospechan también, respecto de los donjuanes, aunque sin generalizar).
4) “Juégate con los santos; no con las ánimas”: Otro relato con tono andinista que presenta la oposición razón vs. creencia popular.


IV: “El lado sonriente”

1) “Cosas de Animales”: Excelente relato, elaborado sobre la base de una hábil y lógica concatenación de ironías y risibles paradojas; evidencia el humor e ingenio del autor.
2) “Cosas de vegetales”: Similar y complementario del texto anterior, con el agregado que indica Delgado (la colaboración de su hijo Darío Alexander).


V: “El desequilibrio: una amenaza”:

El relatos “Yin sin Yang”, expresa una crítica (que ojalá Delgado profundice en otra ocasión) al sistema educativo, y tiene, otra vez, ese fresco aire de relato a lo A. de Mello. Hay un cuestionamiento a los defensores de la supuesta modernidad que no hacen otra cosa que preparar “su propio final”. Critica a las publicitadas instituciones educativas que proclaman la vanguardia de los avances tecnológicos; pero que, en realidad, siguen anclados en el verticalismo y enseñanza tradicionales. En una sociedad alienada, hay quienes son conscientes de ser objetos de explotación (los menos) y quienes son “esclavos inconscientes” (los más). El título, Yin sin Yang, alude a una sociedad desequilibrada. Por otro lado, el cambio social se complica porque no hay “visionarios” ni “revoltosos”, porque los Medios de Comunicación devienen, más bien, en Medios de Manipulación (recuérdese los análisis de Noam Chomski, al respecto). El final inesperado del relato sugiere la necesidad del oponente, que es hablar de la unidad de los contrarios (¿no son las contradicciones motor de desarrollo?; pero, una sociedad libre y fraterna, ¿necesitará siempre de la lucha de contrarios?).

“Alma mutilada”, Ilustra las trampas de la mente; el cómo un interior suceso afectivo puede originar interpretaciones e ideas discordantes con la realidad. Al mismo tiempo, la terapéutica posibilidad de reconocerse tal sentimiento indeseable (“El que ve su propia oscuridad ya ve algo”). Hace pensar, también, en el necesario proceso -tan antiguo en Oriente- de pacificar la mente y el corazón.

Tal es el viaje literario que se propuso realizar Gilbert Delgado Fernández, con 5 estaciones, cada cual con su color y paisaje. Ha buscado escudriñar en el misterio de la Monalisa, que es explorar en las cuestiones humanas, que son, también, las del arte y la literatura. Y, para eso, ensaya temas y lenguajes, formas y técnicas narrativas; explora ambientes; arriesga recursos; oscila entre el texto breve e incisivo y el relato más detallado. Hay en el autor la necesidad de mostrar una pluralidad de perspectivas de las cosas, así como de identificar las dualidades y contradicciones de la existencia humana. No cabe duda, por otro lado, que uno de sus ejes temáticos es el equilibrio, en el individuo y la sociedad. La 1ra. estación de su viaje se denomina “A la búsqueda del equilibrio”; y la última, “El desequilibrio: una amenaza”. ¿Significa que la búsqueda fue infructuosa? ¿O indica, más bien, que su búsqueda personal del equilibrio continúa? Difícil tarea en un mundo que se caracteriza, precisamente, por el desequilibrio. De esa cruda y diaria constatación, le sobreviene a Delgado una inevitable angustia existencial, que es uno de los motivos de su trabajo literario, que ya muestra tramos de prosa notable y bien definida. En “El lado reflexivo”, por ejemplo, Delgado muestra un talento inobjetable para el relato breve que, ojalá, siga cultivando.

Pero, “El gesto de la Monalisa” evidencia, también, esas dos vocaciones tan intrínsecas de todo aquél que nace para la narrativa: la de ser un agudo observador de la humanidad y la de ejercer, lúcidamente, el derecho de crítica de la realidad, en aras del hombre nuevo y de una sociedad sin alienados ni alienadores.





Chiclayo, septiembre de 2009.

Pedro Manay Sáenz.

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