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jueves, 20 de mayo de 2010

EL INTELECTUAL ARTIFICIAL

EL INTELECTUAL ARTIFICIAL
Escribe: Nicolás Hidrogo Navarro


Cuando alguien escribe o habla quiere que lo vean o lo sintonicen stereamente sin chirridos; pretende persuadir y convencer, quiere hacer creer lo que dice como verdad primera y última, aunque aderece sus palabras de seudomodestia. Cuando alguien escribe o habla, expone y “esconde o niega” a la vez sus fobias, noias, sentimientos, aspiraciones y frustraciones. No necesariamente lo que alguien dice o escribe es absolutamente denotativo o connotativamente absoluto, hay en ello una mixtura: disfraza la realidad de mentiras y hace de las mentiras metáforas verbales tan truculentas capaz de mimetizarse con la verdad lógica, he allí la magia de la literatura, he allí el dilema del arte sentido o el arte construido artificialmente. Nos han hecho creer y cultivar una imagen errónea que un poeta es un ser sensible; un pastor evangélico un ejemplo de virtudes; y que un político es un ser comprometido y luchador por los pobres (por supuesto antes de llegar al poder). Cuando los escuchamos o los leemos nos causan esa impresión, nos subyugan, nos persuaden, subvierten en nosotros la impresión externa, desconociendo la internalidad oculta de su alma o sentimientos legítimos. Así se ha construido la imagen de nuestros héroes, así se ha leyendizado liderazgos ecuménicos y mesiánicos y se ha fabricado un halo de equívocos y de postizas percepciones desde la exterioridad, de los hombres que probablemente tengan una contrapuesta imagen oculta a la que muestran o la de que terceros se encargan de proyectarla pontificalmente. Todos tenemos más o menos una imagen formada de una personalidad sufriente del poeta universal César Vallejo, como el más humano, el más profundo encodificador y estructurador del alma andina y del pobre hombre. El panegerismo, utilizado como una estrategia motivadora al culto del paradigma de un autor, desde las escuelas, transitando por el colegio y la universidad, nos vende la idea que un poeta, un filósofo, un escritor, un dramaturgo, historiador o un héroe militar es un dechado de virtudes y cero defectos. Esa transmutación de canonización de hombre de carne y hueso a un ser digno de admiración, puede sufrir una decepción cuando se empieza a hurgar en el lado oculto y oscuro de los mismos. Cuando en el 2004 se difunden unas cartas inéditas sobre algunas intimidades de César Vallejo como un putañero en París y que caficheaba y frecuentaba algunas prostitutas y se dejaba entrever hasta la tácita causa que murió sifilítico, el mito del Vallejo doliente y humano (entendido como sinónimo de casi un ermitaño sufriendo de hambre en las calles de París), pareció derrumbarse en el paradigma pedagógico. ¿Cómo se podría enseñar a querer alguien con defectos y presentarlo como modelo y ejemplo de lo que debiera imitarse? Es indudable que ese fenómeno de endiosamiento y de mitificación, tarde o temprano sufre un colapso deceptivo y termina por bajarlo del pedestal de dios al exabrupto terrenal del humano.
¿Se puede ser buen poeta, escribiendo doliente, emocionado, sobre la belleza de las mujeres e instar al humanismo y ser en la práctica un misógino y misántropo a la vez? ¿Se puede ser un buen pastor evangélico que irradie carisma, benevolencia, virtudes, que exija y cuestione la deflagración de los valores mundanos y ser a la vez un pecador practicante en la intimidad de su hogar, un pedófilo, angurriento, amador de la riqueza? ¿Se puede ser un buen político que preconice y ensaye unas lágrimas por los pobres en una plaza y luego vaya a descansar en su mansión de plumas, comerse un lechón entero y dejar ahitado en su mesa suculentos platos que irán a parar a la basura y mirar de reojo por su ventana cómo un grupo de pobres escarba cual gallinazos sin plumas en la basura algo de comida? Esto es incongruencia total, es el discurso de fin de siglo y caracterizador del que inicia: el discurso hablado o escrito no es compatible con los actos, se pide lo que no se da, se critica lo que en potencia puede ser un defecto subyacente en el criticante; se predica lo que el predicante no cumple.
La cuestión es que ni el discurso hablado ni escrito se pude considerar ni una verdad ni una caracterización personal, ni de pensamiento e ideología. Así, no necesariamente un poema cargado de honda sensibilidad humana (y de encumbrada calidad estética) es necesariamente el reflejo de un hombre sensible, puede ser el camuflaje perfecto e ideal de un sociópata. Al contrario de lo que apunta la teoría lingüística y semiótica que el lenguaje es un signo que revela estados de ánimo, sensibilidad, humanidad; podría ser fácilmente revertida, puede ser también una posibilidad de escamotearse así mismo y timar a los demás: decir o expresar lo que no se es. Entones ¿es el arte la fiel expresión del sentimiento humano o sólo una construcción ficcional, más o menos calibrada de emotividades y mucho seso o excentricidad caótica y de celebrado genio elocutivo?
Cuando escuches o leas que un poeta exalta y se regodea adjetival y olímpicamente con la belleza y aspire una utopía o ensoñación quimérica, a lo mejor subterráneamente se siente tan esperpéntico dentro y fuera, a lo mejor quiere construir autodestruyéndose, a lo mejor quiere hacer catarsis intersubjetiva, a lo mejor no ama a nadie ni así mismo, a lo mejor quiere el mundo para sí sólo, a lo mejor dice la verdad de las mentiras: es bueno mirarle sus actos para ver cuán poeta es con la palabras que con su vida misma ¿O no tiene que ver que se sea un buen poeta y mala persona?. Total se puede ser un buen estructurador y alquimista de versos y amalgamador de bellezas volátiles que te deje encandilado y aún no termines de aplaudirle y admirarle, pero, a lo mejor puede ser el más vil pendejo del mundo.

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