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miércoles, 12 de mayo de 2010

9 asedios a la Generación literaria juvenil lambayecana de los 90

9 asedios a la Generación literaria juvenil lambayecana de los 90



Lic. Nicolás Hidrogo Navarro





El carácter de la literatura lambayecana de los 90 aún no está escrita. Carece de críticos, de reseñeros e historiadores y denominación, está virgen de estudio sistemático y serio. Existen ensayos y generalidades: intentos periodísticos sin un zoom reflectante ni testimonios de parte ni existe el suficiente objeto lingüístico compilado para hacerlo con rigor científico analítico-crítico. Pareciera prematuro hablar de una década recién ida, sin embargo median dos lustros, quizá uno más efervescente que el otro –me atrevo a sostener que el primero de la década de los 90- sin embargo no se puede dejar de hacer un balance cuando existen pruebas concretas: una ruma de papeles aún no saboreados ni impectorados. No se puede dejar mucho tiempo para escribir sobre algo que está oliendo a tinta, porque corremos el riesgo de que el tiempo haga primar la subjetividad de la nostalgia y todo el estudio no sea más que un panegírico de lo pasado, lo mejor.



Primero.- La generación de los 90 fue una generación huérfana de lectores –público estudiantil y aún más, especializado- y paria de publicaciones. Fue una generación plaquetera en poesía; folletinesca en narrativa; exigua de tiraje y flaca en resmaje; inédita y de chisponazos intermitentes; cosmopolita en su temática, deslambayecanizada, intimista y trivializada, con ribetes caóticos de absurdez e indefinición y falta de coincidencias colectivas en temáticas y propósitos. Fue una generación de faroleo que se avivaba ante la cercanía de algún concurso literario de alguna municipalidad, instituciones educativas, asociaciones culturales, el INC o el único perenne desde 1978: Lundero. Esta miniaturización fragmentaria de las publicaciones artesanales tiene una doble interpretación: permitió vislumbrar a poetas y narradores promesas en ciernes, pero también masificó de improvisados creyentes que bastaba sólo publicar el primer soplo surrealista para adquirir el derecho a ser “llamado o considerado poeta-narrador” o antologado. Confluyó el provincialismo con el seudouniversalismo, la expresión fácil y desnuda en su pura carne temática expuesta a tajo abierto como si no existiera la túnica de la estética; y, el estilo zahorí lleno de collage y clisés -que dieron origen a escandalosos descubrimientos de plagios-, el espontaneismo o sintomatismo sentimental produjo escasos trabajos estéticos dignos de estudio y quedar para la posteridad. El que escribía no sabía sustentar lo que hacía; el que leía no alcanzaba a fundamentar críticamente lo que le “gustaba” y aquello que “descalificaba”. No tuvo críticos alentadores ni medios suficientes de expresión abiertos para la difusión sistemática y la convocatoria, se dejó el barco de la cultura literaria a la deriva y cada quien a pulso de argonauta publicaba lo que creía que impresionaría a los demás. Fue una generación que no estuvo preparada para crear, leer y valorar connotativamente. Ni las universidades ni los institutos pedagógicos donde existía la especialidad de Lengua y Literatura estuvieron a la altura de la formación y demanda curricular de los futuros divulgadores y enseñantes de literatura.

Segundo.- No existieron “críticos”, hubo profesores o hacedores amigos, comentaristas o bombos de muleta o ariticuleros abstractos, genéricos con un cumplido de cherry de decir mucho de los amigos y aficionados que se habían esmerado en alcanzarle sus trabajos. Estos comentaristas escribían referencialmente sólo sobre el ruido que a la distancia le llegaba de los demás. No hubo química entre la generación cronológicamente adulta ni liderazgos ni apostolados de la cultura. No hubo Amautas ni Valdelomares, ni polémicas y rivalidades sartrianas-camusianas que avivarán el interés por la cultura literaria. Hubo –en el centro gravitante oficial, el INC-Chiclayo, alguno que otro visitante noctambulero crónico censor y asistente de eventos gratuito que hacían las veces del público más numeroso que el invitado esperado-; en pocos, amistades convenidas; en otros rechazos abiertos por la pedantería y la marginación exclusoria de la cofradía gestada por los poetas, mayores –de edad-. Fue una generación que vivió bajo el fuego cruzado de la descomposición política-social-moral, el espectáculo de la violencia social y la cinematografía rambolesca y el abandono de una política editorial centralizada en CONCYTEC, casi tan lejana y burocrática como querer tomar desde aquí –Chiclayo- un urbano para llegar al Palacio de la República. La Asociación Peruana de Literatura Infantil y Juvenil (APLIJ) jugó un papel decorativo y casi se convertía en una agencia de viaje y turismo cada noviembre en algún punto del país.

Tercero.- Fue una generación de estudiantes o aspirantes a profesores de Lengua y Literatura, Sociología o Derecho; en otros casos, autodidactas o simples juergueros en búsqueda de grupo. Expectante, más de los medios de comunicación que de la misma lectura, sin piedras de toque y sin mensajes de gobernantes ni difusores o embajadores culturales, con esporádicos encuentros con escritores nacionales (Bryce, Ribeyro, Antonio Cisneros, Cromwel Jara, entre otros. Fue una generación con arranques de subversión reprimida por el sistema y conformista porque había tantas cosas que hacer que no se sabía por dónde empezar prioritariamente ni se quería asumir los pasivos ni los retos del hacer. Fue una generación presentista y con mucha incertidumbre de futuro como lo fue la juventud de la época en general.

Cuarto.- El contexto que le tocó vivir a la generación de los 90 fue de una franca adversión y limitaciones: empezado por los estudios secundarios con profesores de Lengua y Literatura con metodologías de reseñas biobibliográficas, interesados más en los “mensajes moralizadores y simbolizaciones de las obras”, y despremunidos de herramientas de análisis lingüístico y estéticos, interesados en el pesado gramaticalismo y olvidados de la función creadora; una inexistente política editorial gubernamental encargada de patrocinar a jóvenes creadores; auge e invasión de la televisión como medio más atractivo de entretenimiento y una acentuada crisis de la lectura en todos los niveles de educación llámese secundaria y superior, jóvenes y adultos. Esto apreciado en que nadie leía por iniciativa una obra literaria en el colegio, sino era por el condicionamiento de la nota, libros que posteriormente dieron lugar al incremento de las librerías suelo o de libros usados que cíclicamente heredaban la necesidad de compra en estos intermediarios y sepultadores de las librerías formales, de exalumnos a alumnos.

Quinto.- El género más cultivado por esta generación fue el lírico, acaso porque lo más económico y factible de un autocosteo era la plaqueta a imprenta, estencil o fotocopia, lo cual tenía sus desventajas como que los jóvenes ansiosos por dejarse conocer y mencionar ante los comentaristas, se interesaron más en publicar a pequeña escala para repartir entre los comentaristas cada vez después del recital o del encuentro, con la esperanza del favor de la mención. Sin embargo, esto no fue así: esos papeles sueltos “de escaso valor monetario” terminaban traspapelándose y al poco tiempo salían de la papelera del baño al carro de la basura.

Sexto.- Si alguien deseaba ser comentado debía ser conocido y esa franquicia la daba Lundero, el INC u otras entidades, más escasas, pero sólo lo intentaría hasta los 25 años de edad –caso Lundero-, así que apurabas tu prueba de fuego si es que el bichito te había llegado tarde; de allí para adelante tenías que tentarlo en la nacional de COPE o de otras municipalidades fuera de la región o donde la edad no era limitante. Diríase que la generación del 90 sólo forjó coyuntural y efímeramente a “Argos”, “Círculo Nixa” de la UNPRG, “Javier Heraud” del ISP “Sagrado Corazón de Jesús”, “Ubicuos Malditos” todos ellos como grupo -y no individualidades como “Umbral”- activos con más intensidad casi desde 1991-1994, y “Arboleda” desde 1994-1998, en torno a los que se aglutinaron los hoy más representativos.

Sétimo.- Otra marca fue la falsa, injustificada, descontextualizada y desnaturalizada bohemia que adquirieron ciertos grupos, cuyas reuniones terminaban siempre en un “roncito” o yonque con gaseosa que terminó por desencantar a algunos, retirarse y trabajar solos, quizá ya con menos intensidad, oportunidad y publicidad de las muestras conjuntas. No fueron grupos cohesionados entonces por ideales y con proyecto sólidos de publicaciones, sino pretextos de escape a reuniones de amigos de fin de semana, casi fue pareciéndose a la reunión de esquina, atraídos, a veces, por la finta de comentario de algún libro exótico, promesa de publicación de un artículo o algún vocado femenino que quería curiosear. La carencia de un ideal y de objetivos de estas reuniones informales y a veces hasta habituales, arrojó mucho barullo pero poca música.

Octavo.- Todo lo que se publicó no necesariamente fue poesía ni logró el rango de cuento literario, fueron en su gran mayoría expresiones sentimentalistas -que poseemos todos.- y hechos anecdóticos caóticos más o menos trucados envueltos en un lenguaje sibilino, pero con desconocimiento de técnicas narrativas, estructuras lingüísticas coherentes que obedezcan a un plan y un efecto estético previsorio. En poesía, que fue el género predominante, se apreció el versolibrismo, el ausentismo de la métrica y la rima y del ritmo musical –caso raro fue Luis Hinojosa Valdera, quizá el único sonetista joven chiclayano-, previlegiándose el tema raro, abstruso, el absurdismo, la transgresión y la mariconería, la visión intimista cuyo efecto era la novedad de no ser comprendido buscando el cosmopolitismo universalista, sin serlo. Fue como coger una potente máquina y no tener la pericia suficiente para direccionarla y dejarse llevar por el vehículo sin dirección del control. Esto lo demuestra el carácter individualista y atemático recurrente.

Noveno.- La ausencia de toda alusión alegórica a la lambayecanidad, es una clara muestra del desarraigo terrígeno por el domiciliado circunstancial de gran parte de los jóvenes creadores y el poco interés y respeto que mostraban al incomprendido concepto de identidad cultural, como posición historicista y chauvinista que ya perdía la batalla ante la inminente globalización económica y la universalización de la cultura por obra y magia de la revolución de las comunicaciones que como una avalancha ruidosa se oía venir.

Testimonio de parte: Quizá este balance provisorio sea una aproximación desde adentro, desde alguien que frecuentó, activó, que estuvo pendiente de cada paso dado o dejado de dar. Si hubo mucho o poco hecho eso está dado, pero quizá esto dé pie, motive e invite a realizar un trabajo mucho más completo.



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