EL DÍA QUE BRUCE LEE, CLINT EASTWOOD Y JOHNNY WEISSMÜLLER SE BATIERON A DUELO EN BAGUA GRANDE
Por Nicolás Hidrogo Navarro
(Le dedico este cariñoso y nostálgico recuerdo
a mi padre, hoy gravemente enfermo.
Hoy no pude más con todas las melancolías
y tuve que expulsarlo
después de 32 años metido en mi cerebro).
Era un sábado de junio de 1978 en la tórrida ciudad de Bagua Grande. Tres cines coincidieron ese día en dar un menú fílmico imperdible y altamente competitivo.
Los cines de los sábados eran llenos totales en las zonas de ceja de selva del Perú. La televisión no llegaba aún (recién en 1981 todos se arremolinaban ante una caja que podía ofrecer imágenes en el día o la noche, allí empezó una agonía económica para esta industria y se perdió la magia del esperar pacientemente a las 7.30 p.m. para entre todos, socializadamente, ver una película después de una agotadora jornada laboral). Los entretenimientos de las revistas de los comics de la época (Tarzán de Edgar Rice Burroughs, las novelitas de cowboys de Marcial Antonio Lafuente Estefanía, y toda la retahíla de títulos de héroes de la época como Tamakún, Flash Gordon, Supermán, Batman, Kalimán, Águila Solitaria, Santos el enmascarado de Plata, Blue Demon, Juan sin Miedo, Valiente, actuaron como propagandistas naturales para pasar de la imagen fija a la magia del cine).
El Cine Dora, regentado por un tal Calincho Chinguel, era un cine en realidad rodante con una máquina negra movible, viajera, que hacía un circuito de proyección desmontable por Pedro Ruiz, Naranjitos, Chachapoyas, Rodríguez de Mendoza, Bagua Chica, Jumbilla, etc. Pero Bagua Grande era su fuerte con algo de 15,000 almas en la época. Caracterizado por pasar las películas más antiguas en un ecran de lona blanquecina desmontable y amarrada a dos postes, de 7 x 4 mt. Cobraba 20% menos que los demás cines y era por así decirlo más popular y más muchachero. Utilizaban unas sillas desplegables tipo circo. Se ubicaba en el coliseo deportivo de Bagua Grande, propiedad del Club Deportivo Utcubamba, colindante en el Puesto de la Guardia Civil, en plena avenida Chachapoyas. Su capacidad era para unas 300 ó 400 personas porque cuando se llenaba sólo el 20% de los espectadores estaban sentados, el resto de la muchachada estaba dispersos en las tribunas del coliseo, en el suelo o arrecostados en las paredes.
El Cine Tropical se ubicaba a unos metros laterales del Dora y movía el tremendo aparato anegruzcado un tal Ramón, un sujeto de poco hablar, engestado todo el tiempo, vestía pantalón palazo, unas camisas encopetadas y guayaberas, de colores parduscos, una gorrita de jóquey. Desde las 6.30 p.m. estaba un parlante con música de Leo Dan con “Esa pared”, los Pasteles Verdes con “Hipocresía”, Los Ángeles Negros con “El reloj”, Rabito con “Estrechándote”, Javier Solís con “Esclavo y amo”, Los Belkings con “Tema para jóvenes enamorados”, Los Doltons con “El último beso”, Los Pakines con su “Amor y fantasía”, Roberto Carlos con su “Amada amante”, Los Bee Gees con “Saturday Night Fever”, Tina Charles con “"Love Me Like A Lover", etc. Una caja metálica de 50 x 50 cm. escupía estas melodías hacia toda la calle polvorienta y la soporosa noche. Cuadrada, de color topacio con múltiples abolladuras por pedradas de los cinéfilos cuando este chilloneaba o se cortaba la función inesperadamente: el parlante pagaba el pato. Cuando iba a empezar la función lo trasladaban de la entrada hasta el fondo donde todo el mundo miccionaba entre los ladrillos y salpicaba al parlante porque no había baño. Era un cine fijo y su ecran era una pared blanquecina enlucida con yeso de Mórrope de 7 x 3.5 mt. Utilizaba unas hileras de bancas séptuples y tenía una capacidad para unas 100 personas. Pasaba las películas ultimitas y su especialidad eran las de Kung-fu, western, terror y porno. Allí zapateaban las caravanas artísticas de El Indio Mayta, La Pastorita huaracina, El Jilguero del Huascarán, Los Reales de Cajamarca, El Comunero de los Andes, Los Tucos de Cajamarca y alguna vez una chiclayana blanquiñosa de El Tamarindo hizo un reñido y morboso strip tease con luces rojas que escandalizó a todos. Aún no puedo sacar de mi mente la imponente y descomunal figura de una vedete nacional en camino al Cine Tropical, pasando a un metro de distancia de mis desorbitados ojos a lo La Zorra y el Cuervo y la propia baba del Eugenio de Condorito: Amparo Brambilla. Vestida ella con una malla negra licrada, unas botas altas de rocanrolera, maquillada con colores de pavorreal, fumando su cigarro Winston y mostrando todo su derrier de infarto. Todo el mundo quedó estupefacto con esa descomunal mujer, única por esos lugares, parecía una extraterrestre a su llegada con lentejuelas y cubretodo negro.
El Cine Grau estaba en plena avenida Chachapoyas pero distante casi a medio kilómetro de ambos cines del pleno centro. Era el más grande y se especializaba en películas hindús, de misterio, policiales. Era el único de dos pisos y disparaba sus imágenes con un tremendo maquinón desde unos 30 metros contra un ecran de 15 x 5 mt. Tenía una capacidad para unas 200 personas con cuatro hileras de bancas séxtuples. Era el más costoso, pero protegía totalmente de la lluvia a todos los espectadores, en una zona tan impredecible y pluviosa como Bagua Grande. Cuando no había películas allí hacían tronar sus guitarras eléctricas, sus timbales y sus órganos “Los Mirlos de Moyobamba”, “Los Cuervos de Rioja”, “Los Pakines”, “Los Pasteles Verdes”, etc. El maquinón de media tonelada de peso de ese cine era manipulado por un diminuto jorobado con camisa amarillenta y pantalón rata, nariz aflechada y de sonrisa gargantualesca. Jamás supe su nombre ni nadie lo sabía. Yo un curioso empedernido y memorioso no puede saberlo, hasta hoy.
La noche estaba muy bullanguera con harta cachema frita de los Santamaría que trasminaba por toda la avenida, cebada helada, helados de hielo, canchita, maní confitado y anticuchos de corazón, después de un día de 41Cº. Por la mañana aún seguía lloviendo, pero todos estábamos acostumbrados a que el sol seque el fango en un par de horas. Muy temprano apareció la cartelera de las películas, en los tres postes, uno tras otro, entre la Av. Chachapoyas y la calle José Santos Chocano. Todos nos arremolinábamos y la verdad que esas tres películas en un mismo día era un imposible verlas o dejar de verlas. A las cuatro de la tarde empezaron a salir los pregoneros en carros: Los del Dora dejaban oír el clásico grito de Tarzán (aaaaaaaauuuuuuuuuaaaaaaaaaaa); los del Tropical, ponían a todo volumen esa legendaria banda sonora inmortal de Bruce Lee que con tan solo escucharlo a uno se le enerva toda la sangre como para entrar en batalla, donde evoluciona in crescendo una tonadilla de guerra con un final de ladridos de perros; y, los del Grau soltaban esa musiquita del oeste fabricada por Ennio Morricone, con relinchos y trotes de caballos chúcaros y una intención vengadora del Joven. Increíblemente era la primera vez que tres cines anunciaban matiné, vermut y noche simultáneamente. Ese día pedí a mi padre la propina de todo un mes por adelantado e hice méritos en su peluquería, suficiente para estar libre desde las siete hasta las once de la noche de aquel sábado indeleble. Aún tenía 10 años y el cine era el mejor espectáculo que hasta entonces conocía por esos lares.
“El regreso del dragón” (1972) con Bruce Lee, “Por un puñado de dólares” (1964) con Clint Eastwood y “Tarzán y la mujer leopardo” (1946) con Johnny Weissmüller Kersch, fueron las carteleras que jamás nunca estuvieron en una misma noche compitiendo por ganar ávidos cinéfilos en la selva nororiental del Perú. Los tres cines ganaron y abarrotaron sus salas como nunca en seis funciones de sábado y domingo. Los cinéfilos baguagrandinos estuvieron a empujones en la cola de los boletos y turnarse para estar corriendo para ir a matiné al Grau, vermut al Dora y noche en el Tropical. Desde lugares tan distantes como Cajaruro, Naranjitos, Morerilla, Miraflores, Jamalca, El Salao, Ñuñajalca, Gonchillo, San Luis, hicieron del sábado y domingo la mejor fiesta del sétimo arte, cuando aún se debía esperar obligado la noche para ver una película.
EPÍLOGO:
Ninguno de los tres cines de la época de mi evocación personal funciona ya en Bagua Grande ni el cine Oscar que salió a fines de los 80 muy lujoso y prometedor. Con la llegada de la televisión y el beta en los 80, el VHS en los 90 y el DVD en los 2000 se acabó la función para estos colosos de las concentraciones masivas. Uno puede seguir re-viendo estas películas en calidad DVD o Blue Ray y hasta si se quiere las mismas películas, pero la magia del cine es que no es lo mismo ver una película en solitario –aun con tu canchita y tu chocolatito al lado para simular la ocasión-, por mejor que sea el equipo con imagen de plasma y un soundround, otra es verlo en un cine de manera socializada, es otro el sentimiento, la actitud y la emoción como espectador. Ir al cine era una manera de socializarte y encontrarte con otros cinéfilos, mirar nuevos derrier, siriar o pretexto de encuentro para encontrarte con la Margaracha, compartir las bromas de pegarles chicles en el pelo a los que se quedaban dormidos, asociar a un protagonista de escena con algún doble de algún cinéfilo en la sala, pegar grandes gritos y silbidos de reclamos cuando se cortaba el rollo, esperar el intermedio para comprar los chicles, caramelos, y mirar las caras de los que llegaron después del inicio de la peli. El cine es todo un arte del que se nutre e intercambian con la literatura: Le ayuda mucho a un narrador ser un cinéfilo, pues allí están las técnicas que funcionan tanto para el cine como para la novela: flashback, contrapunto, soliloquios, close up, desorden cronológico, el monólogo interior, saltos cualitativos, las cajas chinas, dato escondido, las mudas, etc. No olvidemos que muchas obras literarias han pasado al cine, trasvasadas y adaptadas en guiones cinematográficos. Cine y literatura son como la media y el zapato.
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