¿EXISTIÓ UNA GENERACIÓN LITERARIA EN LA DÉCADA DE LOS NOVENTA?
(Extracto de ensayo en construcción)Juan Montenegro Ordoñez
jotademar2000@yahoo.es
¿QUÉ ES UNA GENERACIÓN?
Obviamente, referirse a una generación, estamos refiriéndonos a un grupo de sujetos con existencia propia que ocupan un tiempo (¿Cuándo?) y un espacio (¿Dónde?), expresan un movimiento (¿Cómo?), tienen una causa (¿Por qué?), y anhelan una meta (¿Para que?). Estos sujetos que en algún determinado momento se reunieron, se agruparon y se juntaron, fue gracias a la similitud en sus inclinaciones estéticas (literatura, principalmente) o a la coincidencia de practicar una misma labor: El ejercicio literario.
Si nos remitimos al diccionario de la lengua española, entre otras acepciones que contiene la palabra “generación”, está la siguiente: “El conjunto de los coetáneos”. Coetáneos, en la lengua española, se refiere a las “personas o cosas que viven o coinciden en una misma edad o época”. Época, entre otras acepciones, es “cualquier espacio de tiempo”. Entonces, el conjunto de personas con edades coincidentes que ocupan un espacio de tiempo determinado, es el significado más entendible que podemos otorgar al vocablo “GENERACIÓN”.
Concluyendo, basta esta sola acepción, “el conjunto de los coetáneos”, para afirmar la existencia de una generación en la década de los 90 en la ciudad de Chiclayo. Pero a partir de aquí, pretender la misma afirmación de una “generación literaria”, ya estamos abordando otras áreas, mucho mas complejas que la coetaneidad y el espacio-tiempo.
El término “literario”, en cualquiera de los géneros, necesita de argumentos que lo expliquen, desde otros ángulos, para aceptarlo en su real dimensión. Dimensión, obviamente, que comporta una multidimensionalidad conceptual. Por ejemplo, los enfoques valorativos, epistemológicos, pedagógicos, culturales, políticos, económicos, y otros; son básicos y necesitan ser revisados para siquiera, aproximarnos interpretativamente a una acepción común y consensuada, que nos permita hablar un mismo idioma y lograr el entendimiento que de por sí, nos induce, toda actividad y tarea académicas.
El profesor Néstor Tenorio Requejo, identificándose con la concepción de “generación” que asume Ortega y Gasset —a quién cita—, nos da luces sobre este embrollo semántico; y parafraseando a Ortega y Gasset, nos explica en los términos siguientes:
“... entiende por generación a una elite, a un conjunto selecto de personalidades tocadas por el fuego del espíritu y, por tanto, encarnaciones de la Idea o del Bien, la Belleza y la Verdad” (Rev. Metáfora N° 1 Pág. 12)
Y más adelante, agrega:
“Mas bien, a manera de iluminar este asunto de la generación digamos que hay consenso en establecer siete condiciones que tipifican a una generación” (Op. Cit.)
Señalándolas, en este orden:
1. Coetaneidad o coincidencia en el nacimiento de sus integrantes, en un espacio no mayor de 15 años.
2. Homogeneidad en su educación o formación intelectual.
3. Trato humano o relaciones personales entre los miembros de la generación.
4. Acontecimiento o experiencia generacional unificadora.
5. Caudillaje o existencia de un jefe espiritual reconocido por la generación.
6. Lenguaje peculiar generacional de la generación.
7. Anquilosamiento de la generación anterior.
De entre estos siete puntos señalados, debo aclarar que el punto cinco (5), definitivamente, fue totalmente ajeno a los noventinos; y si se tratara sólo de ese indicador, es coherente manifestar que no existió la generación literaria del 90 en la ciudad de Chiclayo (evitando extender esta reflexión a la circunscripción nacional). Sin embargo, los demás ítem, sí recogen y expresan las características de la generación de los 90. Entonces, sí existió la generación de los 90.
Lo que respecta al vocablo “literario”, prefiero no inmiscuirme en sus acepciones, a riesgo de concluir en una intención académica difusa y dilatativa del objetivo central del presente escrito. Me atrevería sí, indudablemente, sin alejarme del diccionario de la lengua española, pretender una acepción inocua académicamente. De acuerdo al diccionario en mención, literario: se refiere a todo lo “perteneciente o relativo a la literatura”. Y literatura: en su acepción primera indica un “Arte bello que utiliza como instrumento la palabra”.
Siempre, con el afán de evitar toda confusión academicista, quito la frase “Arte bello” —porque sugiere una marca subjetiva muy difícil de consensuar— y me quedo con la ”utilización instrumental de la palabra”, escrita o hablada. En este sentido, literario, como actividad que implica la utilización de la palabra, reafirmo la existencia de la generación literaria de los 90 en la ciudad de Chiclayo. Si existió como tal. Expresó, entre otras cosas, una heterogeneidad muy marcada en su temática y en otras manifestaciones discursivas, pero existió.
Esta generación ocupó un tiempo, la década del 90; abarcó un espacio, Chiclayo; expresó un movimiento, grupos de reunión, de debate, de cooperación recíproca; tuvieron una causa, anhelo de difundir, publicar, expresar sus pensamientos, creencias y criterios estéticos en forma de cuentos, poemas, artículos y otros; y anhelaron una meta, editar una revista, una plaqueta, un volante, un mosquito, etc.; o en sus propias palabras: “darse a conocer”.
¿EXISTIÓ LA GENERACIÓN LITERARIA DE LOS 90?
Quiénes niegan
He preferido partir de una negación de la generación de los 90, como tal. Obviamente, a mí me resulta una percepción bastante radical y que no acepta discrepancias ni un espacio para medias tintas, la percepción de Marcel Velázquez Castro, por ejemplo. Su concepción es la siguiente:
Pese a padres putativos, rótulos infundados y algunas muertes sorpresivas: no existe una generación de los 90. Aunque no faltaron grupos literarios, grotescos movimientos y figuras tragicómicas, jamás se logró articular una propuesta integral respaldada por un conjunto de obras literarias significativas. Los mayores aciertos de la década son logros individuales y enemigos de toda comunidad literaria. (En: la cena de las cenizas: Novela y posmodernidad en el Perú contemporáneo)
Entendemos que la percepción de Marcel Velázquez haya una razón que la explica y la sustenta, como es la no concretización de una propuesta integral a través de una producción literaria, agregándole a esta producción, la condición de ser “significativa”; así como, la tenencia de “padrastros”, no de padres.
Tardaríamos siglos quizás, en lograr una connotación consensuada del termino “significativo” que utiliza Velázquez al referirse a la producción literaria de los 90. Desde la primera intención para elegir los indicadores que nos permitan sostener la “significatividad” o no de tal producción, hasta la construcción del real significado que implica el vocablo “significativo”, sospecho, no lograremos un camino sin conflictos y discrepancias donde cada uno valide y exprese su particular percepción del término en cuestión, hasta hacerla prevalecer sobre las demás de igual rango, importancia y legitimidad. Velázquez no reconoce que la ausencia de una propuesta integral pueda constituir la característica de una generación.
Martín Paredes y Ricardo Zavaleta, emiten una percepción similar:
Empecemos afirmando que no existe una generación de los 90, ni nada que se le parezca. Ante la aparición de la gran cantidad de obras, la crítica periodística (ejercida en nuestro medio con poca seriedad) pretendió ver el surgimiento de un movimiento o generación de narradores. Con criterio oportunista y facilista se quiso homologar y estandarizar a todo estos jóvenes escritores... nada más errado que etiquetarla como generación, ya que si algo pudiera definir a este grupo de jóvenes propuestas es su conformación heterogénea y las diferentes tendencias y voces que presenta. (Martín Paredes y Ricardo Zavaleta; Op. Cit.)
No sólo niegan la existencia de una generación de los 90, sino, que todo rastro, señal, indicio, pretensión o signo que sugiera lo contrario, también es negado y con la misma certeza y convicción que no da lugar a replica ni siquiera para otorgar el beneficio de la duda.
Y de una manera casi irónica y hasta con cierto rechazo a la labor periodística, culpan a ellos (los periodistas) por utilizar el término “generación” sin una razón académica que lo justifique, tan sólo movidos por un factor netamente emotivo por la aparición de una “gran cantidad de obras”. Sin embargo, finalizando el párrafo citado, al señalar a la heterogeneidad como una marca en el discurso de este grupo de jóvenes, están ya, sosteniendo la existencia aunque sea, de un grupo; heterogéneo, pero ahí está. Existe ese grupo, se manifiesta, hace presencia, actúa, deja una marca y expresan, lo repito, una heterogeneidad. Un conjunto de sujetos que practican una labor común: Escribir.
En todo caso, Paredes Y Zavaleta, asumen la hipótesis de no existencia de la generación de los noventa, a partir de una concepción de “generación” que a priori han elaborado y utilizan para concluir en esa afirmación. Básicamente, esta concepción de generación que ellos asumen, interpreto, necesita el requisito necesario y fundamental de “homogeneidad en el discurso”. Entonces, al no existir esa homogeneidad, no existe generación.
Otra versión (la tercera) que niega la existencia de la generación del 90, es la de Peter Elmore (Dr. En Literatura, limeño de nacimiento), en una entrevista concedida en el año 1999, declara:
... no existe una generación de los 90. Lo que hay es un momento de recomposición del espacio literario o del gremio literario –si tal cosa existe en el Perú–, y gente de distintas edades que, por ejemplo, hubiera podido comenzar a publicar cuando tenía veinte años, pero publica en los treinta. (Entrevista realizada por Agustín Prado y Marcel Velázquez Castro. Lima, agosto de 1999)
Otros son los factores que sugiere y toma Elmore, para negar la existencia de una generación literaria de los noventa. El elemento cronológico en las edades de los literatos y el tiempo en el cual deciden publicar sus obras literarias. Me atrevo a señalar que el autor insinúa la necesidad de una relación “tiempo histórico” (en la acepción común de la frase, no en la acepción Gramsciana) con lo que, a título personal, denominaría “tiempo-espacio individual”. Esta relación, no debería abarcar más de una década. En otros términos, Elmore, pretende concebir la edad cronológica de una persona, por ejemplo 20 años, como la edad precisa para publicar o difundir sus creaciones literarias. Pasada esa edad, el autor deja de pertenecer al espacio-tiempo histórico, siempre en el lapso de una década, y pertenecería a la década de otro espacio-tiempo. Se pertenece a la década en la cual se publica la obra literaria.
Alejándonos de esta discusión academicista que podría mostrar una coloración bizantina, Elmore, deja entrever un movimiento literario en la década en cuestión —los noventa— al que le niega el calificativo de “generación”, para otorgarle el denominado “recomposición del espacio literario”. No ofrece mayores características, desde su perspectiva, a esta labor o fenómeno de recomposición que él señala.
Quiénes no niegan
Por otra parte, Fernández Trujillo y María del Carmen, estudiantes limeños, sustentantes universitarios, se refieren a ella así:
“... en los noventa, los discursos épicos de protesta y reivindicación de décadas anteriores pierden consistencia y densidad y son reemplazados por la revalorización de la vida misma, la individualidad; llena de conflictos, violencia, incertidumbres, búsqueda de placeres para olvidar los malos momentos, y esperanza”. (Tesis: “Cine, Sociedad Y Cultura En El Perú De Los Noventa: Análisis Temático De Tres Cortometrajes Realizados Por Jóvenes Directores”. UNMSM)
Estos estudiantes ya señalan a la individualidad como la característica que identifica a la generación de los noventa, apreciación que, en ese sentido, se asemejará a muchas otras. Y más adelante, parafraseando a Venturo, Fernández Trujillo y María del Carmen, en su caracterización de los jóvenes de la generación de los 90, señalan que:
...era normal que a los jóvenes de los noventa se les tildará de displicentes con lo público político...(pues) la generación de los noventa ha sido catalogada también como la generación adversa a la crítica... En los noventa, sobretodo, el pensamiento crítico es asociado a la demagogia y al dogmatismo... (Op. Cit.)
Venturo, señala con mayor precisión y de alguna forma, entiende el por qué del individualismo, en la interpretación de Trujillo y Maria del Carmen, debido a la demagogia y al dogmatismo del que hacía uso el pensamiento crítico de la época. Desde ya observamos que la generación de los 90, en la visión de Venturo, sugiere y pretende dar paso a un nuevo tipo de pensamiento que sea, ante todo, “no-dogmático” y “no demagógico”.
Asimismo, puede entenderse, a partir de la lectura de los mismos párrafos, que esa época —la del noventa— la demagogia y el dogmatismo, fueron características típicas del pensamiento critico o del pensamiento académico. Razones que, entre otras —intuyo—, impulsaron que la generación joven, no necesariamente de manera intencional, asumiera actitudes y comportamientos —siempre desde el lente de Venturo— que suponen un espacio relegado y de segundo orden a las preocupaciones sociales, a la coyuntura, a la realidad observable, a los hechos sociales, a lo político, al poder, etc.; y en su lugar, priorizar sentimientos, sensaciones, anhelos y preocupaciones desde un orden estrictamente individual; quizás, de matices hedonistas, lúdicos, erotómanos, oníricos, etc. No niega a la generación en cuestión, sin embargo la señala como una generación adormilada o dormida, pero que de pronto, despertó, o la despertaron de su letargo después de tanta juerga y diversión, a espaldas de, y divorciadas de la coyuntura.
Otra y no muy diferente apreciación de esta generación es la que otorga José Carlos Yrigoyen:
... los noventa, un período chicha, en el que la dictadura adormiló a los poetas. Y ahora ellos son los hijos del terrorismo urbano, que por entonces no tenían conocimiento de lo que sucedía a kilómetros, salvo por uno que otro coche-bomba. Son poetas que no han tenido una perspectiva real de lo que pasó. (En: “Libertad bajo palabra”. Una entrevista por Francisco Izquierdo Quea; Lima, 1980. Publicado en Revista Quehacer N° 149)
Yrigoyen, releva el papel que jugó la lucha armada en la década de los noventa —“periodo chicha”—, fenómeno político que la generación de los noventa no la distinguió porque permitió que la “adormilaran”, por lo tanto, no conoció ni comprendió en su real dimensión a este fenómeno que marcó la década de los 90 en nuestro país.
A la generación de los 90, aclaramos, dentro de una gama de cualidades a las que se le ha relacionado, resalta la de “Individualista”. Una generación que prioriza su intimidad, sus percepciones y utiliza la subjetividad como unidad de medida para rechazar, apreciar o concebir las cosas, hechos, ideas y pensamientos; y postular o tomar partido por alternativas totalmente diferentes, cargadas con fuertes dosis de indecencia, rebeldía e informalidad.
Yrigoyen, se refiere a la lejanía o divorcio con la coyuntura que podemos hallar en la temática de la poesía de los 90. Responde así, a una pregunta que se le hiciera al respecto:
... el gran problema de la poesía de los noventa es su falta de conciencia ante la coyuntura. (Op. Cit)
Podemos interpretar este “divorcio con la coyuntura” como una de las expresiones del individualismo, típico en los jóvenes de los noventa. Al respecto, nuevamente, Fernández Trujillo y María del Carmen, sobre ello, se refieren de una manera más clara y entendible:
... que el individualismo está referido a la actitud indiferente de los jóvenes hacia lo público-político y la poca valoración a las organizaciones o a los movimientos contestatarios pues, dentro de su lógica, no constituyen los medios para integrarse y vivir procesos de movilidad social positiva. (Op. Cit.)
Y Sandro Venturo, parafraseado por Trujillo y Maria del Carmen, concluye en lo siguiente:
... Este individualismo en los jóvenes se expresa en su actitud defensiva frente a su animadversión y desconfianza a toda práctica política y en su yo responsable frente a su suerte y a sus metas para el futuro, metas concretas que debe cumplir en el menor plazo posible.(Op. Cit.)
A partir de esta cita, Venturo, deja entrever el papel poco serio e irresponsable que jugó la clase política por medio de sus organizaciones político partidarias que, se entiende, en su lógica de la lucha por alcanzar el poder, al no cumplir o defraudar las expectativas que ellas mismas crearon, propiciaron la génesis de un clima social sostenido en la desconfianza y animadversión, ante lo que, ellos fueron los más perjudicados.
En esos términos, cabe la utilización lógica del término “apolítica” para señalar una de las tantas características que expresó la generación de los 90. No, claro está, como sinónimo de “no políticos”, sino, no identificados con ninguna de las alternativas político-partidarias, existentes y operantes en el mismo espacio tiempo que ella ocupó.
Siguiendo con las apreciaciones de observadores de la ciudad capital (Lima), que hacen de la generación de los 90, partiendo de la conducta que ella asume en la ciudad de Lima; Martín Paredes y Ricardo Zavaleta, escriben:
La década del 90 se caracterizó -entre muchas otras cosas- por la eclosión de una literatura escrita por jóvenes y casi exclusivamente para ellos. Había llegado el necesario recambio generacional que revitalizó el campo de la narrativa peruana, ya que el panorama literario durante los años ochenta acusó la ausencia de jóvenes narradores (En: “Permiso para escribir”)
Otro lente es el de Antonio Sarmiento, quién, en su artículo citado líneas arriba (refiriéndose a la generación de los 90 de la ciudad de Lima), escribe:
“...esta hornada de poetas poseen, de manera colectiva, un sello propio que se da incluso, a través de la heterogeneidad y dispersión de estilos y tendencias por ello frente al rótulo-clisé de Generación del Noventa, nosotros anteponemos el término Poesía del Noventa...” (Op. Cit.)
Una vez más, el individualismo, expresado en forma de intimismo —una mirada al yo, una introspección unilateral, un Eros exacerbado, un ego, un amor propio, una explicación del mundo exterior, a partir, de mi intimidad—, es señalado como una de los caracteres de la generación de los noventa. Sin embargo, estos mismos autores, se refieren a la década del 90 para caracterizar y emitir opiniones del ejercicio literario que realizaron jóvenes en ese pedazo de tiempo; pero no reconocen la existencia de una generación que los agrupe a ellos y ellas, como hemos señalad anteriormente.
Sin embargo, “hornada”, por enésima vez, identifica a una generación, a una agrupación de sujetos que, aún heterogéneos y dispersos, constituyeron y dieron vida a la generación literaria en cuestión. Esta y otras voces ya indicadas, discrepan y contradicen a las voces que niegan la existencia de una generación literaria de los 90; como son las voces de Marcel Velázquez Castro, Martín Paredes y Ricardo Zavaleta (coautores), y Peter Elmore.
En otros términos, heterogeneidad que otorga una rara y extraña, insólita “homogeneidad”. Tal vez, podría expresarlo de otra manera; los sujetos de la generación de los 90, son partícipes de una heterogeneidad ideológica, pero que les propicia una homogeneidad —en las palabras de Rocío Silva Santisteban— del “aura estética”. Los divide la ideología y la política, pero los acerca esa inevitable y poco comprendida quizá, “banal, fugaz”, atracción por la estética y el cultivo de la belleza. Ella nos señala:
Sin duda lo que une a estos jóvenes escritores... es un aura estética. No se trata de un lazo unívoco a partir de la vivencia apasionada de una propuesta ideológica o política, sino simplemente de un sentimiento banal, fugaz, trágicamente superficial y dionisíaco. (En: “La novela joven. Una propuesta”. URL: http://www.desco.org.pe/publicaciones/QH/QH/qh116rss.htm )
Los noventa en la ciudad de Chiclayo
Retornando a la delimitación espacial del presente escrito (Chiclayo), subrayo que se tomará en cuenta el movimiento que expresó la generación del 90, en la dimensión de colectivos (grupos o también denominados círculos literarios), no de individuos. Bajo esta referencia, cabe mencionar a los colectivos: ARBOLEDA (1993), DKVSA (1997), ARGOS (1991), UBICUOS MALDITOS (1991) —los años que señalo entre paréntesis, indican el año en el cual aparecieron—.
Estas agrupaciones son nombradas porque se manifestaron en la ciudad de Chiclayo, específicamente. Quizás pudieron existir otras fuera de esta circunscripción, pero el autor no ha tratado de confirmar esta suposición, mas allá de entrevistas informales y superficiales, dirigidas a los sujetos que conformaron las agrupaciones ya mencionadas o a otros personajes de generaciones anteriores, llamados “los viejos”.
Joaquín Huamán Rinza, en su artículo “La poesía de los noventa ¿Continuación de una tradición?”, se refiere a ellos así:
“... encontraremos heterogeneidad entre ellos. Las diferencias de estilo saltan a la vista, cada cual marcha en busca de su propio derrotero y la irradiación de esa individualidad es ser cosmopolita” (Rev. Metáfora N° 1, Pág. 7)
Desde ya puede notarse la individualidad como una de las características de los noventinos, en la percepción de Joaquín Huamán, percepción que no es única y que, coincidiendo con otras, le otorgan la debida veracidad. Es más, “Ellos” en esta cita, señala a un colectivo, un grupo, una sociedad, una generación.
Estos sujetos coetáneos de los 90, que antojadizamente llamo “noventinos”, se agrupaban en distintos lugares y en una secuencia casi regular, en algunos casos (ARBOLEDA y DKVSA, por ejemplo), para compartir sus creaciones, en forma de lectura silenciosa o a viva voz, en manuscritos, en plaquetas o digitadas informalmente. A esta tarea, se sumaba la de “crítica” que del mismo modo, y sin ninguna norma formal, hacían uso los presentes a viva voz, de preferencia, o por escrito (ARBOLEDA y DKVSA, por ejemplo), de las propias obras que ellos daban a conocer; en otros casos, la crítica también iba dirigida a los autores. Y no sólo eso, también se ocupaban de obras de generaciones anteriores y de personajes ya reconocidos nacional o internacionalmente, compatriotas y foráneos, pero no constituyó el eje central.
A raíz de estas actividades, se entablaban debates encendidos y discusiones que, en algunos casos, se hacía partícipe al elemento ideológico, llegando a constituir, éste —en contados casos— el elemento central y factor de cohesión del grupo en el debate. Sin embargo, no se llegó a elaborar y emitir algún tipo de manifestación que presuma de contener el ideario colectivo del grupo, referente a las consideraciones que se pudieran tener sobre el quehacer literario, ya sea en la localidad, en la región, en el país o en el mundo. Hubo sí, más de un intento en ese sentido (DKVSA, por ejemplo, en el primer número de su publicación que llevaba el mismo nombre), sin embargo, incluso habiendo editado y difundido algún escrito que presuma de expresar ello, no alcanzó mayor connotación ni la sociedad le aportó la seriedad que, se supone, este tipo de difusiones merece. Quizá, relativamente, pudo haberlo logrado; en todo caso, fue un logro sucinto, fugaz, casi imperceptible.
Por su parte, Nicolás Hidrogo, en sus “9 Asedios a la Generación Literaria Juvenil Lambayecana de los 90”, se refiere a los noventinos, así:
“Fue una generación de estudiantes o aspirantes a profesores de Lengua y Literatura, Sociología o Derecho; en otros casos, autodidactas o simples juergueros en búsqueda de grupo”.
Años después (abril del 2004), Nicolás Hidrogo, fortaleciendo su percepción de los noventinos, escribirá lo siguiente:
“En realidad la generación de los 90 es una generación subterránea, y en algunos casos clandestina del margen oficial, con un ensortijado de pose, exhibicionismo, llamada de atención, figuretis, pero existió... Fue una generación predominantemente poética y articulera, de recital y de juerga... muy dividida y soberbia... noctámbula...pero también incursionó en la narrativa” (“Literatura de los 90 en Lambayeque”. En Rev. Metáfora N° 1 Pág. 3)
Y en el epílogo de su libro “Generación de los 90 o Generación Plaqueta en Lambayeque”, Hidrogo, en mi apreciación, construye una descripción bastante exacta de esa generación literaria de —y desde— la ciudad Chiclayo. Escribe:
La generación literaria de los 90 en Lambayeque fue una generación inmadura para el éxito, desorganizada, mediática, juerguera, humera, efectista, de pose, cargada de odios y rencores cismáticos que no conocieron líder alguno porque no sólo se sentían huérfanos de influencias, lectores, mentores, exegetas, mecenas y público, sino también huérfanos de unidad y solidaridad humana y respeto por lo que cada uno aportaba. (Op. Cit.)
A este punto y después de tomar diversos textos escritos por Nicolás Hidrogo, vale resaltar que él, se ha erigido y constituye uno de los autores “noventinos” más dedicados a describir, estudiar y escudriñar, desde su óptica propia y particular, las actividades y presencia de la generación literaria de los 90 de la ciudad de Chiclayo; y no sólo eso, sino que se atrevió a difundir y publicar sus conclusiones e hipótesis.
A su turno, Luis Heredia, un integrante de la generación de los 90 de la ciudad de Chiclayo, sobre ella, anota:
En los poetas y escritores “emblemáticos” de esta generación denotamos una actitud de engreimiento que solo lleva a perpetuar la maquinaria voraz del snobismo literario, llegando a la “pose” y al “desmadre” total, perdiendo toda perspectiva, todo horizonte, centrándose básicamente en aspectos domésticos... (En: “¿Poesía del Desencanto o Poesía de la Apatía?”. DKV S.A. N° 1, Pág. 3. Chiclayo, octubre de 1997)
Para Heredia, la generación literaria de los 90, fue una “generación doméstica”, permitiendo talvez, que el snobismo literario se apodere del espacio que se supone, sólo a ella le corresponde copar. Sin embargo, individualismo, es un término que nos permite construir distintos y diversos enfoques, a razón de la flexibilidad que conlleva su acepción. Algunos lo relacionan con egoísmo y perversidad; otros, con impotencia e ignorancia, miopía social, ineptitud, y hasta con estupidez. Nunca, con solidaridad, cooperación ni identificación de cuerpo o de pertenencia social.
El periodista y poeta, Larcery Díaz, residente en la ciudad de Chiclayo (citado por Joaquín Huamán), se referirá a la generación noventina en los siguientes términos:
“Son de una rebuscada sencillez y deliberado descoyuntamiento del verso, con nuevas fórmulas literarias que aparecen como si sus autores quisieran fugar de lo estrictamente poético... se han atrevido a buscar un nuevo lenguaje, un nuevo espíritu a la poesía lambayecana” (Rev. Metáfora N° 2 Pág. 7)
La particularidad en esta visión de la literatura noventina, y que contrasta con las otras, es que la relaciona con una búsqueda de la identidad de la poesía lambayecana.
Por ejemplo, un par de años atrás, escribí un primer artículo (que en ese entonces, lo identifiqué con el intento de un ensayo sobre los noventinos) y después de muchas dudas y de saltar ociosas cavilaciones; en el cual, en uno de sus párrafos, expresé lo siguiente:
“El temor a sí mismo, el deseo carnal, el aburrimiento, la apatía, la anomia, admiración hacia el anarquismo, el ateismo, la contranatura, los alucinógenos, la bohemia, la imitación fácil, la transculturización rimbombante, etc. Caracterizan y colorean la producción literaria de los 90, en la ciudad de Chiclayo” (“Ideología y literatura de los 90. Caso Chiclayo”. En Rev. Metáfora N° 1 Pág. 6)
El profesor Dandy Berrú Cubas junto a otros, se suma a las voces que admiten la existencia de una generación literaria de los 90 en la ciudad de Chiclayo; respecto a la temática tratada en sus debates y tertulias, la describe así:
“Pero las conclusiones a las que se llegaba... era de disconformidad, rebeldía reprimida contra el sistema, así como de acentuado desencanto” (“A propósito de los ARBOLEDA y sus ‘Cantos de Ahora Mismo’”. En Rev. Metáfora N° 1, Pág. 2)
Si existió o no, la generación literaria de los 90, es una inquietud que demanda a quienes se atrevan a responderla, señalar anticipadamente, el enfoque académico-epistemológico desde el cual abordan su apreciación, así como el marco teórico-conceptual que utilizan para justificar su discurso. En caso contrario, toda respuesta dada, podría no constituir una contribución favorable a su aclaración.
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