La literatura pascasmayina a tiro de misil
Por: Nicolás Hidrogo Navarro
La literatura de provincias conserva aún el sabor de terriginidad, compromiso y una argumentación temática más concreta. Hay un predominio del fondo sobre el trabajo de las formas y estructuras narratológicas y el manejo de las técnicas de imbricación lúdica y complicidad-reto creador-lector.
En En la puerta del infierno hay una nítida denuncia social, una preocupación moral e ideológica, histórica y se palpitante actualidad: los estragos de la guerra en el medio oriente a raíz de la desigual, abusiva y arbitraria guerra norteamericana-iraquí.
Con un lenguaje directo, llano se construye y simboliza en un drama familiar de Samaria, todo el horrendo vivido por una población que nunca deseó tener el más mortal de los tesoros: el petróleo, verdadero motivo de esta insanía escondida bajo lemas de “en defensa de la libertad y la democracia”. Es obvio que la intención del cuento es suscitar en el lector una mirada más humana y literaria que la que esconden, maquillan o distorsionan los medios de comunicación atemorizados, silenciados y digitada por el sistema global del capital.
En el cuento sobresale la descripción, la atmósfera de terror, contaminación, muerte por doquier y una añoranza histórica del que todos tenemos de Las Mil una noches y Simbad el marino, cuentos que nos hablan de las magnificencias de una de las civilizaciones matrices más esplendorosas, fastuosas y ricas en mitos cosmogónicos e históricos, leyendas y tradiciones, pero que hoy gracias al fantasma norteamericano de la guerra, se ha convertido en un país intervenido, agredido, masacrado (cómo se siente que alguien venga desde muy lejos para hacerle siempre, entrando a la casa de cualquiera, casa buscando cualquier pretexto y hacerle la guerra en casa ajena y nunca ser atacado en su propio territorio).
En la puerta del infierno, es un cuento-crónica que busca sensibilizar, hacer reflexionar y tomar partido por la paz o la guerra y a través de una historia cambiar el periodismo falaz, disfrazado y timorato, por la literatura humanizante. Sin apelar a la precisión y rigor denotativo de la historia, adopta a la exquisitez y perdurable forma literaria. No sólo es un cuento pedagógico para niños, jóvenes, y el poblador común y corriente, sino que apunta a llegar a quienes tienen el poder de dar una orden de disparo de un misil o a los que tienen el derecho al veto de no agresión a la indefensa población civil. Es un cuento que lejos de enternecernos, nos deja serias responsabilidades de conciencia social, orden moral y una gran pregunta flotando ¿y qué podemos hacer desde nuestra condición y situación para impedir que más guerras terminen por autodestruirnos?
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Las historias de pescadores desparecidos entre las turbulencias y la guadaña azul del mar, durante las faenas de pesca, son noticias de todos los días, desde Tumbes a Tacna. Cada puerto tiene sus historias, sus personajes epónimos que dan vida a un imaginario colectivo tan rico desde épocas inmemoriales. El mar es una fuente inagotable productora de historias: versos, leyendas, películas y dramas sin fin compiten con lo inconmensurable de ese mundo húmedo y azul.
El llanto del ahogado, es una patética tragedia real convertida en leyenda, enriquecida y acicalada con la magia de la literatura por Willy Salcedo. En él se funde la tradición de lo inexplicable de las apariciones de las almas en pena y la realidad cotidiana de naufragios que se cobra el mar como tributo a la entrega de sus riquezas ictiológicas.
Conmovedoramente el Masca Navaja, es el héroe que, en la adversidad, muestra su grandeza humana: dar y exponer su propia vida para salvar a los demás, un valor excelso venido a menos y casi reducido a la rareza., hoy.
El llanto del ahogado, tiene la virtud de mantener mucho dinamismo descriptivo, una acción permanente que se asemeja al propio frenesí de las olas del mar y los angustiantes momentos finales de los protagonistas. Pero también pretende fusionar la leyenda con la realidad al asocial el cementerio (lugar donde yace el héroe de la historia) y “El techito” y “El faro” como lugares turísticos existentes como símbolos de la grandeza de sus pescadores locales. La historia sigue allí palpitando broncamente, la alerta y el llanto pueblan la nocturnidad de la arena, la brisa trémula y el oleaje que lleva y traen los gritos secos de personajes que literaturizados, pueden alguna vez sorprenderlo y he aquí la explicación de ese llamado extraño que los desavisados pueden sentir.
Lambayeque, junio 12 de 2006
TEXTOS COMENTADOS
EN LA PUERTA DEL INFIERNO
(OBRA GANADORA DEL I PUESTO EN EL I CONCURSO DE JUEGOS FLORALES REGIONAL INTERINSTITUTOS ORGANIZADO POR EL ISPP “DAVID SÁNCHEZ INFANTE”)
¡Me estoy ahogando!, ¡Ay qué dolor ! ¡Me estoy muriendo!…diles que no me alcancen con sus misiles.
Son los ruegos, son los clamores, son los ayes lastimeros de Samaria que corriendo trata de huir del estruendo de los misiles portadores de muerte. Sin detenerse, sin mirar hacia atrás como el viento al septentrional. A lo lejos, con los ojos medio llorosos, tupidos de polvo químico, logra ver el perfil de su casa, cerca de una torre, donde el bisectriz concuerda con un hermoso y monumental palacio. Vestido de harapos, su corazón palpitaba rápidamente como el de la abeja ante la sustancia de una flor. Haciendo un gran esfuerzo, llegó hasta la puerta y la abrió siendo recibido por un profundo silencio. Entonces fue cuando se dio cuenta que de su brazo brotaba sangre a causa de un corte profundo, aparentemente no había mancha alguna, pero notó gotas de sangre coagulada en los bajos deshilachados del pantalón.
Su rostro enrojecido, las encías teñidas de sangre, los pelos desgreñados hacían resaltar más sus ojos de pupilas de tierna gacela aprisionada, negras pupilas habían subyugado al infierno.
Samaria había estado jugando a la pelota con sus amigos, cuando sorpresivamente un explosivo les vino encima destrozándoles miembros despojándoles ilusiones. Milagrosamente él esquivó la muerte arrastrándose y adolorido se abandonó a su suerte. Una gran duda afloró en su conciencia al recordar estas palabras: “No hay más que un solo Dios Aláh: El clemente, el misericordioso, Soberano en el día de la retribución, Salvador…”. ¡Salvador!, exclamó, ¿Qué salvador?. Si así fuese no hubiera permitido la peste; pero, ¿quién soy para contradecir a mi señor?; sin embargo no hace nada para detener al malévolo yanqui, incapaz en su lucha contra OSBINL, pero letal con su maravillosa ciudad ahora convertida en escombros y visitada por la muerte, la soledad y el hambre.
Su humilde madre, lo acogió en sus brazos y mientras le curaba sus heridas le preguntó: “¿mamá por qué continúa el sufrimiento?... ¡Niños nacen, niños mueren y niños que sin nacer también mueren. Esta es nuestra realidad, hijo, le respondió. Confundido, no entendía lo que su madre le había respondido y más bien pensó en Dalila, su hermana menor y en Mahamet, su hermano mayor, quien seguía las enseñanzas de El Corán con fervor y convicción inquebrántables y amaba a su pueblo con enteresa y osadía, sentimientos que le motivaron a pilotear un avión suicida contra las tropas angloamericanas posesionadas por la fuerza en territorios de Shat -el- Arab.
Samaria vivía en una vieja y polvorienta casona. La ausencia del padre, muerto durante los primeros ataques de las tropas invasoras, era notoria. En la casona reinaba el abandono: Mesa con platos y cucharas sucias, salpicadas de partículas negras, el tejado carcomido por los explosivos, el cuarto donde solía hacer sus tareas de colegial semidestruido. Cuando Samaria entraba se llenaba de pesar. Una mañana, desde la ventana de dicho cuarto, silencioso y tembloroso y como ayudado por un espejismo, dirigió su mirada al Templo de La Meca. Vio entonces que de las paredes se desgarraban volando como pétalos de flores otoñales los escritos “Muallakat” que el viento fuerte descolgaba de los muros del santuario de la Kaaba. No había ni hombres ni mujeres, ni niños. Sólo observaba grandes tanques con soldados traídos desde muy lejos por sus gobernantes sedientos de petróleo. Samaria, pensó en un solo ideal: ser un líder para luchar por la paz mundial.
Como cualquier otro niño, Samaria quería jugar, pero el miedo había invadido su corazón, y pensaba en su madre, en Dalila en Mahamet, que había cumplido la misión encomendada por sus jefes, ofrendando su vida. Ahora Samaria sólo escucha gritos de dolor y triste recuerda las vistas hermosas del Tigris y el Eufrates, opacadas ahora por el humo gris del infierno y piensa en Bagdad la ciudad tan amada por Simbad el marinero, ahora iluminada toda la noche por letales bombardeos. De pronto recuerda la frase del poder capitalista y la bestia genocida que anunció a sus aliados: Luchar con coraje y sacrificio, luchar hasta acabar con las dictaduras. ¡Viva la Democracia! “¿Qué tendrá en su corazón” se preguntó así mismo. “Mis amigos no tienen escuela, hospital, una madre, un padre y lo que es peor una pierna, un brazo. Justifican sus crímenes con gritos de guerra: “Vamos a acabar con el eje del mal, vamos a liberarlos”. Pregonadas bombas inteligentes dejan niños decapitados, ancianos quemados, madres heridas”. Mientras esto recordaba Samaria, soldados desnutridos yacían por todos sitios, apenas sosteniendo sus viejos fusiles kalashnikov y cintas de municiones en su pecho. No eran soldados que defendían al Emir, ellos defendían a su familia, a su pueblo, a su patria. “Si, es cierto, mi adeur, mi pueblo, ha sufrido, hoy sufre y seguirá sufriendo por mucho tiempo. Yo fui testigo de la masacre, del fusilamiento de mis hermanos que se rindieron en el desierto de Ah Najaf. Cuyos corazones fueron llenados de plomo y de polvo sus lenguas.
Yaciendo sobre una vieja alfombra, Samaria siente el abrazo de las estrellas, el estruendo de las bombas y el olor horrendo del aire contaminado. No guardes rencor en tu corazón –le dice su madre- no temas los ruidos, voy por tu hermana Dalila, sólo le encomendé que trajera un trozo de pan y aún no regresa. Perplejo renegó de su vida del infierno en que vivía y del cual quería traspasar sus fronteras y no ver más flores marchitándose, en esa tierra que era fuente de riqueza pero que la guerra empobrecía cambiando hasta el destino del alma.
Samaria en medio del silencio de la noche gritó cuestionando a la vida: coaliciones aliadas y no aliadas detengan esta ofensiva bélica ¡ malditos, enorme es su red de agua negra, escuchen mi súplica. Somos criaturas del universo, no somos menos que plantas, que peces, que estrellas tenemos derecho a existir, perdí a mi padre, a mi hermano ¿También perderé a mi madre, a mi hermana?.
En la soledad, andando entre el ruido y la prisa, Samaria piensa en la paz, en como evitar que una lluvia de misiles mate hasta la frescura de la hierva, que justos paguen por pecadores, que niños mueran por guerreros. “Bagdad, nosotros éramos Bagdad. ¿Dónde están tu inspiración, tu belleza inconstrastable, tu magia secular? Nos estamos yendo todos empujados al exilio por el yanqui demencial”. Cerca de la madrugada se escuchó una gran explosión y su corazón presintió el quejido de su hermana Dalila y corrió apresuradamente mezclándose entre las personas angustiadas y la arena del desierto. “Si supieras que estos son los últimos minutos que te veo te diría que me ayudes, madre. Estoy escuálido en este campo de carnicería, donde los únicos dueños de la roja fibra son los gusanos carroñeros.
Los días pasan, ya no hay más lluvias de arena, pero si mucho más estruendo de bombas y misiles y el fuego infernal de las explosiones se multiplica sin cesar.
El desconsolado Samaria no encontraba a su pequeña hermana, cansado reposa sobre una roca masticando un duro pan que había encontrado en el camino, después nuevamente a correr. Se agitó y empezó a toser, a cada instante, hasta que cayó sobre sus rodillas, tras un peñasco, y tosió y escupió una especie de saliva pegajosa y verde, mezclada con sangre. Se agarró el pecho como para detener los agudos dolores que sentían sus pequeños pulmones. Se paró y con paso lento , siguió caminando. Cuando de repente, se vio envuelto en una serpiente de humo que lo asfixiaba distorsionando sus neuronas y enfrentando al paisaje de la muerte. El calor abrasador del fuego, se expandía hasta los hogares del barrio de Al Qasidi, reduciéndolo a escombros, donde la furia enemiga abrió un cráter de veinte metros de diámetro, y donde las calles ya no estaban cubiertas de hierbas sino de ropas y artefactos domésticos que se derretían a causa del fuego. Luego de una y otra ronda de bombardeos, un silencio de cementerio, interrumpido tan solo por el ladrido de perros. Casi vencido recuperó algo de fuerza en su pequeño cuerpo y se acercó a un arroyuelo .Se enjuagó la boca de sangre, reflejando su rostro en ella y vio a un extremo brotar una rosa carmesí a lado de una roca emanando una esperanza de vida en su interior, sin mancha y daño en sus pétalos. Absorbió su perfume con y se la quiso llevar pues ésta le había dado aliento para seguir su triste camino. La bella rosa se defendió con sus pequeñas espinas y con dulzura emitió unas palabras : “!Qh tierno niño contemplas el sacrificio asombroso que ha sido hecho por vosotros, procura apreciar el trabajo y la energía que el cielo está empleando para rescatar al perdido!... Al escucharla se quedó sorprendido por su naturalidad y encanto. Unos instantes después, a lo lejos; escuchó una voz que decía: ¡No te atrevas hacerle daño a la rosa, si lo haces reducirás nuestro oxigeno. Al oír esto, Samaria se dio cuenta que aún existían personas con espíritu amoroso. Se acercó al viejo hombre. Lo reconoció, era su ex maestro de escuela. El profesor Naffi al verlo débil y agotado le ofreció ayuda. Le preguntó: ¿Qué haces en este lugar?. Es muy peligroso, ¿ tú madre?. El niño asustado con lágrimas de nostalgia le contó todo lo sucedido y que además estaba buscando a su hermana Dalila que había desaparecido. Al ver que Samaria estaba solo se lo llevó a su casa, lo tomó del brazo y caminaron en medio de sufrimientos. Aunque se le doblaban las piernas no quería sentarse porque después no hubiera podido levantar el pequeño cuerpecito.
_ ¿Cómo te sientes, pequeño?
_ Muy mal
Lo alzó en sus brazos. Hablaba lento cada vez menos. En ratos parecía dormir. En ratos parecía tener escalofríos. Temblaba. Sabía cuando lo agarraba al niño el temblor por las sacudidas que le daba, y porque los pies se le encajaban en fuertes calambres como rayos. Luego las manos del niño que traía trabada en su pescuezo, le hacían mover la cabeza como si fuera un cascabel.
La bondad de su profesor le hace recordar un tema interesante. “Acerca de que antes la vida en Irak era mucho mejor porque había dinero del petróleo, y si hubieran sido razonables nuestros gobernantes Bagdad sería una ciudad próspera como las ciudades de los Jordanos o los Kuwa tíes, pero Saddan se embarcó primero en la guerra…”, pero si te digo hijo mío , eso ya no importa pues ahora nuestros hermanos bagdadíes, mantienen una calma de beduinos.
Al llegar a su casa, allí estaba la luna enfrente de ellos. Una luna grande y colorada que les llenaba de luz los ojos, estirándose la oscura sombra de la tierra. Conoció a la esposa de su ex profesor llamada Safira y a sus menores hijos, quienes le brindaron un poquito de amor en su inmenso corazón . En las noches la familia y Samaria se ocultaban. Sólo escuchaban el bombardeo a los palacios del Emir y el temblor de sus cimientos. Samaria trataba de dormir un poco, soñando cada vez más, entendiendo que por cada minuto que cerraba los ojos perdía sesenta segundos de luz.
De pronto le llamó la atención un olor fétido. Se levantó y a través de una luna de cristal observó una gigantesca columna negra por donde los pobladores heridos corrían atónitos. Salió de su cuarto y se confundió entre ellos; atravesando sin rumbo fijo inmensidades de arena. Muchas tuberías que transportan el petróleo se habían incendiado provocando una humareda espesa que cubría todo el cielo privando el paso de la luz lunar. Samaria, descalzo, soportando el calor del suelo, escuchó una voz: “Deme algo de beber y comida”. Era la súplica de una anciana vestida enteramente de negro, que se retorcía de dolor. Tenía el rostro cubierto de tierra y de carbón de pólvora y solo se le veía brillar un ojo de color azul, que parecía una bola de vidrio, dándole terrorífico aspecto. Introdujo su mano al bolsillo. Sacó un pan duro y tiernamente en ese instante explotó una tubería a causa de un misil enemigo. Y fueron expulsados, al espacio arrojándolos a varios metros del lugar en que se encontraban y una densa nube de piedras, tierra y humo se levantó bajo el oscuro cielo. La anciana cayó despedazada y Samaria, a un extremo dando algunos signos de vida. Trató de levantarse. No podía, Se entristeció al ver la situación de la anciana y se desmayó al poco rato despertó. Se dio cuenta que no estaba en el campo de batalla sino en un humilde y clandestino centro médico, traído gracias a un hombre quien lo encontró por el camino. Estando acostado en su camilla recuperándose de sus graves quemaduras intentó tocarse la cara porque le ardía como si estuviera tocando lenguas de fuego del mismo infierno. Trató en lo posible de levantarse. No podía entonces fue cuando se dio cuenta que no tenía extremidades. Había sido mutilado por la explosión, sin brazos, sin piernas ahora tenía la forma de un convexo insecto. Se había convertido en un tronco humano. En su alteración exclamó ante los paramédicos que intentaban tranquilizarlo: ¡Noooooo...!, ¡Nooooo...!, !No quiero vivir!. Lloraba amargamente. Al poco rato respirando aires de dolor un poco tranquilizado miró a su alrededor, a otros niños tendidos en sus camillas cursando su misma situación. Algunos no tenían un brazo, otros una pierna. También habían niñas reconoció a una de ellas. Era su hermana Dalila. Ella tiernamente la miró y esforzándose en hablar dijo: hermano estamos solos, nuestros padres han muerto, ¿Qué vamos hacer?. Con lágrimas que desvanecían el corazón al sentirlas, Samaria inmovilizado, le respondió: “Si supiera que en este instante fuera la última vez que te voy a ver dormir, te abrazaría fuertemente y rogaría al altísimo para poder ser el guardián de tú alma”. Junto al llanto de su hermana, escuchaba las trémulas palabras de Gabriel, otro niño mutilado: “Amigo mío, moriré pronto, dime algo, dime que me quieres, a mí, a un fantasma en medio del desierto a una abeja sin panal, ven siéntate a mi lado, dame la mano...que yo no la tengo. Sólo una vela iluminaba el horrendo lugar, una vela que chisporroteó y se apagó. Unos dedos fríos le tocaron su caliente mejilla ennegrecida. Era su hermana Dalila. “No es una guerra, es un genocidio” le dice y le pide “Ilumina mi sendero con tu luz de esperanza”...
Pacasmayo setiembre del 2003
Autor: Willy Salcedo Cueva
Presidente APLIJ-Pacasmayo
EL LLANTO DEL AHOGADO
(OBRA GANADORA DEL I PUESTO EN EL I CONCURSO DE NARRACIÓN CUENTO Y LEYENDA ORGANIZADO POR LA MUNICIPALIDAD DISTRITAL DE PACASMAYO)
Allá por el año de 1962 aproximadamente, ocurrió esta verídica historia que los años y los pescadores lo han trasformado en macabra leyenda. El sitio en que tuvieron lugar estos hechos consignados fue durante la remodelación del “El Techito” y “El Faro” cerca de la punta, en el puerto de Pacasmayo. Existió un ser de muchos dones como buceador, nadador y hábil para la pesca.
Con apariencia de un anfibio - debido a que sus pies tenían el empeine desarrollado, ancho tipo paleta- y considerado por sus compañeros como el “Hombre Rana”. Dichos atributos le merecían al “jetón Costilla”, muy conocido por sus compañeros como el “Masca Navaja”, un hombre muy respetado por los demás.
En una oportunidad, el fornido Costilla, por salvar a un niño que se había caído desde la punta del muelle, luchó con una temible tintorera desgarrándole las aletas al pobre pez. Participó del salvataje de la hermosa mujer Madeleyne Hartog (Miss Perú) que se había atrapado entre las olas, quien le quedó agradecida por toda su vida.
Sucedió en un caluroso atardecer de verano, un día plomizo, uno de esos días en que la alianza del calor con la humedad, derretía hasta el alma. Aquella tarde, en alta mar, estaban efectuando el viraje y arreando la última echada de la red en el velero “LA ELISA”.
Era tripulada por Masca Navaja, Camán, Marcial Quiroz y el intrépido David Conde. Venían de una faena pesquera pues esa misma madrugada habían “golpeado”, es decir, habían pescado hasta por gusto; las redes y los sacos traían mucho suco, bonito y mero.
Estando en el mar, a la altura de mata burro, cerca al puerto donde se lograba apreciar entre la espesa neblina el viejo muelle que se resistía a ser corroído por la aguas y la brisa marina, se abrió la proa del casco de “La Elisa”, debido a que un fuerte oleaje y un furioso viento, acompañados con el exceso peso, invitaron a los tripulantes a naufragar. Una grieta formada los mandó a pique.
Toda la pesca se había perdido hundiéndose en la profundidad del mar. Marcial se desmayó por causa de un fuerte golpe recibido por el mástil; por suerte, Masca Navaja, se dio cuenta a tiempo y logró quitárselo al mar, jalándole de los pelos para que no se ahogara.
Lo aferró a su ser comenzando a nadar hasta un lugar seguro. Y prosiguió a continuar el rescate; Marcial ya podía nadar por sí solo hasta la orilla ya que había reaccionado del fuerte golpe.
El guerrero lobo de mar, Masca Navaja, no dudó en buscar a sus demás amigos entre la cubierta de la embarcación bajo el mar, y vio de repente, surgir a su compañero Conde entre las olas, con la pierna desgarrada por culpa de una lanza que se le había atravesado y que en medio del dolor soportó la lucha contra la muerte saliendo airoso hasta la superficie. -¡Uppp…! Estuve cerca de la muerte! ¡No te preocupes, yo puedo solo!– exclamó el barbudo David-. Masca Navaja bajó a bucear dentro de la embarcación.
Y entre las redes y los corchos observó con asombro a su amigo Camán que clamaba auxilio, provocando grandes burbujeos, formando ondas dentro del agua con un brazo porque no podía liberarse del otro, debido a que se había quedado enganchado entre la malla aplastándole con la pesada embarcación; se estaba ahogando.
Masca Navaja tenía que poner a prueba su resistencia dentro del mar. No sabía qué hacer en ese mismo momento. En eso saco un gran cuchillo y con gran furia mutiló el brazo izquierdo que estaba prensado con el estribor y como viento efímero, subieron a la superficie del mar, la sangre salpicaba como lluvia.
Camán no dejaba de gritar por el horrendo dolor. -¡Cállate! - dijo Masca Navaja. -¡Mi brazo!, ¡Mi brazo! qué has hecho conmigo, eres un desgraciado-. -No tenía otra opción, tenía que salvar tu vida, o querías que te dejase ahogar como perro -le gritó.
Unió a su ser al pobre hombre ensangrentado y nadó; en ese momento, le atravesó un gran calambre como un rayo en la pierna derecha.. -¡Suéltame por un momento!, trata de flotar hasta que me recupere, – dijo Masca Navaja-. El brazo de Caman no dejaba de apretar el cuello de su salvador porque tenía terror hundirse una vez más., -¡Noooooooo, tú me dejarás morir!- -decía Caman.
-Por favor suéltame, nos estamos hundiendo, no me dejas respirar, ¡Moriremos los dos!. El infortunado no pudo liberarse de las garras de Caman, lo había apretado tan fuerte que le provocó un ahogo rápido-.
Es así como se derrumbó la placentera vida de un lobo de mar, que por salvar la vida a otro, murió en su desgracia.
Sus cuerpos fueron encontrados a los ocho días, entre piedras y arena, cerca al Junco Marino. Los cuerpos encontrados estaban desgarrados por las mordidas de bufeos, pico-loros y lisas; no tenían ojos, tenían la apariencia de monstruos, los dos cuerpos estaban unidos, no se habían desprendido desde su ahogamiento. La figura formaba un siamés porque parecía una madre que cargaba a su hijo en hombros, estaban descompuestos. Y tenían un desagradable olor. Sus restos están sepultados en el cementerio de la ciudad de Pacasmayo.
Desde allí se cuenta la leyenda del grito desesperado de aquellos hombres que murieron ahogados. Los pescadores no dejan de oír estos tristes lamentos en la oscuridad de la noche, ven a seres caminando sobre las aguas, vestidos de blanco, dirigidos por el clamor de Masca Navaja, buscando su próxima víctima para llevárselo al más allá…
Cuenta un viejo pescador, don Julián Biminchumo, de más de cien años de edad, que tuvo una mala experiencia con el llanto del ahogado. Venía de regreso de pescar con su cordel a altas horas de la noche, irradiado por la luna llena, se dirigía hacia la ciudad caminando por la playa cerca de la peña larga. Estaba fatigado y sus pies se hundían en la arena húmeda de la orilla, haciendo más agotador su caminar.
Estaba solo con el monótono sonido del romper de las olas, era su sonora compañía. A los lejos, de vez en cuando, el graznido de alguna lechuza hambriento quebraba la armonía de la noche; portaba además, un pesado balde repleto de trambollos y borrachos y las herramientas con las que se ayudaba a pescar.
Mientras caminaba solitario sobre la blanca arena de la playa, disfrutaba el fuerte olor de las algas secas varadas. Al tiempo que caminaba, el cielo se iba tiñendo progresivamente de un color grisáceo, casi negro; las nubes empujadas por el viento del sudoeste iban invadiendo el firmamento costero. A lo lejos, se escuchó un raro quejido que le hizo estremecer el cuerpo. Se detuvo y se acercó al mar y con el rabillo del ojo observó a un hombre desnudo que caminaba sobre las aguas del mar; el viejo hombre se aterró porque sentía que alguien le perseguía. Decidió agazaparse tras una cueva. Recordó entonces que siempre en luna llena aparece el alma del ahogado Masca Navaja, dirigiendo un grupo de espíritus condenados a vagar noche tras noche hasta que otro incauto fuese sorprendido. Repentinamente sonó una voz a su espalda, una voz aguda. Una sensación extraña recorrió su cuerpo de arriba a abajo, era una sensación mezclada de temor y de la consumación de algo esperado. En un intento vano de desaparecer cerró los ojos con fuerza y taponeó sus orejas con las arrugadas manos. Él estaba allí, detrás de él y fue incapaz de girar la cabeza para mirarlo.
El viejo Julián Biminchumo sintió el llamado de otras almas, vio a lo lejos, en la otra punta de la playa, a un hombre desnudo con la piel desgarrada cargando una vieja red y en la mano derecha tenía un gran anzuelo que brillaba como lucero con el resplandor de la luna junto a un perro blanco de ojos rojos tristes que miraba con pena. Salían de “El Techito” caminando por toda la bahía hasta desaparecer en la boca del río Jequetepeque, dando un temeroso quejido de desesperación -¡ah!,¡ah!,¡ah!, ¡ahhh!, ¡ah!, ¡aaaaahhhhh! -como si manifestara que se resistía de saberse muerto…
Si vienes de pesca, y pasas por “El Techito” cerca al Faro, iluminado por la luna llena a media noche, sobre las espumosas olas y percibes la sensación fría del mar subir por tu cintura, distingues el sabor salado en tu boca, sientes el escozor en los ojos y de repente oyes el quejido del ahogado cerca de tí, es porque estás muy lejos; pero si el llanto lo oyes a lo lejos; cuídate entrando al mar para salvar tu corta vida porque el ahogado está a tu lado dispuesto a llevarte, y le tiene miedo a las frías aguas…
Autor: Willy Salcedo Cueva
Presidente APLIJ-Pacasmayo
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