MUESTRAS LITERARIAS DE AUTORES DE LA GENERACION DE LOS 90 EN LAMBAYEQUE
Por Nicolás Hidrogo Navarro (Del libro “GENERACIÓN DE LOS 90 O GENERACIÓN PLAQUETA EN LAMBAYEQUE”)
POETAS
1.- Carlos Becerra Popuche
Poesía
A MAMÁ EN MI ÚLTIMO
Mamá odia las horas en que muero
deshidratado por el miedo a los días
en los que el sol vomita mi imagen
como un gran espejo amarillo.
Mamá odia suspirar por sus fosas nasales
como dos túneles
mis juegos depresivos mis psicosis
mi próstata clavada en el viento.
Fijo que llora en sus horas etéreas
Fijo que pregunta por mi pasado
Sólo un montón de cosas que licué
y bebí una tarde asustada
Fijo que reza por mi futuro
en donde cargo un fusil y muero
inyectado por átomos yanquis
Fijo que suspira por mi presente
una hermosa ave disecada
con el corazón corriendo ya no sé qué
caminos
Mamá cree que estoy vivo
porque tomamos el yantar juntos
No sé que la muerte ha jugado su rol
invisible
Una mañana de luna
cuando el sol
vomita mi sangre
PARA LA OTRA MITAD DEL CIELO
Quisiera, contigo, jugar
a ser niños
y jugar ronda en nuestra
vidita
y ya decías :
cuidado nos vayamos a caer.
Quisiera, contigo, jugar
a ser felices y encontrarnos a escondidas
y te digo: cuidado, mamá nos pueda ver.
No entiendo a los adultos.
Quisiera, contigo, jugar
a ser amantes
y verte desnuda aunque no entiendan
lo del alma
y verte desnuda.
Quisiera, contigo, jugar
a tener sexo
en ese bosque de nubes
que vi en mi camino.
Quisiera, contigo, jugar
a ser niños, jugar
hasta cansarnos para
comer y
luego dormir.
Quisiera, contigo, soñar
a no crecer.
2.- Oalba Lali Pereyra Ramírez
Poesía
PEDAZO DE PAPEL
Más de una vez eras blanco.
Eras la niebla que usurpaba
lo árido entre las cartas del día,
haciéndome de papel la vida, el seso
y el polvo nos miraba tras tu encrucijada frente
para inmolar mi nombre.
Así encuentro una celeste luz
apenas encendida, con vida, con vida de pájaro,
perdón, digo con pena de pájaro.
Me escondo en umbral solitario.
Quiero algo como el intacto limbo del fuego.
Oh pedazo almidonado de papel,
un día será letra de tu piel.
Herida de vacío que espera el madero nuevo.
Oh, así me interno boca arriba lapidando palabras,
una tras otras, harto de laurear a nadie.
COMPARSA FINAL
Camino por el pasillo hablando del mundo
latido en mano, congelada de ilusión, sabor a soledad.
Pero continuamente espero, intranquila
en el silencioso cuatro oscuro de tus ojos, crucificada.
Acampado por palomas tu cuerpo yacía pisoteado
en las afueras de la ciudad, sin tiempo,
¡ay la bellísima oleada en el lienzo era pena de la noche!
¡ay todo se anida sobre el mar ligero, plomo adentro!
¡ay obreros que en sus latas recogen el rojo del sol!
¡ay será la fuga, la danza ciega de las seis!
¿O en fin la comparsa, el hormigueo de una y mil vidas?
Entro a mi casa un metal estrellándose, chocándose
ronca, sin vuelo, pegando barcos olvidados en las paredes,
batidos, donde las manos ya no lloran sangre;
entro en mi casa a un poema hecho astillas,
lleno de lágrimas como la tierra.
Sólo diviso aquel claro excéntrico de tus praderas, vida:
el misterio del verano varado, donde mis manos ya no lloran,
secas de risas marchitas y ya no de sangre.
3.- Pedro Manay Sáenz
Poesía
PARA CAMINAR BAJO EL SOL
Es preciso
descansar primero
en casa
recordar la infancia
de los días felices
e imaginar un
bosque lleno
de azules
guirnaldas.
Para caminar
y ser felices bajo el sol,
es necesario abrir el alma
a la voz del silencio
y de las flores.
Y hace falta también
mirar el cielo en
línea recta y
saber que las
propias manos fueron,
con quien o con
algo, buenas,
de verdad, buenas.
Caminar en otoño
bajo el sol es
tal vez un poco triste;
pero necesario.
Caminar, caminar,
olvidando el pasado,
con la alegría puesta
en el hoy y en el
mañana.
Para caminar bajo el
astro
del amor y de los sueños,
hay que volver a ser niños,
para caminar, explico,
contentos e inocentes,
ajenos al olvido
y a las penas.
De otro modo,
hay el riesgo de
seguir siendo
aún tontuelos
o de no apreciar
el brillo de las
manzanas
y de no escuchar al
amigo que nos llama.
No se trata de alardear
ni de decir: yo
entiendo mejor
las cosas.
Se trata simplemente
de ser más buenos,
de olvidar los
agravios, de cambiar
por sonrisas
las muchas
aflicciones.
Para caminar bajo
el sol de la vida,
con gusto, digo,
con el placer de
saberse humano y
amigo no sólo
de los amigos;
para sentir que
amamos
definitivamente
y que nos urge el
verano con toda su
luz y fiesta,
hay, repito, que ser
buenos,
buenos por un
instante
y en todos los
tiempos.
Será entonces
que caminaremos
derechos
y con una sonrisa
a flor de labios,
con la mirada alta,
tanto como para
apreciar
la grandeza del
cielo.
Será entonces que
reiremos
con una feliz
alegría.
Y será entonces
que comprendemos
la razón de ser de
las gaviotas
y el crepúsculo,
la razón de
volar
de las cometas
y de los sueños.
4.- Ernesto Zumarán Alvites
Poesía
CIUDAD IRREDENTA
He visto bajo el ala de un pájaro estruendoso
el suave joyel de un moribundo.
He visto sus dientes perpetuos, su corona afligida,
su corazón trashumante levantado al blanco lienzo
de los abismos.
He visto gente reunirse en pequeñas plazoletas
en la mayor hora del amor,
reunirse para luego disgregarse,
así como la vida se une al hombre
para dejarlo sólo hoyo estrujado,
sólo maleza cubierta de leche pardusca.
He visto un muerto carcomido por la deshora,
inquieto en sus tules humeantes,
tenaz como eco de silencio,
violento como trueno pausado.
He visto una ciudad,
he visto una ciudad cuyos pórticos conducen
a una fuente de luces sesgadas,
ciudad engendradora de furtivas dentelladas,
de sombras que caminan desesperadamente
al borde de una línea iridiscente.
Ciudad congelada por la brisa muerta la bufandas volantes,
ciudad de astros lápidos y faroles desasidos,
ciudad donde apenas se suscitan temblor de estrellas
o de espinas abrasadoras.
He visto una ciudad de exactos pulsos frenéticos,
anchas cabezas y pesados sombreros,
de exaltadas cancioncillas cantadas penosamente
dentro de un agujero albo.
¡Oh!, la ciudad pujante,
temblorosamente como estatua de afiliadas neblinas.
Ciudad rasante
en cuyo interior jubilosa pupila
camina la muerte de alegres corolas afligidas.
Mandíbulas.
Se conduce la gente a una música de ciego alumbramiento.
Se baten dos ángeles de oro y cieno por el deterioro
abismo de la luz.
TODAVÍA EL PARAÍSO
Si tuvieras que buscar el paraíso
lo harías entre los rincones oscuros de tus manos,
pero también en las sólidas fisuras de los paisajes
que coinciden en los rostros que arremeten su montura,
su delicia derramada en el beso.
Y siendo así ¿qué esperabas sentado al borde de las aceras
donde una fina niebla urde causticidades.
Y un pájaro no virginal desnuda su balanza de sombra
y su esqueleto?
¿Qué espera tu rostro de la inabarcable invocación
de los hombres que se acoplan en templos donde
el hilo de madeja nunca es soltado,
menos, investidos de blancura?,
¿qué esperan tus manos en las plazas desceñidas
donde el fruto es una oscura noticia muriente de tacto
echado al abismo para rodar, corrosivo y suplicante?
Esas lágrimas que vierte en tu espuma horadada
¿no son acaso la encarnación de tu ardor
en sombra inclinada?
Veme a mí, igual que tú, pereciendo sobre un oleaje
intermitente,
engañado por un fruto cuya única luz consiste
en abolir su rígida armonía.
Que me den un barrote y veráS que moveré el mundo,
aún así, no atravesaré el ojo de una aguja,
menos nombraré la certeza del buen fruto,
ni el viento del árbol que cobija.
Veamos: por aquí a la ventura,
por allá el decir inaudible,
la fosa oscura que recrea si no el paraíso.
En la boca del lobo desgarremos nuestras vendas.
¡Ah, que nos den visión de un augurio apremiante,
que nos devuelvan el mar, las montañas y los pájaros
si ya no importa el paraiso!.
5.- Luis Antonio Noblecilla Rivas
Poesía
POEMA DE DUDOSA PROCEDENCIA
Amadis
A fines de siglo tendrás la casa
Encendida a media luz
Y sentirás un antiguo pavor de ladrones
rondando tu biblioteca
revolviendo tus libros de caballería
A fines de siglo sabrás que ser héroe
Es un oficio difícil
mucho más difícil que cruzar los helados
bosques de Noruega
Montado en un furioso caballo de fuego
Que la nieve derrite como a un poema no escrito
perdido en la memoria
A fines de siglo serás el último héroe de la familia
Aunque no lo quieras
Y toda la tribu que no heredaste
Te esperará junto a las altas chimeneas del atardecer
repitiendo tu azorado nombre de pájaro silvestre
Como un disco rayado por la aguja del gramófono
A fines de siglo te darás cuenta
Que ser héroe es un trabajo indeseable
que nadie busca en los Clasificados de los diarios
matutinos
Y te enfrentarás de nuevo a tus ladrones
A tus gloriosos demonios interiores
Que acechan tus sueños de santo reprimido
con mujeres corrompidas en las calles
Pero ya no temerás porque esta vez los dioses
serán propicios a tu causa a tu hacha de hierro
Y te darán una cita con una casta mujer de limpios dientes
que obedecerá tus perversas manías de héroe
cansado de serlo
Sólo que no irás a su encuentro porque todo esto sucederá
a fines de siglo
Cuando alguien lea este poema de dudosa procedencia.
6.- Giulianna Aguirre Zevallos
Poesía
Mayo 3 (Quiero olvidarte)
Por el despeñadero
sensible va:
una lágrima
tu recuerdo
el placer de la entrega...
el filo de la verdad.
Cadenas
unas tras otras
mil mentiras urdidas
la traición el dolor. Lo pasado
Ovillo desatado una y otra vez.
Soy piedra desgastada
rodando
rodando
rodando.
Siendo espectador y director
en inacabada película
calculando el tiempo
saboreando mis errores.
Filme sin final.
Perenne ardid.
No acabo aún
por encallar
en el puerto del Olvido.
Mayo 30(Desapareciste sin más)
ESPERO
Sobrevivo
arrastrando tus cadenas
tu egoismo supremo
Sabes?
Hoy te encontré
escondido en mis retinas
estabas allí
con tu mirada de niño abandonado.
Vistiéndome
encontré tus manos
tus besos tallados en mi piel.
Inútil diluirte
cotidianamente en el trabajo
o como azúcar en mi café.
Sombra sin tiempo
mi noche de insomnio
en plenilunio
cada tarde palpitas
en cada latido.
7.- Stanley Vega Requejo
Poesía
A LA HOJA DE PAPEL ENTRO
lentamente.
Igual que una
hemosa muchacha
recién bañada
la he visto humana, transformable.
SOSPECHO QUE OTRO SER
no ajeno
viene detrás de mí
Que atraviesa los días
como a una ruidosa quebrada,
saltando piedra tras piedra.
Que a la lluvia expone
sus cabellos
y hunde sus pasos
en el anochecido lodo del asfalto.
Que con sus mejillas
acaricia las aceras del aire
en tanto sigue respirando
mi apariencia.
Ser que me busca
entre las hojas caídas de un árbol,
bajo la hierba crecida.
Otro ser que soy yo.
Condenado a no encontrarme.
DURANTE EL VERANO
las tardes suelen engordar
y dormir desnudas la siesta
sobre la vasta tranquilidad
de las azoteas.
GANAS DE GRITAR
toda esta náusea absurda
que es el creerme vivo.
Ganas de gritar abruptamente
sobre las hondas fosas
de mis zapatos deshabitados.
Ganas de gritar
hasta quedar con el alma
afónica, lívida, muerta.
Ganas tengo ahora
de no tener ganas.
8.- Joaquín Huamán Rinza
Poesía
ECLIPSE
Por siete minutos pasajeros
por siete minutos eternos,
la tierra
miserable esfera del infinito,
será oscura noche
por el don inefable de un sabio.
Y por divina gracia, en un eclipse
de mi chaqueta, se cubre
el desnudo sucio de mi piel cobriza,
toco el botón rojo y el pulcro de culpa.
Y más profundo,
con licenciosas ademanes cubro
en una música de mundo,
el palpitar en su bombeo de fantasía.
Cuanto pesar ser así
por setecientos setenta y siete puntales,
cuando se oculta vertiginosamente
el sol
y el ocaso se dibuja en las pestañas,
solitario, silencioso en los sueños
de estos sueños en un oscuro bulto
que c
a
e
en el bolsillo
roto
del
d
í
a.
9.- Nevenka Walterddorfer Mendoza
Poesía
LA ESPERA
Eres un navío,
que viene rebelde hasta mi puerto,
el espera ansioso escuchar
el llamar de tu sirena,
tiras las amarras hacia el poyo,
y en vano intento sujetarlas
o fundirlas en mi alma,
para evitar tu partida,
surcas insinuante
mis desiertas aguas,
que sólo tu navío
sabe que respiran,
no hay gaviotas en mi puerto
ni navío más que el tuyo
que descansa su cansancio,
sólo madera que penosamente cruje
esperando ser cuidada.
II
Soy arcilla entre tus manos
linfa que a tus labios humedece,
caricia de la noche no esperada,
sueño del deseo prisionero
III
Seré racimo de uva fermentada
para embriagar tu loco corazón,
elixir que calme tu sed de pecador.
IX
Eres un intruso
que evadió mi lejanía,
no te dejaré partir
poblaste mi desierto de esperanzas.
10.- Ana Cecilia de los Milagros Miranda Salazar
Poesía
LOS DIEZ MANDAMIENTOS DE LA LEY DEL MUNDO
Y no te amarás a ti mismo porque este es el egoísmo
más grande ante la máscara desgastada
de la sociedad mundana.
No amarás realmente a tu prójimo, pero sí
fingirás hacerlo porque la sagrada apariencia
te ha elegido como paradigma, no auténtico, de
la filantropía cristiana.
No creerás en tus ideales ni siquiera los tendrás
porque es el mayor pecado contra la trivialidad y
la vanalidad de tu “habitat” social
No serás sincero porque no puedes destruir el arquetipo
de hipocresía, con el cual se masturba la raza humana
No matarás la injusticia, ni el hambre,
ni la indiferencia porque serás señalado
como revolucionario nocivo para el orden público
y el conformismo ideal del sistema mundial.
No admitirás libremente tu sexualidad, porque este es pecado
no te será fácilmente perdonado por la doble moral
que pinta sucio al amor.
No robarás una sonrisa del alma dolida
de un desconocido porque la educación no te permite
Intimar con un ser que no pertenece a tu morboso
“status” y que no hace juego con tu traje parisiense
No te antepondrás la razón al dogma;
porque pensar no está de moda
y no es aconsejable romper los mitos creados
para la complacencia momentánea de tu reprimida sed de haber.
No ambicionarás tu mejoría intelectual, ni siquiera
personal porque la mediocridad exige, hoy más que nunca,
tu respeto.
Y no te negarás a ser parte de la vulgar realidad de la vida,
ni a compartir el mismo molde de los individuos que rodean tu espacio,
de los seres que temen salir de los esquemas, de los seres que sí morirán,
porque de ellos... es el reino de los cielos.
ANY MANE
Veo a la nada sentada en el sillón de mi casa
(y no me animo a llamarte).
Tú, como siempre,
y como nunca
estarás en la esquina jamás vista por tu propia piel
(y no me animaré a tocar tu rostro).
Milagrosamente
tú no ves el reflejo que yo veo
jamás llegaste al lugar indicado
¡amado niño de mis versos!
amado
concebido en un aula sin libros.
Tú, hoy, el lunes y el martes
caminarás perdido en mi sombra de Júpiter
y así seguirás todos los días
(y no me animaré a sentirte).
Hoy, amado ángel
seré el demonio que borre tus pisadas.
Hoy, amado ángel
tampoco he de animarme a quererte.
CUARTO NÚMERO UNO
Torneo de serpientes
reptando en tus cabellos.
Tómame.
Aleja las serpientes
y toma mi falsa inocencia entre tus brazos
¡Cortad hermanos
los hilos de libertades ajenas!.
Toma mi mano a distancias
Vámonos respirando aire puro
a las entrañas de la sierra
a mis muslos
a tu ombligo vestido de negro
vámonos conviniendo conjuros
para eximir del primer tiempo
a tu hedonismo
(para olvidar que somos basura)
y atreverme a enviar mi alma
a tu mundo de espejos
atreverme a ser odiada
Veinticuatro horas cada día.
Hermanos ¡cortad los hilos de libertades ajenas!
Hermanos ¡cortad mi libertad!
Me estoy perdiendo.
11.- Gustavo Alonso Mondragón Hernández
Poesía
ESA MANERA DE EXISTIR
Esa manera de existir
De arrastrar mi sombra por el polvo
En que han de volverse mis carnes y mis huesos
A través del tiempo desfigurados
Como el agua el reflejo de mi rostro conmovible
A la herida a la llaga de mi corazón abierto
Por la hostilidad del mundo al que fui parido
E insospechadamente montado
Sobre una tortuga hacia la muerte
Donde las luces se apagan para que nunca se enciendan
Donde todos quieren llegar
Y olvidarse de los gritos de los desórdenes
De los gestos indeseables que uno hace frente al espejo
Y de los días plúmbeos que nos fueron dados para vivir
El hiperamargo dolor
Que desde el fondo me entristece.
NO MUERO
Mi carne es mohienta arcilla acongojada
Completamente xántica y fermentada
El cráneo y los pelos no piensan
Mi superficie cosquillea con el calcio
Con un volcán deyectivo en el puño para morir mejor
Utilizo espuma de farmacia
Y un dedo cansado de sauna
Luego me visto y trituro el humo del día
El excremento continúa
No muero.
MAS RAPIDO QUE INMEDIATAMENTE
Me siento como un pez fuera del agua
Entre una cámara de gas de máquinas cibernéticas
Y bajo los astros que se asoman por las noches
Para ver mis huesos
Arrumados al planeta.
RUTINA
Mi casa parece una congeladora
Y yo un pescado fresco
Humeando los escritos de Vallejo
De Pessoa y Jean Paul Sartre
Los colores de Rembrant y Picasso
Que iluminan mis ojos
Y la cárcel de mis ansiosos deseos
Como si escuchara
El Long Play de Richard Clayderman
Frente a una tasa de café caliente...
12.- Luis Yomona Yomona
Poesía
CANCION PARA EL LECTOR
Bueno
Después de todo
Te ofrezco yo poeta una tristeza
Aplastante y rebelde
Con zapatos blancos
Toda mi alma
Caída en otro tiempo
Sin testigos
Yo poeta
Fui zanja equivoca la
Un pozo con aguas infantiles
¡Qué fugaz desconcierto!
Forjé caminos invencibles
Llegué al filo de silencio
Estaba equivocado
(siempre me equivocaba)
De mis manos
Desprendíanse gaviotas de algas
Y a mi cauce
Anónimo y oscuro
Arribaban
Peces de ensueños
Y no quise
Y me quedé con la tarde triste
Definitivamente triste como una solitaria multitud
Venida desde ti
Con tus ojos tibios y encendidos
Al borde una terca luz sin memoria.
CONTRA EL ESPEJO
Años allá que estoy en el exilio rodeado de bosque
Y silencio.
La nube desbordándose entre descolgados cuchillos
Esculpe, pinta y enciende al niño que viste al sol y no se quema.
Sólo moran las costillas que mueren anunciando otras
Ventanas.
El otoño desnudo en mascará al árbol y la noche es una orquesta indeterminada.
Hoy como ayer, vendo mi humanidad en el mercado de las pulgas de parís. Parto hacia de blancas y retorcidas
Callejuelas- monte athos.
Casa lacrada
(invertidas piernas)
apareces como luna vigilando a la tierra para caer
con erupto y místico fin:
Rojo - amarillo sobre – exilio de menta –
Negro – azul.
(¡Fuera de mi vista! ¡Iguanas y cuervos!)
Me voy con las primeras excavaciones a la externa primavera,
A la vida, al desierto de los flores. Y voy a decir
Del café de Parma, de las alitas de las butacas, del mostrador de las tabernas, donde modesto y hospitalario
Bebo mi retsima, de mi levantar, de las sombras del vacío de Roma.
Oh, estudiantes del dolor, recoged mis pedazos y quitadme la perfil visión de la mujer.
Es absurda mi cabeza, mi vientre. No finjo. Mi mentón....
FUEGO EN LA SANGRE
Cavilando con desvarío
Transido en la agrija del propíleo insomnio
Ventura enojosa del viento
Adrede asirse azorado
Alcanzar con lisor
Perfumada litomorfita
De razón universal.
Satélites cantos de cicutas
Desprende cerval sombrío.
Glayo moribundo
Llora favila lacia
Y tiñe áurea exida
...sistro agorero
canta ágatas musgosas.
EL HOMBRE DE LA CREACION
y dios se masturbó sobre la tierra
día sexto
y regó enorme nebulosa
entre aguas oxidadas y piedras caudalosas.
El hombre se hizo carne
Y la carne hombre en presencia del tiempo.
Al principio anduvo triste
El hombre.
Dios también de su costado saco el secreto
Y el secreto pecó en manzana.
De dios creo que la eyaculación fue incompleta
Porque aún en este siglo
El hombre se avergüenza de ser hombre.
A MI AMADA AUSENTE
Ahora que descansa en mi sangre
Como libero coñac,
La luz del recuerdo pregunta por ti.
¿Donde, ligeraré inocente se esconde
el alegre musical: tu voz de balada?.
De otro amanecer, tus besos se componen.
La sombra de tu silencio
Besa a flor de ave y murmura cisnes de
Escarlata, hoy;...Mi dicción.
En el atardecer del dipsómano álbum
Estoy deshojando palabras de ilusión
Mi nostalgia se confunde con el frío
Zapateando desconcertado
Al compás de tu ausente sonrisa.
Amor, galante poesía
Recorre ahora el mar de mi silencio,
Navegando ignoto
13.- Luis Hinojosa Valdera
(Premio Regional Himno COSEMSELAM-2001)
Poesía
DOS SONETOS PARA MARGARITA
Canción de espera, junto a la luna
A nsioso el beso quiere caer
R osado encanto dime si alguna
M ágica fiesta vibra en tu cuna
E ntre los pianos de una mujer.
N iña el aroma también se aúna
M usita el hado regio placer
A caso duermes como ninguna
R osa que al viento quiere volver.
G ema del alba, quien te idealiza
A l pie del nimbo de una sonrisa
R ítmicas coplas meciendo está.
I nventa el cielo, manto opalino,
T ibios luceros por el camino
A ntes que el sueño te envuelva ya!
II
M ientras la brisa, dócil remienda
A l rubio astro su corbatín
N ovicios rayos doran la senda
A urea cortina tiñe el confín.
Y la princesa que se encomienda
A bre su pecho como un jazmín
Y son sus rezos, galope y rienda
V eloz pegaso del querubín.
A sí es la niña, cual mariposa
S iente en sus besos la tenue rosa
Q ue Dios le puso como mamá.
U nido al velo de su carita
E l tierno ramo de Margarita
Z arpa en los ojos de su papá!
ESTACION DIVINA
Cuando tú llegas, oh primavera
con tu sonrisa de gran primor
tienden los campos su red sincera
donde se mece la alegre flor.
Yo soy el niño que se apasiona
oh primavera, cuando te ve
vibra mi alma y se ilusiona
con tus rosales llenos de fe.
Oh, primavera, estación divina
caen tus besos como una alud
tú eres el cáliz que se empecina
en despertar a la juventud.
Cuando tú llegas, oh primavera
cantan las aves, sueña la flor
los campos riíen y el mundo espera
que entre tus manos, brille el amor
ELEGÍA A MARIO FLORIAN
Maestro dime: ¿Por qué encendiste
Allá en la gloria tu tierna O?
Recién el verso que tú puliste
Inventa el trazo que ayer me diste:
Obesa niña que se fugó?
Frágil se mece. Como un espejo,
Luce la escarcha de su esbeltez:
O del cuaderno... ¡Pájaro añejo!
Rompe el encanto por esta vez.
Ingenua luna no tengas pena
Al pie del Justo el poeta estrena
Nocturnas Oes por la niñez!
ADIVINANZA
Expresión de competencia
que a razonar nos invita
y mide la inteligencia
como balanza chiquitita.
14.- Roger Torres Velásquez
Poesía
MI CASA
Mi casa es un poema de típicos recuerdos
Su calle una feria vestida de metáforas
Su puerta el busto creciente de la noche
Su ventana un brindis de sol en la mañana.
Mi casa es un festín de lápices danzantes
Fluida luz de agua enamorada
En ella bebo la sangre de los libros
En ella sepulto la tragedia de las horas.
En mi casa la gallina es una sinalefa
Que picotea las sílabas perdidas
El pardo conejo un hiato
Que une la hierba vocálica del alba.
Los patos bicolores recorren el esternón
De la tarde anafórica
El agua ríe con su pubis cristalino
Fuente de sonidos en honesta entrega.
Mi casa es un palacio sin ley
Sin códigos mortales
Allí están las figuras pinceladas
Construidas con fuego de palabras.
En mi casa de semánticos suspiros
Mi cama es un teatro
Donde mis huesos son actores
De una comedia infinita.
CANTO EN SÍ MAYOR
Ahora que el invierno
Me tortura los huesos
¿Quién ha llenado de musgos
La sed de tu alma?
Ahora que la lluvia
Envejece mi piel
¿Quién se olvidó sus huellas
En tu pecho?
Ahora que el silencio
Me taladra los ojos
¿Quién hace tanta bulla
En tu corazón?
Ahora que la noche
Me hostiga con sus sogas
¿Quién se burla a la
Orilla de mi pena?
Ahora que la muerte
Me persigue con sus mohos
¿Quién escupe piedras a la vida?
Ahora que tu amor
Se yergue en la penumbra
Como un himno robusto
De voluntad
Aviva mis células
Con el timbre prístino
De tu fresco manantial
PLEGARIA DE LOS BESOS
Sobre la playa sideral de tu hermosura
Un viento heráldico danza en tus arenas
Sobre el celeste muro de tus años
Un blasón de canarios planetarios
Dibujan orquídeas en tu rostro.
Sobre el lienzo peregrino de tus labios
Un orquestal pincel detiene el tiempo
Pintando de auroras
El cielo de tus sueños.
Amo la ceremonia integral
De tu cuerpo otoñal
La estatura indómita de tu cabellera
Que cubre de espumas excitantes
Mi palidez de escudos jubilosos.
En mi barca de cristal sensitivo
Izaré la raza cónica de tu boca
Celebraré la gloria verbal de tus ojos
Sonoros remos del sentimiento.
En la palma del verano dramático
Un ángulo de tu cuerpo me obsesiona
Dilata el clima de mis trompetas soñadas
Amarrado al mar artesanal
De tus ensueños.
Escribo en las paredes de mi vientre
La lozanía de tu voz
La sed y fatiga de tu nombre
Ciegas noches de sudor
Que cabalga el festín de las almas
En combate idílico
De amalgamar al sol torácico
A la masa innata de tu hermosura
FRENTE A TI
Frente a ti, el universo es una partícula
Engendrada a gritos
Una caravana de golondrinas desfilando
Hacia lo alto de los invisibles caminos.
Frente a ti, la lluvia despeina su calentura
El verano hociquea los almohadones viejos
El invierno deletrea sus acciones infantiles
La primavera llega pariendo amaneceres.
Frente a ti, nublan sus pupilas las estrellas
Se oculta de mis sueños la mentira
El frío riega de pantanos mi camisa
Y yo salgo roto y olvidado en está noche.
Frente a ti, silba mi zapato bajo el agua
Tose mi pantalón afiebrado de placeres
Retiene el reloj sus manecillas de santo
Y de mi frente desamparada huyen las palomas....
NARRADORES
1.- Dandy Berrú Cubas
Cuento
EL SHULKA
Cinco meses hace que doña Grashe, la partera de Payac, le había facilitado con cariño extremo ver por vez primera, los cálidos chorros de luz matinal colados por los tres simulados hoyos del acalaminado techo a dos aguas. Era el último de los cuatro y, por añadidura el único varón. Segundo Teodoro se ha de llamar, ¡como el finaol -exclamó Dominga al momento de parir. A su esposo lo hallaron muerto una mañana entoldada de verano camino al pueblo, en plena cintura del recodo, la pesada (llamado así por las continuas apariciones de patos o caballos en plena media noche de luna llena). Un anciano aliso cuyo vértice sesgada el caminillo en dos, sujetaba la mitad de su cuerpo.
Aguardó apoltronado, mirando fijamente un punto indeterminado del espacio celeste: como lo hacen las imágenes sacras en algún rincón de los conventos. Sin discreción alguna las moscas entraban y salían de su boca dilacerada. Parte de la prenda que cubría su genuflexo tronco, mostraba un inusual estampado de macebra tendencia, tan igual a un trazo cartográfico ahogado en tinta púrpura.
- ¡Hoy cumples cinco meses cholito! ¡Ay hermosura qué éstas! ¡Todito al Teodoro le has sacao, hasta la manchita en el purushco! ¡Grande serás, y trejo como tu taita! -Este y otros monólogos acrecentaban la fe de Dominga.
Le había cambiado sus pañales mojados y disponíase a ovillarlo con la policroma faja tejida, parecíase a un trompo callejero antes de echarse a danzar (la tradición manifiesta que así se macizan los futuros hombres del ande). Sin el obligado reposo, el párvulo fue cruzado delineando una cerrada aspa en la espalda de Dominga, quien sujetando la bayeta negra improvista una peculiar hamaca portátil!.
¡Rosaura! has de pelear las papas, doshitas nomá son; y tu Umbelina, al agua te has de ir; si la Shole trae huevitos, los cocinan, aunque últimamente solo habillas le dan a la pobre, ¡Dashito vengo, mudo la vaquita con la leña!
Las órdenes se cumplirían sin musitar. Desde que los Panlagua les arrebataron la última porción de tierra, aconchavadas con el teniente gonernador de Huichud; la becerra muca color de mito, se convirtió para los Carhuajulcas en una alhaja a la cual había que cuidar, pues era sólido capital predipuesto, materializado en rumiante. Desde que Teodoro murió, era duro mantenerla. Dominga pagaba el arriendo del pasto con mandatos de Umbelina o Soledad, que ya acariciaba una década de vida. Cuesta arriba caminaba la corajuda viuda por aquel tramo sinuoso, casi todos sus movimientos eran de memoria. El silencio de la agreste montaña empapada de neblina la volvió cavilosa, arcanos recuerdos trazábanse con quiméricos sueños que acuñaba pacientemente hace algún tiempo. Si no fuera porque Teo le reclamó al desgraciado del Adriano por el agua, tal vez no lo hubiera muerto; encima nos quitó la melguita. El fatal de don Cusha nada dijo como autoridá, compadres son pues. Pero tú cholito, cuando grandes seas, has de cobrar una a una las trampas que nos han hecho, ¡valienta putas!.
La pobre no pudo retener en silencio, su grave sentencia.
- ¡Hijos de shapingo y la cuda! ¡La trampa se los llevará! Con el favor de la virgen Ashuca, en la escuela te he de ver, sostén y guía de tus hermanas has de ser, y la gente con respeto te nombrará. Sin tener en cuenta, pronto se halló frente a su vaca, quien a falta de hierba, su larga corbata que la ataba al suelo empezó a morder. El shulka ensayó un bostezo, sintiendo aligerarse en sus incómodos adentros. Dominga bajó con ligereza la erguida pendiente, detuvo el paso, en el recortado llano, donde echó sus raíces un sauce robusto. Con el delicado ademán maternal desató el descolorido manto para ubicar a Teodorito perpendicularmente al árbol, bajo las sombras de sus ramas copiosas. Su indeseable e incómoda situación de miserabilidad le impedía sacudirse con facilidad del pesado fardo del rencor. De manera mecánica se dirigió a la jaspeada y desató la soga que sujetaba al noble animal. En impulsiva actitud la encaminó hasta el chorro de agua, este equidistaba, al recortado llano. Sin tardar, ella subió algunas brazadas a la crispada pendiente, a tal punto que formó un ángulo de ciento treinta grados cuesta arriba. Abajo, Teodorito aguardaba. Dominga se dispuso, clavar la estaca. Una horadada piedra, imposible de tomar en una sola mano, serviría de mazo en aquel cotidiano acto. Los pensamientos en alta voz lo habían llenado de tristeza que, instantáneamente se abrocharon con manojos de coraje al reparar la apacible figura del pequeño Teodorito. Inspirando viento de rebeldía hizo lo que tenía que hacer. Cada golpe al madero era un golpe al tirano, a la mala sombra, escupitajo certero a la ecléctica licencia de todos los astros; en fin, lo cierto es que, cuando la piedra iba con más fuerza a golpear la cabeza de su objetivo, esta safó de la mano de Dominga, y saltó celebrando su libertad. Por aquel momento la piedra tomó vida, y brincó con más energía, sin nadie que la detenga; como deseando cumplir con un recado atrasado. Dominga, inmóvil, perpleja, dudando de lo que sus ojos veían: la piedra y su hijito. La piedra brincando por la ladera, y Teodorito desamparado; blanco ingenuo para esa iracunda masa pétrea. Como un puma se lanza sobre su presa, así salió disparada Dominga, a la caza de la piedra salpicada de boñiga. Llevaba consigo el encargo mortal!.
- ¡Virgen Santa! ¡Mi Teodiitoooo...! Abofeteando tenazmente al impaciente silencio. Corría con sus manos pegadas al rostro; Dominga lloraba y estaba dispuesta a no permitir una putada más. Por desgracia la piedra llevaba ventaja. Mientras corría, sintió morir sin misericordia toda esperanza de castigo para los que tanto mal derramaron sobre su cabeza, y la de los suyos. Vio desfallecer de a pocos la seguridad de sus hijas y la consideración futura de toda su familia; su ilusión y sus esperanzas. Todo por la borda. El rocío irrumpió la mirada de sus ojos claros; la angustia tendió su manta... y cuando todo parecía consumado... mugió la vaca.
2.- Nicolás Hidrogo Navarro
Cuento
A ESA HORA DEL DÍA
La noticia se diseminó gaseósica por todo el pueblo. Algo indecible se agitaba, la brizna escasa, el remolinito en la esquina y la música opaca, las piedras cuarteadas por el irreverente sol del mediodía. Nubes de polvo flotando en la Marginal. Un ambiente de infierno, ingrávido, denso, tumefacto, hasta el respirar se tornaba dificultoso. Las calles silenciosas y desiertas, los papeles perezosamente se dejaban llevar por no sé qué fuerza del aire inexistente a esa hora del día: cartones, plásticos, cáscaras de toronjas, hojas muertas de girasol, periódicos viejos. En la esquina principal del pueblo, la de los mercaderes y las escasas diversiones, el tiempo se había detenido vencido, nadie sabía con certitud qué hora del día era, pero todos estaban con la idea acostumbrada de ser la hora del castigo, la hora del sol miccionador que, radiante de furor y henchido de cólera, azonzaba a la población. Un grupito de niños jugaba silenciosamente, casi sin ánimos en una vereda descascarachada. Era julio, mes fiesta del pueblo y de la patria. Una manada de caninos garrapatosos, empolvados, famélicos y de colores terrosos perseguía irrenunciablemente a un par de macizas y corpulentas perras que estaban en sus días dispuestas, desatando sus perfumes concupiscentes, luciendo su abultada vulva bermeja que llamaba lascivamente a la horda de vagabundos, todos se empujaban y pugnaban por estar cerca olisqueando tan apetitosas señales eróticas, gruñidos y mordiscos se sucedían intermitentemente, todos mostraban sus puntiagudos dientes asesinos, y su aspecto más hosco. Un perro azabache, corpulencia de mastín, de ojos tenebrosos y faite, dominaba a la comparsa de llamativas acciones, nadie se le acercaba, nadie lo molestaba so pena de una revolcada de mordiscos. En todas las esquinas se arremolinaban los perros. “¡Qué barbaridad –exclamaba, con escándalo púdico, doña Concepción—esto es una plaga de mañosos, sucios, cochinos animales!” Por donde uno se cruzara se encontraba con el espectáculo callejero incensurado de estos animales apareando desfachatadamente ante la mirada curiosa e indiscreta de algunas gentes. “¡Zape, animales de Satán, sinvergüenzas!”, vociferaba, gruñendo, doña Carmen, otra beata, anciana cascarrabias, desde el balcón de su casa, haciendo ademanes de alcanzar con sus manos y hacer pedazos la escena que manchaba sus ojos y poblaba sus oídos de cosas que nunca escuchó como lícitas.
Allí en la esquina más concurrida, donde ocurrían todos los sucesos, pero a esa hora desierta, subrepticiamente se habían llevado a cabo unos acontecimientos violentos: un disparo de Smiht Wesson, sórdido y seco, habían cegado la vida de un soldado. Era la hora más triste para morir, ni siquiera la noche lo era tanto peor como algunos lo pueden creer, pues ella era un alivio para los habitantes de esos lares, la tierra se enfriaba, pero a esa hora del día era un horno gigantesco, todos caían en una modorra y aletargamiento lánguido, era mejor dormir, pero dormir con tanto calor, qué locura, mejor ir a las orillas del Utcubamba. A esa hora del día morían las amapolas y sus vástagos en el parque y en los jardines. Esa hora era dos horas pasadas del mediodía, cómo olvidarlo, no había ganas de vivir, pero morir a esa hora el sol castigaba a Bagua Grande por no sé qué maldades cometidas por los primeros habitantes; las calaminas crujían, los árboles penosamente se marchitaban y descolorían gimiendo de sed, el agua innecesariamente se evaporaba, la ropa lavada se secaba en media hora hasta quemarse y el agua del cuerpo se escurría como en un baño soporífero.
A esa hora del día a nadie se le hubiera antojado formar una gresca trapisondana, pero a esa hora nadie hubiera despreciado un vaso de cerveza, en “El Bagüinito”, por supuesto. La cerveza corría allí como en el Utcubamba el agua impetuosa; las cajas eran vaciadas como la avidez casi de la vida; qué premio más agradable a esa hora del día. Y eso era posible, consumir lagos de cerveza, porque las cosechas iban de bien en mejor. Don Matapericos había cosechado 70 fanegas de arroz por hectárea y multiplicado por 30, ¡uf!, era un buen año, a celebrarlo en El Bagüinito, ¡viva!.
El Bagüinito estaba en su punto, atiborrado de gente, la cerveza regada por el suelo, los fuentones de cashcas sudadas, el tufo de tomate avinagrado de los embriagados, los eructos agudos y sonoros por el ají rocoto, las chapas de las botellas tapizando el piso de ocre rojizo, un vaso con cerveza residual, lleno de colillas de cigarrillos Arizona en la primera mesa. Un borrachín, de los que viven de mesa en mesa mendigando un vaso de licor, yacía en el suelo guturando palabras inconexas, extrañas y despachando un hilillo cristalino semicuajado por entre las comisuras de sus labios. El mozo de El Bagüinito, de lo más atento, el más vivaracho y astuto, con su mirada telescópica y nerviosa de carisma, de nariz rechoncha; su fama era tal que retenía en la mente la cantidad de botellas repartidas en las mesas del local, de inicio a fin, antes que acabara la jornada, aún antes que don Paulino, sabía el total de la venta y la ganancias. En el fondo, rincón discreto, casi para parejas, aun grupo de soldados celebraba su primer permiso con una veintena de cervezas. Sonaba chilloso en el parlante del tocadiscos “Mil años” y todos expresaban su júbilo cuando veían aparecer las botellas con gotitas frescas y vivificantes por el hielo que refrescaban la mano y luego los reductos del intestino. Don Paulino sonreía de buena gana, su negocio marchaba sobre ruedas, esa fue su ambición desde que un año plagoso acabó con sus arrozales: El Bagüinito. De ir como iba en el negocio pronto vería cristalizar su segunda ilusión: “una casa rosadita” como en Moyobamba, había leído La Casa Verde y le fascinaba porque la obra concordaba en muchos aspectos con su vía y la de Bagua Grande, por ello quería seguir adelante con la misma idea que movió a don Anselmo. El tiempo transcurría cadenciosamente, con una tonelada de plomo en su lomo, un minuto era una hora allí. Del fondo del avanzaban, líquidos y violentos, varios ¡uuuuurraaaaas! Un melenudo deambulaba de aquí por allá, petulaba su fuerza, jactábase de su valor y fanfarronea su hombría, pero nadie le hacía caso, nadie quería morir a esa hora del día. Por la puerta se divisaba el trote silencioso y filosófico de un burro cargado de latas con agua, iba describiendo una línea de agua a su paso, pero la tierra, como carbón de brasero reticente, lo absorbía tan rápido como caía. Ahora se escuchaba afónico y revolucionado a Ivan Cruz, todos con el rostro embotado lo reclamaban y viva voz y lo imitaban trotando su compás, sudaban como mulas fanegueras, se sacaban las camisas empapadas y pegoteadas del sudor los más osados; los más recatados sólo se limitaban a desabotonarse y hacerse abanico con la camisa: todo era permitido en El Bagüinito, bailar, gritar, cantar, decir palabrotas, enamorar y tocar a la paisana tetona y meterle la mano bajo la falda cuando llegaba con la fuente de cashas humeantes, pero menos pelear.
El marasmo de la tarde llegó a su cenit cuando acostumbradamente las calaminas iniciaban su tableteo de desuntumación del zinc y junto a ello llegó abalanzado su fatalidad. Los soldados, ya sin dinero ni crédito, pedían licor, pero don Paulino ordenó a su solícito mozo no ofrecer ni servir nada mientras no pinten la marmaja y la gresca se armó. Los alardes de poder y dinero se escuchaban en toda la alcalina e intoxicada y polvosa sala. Luego vino la consecuencia y los estragos de la borrachera: la destrucción de las sillas, botellas y mesas. Don Paulino cerraba los ojos y lloraba en el alma a cada contrasuelazo de un objeto de su propiedad. El mozo, entrenado por la experiencia de esas familiares escenas, corrió a la Guardia Civil que distaba a unos 90 metros y trajo a un cabo lenguaraz y con los ojos inyectados en sangre, al ver que corrían los facinerosos satisfechos por la lavada de honor ante la afrenta de considerarlos insolventes, trató de atrapar al más despabilado y, al no poderlo hacer con las manos, lo hizo con 50 gramos de plomo duro al unísono del pensamiento. Le perforó y derritió el pulmón derecho y la sangre amó caer al suelo a borbotones confundiéndose con la fangosidad de polvo resecado de la calle. El estampido grueso y pesado, se escuchó en todo el silencioso pueblo espantado a las tórtolas y barullando la pereza del sueño de las gallinas en los corrales.
A los cinco minutos todo fue apiñamiento y espasmos de sorpresas de terror configurado de una máscara nitrática. “Han matado al cabo Mego –gritó alguna conocida del infortunado que veía como se le escapaba algo por entre sus cuatro costados sin poder evitarlo--. Ahora si se jodieron estos tombos abusivos y maricas. Los mataremos a todos, hoy. En ese momento un decibeleo de ochenta y dos marranos juntos dejó helados y paralíticos a todos y hasta los más valientes sintieron un peñisco furtivo en el corazón. Estaban sacrificando en el camal. “Pobrecitos –comentaban doña Juanita y don Líquido, de balcón a balcón—Estos matones de los carniceros la pagarán cuando mueran. Así tendrán que gritar. Como se les ocurre matar animales a esta hora, la sangre debe estar hirviéndoles en el cuerpo.
El lugar donde cayó el cabo se convirtió en un carnaval de sangre, cuajada y cocida por el lejano horno galáctico del sol, Más parecía que había muerto naufragando en su propia sangre que por ígneos proyectiles. A las seis de la tarde, obligatoriamente el sol dejó de castigar el cuerpo embadurnado de sangre vidriosa y polvo. El ejército llegó en un comboy de tres carros repletos de soldados seguros para la guerra. Eran sus camaradas de batallón al mando de cuatro oficiales que habían sido radiados sobre el suceso desde Bagua Grande. Cuando vieron el cuerpo, inerme y acosado por curiosos, y por una manta de moscas de muerto, sus camaradas no pudieron disimular el infinito odio a la policía, las venas de sus brazos parecían reventar con la prensión del gatillo de sus FAL; sentían el aprensamiento hacia sus estómagos de un no sé qué impulso asesino y exterminador. Fueron a la comisaría y allí, el oficial más soberbio hasta unas pocas horas antes, parecía el niño más indefenso del mundo. Mudo y con el rostro constipado no atinaba a coger las palabras ni hilvanarlas. Fue objeto de la más dura rechifla de la población y casi fue bañado de escupitajos, siendo la amonestación más humillante de su vida, quizá la primera y la última, por tener esa práctica de la ley del armado: disparar sobre cualquiera.
Eran las 7 p.m. cuando se retiró el ejército con su prisionero más resguardado que el propio presidente de la república. La policía quiso cobrar su bríos de otrora tratando de esparcir a la muchedumbre que quería saciar su sed de venganza por todas las tropelías. Las puertas de la policía se cerraron y se apertrecharon temiendo lo peor, pero confiando en el poderío de sus armas. “Morírán como ratas allí dentro, sentenció un paralítico en ruedas que dirigía los insultos, la justicia del pueblo es más válida y sabia que aquella acomodada y dada por otros que no pertenecen a ella.
Esa noche llovió torrenciales piedras de la tierra y agua reinvidicadora del cielo sobre la comisaría que se deshacía en llamas. Los guardias huyeron como conejos montaraces a los cerros cercanos dejando a los presos ocasionales en sus pútridas celdas y a la merced de las lenguas impetuosas del fuego purificador. Llovió tanto, relampagueó mucho, resplandeció tanto que a la mañana siguiente toda la ya excomisaría parecía un chicle derretido en un promotorio de algarrobos calcinándose dentro del horno de pan de don Sebastián.
3.- Rubén Mesías Cornejo
Cuento
EL REO
Mis ojos incursionaban entre los intersticios de la sólida mampostería que atrapa mi cuerpo, puede parecer que estoy buscando una salida para el fantasma que resbala del eje de mis huesos, casi lo siento alejarse de esta forma enclaustrada rumbo al éter que se insinúa entre los barrotes. Afuera el aposento se difumina entre los colores que guarecen el cielo de Jaquijahuana, las nubes disponen su orden urgidas por el viento dictador, una baraja de formas obsesiona a mis ojos fugitivos de esta inexpugnable celda. ¡Qué abundancia de posibilidades se entreveran a mi ser!.
El pasado se desglosa en múltiples imágenes antiguas y reciente que se filtran en mi memoria con rapidez!. Me he burlado en demasía de la muerte, la tomé como si su singular llama no pudiera rozar mi armadura. Muchas veces la desafié prematuramente en los campos de batalla de Italia y del Perú, pero ella no acudía espantada por mi coraje, entonces confieso que se apoderó de mí el placer de a victoria ¡cuantos enemigos del muy magnifico Gonzalo Pizarro han sido ejecutados por orden mía!. Todavía puedo escuchar el crujido de sus vértebras precipitándose hacia el vacío mientras su cuerpo se convulsionaba colgado del patíbulo como los macabros frutos del árbol de la muerte, en ese instante no tuve piedad, no precisaba de ella pues mi voz tenía facultad de ejercer la justicia sumaria inherente a los azares de esta guerra que me estaba enloqueciendo con su trágico curso. No había tregua para el asesinato, y el allanamiento de los solares de los tránsfugas en cuyas huellas exploraba los signos dejados por la esperanza de huir de las fauces del cazador que soy yo. De mis manos brotó la sal que mancilló sus cabezas con el oprobio de su derrota ¡no!. No debo escuchar sus súplicas propaladas a gritos. Saben que no torceré mi decisión, que su desamparo no me conmoverá pese a celebrar suntuosos ágapes cuando la victoria nos favorecía yo no soy traidor como vosotros, hombres débiles que tiendes a salvar su cuerpos en desmedro de su alma con mis sentidos sutiles una vía luminosa que me exonera del triste miedo que siento el condenado ahora que los episodios se fragmentan sobe mi cráneo octogenario. Todo se deshace y apenas cierre los ojos viene a atravesarme la sombra de una escena indeleble, conservada, sobre las demás porque es el epilogo de una historia infame: veo el desbande de Cépeda, la deserción masiva de un rebaño asaltado por la ignominiosa carencia de principios, detrás de aquella traición se oculta la cáustica sonrisa sangre en aquel campo como se infería por la presencia de rostros ocultos por la vistosa plumería de los morriones. Contar su numero seria como enumerar la arena de una clepsidra diabólica, pese a que la pena capital se cierne sobre mi encierro y el tiempo agota mi aliento. Mi voz es oída por el adobe, ni siquiera hay un celador que se detenga al escuchar mi especulación, el rumor se arrastra resignado por el corredor ¿a quién puedo convencer si todos llevan como una máscara sobre el rostro ensangrentado?. Duele despojarse del molde que define las acciones, detrás se enciende como una herida que el aire palpa con sus dedos engarfiados. La carne se abisma, las células se dividen, y un tímido manantial se insinúa en medio del dolor, solo esa minúscula ventana recien labrada le otorga autenticidad al barro humano. Nadie puede suplir esa identidad con su sonrisa melosa y crispada que compra una encomienda u otorga una prebenda. Ni siquiera me importa poner las manos sobre una heredad malversada, porque se que los baldones se abaten sobre la conciencia de mis jueces. Diego de Centeno sintió la trémula llamada del honor cuando vino a los ojos de su amo, cuando nos enfrentamos pude entender su dilema. La puerta se abre y deja paso a la luz, sus rayos señalan el camino hacia raso suspendiendo su relieve sobre mi anciana humanidad si el tiempo pudiera adelantar la longitud me atravesarían de parte a parte como la condesa Báthory solía ejecutar a sus reos allá -en el reino condenado para divertir al clérigo y escarmentar a la plebe española que observa el espectáculos. La escalinata de madera me conduce peldaño a peldaño hacia el tocon que funge de patíbulo para los decapitados. Luego mi cabeza será amputada por el canto del hacha y mis miembros serán expuestos al morbo del pueblo del Cuzco, sin embargo esto ya debe concluir, ahora estoy agachando mi cabeza ante el verdugo Juan Enríquez, su pesada hacha cae cobre mi cerviz. Y el viento arrastra el último resuelto de la garganta de Francisco de Carbajal.
4.- Luis Rolando Alarcón Llontop
Cuento
NO PODEMOS DORMIR CONTIGO
La mañana que llegó todas las chicas nos apretujamos al borde de la escalera para verla sin entrar sin que nos viera. La señora Meza se había enfundado desde temprano en el eterno traje de gasa blanca con el que recibía sus inquilinos. En un rincón su esposo, viejo y huraño, permanecía inmutable a los encantos de la novedad leyendo un periódico de cualquier día, aún cuando Gabriela entró empapada en los sudores del viaje y de su propia timidez pero con una belleza tan fresca que nos hizo olvidar el irrespirable sopor de marzo. Yo me le acerqué para conocerla porque compartiríamos el mismo dormitorio impersonal y gris, y enseguida comenzamos a contarnos todo lo que se cuentan las viejas amigas que se conocen el primer día. Por las noches nos dirigimos a nuestras camas vecinas para que durmiera el cansancio de su largo viaje. En cambio yo, a su lado, no pude conciliar el sueño- Ni esa, ni las noches siguientes.
Al principio pensé que podía ser la emoción por su llegada o las bondades de su compañía porque Gabriela no sólo era una mujer más hermoso que había venido a la pensión sino que su sola presencia parecía llenarlo todo de un humor distinto. No es que fuera tremendamente bella pero era lo suficiente como para complacerse con sólo verla. Así que no me preocupé demasiado, me cubrí las incipientes ojeras de azul y me fue al hospital a seguir con mis clases de enfermería. Cuando regresé, como a las ocho, rendida por los trajines de la vida estudiantil, la encontré durmiendo plácidamente como sólo pueden dormir las despreocupadas princesas hindúes. Me le acosté tan cerca que casi podíamos respirar la misma respiración. Y me quedé así, despierta, viéndola, hasta el amanecer.
A la mañana siguiente mi preocupación creció en proporción directa a la profundidad de mi ojeras; y hasta me ruboricé cuando Gabriela se despertó radiante con todos los colores de la lozanía en su lugar. Ella pudo verme la turbación en el rostro pero volteó la cara antes que le confesase el inexplicable y repentino insomnio. En el desayuno la señora Meza vio mi desgracia por encima del maquillaje azul de los ojos, me increpó que estaba estudiando demasiado y me dio doble ración de quáquer como para compensar; y justo cuando le iba a contar los detalles de mi malestar, los jóvenes esposos Curti, con un semblante parecido al de mi primera noche, se sentaron a la mesa y mascullaron a coro: “No puedo dormir”. Algo me dijo que lo que pasaba era más extraño de lo que en un principio pensé, pero preferí todavía no decir nada. Aunque en extremo cansada, mantuve mi cuerpo sentado en la clase pero mi mente en otra parte: el inusitado fenómeno de la residencia Meza. En el cafetín del hospital comí cuanto pude porque supose que me iba a ser falta la mañana siguiente cuando amaneciera con las ojeras sobre los pómulos. Algunos kilos de menos y ninguna hora de sueño. No me equivoqué. Ese día se levantaron de la noche sin dormir no sólo los esposos Curti, sino también el estudiante de leyes, las otras chicas y hasta el esposo de la señora Meza. La dueña de la pensión tampoco había dormido pero, en la mesa, no comentó nada porque toda la noche se la pasó fingiendo un sueño celestial para evitar responder las injurias que su marido le hacía al gobierno por la falta de sueño. Entonces, calladamente, comencé a desenredar mi hipótesis. Como supuse, esa noche media ciudad se la pasó en vela.
Al quinto día de la estancia de Gabriela el malestar se había general. En los hospitales se hablaba de la posibilidad de una rarísima enfermedad originaria del Africa, los párrocos rezaban porque creían cerca del día del juicio final y algún brujo vio en sus delirios de san pedro y aguardiente- un “daño” colectivo. Como ajena a lo que sucedía, Gabriela había ido a una playa poco concurrida a pasar el día libre mientras esperaba la tramitación de su matrícula en la Escuela de Leyes. Tendida sobre la arena se había quedado dormida con un sombrero de paja encima del rostro; y cuando se levantó encontró que los peces alborotados por su presencia caleteaban por millones, unos encina de otros, llenando la playa hasta donde le alcanzaba la vista. A esas alturas el insomnio general era ya una preocupación del gobierno central. A la misma hora que Gabriela regresaba espantada por sus horrores en la playa, llegaba a la ciudad el Ministro de Salud Pública; por la tarde arribó también el de Trabajo y Asuntos Indígenas porque los indios y negros de las haciendas se negaban a trabajar por exceso de cansancio y falta de sueño. En la noche llegaron periodistas extranjeros, pero una artimaña de un funcionario del Ministerio de Gobierno y Policía sedujo a la prensa para que cubriera el inédito (pero menos importante) suceso de los millones de peces fuera del mar. Al otro día los diarios de todo el mundo abrían sus primeras planas con fotos verídicas de las playas de la caleta San José; pero de insomnio, nada. En la residencia nadie, excepto yo, se había percatado en que la púnica persona en la ciudad que sí dormía era Gabriela y que la epidemia comenzó justo el día en que llegó. La esperé en la puerta para pedirle una explicación por lo que pasaba y cuando ella entró ya no pudo evadirme. La cogí por las muñecas y ella adivinó mis pensamientos.
- No lo pude evitar -dijo con lágrimas en los ojos-. He venido huyendo de esto desde hace mucho.
Yo la solté porque comprendí que Gabriela era la víctima más afectada de los estragos que causaba. Quise decir algo más pero otra vez se adelantó a mis palabras.
- Sí, lo sé, no pueden dormir conmigo.
Esa misma tarde Gabriela cogió sus maletas y se marchó sin despedirse para devolvernos el sueño de muchos días. La ciudad pudo dormir toda la noche y todo el día siguiente; y cuando la gente despertaba se encontraba perpleja por no saber las fechas. En la residencia apenas si se dieroon cuenta que Gabriela no estaba; de todas maneras la señora Meza lo justificó de cualquier modo.
- Debe haberse aburrido la pobre de un lugar tan extraño donde la gente no puede dormir y los peces huyen del mar.
No es que me haya acordado de ella, después de todo el tiempo que ha pasado desde el insomnio, lo que pasa es que la he visto recién. No aquí, sino en Lima. Estaba sentada en un restaurante del aeropuerto tomando café acompañada de un ciudadano británico. Me acerqué a saludarlo y ella me recibió con una sonrisa. Me presentó al inglés diciéndome que era su esposo. Yo ya sabía que por lo menos había estado acostándose con él. Se lo noté en sus ojeras.
5.- William Piscoya Chicoma
Artículo
EL HAIKU: POESÍA DE ESTACIONES
Muchos autores consideran al Haiku como la forma poética que manifiesta claridad directa y espontánea que, consecuentemente, transmite un goce estético desde el primer momento que el lector se hace partícipe de la carga de su sentido. Y es que, sin recurrir a formas artísticas ni engranajes intelectuales y con el más mínimo ejercicio racional para su entendimiento, el Haiku, es unas de las tantas exquisitas manifestaciones de la cultura japonesa, específicamente hablando, la expresión más acabada de la sensibilidad poética japonesa. No se conoce con exacta precisión la época en que aparece, en el Japón, este género literario de breve constitución. Sin embargo, son no pocos los estudiosos que advierten que el Haiku es una forma desprendida del Tanka o del Renga, dos de las formas poéticas más conocidas durante el reinado del Emperador Gotaba en 1186. Es el Tanka o comúnmente llamado Estrofa encadenada que da inicio a la tradición Renga, en cuya composición participaban, como número límite, tres poetas. Esta misma forma poética se convirtió en la composición más importante de su época y duró los 800 años de su larga y prolongada vida. La tradición poética japonesa reconoce a Sogui como padre del Haiku. Junto con Sakan, otro gran poeta del Japón, logran independizar al Hokku del Renga, dando forma y vida a la composición poética más breve, expresión de lo sutil, nutrida de un profundo amor a la naturaleza y con un hondo e inacabable sentido fundado en el principio de síntesis y belleza. Género que demuestra concisión y carácter elemental, el Haiku, es un poema corto de 15 estrofas distribuidas en tres versos de 5, 7 y 5. Por sus referentes poéticos que son tomados de la naturaleza: el río, la nieve, el viento, el atardecer, el sol, la luna, los grillos, la rana, etc., el Haiku ha sido denominado como poesía de estaciones. Pero sus estudiosos han señalado, con suficientes fundamentos, que la característica más resaltante del Haiku es la actitud para crear en el lector un sentimiento y una emoción estética donde se aprecia tres tipos de experiencias: por parte del poeta, del lector y de la naturaleza. Esto hace posible la diversidad de lecturas, intentando restituir, en parte o en todo, la experiencia originaria del poeta, es decir la unidad universal. Estéticamente hablando esta forma poética oriental responde a principios y sentimientos de la filosofía Zen. Temáticamente muestra el tiempo, la fugacidad de este y la fragilidad de la vida. Y es tanta la variedad en la forma y recursos para la elaboración que, ciertamente, este género tan corto y profundo a la vez, resulta inagotable para sus cultores. Grandes representantes del Haiku son Basho, Busón, Issa, Shiki, Moritake, Taigi y otros grandes poetas del Japón antiguo. Mucho se ha afirmado acerca de evidentes aportes que cada uno de estos autores, han legado para el enriquecimiento del Haiku, pero, talvez, son cuatro poetas – Bassho, Busón, Issa y Shiki- quienes la tradición del Haiku en el Japón, reconoce como las sensibilidades más finas y aportativas. Con Matsuo Basho(1664-1694), y después de la evolución y las iniciales tendencias, el Haiku, se tornaría más libre, donde es válido cualquier expresión, demostrando un arte más humanista y con un ingrediente de obsenidad y hasta vulgaridad. Es famoso el Haiku que, a los 40 años, escribió Basho y donde se aprecia la experiencia vital con el mundo que este poeta exigió para su vida y poesía: “El estanque antiguo/Salta una rana/ El ruido del agua”. Busón(1715-1783) daría al Haiku una dosis de romanticismo devenida de la calidad aristocrática y cortesana de la que gozó Busón. La poesía de este fino poeta resulta presentando una nueva alternativa para el Haiku que se va a ver incrementado de la finesa y energía en su percepción de la vida del hombre y donde sobresale distintivamente una ferviente búsqueda de la belleza. Lo romántico, la fineza y energía de Busón en el siguiente poema: “La niña muda/ se convirtió en mujer/ ya se perfuma”. Issa(1763-1834) dotó al Haiku de un sentido más sentimental que filosófico, además que lo hizo extremadamente simple, donde importó el contenido y no así la forma. Asimismo instauró en la elaboración de esta forma el sentido de identificación y amor a los seres animales, con una marcada tendencia al sentimentalismo, al contrate y al sarcasmo: “Para el mosquito/la noche también es triste/triste y sola”. Issa es cribió 54 haikus sobre culebras, 90 sobre animales voladores, 150 sobre mosquitos, 15 sobre el sapo, 250 sobre la rana, 230 sobre la luciérnaga y 60 sobre los más variados insectos. Otro famoso haiku de Issa: “Cuando muera/van a guardar mi tumba/grillo”. Shiki(1867-1902) es el descubridor y el que impuso el término Haiku como nombre de la composición. Se dice que su vida fue un haiku por su brevedad, ya que murió tuberculoso a los 35 años de edad. Sin embargo, Shiki, escribió 80 ensayos sobre el Haiku consiguiendo desligarlo de la práctica del Renga. Dos haykus de quien es considerado restaurador del Haiku y voz aplificadora de la tradición poética japonesa: “Noche de primavera:/Un transeúnte/Sopla una flauta”. “Ah si me vuelvo/ese pasante ya/ no es sino bruma”. En la poesía hispanoamericana, el Haiku, ha ejercido una evidente influencia que se ha visto, en los últimos años, convertida en una serie de actuaciones notables de nuestros propios poetas con el fin de escribir mutuamente Rengas y Haiku. Tal es el caso de Xavier Villarrutia y José Gorostiza, ambos mexicanos, que siguen la línea expresada por Juan Tablada, también mexicano que es el autor de los primeros haikus en lengua literaria española. Octavio Paz, en otro de los casos, se juntó con el poeta italiano, otro francés y un último inglés para componer Renga. Jorge Luis Borges, en 1981, publicó 17 haikus en el libro “La Cifra”. Y Javier Sologuren, otro estudioso del Haiku en nuestro continente, dice que, en el Perú, Alberto Guillén y José María Eguren ocacionalmente se einteresan por las creaciones estéticas del Japón, pero de maneras tangenciales ya que en todas sus obras no aparece un solo Haiku. Más tarde sería, en nuestro país, cuando aparecen ciertas composiciones que animan e impulsan la práctica de este género. Con Enrique Peña Barrenechea, Washington Delgado, Blanca Varela, Ricardo Silva-Santisteban, Alfonso Cisneros Cox, Carlos Zúñiga, Inés Cook y Cronwel Jara, entre los últimos. Si bien es cierto que el Haiku no es una constante en su labor poética, el mismo Javier Sologuren, ha incursionado en este sutil y brevísimo género poético japonés. Así lo confirman los siguientes: “Haikus escritos en un amanecer de otoño”, donde ciertamente lo único extenso es solamente el nombre: “Los fuertes vientos/no arrastran hojas/mis pensamientos.”. “Tú, cara a cara./Y me hablas, me sonrés/¡Y que lejana!”. “Nadie. La Luna. Nadie./Yo. Nadie. Sombra./Nada ni nadie.”.
6.- Luis Ernesto Facundo Neyra
Cuento
LA GARZA ENCANTADA
Con la llegada de la primavera le notábamos más vida a la campiña, más color, más alegría.
Nos llenaba de entusiasmo. Por eso salimos contagiados de optimismo la mañana que decidimos ir a cazar pájaros.
Tomamos un sendero bordeado de campanillas lilas y de cargados platanales que se mecían con el viento como abanicos ante la tierra caliente. Por ese rumbo llegamos al corazón de una enorme chacra, donde los mangales florecían, y las garzas con sus largas patas saltaban entre los surcos de los arrozales segados.
A nosotros nos interesaban los pájaros y decidimos trepar sobre los enormes mangales. De árbol en árbol buscábamos afanosamente algún nido y solo pudimos conseguir no pocos ataques de las avispas.
-Mejor utilicemos los jebes- me dijo Juan, mientras descansábamos reclinados sobre el grueso tronco de un mangal.
-No tenemos muchas piedras y además hay que correr mucho tras los tordos o las zonas- respondí.
-Sí, pero es mejor a terminar “cuculo” con las avispas, -dijo convincente Juan.
Nos dispusimos a preparar nuestros tiradores y caminamos con dirección a unos sausales que se encontraban al pie de la acequia que distribuía el agua para las tierras de este lugar, se veían muy copiosos y sus ramas mecían la varios tordos puestos de pecho con su plumaje azabache.
A unos diez metros de distancia templamos los jebes de nuestros tiradores y dos piedras redondas salieron disparadas sin conseguir hasta que tengamos en nuestras manos por lo menos una de ellas.
Avanzamos agazapados hasta cierta distancia y nos colocamos en posición de tiro sobre la bandada de tordos.
- ¡El de la copa es mío!, le dije a Juan.
- Difícil. Ese es el primero que vuela, me respondió.
Afiné la puntería, disparo y el proyectil despluma la cola del tordo que salió volando haciendo sus movimientos ondulantes en el aire.
- ¡Ya lo tenemos!, gritó entusiasmado Juan, mientras corríamos tras nuestras presa que a pesar del impacto se alejaba hacia el fondo de la campiña.
Y nosotros, corre y corre de un lado para otro hasta que se nos perdió entre un pequeño bosque. Curioso paraje de una tranquilidad solemne.
-¡Mira Lucho! Gritó, de pronto, Juan.
En medio de un verde pastizal una hermosa garza blanca descansaba sobre una pata. Su cabeza. Comúnmente pequeña con moño largo y brillante se mostraba mucho más grande y destellaba hermosura. Su pico largo y amarillo brillaba con el sol y la albura de su pecho parecía iluminar todo el ambiente del bosquecillo.
- Hay que atraparla, dijo Juan entusiasmado por el hallazgo.
Nos fuimos acercando lentamente, y a medida que avanzábamos el hermoso animal daba unos pequeños saltos y graznaba como invitándonos a seguirla.
- Mejor disparémosle desde acá, le propuse a Juan.
- Tienes razón, será difícil capturarla. Prepara tu tirador.
- Disparemos juntos, acoté.
Una, dos y hasta tres veces disparamos pero las piedras parecían perderse sobre su pecho albo y brillante. Quise revisar bien los jebes del tirador cuando al manipularlo se me cayó. En ese momento observé cómo mi instrumento se hundía lentamente en el pastizal y nosotros teníamos el cuerpo hundido hasta cerca de la rodilla.
- Garz... Garz... Garz...
Nos llamaba la garza que se veía grande, hermosa y radiante y su graznido nos comenzó a llenar de miedo.
- Salgamos despacio, le dije a Juan y nos tomamos de la mano. Poco a poco fuimos retrocediendo sacando con dificultad las piernas del pasto pantanoso.
- Garz... Garz... Garz...
Insistía en su llamado la garza que comenzaba a acercarse hacia nosotros.
Pronto nos dimos cuenta que estábamos pisando tierra firme, volteamos sin mirar a la garza y corrimos despavoridos con el corazón en la boca.
Llegados al pueblo nos informamos que habíamos tenido un encuentro con la Garza Encantada del pantano, ave mítica de nuestro pueblo.
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