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miércoles, 12 de mayo de 2010

LA PROMOCIÓN LITERARIA EN LAMBAYEQUE: UN ACTO HEROICO

LA PROMOCIÓN LITERARIA EN LAMBAYEQUE: UN ACTO HEROICO

Por Nicolás Hidrogo Navarro

Promover literatura en Lambayeque no sólo significa lidiar con la inexistencia de editoriales y fuentes de financiamiento, locales y entidades que superen su apatía y letargo, convertidos muchas veces, en guardianes de viejas casonas solariegas donde dormitan los murciélagos, las polillas, el bostezo y el suave tic-tac del tiempo sin hacer nada más que esperar que el tiempo trascurra y nos ahogue la inercia, implica también tener que enfrentarse a la apatía, desgano y a la falta de necesidad de lectura de alumnos y docentes y la comunidad en general. Las separatas o folletitos, plaquetas, son compradas por pura pena, cortesía o casualidad amiguera exigida: no hay ni se ha creado la necesidad, ni aún dentro de los intelectuales formados en la especialidad de Lengua y Literatura.
Hacer literatura no sólo significa escribirla, publicarla, significa también difundirla, valorarla, hacer hermenéutica, crítica y deconstrucción textual y pedagogía e investigación analítica de ella.
En Lambayeque, aún estamos iniciando hacer esto último y sólo nos hemos contentando con presentar el folleto, la revista o el libro y dormirnos en los laureles. Nadie lee en el Perú si no hay una recomendación expresa desde el colegio y por el profesor, son escasos los que acuden por mutuo propio a una librería o biblioteca para indagar y ampliar sus lecturas. Casi nadie emprende una aventura de la lectura como actividad placentera, sino como un ejercicio escolástico de exigencia, de condicionante por una nota de curso. Estamos casi muertos en lectura, agónicos y no sea que estemos asintiendo a un funeral literario.
Hay una excusa mitificada muy reincidente en la explicación de por qué no se lee en el Perú. Se dice que por que los libros son caros y eso ha quedado invalidado porque si eso fuera cierto, la gente acudiría a un último reducto que serían las librerías suelos, donde los textos son vendidos hasta en un 10, 15, 20 ó 30% de su costo original. Allí sólo acuden los estudiantes como “colegiales” porque el docente se los exige con obras sorteadas, pero no los post-colegiales, al contrario llegan a vender sus obras a precios ínfimos. Aquel que vende un libro sin plena necesidad debe ser un suicida intelectual: vende el alma de la cultura, expectora el espíritu mágico de un mundo posible.
Nadie podrá hacernos salir de la literatura, el fuego que produjo en nosotros es tal que nos han quedado las esquirlas de los versos, las estructuras, las figuras, las palabras, las rimas y los semas.
Hay la necesidad de emocionar más con la palabra que ensuciarlas con actos profanos y reñidos con la moral, los valores y las buenas prácticas de civilización. Recuperemos el ideal sublime de hacer de la palabra una herramienta de pasiones y ficciones, que hacer de ella un enredo de vericuetos, una cadena alofónica de piezas desarticuladas y abstrusas. Todos tenemos la capacidad de escribir y enamorarnos, pero no todos alcanzarán el rango de poeta o aeda; todos tenemos la capacidad de contar anécdotas o sucesos, pero no todos alcanzarán la capacidad de hacerla parir emociones y telarañas de estructuras atrapantes para denominarse narrador.

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