RESULTADOS OFICIALES ¡¡¡GANADORES!!! V CONCURSO LITERARIO NACIONAL - 2008
“César Abraham Vallejo Mendoza”
GÉNERO LÍRICO
1.- PRIMER PUESTO:
Poemario : “Poemas como hojas sueltas”
Seudónimo : Katekill (Diosdado)
Autor : Jhony Julio Segura López
Lugar : Santiago de Chuco
2.- SEGUNDO PUESTO
Poemario : Ensayo de la ausencia
Seudónimo : Silvio
Autor : James Ricardo Quiroz Biminchumo
Lugar : Trujillo
Mención honrosa I
Poemario : “La voz insular”
Seudónimo : Banana
Autor : Ricardo Santiago Musse Carrasco
Lugar : Sullana
Mención honrosa II
Poemario : “El último Evangelio desde la locura”
Seudónimo : D.C.Golem
Autor : Luis Alberto Maco Camizán
Lugar : Lambayeque
Jurado calificador
Jorge Fernández Espino Carlos Bancayán Llontop Moraima León Sáenz
Vocal Presidente Secretaria
GÉNERO NARRATIVO- CUENTO
1.- PRIMER PUESTO:
Cuento : “La luz del pintor”
Seudónimo : Eros Estalbert
Autor : Esteban Alberto Plasencia Dueñas
Lugar : Chiclayo
2.- SEGUNDO PUESTO
Cuento : “Por siempre Lola”
Seudónimo : Alejo
Autor : Yony Alejandro Jiménez Villegas
Lugar : Reque
3.- TERCER PUESTO
Cuento : “Madrugada sin dormir”
Seudónimo : Pájaro azul
Autor : Darwin Villanueva Cieza
Lugar : Cajamarca
MENCION HONROSA I
Cuento : “De este lado de la noche”
Seudónimo : Mesalina
Autor : Rocío Graciela Ayala Azabache
Lugar : Trujillo
MENCION HONROSA II
Cuento : “Auras con bordes aleatorios”
Seudónimo : El residente
Autor : César Augusto Boyd Brenis
Lugar : Ferreñafe
MENCION HONROSA III
Cuento : “Destino”
Seudónimo : Pedro Camacho
Autor : William Smith Piscoya Chicoma
Lugar : Ferreñafe
Jurado calificador
Elmer Llanos Díaz Andrés Díaz Núñez Nicolás Hidrogo Navarro
Vocal Presidente Secretario
TEXTOS GANADORES: POESÍA
PRIMER PUESTO: “Poemas como hojas sueltas”
POEMAS COMO HOJAS SUELTAS
(Varia Invención)
Autor: Jhony Julio Segura López – (Diosdado)
Katekill
A mi Patria y mi pueblo
Mi país es hermoso para la poesía.
Hermoso allende la mar y sus fronteras.
Por todos lados su verbo engendra,
Como engendra locos bellos y adorables cada día.
Aquí nacen poetas, allá y más allá poetas nacen.
Hubo ayer poetas, hoy hay poetas, mañana habrá poetas.
Del presente, del pasado y del futuro…
Oh. Qué hermoso es mi país de estos extraños seres,
De voz y de palabras sostenidos.
El Arte de la Vida en el pecho de estos hombres canta.
Y precisamente por el dolor, más que por la alegría.
PRIMERA PARTE
ARS POÉTICA
Voy de mi ensueño
Hacia un mundo que aún existe
Al ruido, al miedo
Al llanto
Por entre el eco de tu nombre fantástico
Al bullidor quebranto
Y es el estarse mirando las estrellas las estatuas
De fieltro, de barro
De fulgor y de sangre
De hielo
Al leve tacto del arco del tiempo
Y las muletas del aire
Y el sueño
Con tu clara imagen de arcilla
Con tu guirnalda, tu trenza, tu zapato
Con tu encanto de aurora, de nube
Con tu vuelo de gaviota
Con tu inocencia de hiedra, de paloma
Con tu abismo nocturno
Con tu lluvia cantarina
Con tu disco de carbón de piedra
Con tu cabellera de catástrofe
De helecho
De azufre
De luz y de sombra
De yegua indomable y montada
Con tu pureza de trompeta en cien batallas
Con tu huerto de olivos
De laureles
Con tu cesta de manzanas
Con tu templanza de marfil
Tu cuerpo de sosiego
Tu caudaloso río que se enciende
Tu hoguera dulce que se apaga
O se eleva o se bifurca
De frente hacia la noche
Fabulosa en su crepitar de cielos
Y de lumbres
Al contacto sacro de tu piel
Y tu hiel y tus axilas
bajo ninguna ausencia
que deje entrever tu encanto,
oh amor- poesía.
Trujillo, 22 de Abril de 1994
PARVANATURALIA
Para ti que conoces estas palabras
La dulzura del arroyo se asemeja a tu sonrisa
Y en tu rostro sencillo de hierba silvestre
Titilan los ojos dorados del universo.
Quieta eres como la luna dormida en el paisaje.
Tus adorables senos magnolias encendidas de los prados
Me hacen soñar como un niño
Que por las noches ansía tener
Un juguete caro junto a sus labios.
Cada día en tus ojos, puquiales del alba,
Se agolpan a beber miles de venados sedientos
En pos de las auroras.
Qué mejor yantar para las ganas del hambriento
Que devorar tus labios con la inocencia sutil
De quien ignora el mundo,
Y recorrer así tu cuerpo de mariposas florecidas
En la hamaca del tiempo.
Tierno tu noble corazón es lámpara votiva
Que alumbra el país de los solitarios.
No hay nada más bello que tu nombre
En todos los parajes
Al ver reflejada el alma de los ciegos
En tu aura de paloma.
Tú eres quien despierta el amor infinito
En mi pecho de hombre.
Eres la bandera azul que flamea en el horizonte.
SPONDHYLUS O MULLUS
Te amo diariamente como el aire
que inquieto envuelve tu cuerpo
y en silencio te acaricia.
Te amo intenso como el sol
o sutilmente como el alba,
desde el crepúsculo al amanecer.
Te amo en voz alta y en susurro
sobre la piel de esta página en limpio.
Te amo
Spondhylus o Mullus, mujer, oro rojo
y blanco de mis versos.
Te amo
te lo he dicho muchas veces
deletreando mis palabras a tus oídos
como si fueran besos.
Te amo
te lo he dicho a la distancia
lleno de amor y de deseo,
temblándome el alma plena de esperanzas
como una planta que en el infinito
la lluvia estremece.
Te amo sin dudas ni temores
te lo he dicho humano y sensitivo.
Una y mil veces…
A ti, patria hermosa
de mi canto y de mis sueños,
Te amo
porque no me basta sólo quererte
y porque eres tú la alegría que me falta.
Te amo
te lo dije ayer y te lo digo ahora
y quiero decírtelo en plenitud de vida,
más allá del olvido y de la muerte,
más allá del amor…
A la hora perfecta
de la integración de los cuerpos.
Oh, hija del viento marino,
de la lluvia,
del sol y de los mangles.
PARA TI DESEO UN GRAN AMOR
Como la música más bella de la naturaleza
Como la viva presencia del sol en todas las auroras
Como los acordes misteriosos que en el horizonte
hace temblar el infinito
Como la armonía del viento que rodando de tumbo en tumbo
juguetea con los riscos y los árboles
Como el más tierno corazón
que suele dormirse al más leve suspiro
Como la dulzura cristalina de los eternos manantiales
en el fondo del alma
Como el tranquilo vuelo de una mariposa
remontando las más inhóspitas praderas
Como el canto decoroso de un pájaro lleno de vida
que vuela a morirse en los parques azules del cielo
Como el dulce resplandor de una mañana
despejada y serena
Como los ojos libres y profundos de los enamorados
que juegan a esconderse en los parques nocturnos
Como el suave discurrir de un arroyuelo
en la sequedad de los desiertos
Como el tierno vaivén de las olas marinas
en las playas distantes
Como las quietas y desaforadas esperanzas de un orate
que ansía un solo beso fulgurante
Como los sueños fervorosos de un amante
que en las noches sin calma siente morirse de soledad
Como todos tus deseos reunidos para recorrer así
las intimidades más recónditas tu cuerpo
Como un montón de abrazos y de besos
hasta que caigas rendida de tanta felicidad…
En fin, un gran amor temeroso y altivo,
como los grandes amores que pueblan la tierra.
Sí, todo eso deseo para ti, amor mío.
Pero sobre todo, dártelo yo mismo un instante
con un montón de abrazos y besos,
aunque sea lo último en mi hora postrera que te pida.
Sonríe, aurora eterna de los prados.
CANCIONCILLA ÍNTIMA
Me he quedado contento
al candor de tus palabras.
Tienes la sonrisa franca
de las vírgenes de antaño.
Cuando de lejos y en silencio,
te beso con el alma y con el ansia;
veo brotar de pronto
de tu pecho la esperanza.
Quién sabe, cuando te sueño,
tu corazón de campana
por la noches repica sus tonadas.
Tus ojos bellos me sugieren
pececillos hondos
en el mar de tu mirada.
Y toda tú, bajo la luna,
al paisaje de mis sueños
te igualas.
Porque desde aquí,
desde dónde en ti estoy pensando;
bella el alba se levanta
con su cántaro de flores.
Y hay bajo tus níveas blondas
dos medios mundos descansando,
que la sangre toda en mi
en mi cuerpo se agiganta.
Mas por ti en las noches blancas
dulces canciones de oro y plata,
prados y valles van cantando.
Ay, que me he quedado dormido
o soñando de contento
al fulgor de tu mirada.
Es cierto, amor mío.
Es cierto…
TE AME
Y me dolieron tanto tus miradas
O se murió el amor en tus palabras
O se murieron mis brazos
Remos de un barco flotando
Dentro de la mar invisible
Allá en el ocaso
Pero tú no sabías cuánto te amaba
Amo en realidad el olor de las rosas
Y era feliz mientras rozaba tus cabellos
Al lado del día
Al lado del orbe
O éramos otra vez a las bromas los juegos
Y las risas
Como en la lectura de cuentos
De hadas.
El lobo del desierto
Aullaba en el diván de los sueños
Y no sé verdaderamente
Qué quería O querías
Mientras yo me alejaba de tu cuerpo
Ausente o solo
A llorar violento en tus asombros
A escribir mi tristeza
Con cada letra de tu nombre
A huir de mi espanto
En medio de gaviotas y de náufragos
Que se alejan o se aprontan
Como al otro lado del mundo
Era verdad te amaba
No te amo.
UMBRAL DE LA ESPERANZA
No enciendas la sombra del mar con tu mirada
No tus labios, ni tus manos
se entrelacen a la sombra de otro árbol.
No al fulgor del mediodía
en la columna del tiempo de tu alma.
Estate quieta ahí
y obséquiame el arco puro de tu infancia
que en éxtasis mío hoy descanse.
No,
no detengas nuestros sueños
hasta bordear
lo blanco
del umbral
de la esperanza.
SEGUNDA PARTE
CRÓNICA DEL SIGLO XX
Somos miles
Y miles de habitantes desocupados
(unos con profesión, otros sin ella).
Engendrados por la violencia subversiva
De aquellos que nos gobiernan.
Miremos nomás
Allá arriba en los arenales
A la miseria habitando viejos ranchos
De esteras, latas y cartones vacíos.
Calcinados por un bravo sol
De enero a enero
Que incendia nuestro lacerados corazones,
Sobre lechos de harapos y mugre de años sucesivos.
No tenemos dinero, ni pan, ni agua.
Sólo inútiles promesas
Envolventes
Que empañan el fulgor de nuestras vidas
Hasta lo más imperecedero.
Así, en esta hecatombe,
De lejos vienen avatares, políticos,
Presidentes, sociólogos, curas, filósofos,
Generales, brujos, requetebrujos... Y
Nada de nada.
Vivimos entrampados
Por siglos y siglos de miseria que nos
Atan al sufrimiento incesante en este
Cruel desatino.
Es verdad, consideremos
Nuestro pase al Tercer Milenio,
Como un acontecimiento de caos y
Podredumbre.
No hay Dios ni hijo de Dios
Que nos salve un pito.
Sólo nos queda el fulgor
de nuestros corazones
San martirio del orbe, 11 de abril de 1995
ELLOS SON MIS HERMANOS
A los desposeídos
Camarada Tiempo:
El perro sarmentoso que orina en la esquina de enfrente
El mendigo aquél por quien lloró su madre la pobre loca
El borrachín que entona canciones fieras allá en los bares
El que otea los hostales cabizbajo y sin un céntimo
El que recorre anchas avenidas en busca de trabajo
y es más ancha su desesperación todavía
El joven de cabellos largos y celestes
El que cayó ayer a un pozo y salió ileso
El que perdió su vida en un billar y la jugó
a ciento y a dos veces
El que ronca boca abajo y no le importa ya el silencio
o si le importa sonríe a mandíbula batiente
con Francois Villòn y con Vallejo
El que cita sus versos por teléfono
El que come la ostia de su hambre a duras penas
y la enjuga en el cáliz de su sed
El que brinda con su amor y su ternura
El que viaja a pie kilómetros y kilómetros de sueños
El que navega hacia ninguna parte
porque esa ninguna parte
es la eternidad
El que escribe de sí mismo con su propia sangre
en el libro blanco
de la naturaleza
El que da a luz su última pena
El que lucha continuamente por los demás sin hastiarse nunca
El que vive al trote
El que le roba al día su celeridad
El que muere de luz y de justicia
El que sufre de infinito
El enamorado fiel
El empedernido aventurero
El mochilero misio
El bacán el chévere el pulenta
El quieto
El aguerrido
El nadie
El de tan siempre y de tan lejos
Ellos son mis hermanos.
FULGOR DE TIEMPO
Enciendo mi voz y mi palabra.
De pie, mis cantos
Hacia los cuatro vientos,
Expando.
Ni más ni menos.
La gente sensible
Al oír la música de mi verbo
Se levanta.
Las tiernas muchachas.
Los jóvenes amables.
Los niños, los adultos, los ancianos.
Los grandes, los pequeños.
Los humildes, los altivos.
Los libres, los esclavos.
Así, conmovido
Recorro los caminos inmensos
De mi patria.
Las calles, las plazas públicas, las aulas,
Los pueblos pequeños, las grandes ciudades.
Son mi campo de batalla.
De día o de noche.
Hablo cuando el pueblo calla.
Callo cuando el pueblo habla.
He aprendido a ser sabio.
Moche, 27 de junio de 1998
ARTE POÈTICA
Si yo digo:
El futuro es un torrente
lleno de piedras a la ventura.
De cierto
que alguien viene,
todos pasan llorando…
Ah¡
Por qué cantáis la rosa, ¡oh, poetas¡
Hacedla florecer en el poema,
como diría Huidobro.
Ahora digamos:
Duro
igual a una piedra
que ahora toco, es el hombre,
la interminable sombra.
Inexorable y triste
diré una vez más:
una mesa
una mesa
un palo cualquiera es una mesa,
es una puerta;
una piedra es la tristeza,
una piedra es el hambre
que golpea
que golpea día y noche
a miles de bocas interminables,
llenas de escombros.
POEMA DEL OLVIDO
La muerte y yo
Somos amantes
Juntos
Habitamos una casa solariega
Nos sentamos a la mesa
Compartimos el mismo lecho
Nuestra es la soledad y la miseria
Los amigos son nuestros
Pasión hay demasiada entre nosotros
Por las noches hacemos el amor
Y vamos a tener un hijo
Alguna vez los dos moriremos
Llenos de luz o de tinieblas
Innegablemente
Es nuestro oficio
Qué más puedo decir…
Sólo el olvido.
Piura, 2 de noviembre 2002
MEMORIA DEL POLVOOh viento…oh polvo…Aquí yaces todavíacon tu cabellera trenzada en las esterascon tus pestañas rizadas en los parquescon tus ojos hechos de los trébolescon tu boca abierta en los buzonescon tus hombros labrados en los muroscon tu cuerpo de papelescon tus manos prestadas a los pájaroscon tus pies de liebre y de venadocon tu belleza de los girasolescon tu mugre de los niños desnutridoscon tu ímpetu de artistaaprendido en todos los confines yallende la mar y los arrecifesOh polvo memorableAquí yaces todavíacon tu corazón de vereday tu cántico en el pecho de los hombres.
ACERCA DEL DOLOR
El dolor se eleva a la altura de los hombros
Como una inquieta alegría y poco a poco
Va desgarrando laceradas espaldas
Hasta ahondarse en pechos y corazones vacíos.
El dolor nos arroja a las cloacas,
Mudándonos como a niño consentido
En su último deseo.
El dolor va dibujando en nuestros rostros
Legendarias metáforas de nada,
Hasta consagrarnos de soledad
Junto a recuerdos abandonados en playas lejanas.
El dolor va sumiendo su silencio en nuestros pechos,
Ahogándonos con sus gritos en la más perfecta agonía.
El dolor clava sus ojos en el fuerte y lo derriba,
Sumergiéndolo en el lodo.
El dolor clava sus ojos en el débil y lo engrandece
Elevándolo hasta el fin.
El dolor como la voluntad de Dios
Es la más brava canción.
Chao, 14 de julio de 1993
MI PADRE
Mi padre labrador furioso cultivó estás tierras sin nombre con sus manos oscurecidas de polvoHoy cómo me recuerda la figura de este anciano dolido y tristela imagen noble de mi padre muerto.
SEGUNDO PUESTO: Ensayo de la ausencia
Autor: James Ricardo Quiroz Biminchumo
Ensayo de la ausencia
Un naufragio
Dama clara que a mi alma purificas
escondida entre los escombros de un castillo de silencio
puedo confundir melodías en tu voz
empapada bajo la lluvia tenue que te invento
sólo tus oídos saben que existo
que a tu encuentro voy sereno
danza pletórica de mis días azorados
en mi pecho alegre donde aún reposas
porque intento retornar de nuevo a tu memoria
más te pertenezco cuando tu sonrisa cruza
el umbral de mi existencia
tú que desfloras mis años que he vivido intacto
oh alfaguara reseco donde mana mi tristeza
aquí como me ves, aterido y entre sombras te espero
trashumante ebrio y descolorido de tiempo
reservando tus manos tibias para las vendas de mis ojos
atando universos y sometiendo a discreción a las costas
tú eres quien da de comer a las gaviotas
con tu esplendor de pez invisible
tú eres quien divisa en el confín de los puertos
el sueño enfermizo atribulado de las barcas
la defunción del sol precipitándose
entre los peñascos abisales de tu boca
en donde me enveneno
con el soberbio descaro de esa gracia que deslizas
mira verterse mi palabra en ríos ocultos
caudalosos mares en los que desembocas
galopando a tientas sin mirar el vacío
ahogada indefensa sobre fondos que no diviso
por temor a descubrir que no soy un profeta ante tus ojos
aquellos reinos infinitos detrás de las mareas
ahora sé que tú serías la única en ordenar mis cabellos
mientras duerma
la única susceptible de conminar mis penas para siempre
sentándote a mi lado explicándome el por qué de ser bueno
y el por qué de esperarte como a la muerte a tajo abierto y sin miedo
mimetizándote en dios para creerte y mirarte en las constelaciones
ah no sé por qué voy entendiéndome en tu soledad
compartiendo el cuarto oscuro de advenimiento del verano
un verano coloreado de magnífico infinito
y de un solo sorbo bebido entre tus brazos
preparando mi enterramiento a mi genio que palpita
hermoso y auténtico hueso que se agrieta cuando te veo
tú eres quien me habita cuando oscuro
y desfilas conmigo de vuelta al infierno cuando quedo solo
quién si sólo tú puede sabotear a la muerte
y adoptar mil veces la trama de mis alucinaciones
dama clara de inexperta sonrisa
de mirada rebuscada cuyo nombre en extinción no reconoce
ni siquiera mi bramido entre depresiones y acantilados
te corrompe
no comprendo este ansiado rumor de poseerte
no como el fauno sí como un viejo celador sobrehumano
para que no pienses que el dolor es imposible
sino más bien inapreciable
sólo por seres míticos y moribundos como yo
que también hay vida tras la vida
si apenas me conoces si apenas transitas mi sombra cuando estamos solos
¿cómo es que puedes hablar con las ciénagas sin salir lastimada?
¿cómo es que bostezas sin revolotear la ciudad a tu antojo?
triste me has hallado arqueándome entre los ahogados
pero esta noche posaste tus manos de arcilla reciente sobre mi pecho
como quien conoce sabiamente su ruta
como si vinieras con mi manual de instrucciones
como quien se revela por la fugacidad del apasionamiento
desconcertado y mudo porque tú lo has hecho todo
sin rendirme cuenta
porque eres y no eres nuevamente
como un valle hierático que nadie figura
con cada batir de tus alas pequeñas
en mi interior en mi viejo fósil que aún a nadie muestro
porque en él nunca a nadie encuentro
y le has prendido fuego al igual que a mis recuerdos bastardos
tú dama enérgica qué cantas sin conocerme
puedo escribir los sucesos más elevados en tu nombre
mujer nigromante tan nítida desde cualquier lugar no me detengas
niña no lo reveles y guarda por siempre este secreto
retén mi vida que se va tras la lumbre de unos ojos
sinuosa bóveda de tu mirada que lo resuelve todo
y antes que nuestro polvo se trastoque en roca
y millones de cielos alternos me reclamen por ti sublevándose
oponiendo resistencia por no tener la menor idea de donde provengo
con mi traje de saudade o de amante insomne
aunque un silencio vatídico se alce inoportuno entre nosotros
y ridiculice la cita que por ti hoy concierto
mujer no la niegues no creas en la seis en punto
en los muelles sin término en la ciudad que se ahoga
pues es cierto el irredento ir y venir de mis pasos
tras el humo viejo que deja tu olor cuando vuelas
que sella perpetuamente este cuerpo que se enamora
de tu vuelo raso tu perfil gitano
muy cerca de mí y tan dentro
de lo poco que contengo
pues te tengo coloreada en los extramuros de cada estación
pero cómo llamarte para no ahuyentar tu agnosticismo sobre mí
vertiéndome puro para aquel encuentro imposible
al que sé, justo, llegado ese día, tú vendrás
y aunque nada te aproxime confundida entre sigilos
puedo percibir toda tu hondura en cuanto sientes mi presencia
vigente en todo aquello que tú ignoras
pues seré yo lo que tú ignores
hasta que tu boca se empape de todo ese misterio
y nada será igual desde entonces
ni tu cuerpo ni tu piel tendida en sacros hospicios
aterida al presentimiento de no mencionar cada momento
con tu mágico envés a solas en el solaz de las viñas
acostando crepúsculos al rondar el alba
Por tus grandes ojos que me obligan a dar un paso más en falso
el todo por el todo final y decisivo
por tus ojos facinerosos temibles y descarados
la romanza limpia de tu cintura indomable
el frescor agradable de todo lo que ella esconde
tu sensual influjo pernicioso y caótico
que me arrebatan la nobleza y la credulidad humanas
tu aroma equilibrado que enjoya mis sentidos
que adelanta mi muerte humana mientras me trastoca
y desata mi otro lado hasta hoy irresoluble
qué poco puedo yo decir sobre tu cuerpo
si mi cordura demente todo te ha nombrado
en ti pende el regodeo de saberte en días ciertos
y talvez por eso digo si acaso quisieras por si venir quisieras
tú venir conmigo
yo te invito a pasear de aqueste lado
por callejuelas tristes por las mismas lindes
que tú bien has definido
déjame columpiarte otra vez sobre mis huesos
sobre mi frágil tegumento controvertido esqueleto
y no pierdas tiempo preguntándole a un necio
todas aquellas cosas que no debes siquiera preguntar
y todas esas otras que contestar no puedo por obvio respeto a lo inaprensible
si hoy apenas me conoces
si hoy apenas me reconoces
es porque algo de mí he decidido darte
pues hoy con tu presencia así lo has confirmado
algo diferente crece de tu pecho en la fontana
porque sé que ya me clamas desde algún fragmento de tu esencia
pues el poder del espíritu es más fuerte que nosotros mismos
y ese día el sol se hundirá para siempre y se parecerá a un antiguo habitante de una estrella
bajo las columnas de tu mansión insondable y rugiente
donde me encadenarás sin que yo te lo sugiera
a la elocuencia de tu cuerpo para acogimiento de mi espíritu
alegre inquebrantable fe de las incandescentes mareas
fiel espejo del futuro que me alienta por las noches
y me resume en aquello en que estoy convertido ahora
Barcarola
De nuevo encallada lo dices todo
de nuevo irrumpes supino frescor qué finura
y te paseas conmigo maravillosamente nocturna
maravillosamente tierna temblor amordazado las tijeras del viento el aguacero
desvías la ruta de las aves, me hablas y tan sólo esa voz…
oportuna, para mi tristeza de féretro
ilegible para la indigencia de la nada,
yo no conozco otras formas plausibles de suplantar al amor,
que no sea desde tus blancos senos curvos
el aroma de tus cántaros el colibrí de tu voz…
colonizador de sentidos
como antes nubes enterradas trayectorias complicadas ondas de mi memoria pasajero de tu cuerpo zarpo a tus misterios más profundos flor feroz qué bello es el enfado de tu rostro
hoy, cruzo tu talle mis falanges en sordina
me arrojo a tus labios hoguera vertida
no te has ceñido al arrebato del tiempo locura atemporal…
simulo un suspiro pero tú, oh no recuerdo cómo se hacía eso que tanto te gustó...
voy derribando tejas del océano migro a otro tren, Mariana por qué se confunden las barcas con tu rostro?, no te aventures no te acostumbres a fulminar con tu mirada, ven, echa un vistazo mejor a lo celeste, la explosión majestuosa de la noche en nuestros ojos… muy cerca de los juncos, cae la noche como bouquet
Tantas veces envidié tu muerte sobre el támesis…
Tantas veces envidié tu muerte sobre el támesis…
apago otro crepúsculo en un libro de notas
otro pucho otro café
la sobrenoche de organdí
tu maniquí que no llevaste
en sucesivas caminatas
otra extraña sensación malévola en el seso
me sublevé por algo que juré ser poesía
y me tomaste como a un triste abyecto
y el precedente infame quedó sentado
nunca más los parques las sobrenoches a ciegas buscándote
nunca más oí decir la palabra maravillosa
hoy proscrita a los veranos y a los luceros
no hubo más ritual de regreso
ni hotel de despedida
sin ti ahora vuelvo a nuestro antiguo cuarto alquilado
a la orilla de otros tiempos…
esta ciudad me asola me vence
con sus atuendos ceremoniales
como estampilla milagrosa voy luciendo
la sobrenoche y tu organdí
tu maniquí que no llevaste
que el ojo de la ciudad ha de mirar consternado
como a las mandolinas epopéyicas de mi canto
aquí siempre es de noche sin ti
aquí aunque no llueva todo se acostumbra a humedecerse
aquí hasta la lluvia se entristece
por eso todos se entibian en las tabernas
se estremecen a solas las butacas
y las penas son más ardientes desde afuera
otro pucho otro café…
porque ni las campanadas limpian las aceras de tus pasos
porque ni el secreto del río regresa a devolverme tu reflejo
o tal vez vienes mirada intacta niñas del desprecio
y me encierras en tu ciudad con tu silencio
Profundidad en los campos
Va de la mano nuestra noche
En la tibieza de los algarrobos
La lealtad del clima bendito baña tu rostro
En mudo y en silencio
Esta luminosidad
Que no comparto con nadie
si no es contigo
solos, a las afueras y en lo oscuro
sentados, en el viejo solar, venero tus manos, orgulloso
un retiro momentáneo a las cumbres de tu zona
Entre alaudes y mitos yo desciendo sobre la muerte misma
cada vez que te acercas presiento tu risa debajo de mi alma
Ordenando mi mente en los momentos más difíciles
Es mi muerte la que te pide Mariana
Mi majestuosa muerte
Desprovisto de todo velo giratorio
Te veo pasar como una flecha, te enredas en mi cuerpo
Y con tu seda esbelta te retiras de lo que procuras
Arden las puertas, caen los verdes crepusculares de los sotos
Entre frescas lianas te veo gigante y minuciosa
En tu reducto sagrado me siento un ala
De tu pasado milenario de tu perfil milenario
Siento crecer el denuedo alrededor
Después de mimarte y de escarbar en los meollos de tu reflejo
Donde está la ruta hacia la eternidad?
Donde están los extramuros del silencio?
Recorro el infierno, Mariana
Tu infinito
Si no estás conmigo para que me llames a aterrizar...
Ciudad solitaria
“Pues la ciudad sin ti
está solitaria” Luis Aguilé
En esta ciudad solitaria
O en la más próxima
Con tu motivo jugaré a encontrarme
Donde las pocas amistades no tienen nombre
Y los espacios de luz despliegan las cortinas del otoño
Detén las estaciones las primeras quimeras
Tal vez así el destino el amor podría encontrarnos
Antes que nos llegue la hora signada
Resuena el grillo de un violín
Avanza el coma
Y yo en esta ciudad confinado
Enrojeciendo a los más breves tratos
Inducido a la nostalgia la sorpresiva endecha
Que se sitúa en los campanarios
Cada paseo peatonal
Las damas que cruzan persistentes a vuelo raso
Perdiéndose como suaves ondas en el mar
Acaso así me lleven a tu patria sin límites
Continuidad de atardeceres
Un sueño que se parte
Un desazón y una alegría que no llegan
Otra vez cansado de jugar
Otra noche que no llega
Estaré lejos de tan frágil obstinación?
No esta vez no
En que salto presuroso
Es la hora de cerrar
Alguien acaba de ingresar por esa misma puerta
Y es la hora de partir
Marea continua
Algo se renueva mientras duermes
Si ella viniera
Y mirara mi cuarto y sus luces olvidadas
Si ella supiera
Del cuaderno de las veladas agrestes
De lluvia y de Ravel
(Afuera las esquirlas del aroma solar se desvanecen
Por los muros colindantes descienden como una péndola)
Una taza de café perpetua en la mesa
Y mucho polvo en los estantes
No dicen toda la verdad
Ella sólo ha visto el viejo cuadro desdibujándose
Al interior de las tardes
El tragaluz ilumina los patios con nubes refugiadas
Ella no ha escuchado al geniecillo de la flauta del árbol
Por los ámbitos laterales habita su presencia
Tras sus huellas de siglos que trasunto
Persiguen detalles sin memoria
Convirtiéndose en el vuelo que deja la mariposa
Si ella viniera
Dejándome su velo
Y todos sus efectos
Ensayo de tu ausencia
Se habrá olvidado de los fuegos artificiales que avivamos?
De la ópera encantada en donde ambos juramos perseguir la muerte
Hasta convertirla en sueño?
Míralos, allí van los mirlos alejándose
Del fragor sentimental
Se rumorea una hoguera en las cabañas
Un temblor providencial
Todo lo que causa un aleteo perdido
Aquí nadie ha partido
Es sólo la tarde es sólo la tarde
Con la espada desenvainada que me espera
Y me encuentra solo recogiendo duelos
Mañana seguro brotarán como frutos mis difuntos
Se encarnarán en alguna materia fósil
Alejaos de mí jóvenes miedos repito
Alejaos de mí
Llévense la angustia y los espejos
Templen las ventanas y tapicen bien los techos
Cerrad la cápsula del corazón, está en su nervio
Así no reconoceré la decoloración del día que destruye
Mientras ensayo tu ausencia
Y me pregunto
Qué serías oficiada la noche?
Una nube? Sonido?
Talvez millones de estrellas remontadas tantos siglos de penitencia
No hay sino túneles caminos subterráneos como arterias
Infectadas por alguna extraña muy femínea forma humana
Como resultado del más solemne encuentro entre la soledad y el hombre
Comienza la ofensiva
No tengo otra arma para soliviantar la locura
Mi pasión por las letanías nocturnas que subyacen al alba
Podré referirme ahora a la impronta transparente de una mirada?
Que otrora se perdía buscando algún ropaje de flores
En la ignota trastienda de la naturaleza
Sin tener que mencionar los aromas los árboles ancianos y por supuesto la posada?
Adiós verano adiós
Adiós los viajes a sueños remotos
La tierra no vuelve a ser redonda
Aquí nadie ha partido
El corazón es el que empieza
Aquí se acuesta en la frontera
Del olvido o de la espera
Desovilla la eternidad
Príncipe o mendigo
Lamento desbocado
Besos que fueron autoridad en tu boca
Manos que distrajeron artistas toda tu soledad de día
Manos que te ataron a mi cruz por las noches
La noche y todo lo que significó ser parte de una enfermedad contagiosa
Mañana cuando me encuentren me habré convertido en mirlo
En una exploración pendiente
De ser tenida en cuenta
Aquí nadie ha partido
El corazón es el que empieza
Rezaré por ti y por todos nuestros muertos
Mención honrosa I: “La voz insular”
SEUDÓNIMO: “BANANA”
Autor: Ricardo Santiago Musse Carrasco
I
¡Oh Voz Insular, cuánta soledad arrastrada
hacia nuestros abismos!
muchas son las angustias que atesora nuestro corazón,
recónditas y dolorosas son nuestras tribulaciones,
¿A quién clamar entonces-confinados dentro de esta música milenaria-
sino a tu quebrantada orfandad?:
Escucha los irredentos quejidos de nuestro silencio
el eco afligido de nuestras silentes elegías
la triste resonancia de los latidos
-en suma- las voces de todos los siglos para pronunciar ahora
(aunque el viento enmudezca luego atávicamente las palabras)
Cuán dolorosas son las insulares soledades de todos los hombres.
II
Desde una remota lejanía,
donde sólo es estruendosa tu ermitaña melancolía,
omnipotente –sin embargo- emerges con el corazón estremecido
(nuestros latidos se enmudecen ante tu portentosa soledad)
con el atávico ensimismamiento de tu silencio nos poblaste,
aunque insulares, pronunciándonos – y además – dentro de nosotros
(por eso desde este común abismo sólo salen palabras)
tu omnipresente Voz Insular que nos suscita todavía
(porque aún es esta nostalgia la elegía más antigua)
Atesorar en nuestros corazones tus tristes melodías, Poesía.
III
En aquellos tiempos remotos
(donde inmóviles y oscuras, en nuestros primordiales abismos,
ya las piedras sostenían la derruida alma de las melodías)
qué debíamos procurarnos, para morar en medio de esa oscuridad
/inconmensurable,
sino aquella ínsula, con las aguas murmurando muy levemente sus elegías,
donde el viento debía surcar todas esas silentes profundidades
que distan mucho unas de otras pero de donde podemos todavía pronunciar
(ahora aun después de transcurridas muchas escrituras) tus primeras palabras:
Remota Voz Insular/ Hacedora y Bienamada Poesía…
IV
Tuvo que diseminarse hasta distancias infinitas
y nostálgicamente muye inaccesibles,
invisible dentro de la atávica oscuridad,
aunque sólo era primordial –para engendrar el mundo-
que tu voz proceda de una abisal abertura provista de sutiles
cuerdas para que el viento las estremezca y suscite primero:
Ruidos guturales/ aciagos alaridos/ y luego la primera palabra
emergida de aquella ancestral boca de los orígenes para después
-dentro de los insulares corazones- cantar estas remotas y silenciosas elegías.
V
Tengo alrededor mío sólo vestigios sonoros,
piedras remotas que –laceradas por el tiempo- aún
conservan la memoria de la primera vibración del viento,
que se erigen, monolíticas, sobre despejadas profundidades
donde precisamente, sobrecogidos con los inciensos en el alma,
diseminados, aislándonos dentro de estas palabras sagradas que
(con estos rudimentarios címbalos y erosionando salterios)
te ofrecemos a ti que profundamente colmaste los inefables
silencios que, en su triste vastedad, se difuminaron –insondables- por toda esta poesía.
VI
A estas alturas, pro sus inolvidables y atávicas canciones,
sólo quiero que dispongan estas elegías dentro del ritmo nostálgico
/de sus corazones,
en sus postreros recuerdos la insular vastedad de las melodías primordiales,
estos latidos pronunciando el alma conmovida de nuestras remotas edades,
entonces qué más fonemas si ya me han trasuntado eternamente en el corazón
/de los mortales,
hablándoles –aunque desfallecientes pero primigenios-sobre los más esencial de mis complacencias: Sobre el vestigio sonoro de los abismos.
VII
¡Prendan los cirios de todos los irredentos aposentos!
que ilumines las milenarias inscripciones de estas piedras,
que sus oscuras plegarias invoquen esa armonía perdida de nuestro
/atribulado corazón,
Muchos ya han expirado despojados fatalmente de estas acústicas vestiduras,
Esta abisal osario sólo amontona los desafinados estertores de los agonizantes
que, incluso ya yertos sobre estos murmullos mortecinos, se resistieron a que
resida dentro de sus contritas canciones el ritmo consolador:
Por eso Adorada Voz Insular ten compasión de esta nuestra condición y derrama
tus genuinas sonoridades sobre estos frágiles latidos que no desean morir sin esa
remota y misteriosa armonía tuya…
VIII
Excelsa y Remota Voz Insular
apiádate de estos tus afligidos consagrados,
de sus lamentos y toda esta inmensa vacuidad
/de palabras;
Excelsa y Aclamada Voz Insular
Compadécete de estas solemnes recitaciones que
/silenciosamente te ofrecemos,
Dígnate a escribirnos en los pentagramas eternos
/de tu alma;
Excelsa y Primigenia Voz Insular
Enaltece con tu ermitaña omnipotencia estos solitarios
/latidos,
que mi garganta proclame los versos más agradecidos
/solo para mi
Excelsa y Alabada Voz Insular:
Y de tu bendita promesa no te olvides, la que tienes reservada
para los que entonan intensamente al mundo sus más vastas
/elegías;
Honrada seas por siempre mi Excelsa y Consoladora Voz Insular,
que estas humildes letanías me hagan indigno merecedor –algún día –
de tu Plena y Misericordiosa Poesía.
Mención honrosa II: “El último Evangelio desde la locura”
EL ÚLTIMO EVANGELIO DESDE LA LOCURA
Autor: Luis Alberto Maco Camizán
Τεμάχιο ένα uno
Al delirio inspirado por los dioses es al
Que somos deudores de los más grandes bienes.
(Fedón-Platón)
No bastan los árboles para sentirse en la tierra,
No basta el mar anegado en perlas y caracoles furiosos,
Ni el piadoso universo en una justa aventura
Para con el tiempo y el espacio,
No basta un pabellón de fábulas, 5,
Como para sentirse en casa, y desparramar
Uno a uno los huesos, quién sabe en qué poniente
Y en qué montaña y pañuelo de todos los días,
Escuchad: No digo que el río no fuera un buen compañero para el tiempo,
Ni que la expresión del espíritu nos empobrezca el jardín, 10,
Ni que dentro del los violines estén los murmullos del aire y de la espuma,
¿Pero nacer, no es de pronto, sentirse ya asesinado en el cielo?
¿No es la realidad, acaso, un equívoco grano de arena
Que sopla Dios a sus anchas desde cualquier ángulo y rincón?
Oíd el Universo en un concierto de círculos rotos,
16, Mirad los inquebrantables rayos del cielo,
Tocad la tierra y quebrad sus huesos posibles que andan y vuelven,
Juzgad la mano que equilibra la sombra y la luz,
No basta, pues, la tumba para dejarse ahorcar por la edad.
El corazón deja correr libremente su río de tiempo,
Bañando los últimos espacios de las llanuras en la tarde,
El pensamiento protege a su primer pensador,
Y con un sacrificio de rosas, el sol posibilita el mañana.
Τεμάχιο δύο dos
La poesía no es menos misteriosa que los otros elementos del
Orbe.
J.L. Borges
Conozco por los huesos que reposaré y dormiré,
Conozco por los árboles que el hombre madura y cae,
Conozco por la arena que el espíritu tocará las esferas de la historia,
Y en cuanto al tiempo, prójimos del universo,
Démosle un poco de espacio en nuestro corazón,
Ávido de ser la flecha que no traza: sigue el sendero.
Y abramos los brazos que no llegarán a águila,
Y abarquemos el mar y su remota pasión por las barcas de agua y aire,
A menudo el mundo,
Quiere expulsar de su cósmico teatro al hombre,
Actor de tercera clase, papel convocado,
Pez de tierra y ardiente sol, caos proclamado del hilo y de los dedos,
Pero el hombre es una herencia,
Un puñado de aire soplando del interior del mundo,
O el todo o el infinito es sólo una parte de Dios,
El rostro es un teatro sin público,
Llega uno a confundir el alma con una esfera,
La memoria con la piedra que entierra a sus muertos,
En la premeditación del espejo es ilusoria la esperanza de ser otro,
Pero nada excede al agua salvo su propio tiempo,
El día es un atributo del sol,
Y alguien ha comprendido ya el paso de los hombres por el mundo.
Τεμάχιο τρία tres
Un árbol es como se lo piensa y así muere,
Y así se entierra en la penumbra plenaria de un Jardín,
Aún hay árboles espumosos y puros,
Como aquel no artificioso tiempo original
Que Adán a expensas del Jardín inmemorial dejara, 5,
No corresponde a la arena darle su tiempo,
Ni al infinito erigirle una cíclica torre de fuego y de sencilla sabiduría,
No muere un árbol con la primavera a la vista,
Pero tampoco el deleite del sufrimiento perecerá en el frío,
Porque la gravitación del dolor viene desde adentro,
Donde es posible romper las cuerdas del espíritu,
Donde el tiempo obra desde la espuma hasta el declive,
No penséis que el círculo del viento guía, 13,
No juzguéis al piano por su bandera de murmullos,
Os he dicho ya, que un árbol es por su influencia sobre el tiempo y la noche,
Un árbol es posible aun en el más lejano fluido de la sangre y del goce sensual,
Pero qué,¿ lo veréis, acaso, trepar nuevamente el sexo de Dios, la Naturaleza,
Ya lejana en los días, pero sensible a la liberación de otra yerba?
Permitís demasiado el trato con árboles secos,
Aquellos que anclarán en los descubrimientos de todo el misterio universal,
Como Cristo ancló alguna vez en la tierra,
Serán el carbón encendido con el que Dios se alumbra el camino por la noche.
Τεμάχιο τέσσερα cuatro
¿Qué puedo yo esperar de este árbol,
De donde, a rachas, se desprenden ya maduras,
Mis verdades y mentiras?
¿Qué esperar de este estrecho puñado de arena,
Que fuera un hombre, poderoso y vivaz y que muerto, esto, esto, se hizo polvo?
No podría ya tragarme este fusil,
Tal el cazador de los romances,
Y sacar a balazos de mí la pereza y el hastío,
Aquí y en cualquier punto del universo,
10. Alimentado por el aire,
Las viejas paredes colocadas para fingir como casa,
Los instantes que se pueblan en nombre de las causas,
Y otra vez, qué esperar 13,
De estas plumas que las águilas nunca calzarán,
Qué esperar de estos hombres que paren huesos por la noche,
De la gravitación de las rosas entre un arroyo y el fuego,
Pero existo para que compañía tenga la piedra,
Para emparentarme con los huesos de mi padre,
Y no poder volverle el rostro a mi sombra.
Τεμάχιο πέντε cinco
Cuanto más vulgar e ignorante es el hombre, menos enigmático
Le parece el mundo. (A. Schopenhauer)
No engrandecerán mis pecados, mis injurias, el infierno,
Ni apagarán las regiones de mis males al justo en la hoguera,
Ni a aquel que el benéfico Jardín merecerá,
Cuyo cerco son todos los astros del universo, 4,
No el infinito, el laberinto es Dios, y ciérrense los templos circulares,
Mi vida se detiene en una rama y tiembla,
Mis caminos trepan los árboles para pájaros matar,
8, Y ese mar de espejos contrarios y espumosos,
Cuyo nombre habitual es la universal historia
Suspendida por lo hilos de Alguien que fluye en lo eterno,
Nos empuja a los umbrales de humeantes lejanas tierras
Que ignoran el fuego, el movimiento y la espuma.
Τεμάχιο έξι seis
He llegado
Por voluntad de la infinita madeja de arena,
Por el conjuro de un pensamiento mayor que las galerías flotantes del universo,
Cumplo quizá una íntima jornada de bien y de mal,
Cuyos crepúsculos no me han sido dados, aún, descubrir,
Como espejos plenarios en la mar sumergidos
Mis días no tienen el entendimiento de este pozo de tiempo que soy,
Del alimento de sepulturas que mis huesos presienten,
A la vanidad de este mundo mi espíritu asoma su plenitud de florida estación,
Conozco ciertas maravillas que al igual que barcos veloces
Dan vértigo y muestran sus tesoros podridos, 8,
Bosques y ríos surcan la formalidad de mis sueños,
Esperan, acaso, que los piense para fulminarlos de la mejor manera,
Me veo arrojado, reducido a espacio y tiempo, pero de la hora presente
Nada puedo evadir ni de la mensajería divina,
He llegado, ávidamente, a ejecutar ciclos de aire y espuma,
Leyes de arena que mi corazón poderosamente aprisiona,
15. Mañana no seré otro, hoy ya soy otro
Como ciertos astros que no calca el recuerdo,
Vine a empolvar con mi polvo las narices de Dios,
Vosotros, prójimos del universo, tejed el símbolo hombre,
Engrandeced la espada con la sangre del mal, 19,
No dejéis que en los libros se narren los instantes y las causas.
Pero todos desgraciadamente ignoran
La mezcolanza de arena y río que somos,
Palpando a ratos los abrumadores techos del universo.
Τεμάχιο επτά siete
Aquí el primun vivere ahoga al deinde philosophari,
(Unamuno)
Se aguarda del flotante universo la paloma de la noche,
Engrandecida por los retintos epitafios de la tierra,
Pero está y todas la alcanzaron de algún modo.
4, Ah, toda mi edad no alcanzaría
Para palpar siquiera de, vaga forma,
El cósmico teatro que unos ojos me han dado en contemplar,
Errar por él, como la luz lo hará por el infierno.
¿Crees, pues, que te será dado observar la dispersión de los hombres por un Jardín,
U oír el retumbar de no vistas trompetas?
¿Realmente serás testigo cuando el mar se vacíe
Y no logre llenar la memoria de los desterrados del aire y la espuma?
Procede el tiempo como no la arena, 12,
Camina el hombre como no la sombra,
El espacio no te dejará atracar entre la muchedumbre de ángeles y demonios,
La luz no transportará tu espíritu hacia la música general de las jarcias,
Perecerás antes que esfumarse logren los ríos,
Enmudecerás y no dirás a nadie que no puedes ya comunicar
La escena circular de agua y fuego que se viene,
No tienes idea,! no¡, no la tienes, no eres un peldaño siquiera
Para avanzar hacia el tribunal del terrible universo.
El alma de los hombres es una de las formas del agua
Que fluye en la eternidad.
Τεμάχιο οκτώ ocho
¡Imposible que el árbol exista sin mí!
Imposible que el fuego sea un elemento de castigo,
Los fósforos y los castillos no lo permitirían.
Si el rostro poseyera
La fisonomía de la arena, cuyo centro desconozco,
Sería una moneda para intercambiar la sed y la vergüenza,
Ojos de sal y de espuma, 7,
Sería un barco de madera olvidando los bosques del sur,
O el viento del primer día
No creo que el mundo perezca entre llamas,
No pueden despedirme de este desierto que soy
¿Qué fruta morder para ser expulsados del mundo?
No creo que haya una, trece,
Pero el terror sería hallarse con el otro lado de una rosa,
O que, no sabiendo leer, fuéramos la secreta lectura del Dios de los últimos tiempos.
Τεμάχιο εννέα nueve
El mundo existe para llegar a un libro.
(Mallarmé)
¡Maldición! Mi rostro se parece a mi padre,
2, Es todo.
Es repugnante que la luna,
Como una lámpara hueca,
Repte hasta el patio y me recuerde que la buena conciencia
Debe ser blanquísima, pañuelo de Dios, complaciente con todos.
Es repugnante que una hilera de árboles,
Curvados y vivientes y metidos como en hoguera
Cuando el sol consiste en una fotosíntesis nuestra.
Maldición, el hombre que aún no ha nacido ya tiene nombre,
Y el mundo ya parece un árbol de ceniza,
¿He de vivir mis vida como la tierra
En el inicio monstruoso de sus dioses errantes?
El cuarto, entonces, me tumba sobre una cama,
Y llamo a Dios, como llamar a un hermanastro, me quejo,
Me arrullo, me tomo licencias
Y le dejo oír a Chopin para que también se lagrimee,
18 Y no padezca de insomnio,
Y parece más repugnante aún,
Que haya un espejo, esa subcultura, propia de bárbaros,
Que haya un anaquel, cuando los libros bien pueden ser colocados
En mi cerebro,
En mi barriga como un sombrero anacrónico,
En mi costilla, y no la que le corresponde a las damas,
(No es mi vida ningún libro empolvado puesto en el último anaquel)
Maldición, mis pies me han cerrado el paso,
Voy a darles una lección,
¡Bandidos ¡ ¡infames, granujas!
Mis manos aún pueden arrastrarme hasta la tumba.
Τεμάχιο δέκα diez
Alguien nos observa,
Alguien se dedica a mirarnos el corazón desde su esfera,
Y cualquier rumor entre los árboles es un suceder en el tiempo.
Alguien después de todo nos ha seguido el paso, 4,
Pues sabe que antes que el Jardín y Babilonia, la abominable, fuesen
Mi cuerpo ya era,
Nos acecha entre el instante y la pausa,
Desde su altura de impresionante águila,
Desde su abismo que es como un puño de dos veces en vida.
Poseo un placer mundano y es pensar en Dios,
Ley que no me libera del universo.
Τεμάχιο ένδεκα once
Tal o cual verso afortunado no puede envanecernos,
Porque es obra del azar o del Espíritu.
J.L.Borges (Prólogo a El otro, El mismo)
Caminar, caminar,
Desparramando los huesos,
Para que Dios los recoja y se los dé a otro
Más allá de mí, 4,
Caminar, como quien se dirige al centro del cadalso,
A oír los tres cantos del gallo en la tarde.
Como quien va hacia un árbol a cortar el otoño,
Con hambrienta hacha de fin de siglo.
Pero este encierro, que abarca el infinito grano de arena,
No es voluntario, diez,
Es voluntaria la luna que mira al jardín,
Es voluntaria esta flor con olor a tumba de nosotros,
Pero el caminar, no.
Uno puede prescindir de los pasos y ser peregrino.
¡Oh, caminar, dejando el talón
Para alimento de serpientes, 16,
Y yo sustentarme de palomas por el resto de la noche,
Porque listo está mi corazón
Para bombear las aguas del Nilo,
Y no dejarse arrullar por un espejo que nos deja con un olor a otro,
Entre una puerta y otra,
Una fecha y otra, más allá de mis últimos tiempos.
A campo traviesa, se pone radiante mi espíritu
Cuando murmuro con vocecilla de pastor:
“Acaso hoy Cristo golpee mi mejilla y yo le ofrezca la otra…”
Τεμάχιο δώδεκα doce
Pues para algo es la arena ¡
Como el brumoso círculo del viento entre las rosas,
No sólo para tocar mi espíritu con su música de tiempo,
Ni para agolparse en las galerías de millones de horas,
También para ser otro tanto de universo, 5,
Arrojado al fuego y abrir la armonía del nacimiento y de la muerte.
Como cualquier otro río de la tierra,
El reloj es de una vil naturaleza espiritual
Que toca centro en el alma, pero circunferencia en la piel,
El alma no soporta el hedor de un hombre
Sosteniendo un reloj de arena entre sus dedos,
Y aun más para su marcha, 11,
El tiempo se encoleriza
Cuando hombres y bestias exclaman:
¡Nadie es el hombre del Paraíso,
Ni ejerciendo la Naturaleza a toda racha!
La imagen circular del espejo,
Chocan ahí el tiempo y el espacio.
Y nos queda aún la simulación del aire y de la espuma,
Pero yo debo cargar con mi estética, mi rostro,
Como el tigre con sus rayas.
La vida es un relámpago llamado a matarme.
Τεμάχιο δέκα τρία trece
.
Cuando el árbol se empeñe en tener raíces y ramas,
Cuando la última gota de sangre repita el pecado de Eva,
Cuando una bulliciosa estrella de invierno a otoño
Toque mi mano y la encienda de nacimientos de buen lobo,
Cuando los huesos estén mal amarrados al sol,
Y el niño, que en su momento ya es hombre, exclame:
Ciertamente mi corazón listo está
Para bombear las aguas del Nilo,
Hay derecho oh jugador, oh fracasado,
Oh elegido del invierno,
De recoger todos nuestros mendigos pasos
Y dárselos a Cristo para que los ande,
Aquí en nuestra frente de paloma poblada por el hombre,
En nuestro pecho ejercitado por la lluvia,
En nuestras manos alquiladas al cuchillo, hermanos de espíritu,
Que vuelve a su sangre mal pintada por el rojo.
¿Qué de la serpiente?
¿Qué otra máquina de quebranto aparte del Universo?
Adán no legisla ya la manzana de su descendencia,
Por ello, 20,
Por la torpe simulación de la tierra en mis ojos,
Por el día y la noche donde anido mi buena y mala conciencia,
Por cada hoja marchita en la planta de los pies,
Seré una de esas locas personas
A la que verán caer por tercera vez con su rostro,
Esta noche o esta página y otra,
Mi alma es un asqueroso pañuelo que no ha de llorarme jamás.
TEXTOS GANADORES: CUENTO
PRIMER PUESTO: “La luz del pintor”
LA LUZ DEL PINTOR
Seudónimo: Eros Estalbert
Autor: Esteban Alberto Plasencia Dueñas
Es increíble cómo pasa el tiempo, y como en su devenir todo cambia, el soplo de los vientos cambia, la danza del mar cambia, las nubes en el cielo cambian, y también cambia el corazón de los hombres y muchas veces nunca vuelven a ser los mismos. Pero para eso está el recuerdo, para traer al presente lo más sublime del pasado, y esta mañana el sol me ha bañado de recuerdo, la brisa ha avivado mi nostalgia, y el mar me susurra al oído esta historia inolvidable, obligándome a contarla, aunque la verdad, la hubiera preferido callar.
Y ya puedo verlo otra vez, está allí, sentado en su banquito de algarrobo con su pequeña gorra verde sobre la cabeza, disfrazada de “maestro”. Yo a su lado con mi viejo sombrerito e paja, sosteniendo la paleta multicolor que utilizaba para remojar los tiernos cabellos del rústico pincel, llevándolo luego hacia el cuadro en el cual plasmaba con elegancia un paisaje casi idéntico al de atrás (la playa) pero mucho más tierno. Miraba yo embobado su pintura al igual que toda la muchedumbre del puerto de Pimentel que sábado a sábado acudía a aquel lugar para dejarse sorprender por sus lienzos. El aplauso triunfal era ya una tradición cuando concluía su trabajo, y ante el entusiasmo de la gente comenzaba el mío.
¡Cuántos quieren llevarse a casa esta magnífica obra de arte! ¡Quién será el afortunado que logre adquirirla!-proclamaba yo a los cuatro vientos-¡vamos, ofrezcan! ¡Quién da más! ¡Quién da más!-comenzaba la subasta.
No era un negocio de gran magnitud sino una modesta oferta que se hacía entre los pescadores de la zona, pero para nuestros cortos doce añas de edad la ganancia era una fortuna.
Como siempre empezábamos desde cinco soles y comúnmente el cuadro se vendía en treinta, cuarenta o cincuenta soles si teníamos suerte.
Pero aquel no era un día ordinario, de entre el público alguien gritó: ¡Ofrezco cien euros! Dejándonos a todos atónitos y poniendo e este modo fin rápido a la venta del día. Era este un tipo alto, delgado, bien vestido, de piel blanquísima y vellos rubios, quien se acercaba a nosotros acariciando su dorada barba.
Se presentó, dijo ser representante de una prestigiosa escuela de artes plásticas de Mónaco, que había llegado a este país a dar unas conferencias sobre arte moderno y que estaba muy interesado en el arte de Felipe, que por cierto era el nombre de mi amigo.
Esa mañana, aquel extranjero cuyo raro nombre jamás pude aprender fue a casa de Felipe junto con este, y yo sólo me enteraría días después que todo estaba definido y listo para la partida, mi amigo viajaría a Europa becado por aquella institución monegasca.
Era una oscura y fría noche cuando todos los compañeros de la escuela fuimos hasta el aeropuerto a despedir a Felipe.
Poco antes de partir él se acercó a mí y me dijo:
-Te voy a extrañar mucho Mario, ¿Tú crees que nos volvamos a ver?
-Por supuesto, siempre estaremos acá esperando que vuelvas.
-Sabes algo, ya no quiero irme-me confesó sollozando.
-No seas tonto-le reproché-tienes que ir, allá vas a estar bien, piensa cuántos desearían viajar a otro país, eres afortunado, aprovecha la oportunidad.
Nos dimos un gran abrazo y rompimos en llanto a un mismo tiempo. Minutos después, Felipe nos decía adiós desde el avión, y cuando este despegó mis ojos se volvieron a inundar y rebalsaron de pena.
Y así los años pasaron. Al principio nuestro profesor de escuela tenía un número telefónico con el cual nos podíamos comunicar con Felipe pero luego la situación cambiaría. Mi amigo crecía al igual que su fama por Europa y después por todo el mundo, siendo cada vez más difícil contactarnos con él.
Algunos decían que era el propio Felipe (quien ahora se hacía llamar Filipo) el que rechazaba las llamadas, que se le habían “subido los humos”, que se había olvidado de su origen, que se avergonzaba de nosotros; yo jamás lo creí.
El tiempo siguió su camino. y yo había logrado ser profesor de educación artística en el glorioso colegio nacional ”San José” de Chiclayo, cuando escuché en el noticiero matutino que el gran pintor Filipo Manchinelli retornaría al Perú dentro de una semana y que pronto llegaría a la ciudad de Chiclayo.
Y llegó el día esperado, esa tarde falte al colegio y me dirigí a las puertas del Gran Hotel Chiclayo, a donde llegaría a hospedarse Felipe. Después de un tiempo de angustiosa espera llegó en un lujosísimo automóvil aquel a quien todos esperábamos. Sin embargo, la acosadora prensa y la multitud me impidieron encontrarme con mi amigo del alma, así que tuve que esperar.
El cumpleaños de Felipe se acercaba y me enteré que se esteba organizando una gran cena de gala para aquel día, yo por supuesto no podía dejar de asistir. Tenía además que llevarle algún regalo, así que decidí entrar a una buena tienda, y al ver en el mostrador una bonita y fina corbata no dude en gastarme casi la mitad de mi sueldo en adquirirla, pues necesitaba algo que vaya con el nuevo estatus de mi amigo. Pero para que el reencuentro sea aún más emotivo quise llevar la paleta y el pincel que él usaba para pintar cuando éramos niños y que yo había guardado con recelo durante el tiempo en que Felipe estuvo ausente, protegiéndolos del paso del tiempo y del hambre de las polillas.
Con todo esto me presenté el día de la ceremonia. Qué difícil era hablar con él, había mucha seguridad y mucha gente buscándolo, desde diversas partes del mundo llegaban personas a saludarlo, maestros del arte y otros pintores famosos solicitaban verlo; pero yo valiéndome de mi sagacidad logré llegar a donde estaba y hablarle.
-¡Hola Felipe!-le dije con entusiasmo-¡Feliz cumpleaños!
-Hola-me respondió-no con mucha emoción. Y dejando por un momento la conversación que sostenía se acercó a mí.
-¿Tú eres Mario?-me preguntó casi susurrando.
-¡Sí, soy yo!- le contesté creyendo que la dicha estallaría.
-Y… ¿Cómo te ha ido?, me enteré que te dedicas al arte ¿Eres pintor o algo?
-Mmm…bueno, no precisamente, eh, soy profesor de educación artística-le dije sonriente.
-Ah…, profesor-me respondió con tono despectivo, mirándome de pies a cabeza, al tiempo que se disponía a marcharse.
-Espera-le insté- te he traído estos regalos.
Mas pareció no escucharme; inmutable, se dio media vuelta, y reanudando la conversación que tenía hace unos instantes se retiró sin decirme nada más, dejándome con los brazos extendidos, los regalos en las manos, y confundido.
Pensé que tal vez era un mal entendido, no podía creer que Felipe actuara así, seguramente en un momento regresaría y me buscaría, así que esperé pero eso nunca ocurrió.
Había transcurrido casi medio año desde aquel amargo incidente en el cumpleaños, cuando un rumor empezó a crecer en boca de la gente.
Se decía que el gran Filipo se estaba quedando ciego, que los médicos no podían explicar las causas de este terrible mal, y aunque varios quisieron desmentir esta noticia se confirmaría luego la llegada de un especialista venido desde Europa con el fin de atender al ilustre joven.
Un tiempo después se sabría de labios del propio galeno el diagnóstico final. La enfermedad que padecía Felipe era muy rara e irreversible; se le daría a Felipe unos medicamentos para evitar que el extraño mal afecte a otros órganos vitales, pero en cuanto a su vista, todo estaba perdido, no había esperanza, Filipo quedaría ciego poco a poco.
Conforme avanzaba la ceguera y menguaba su vista, desaparecía también la gloria y el aprecio del que antes gozaba. Al principio todos se solidarizaban con su dolor, mas como vieron que era un caso perdido pues nunca podría volver a pintar un día se aburrieron de él. La institución europea de artistas a la que pertenecía lo dejó en el Perú, y sólo se dedicaba a pasarle una pequeña pensión, como si se tratara de un trabajador jubilado. No sólo la luz de sus ojos se había apagado sino también la luz de su talento con que antes brillaba, sin embargo, esto serviría para encender la luz de su alma, que el triunfo había oscurecido.
Yo intenté visitarlo varias veces, pero como siempre, me rechazaba, aún seguía con su soberbia, como si el golpe de la vida no le hubiera llegado al corazón, o quizá se escondía por vergüenza a la lástima de la gente.
Pero un día pasé por el departamento que él tenía en la playa y lo vi parado en el balcón, contemplando el cielo y el mar, cuando de pronto el llanto se escapó de sus ojos, quizá por la melancolía que sintió al divisar vagamente aquel paisaje, o de coraje e impotencia; pues tal vez ya no veía nada.
En ese instante me decidí nuevamente a subir a verlo, y esta vez ocurrió el milagro. A pesar que el mayordomo intentó largarme otra vez, ahora fue Felipe quien gritó que no me vaya e intentando salir rápidamente hacia la puerta tropezó con un banquito que antes utilizaba para pintar, pero que ahora sólo servía de recuerdo. Entramos, lo levantamos, esteba bien, pidió a su empleado que se retire y lo primero que me dijo estando solos fue: Perdóname amigo, sé que he sido un idiota, tal vez todo lo que me está pasando me lo merezco, esto y mucho más…Le interrumpí, le dije que no me acordaba cuándo es que me había hecho daño, que para mí el momento del reencuentro se estaba dando recién en ese momento. Nos abrazamos, lloramos como unos niños, igual que aquella vez de despedida en le aeropuerto. Aunque Felipe no veía yo le contaba lo que sucedía afuera, el baile de las olas, el vuelo de las aves, y él se regocijaba, recordamos juntos todos aquellos momentos felices de nuestra niñez, fue un día increíble, fue volver a vivir.
Pasó una semana en la cual mi amigo se había encerrado nuevamente en su cuarto y no salía para nada ¿Habría acaso vuelto a su estado de depresión?, no lo sabíamos. Una mañana desperté con otra noticia acerca de Felipe que daba de qué hablar a la gente. Nadie sabía cómo, a qué hora ni a dónde, lo cierto es que el mayordomo tuvo que llamar a un cerrajero para que abriera la puerta del cuarto de Filipo, pues este no respondía, sin embargo al hacerlo no encontraron a nadie dentro, simplemente había desaparecido, sin decir nada sin dejar rastro; lo único que dejó fue una pintura como despedida. ¿Una pintura? ¡Pero si ya no podía ver! Fui hacia el departamento de mi amigo, la prensa rodeaba el lugar, entré a la habitación y pude ver aquel cuadro, era una magnífica representación, no había duda de que era su estilo, no puedo equivocarme, pero ¿Cómo lo hizo? .
Había dos niños pintados en el lienzo, uno estaba sentado en un pequeño banco, llevaba una graciosa gorra verde sobre la cabeza y pintaba al mar en un cuadro; el otro le sostenía la paleta y tenía puesto un viejo sombrerito de paja.
Se me hizo un enorme nudo en la garganta, ahora comprendía todo.
Y es que por ahí escuché decir a alguien que hay cosas en la vida, como la fama y el dinero, que ciegan a los hombres; pero hay otras, como la verdadera amistad, que nos pueden abrir los ojos.
FIN
SEGUNDO PUESTO: “Por siempre Lola”
POR SIEMPRE LOLA
Autor: Yony Alejandro Jiménez Villegas
Por: Alejo
Las estrellas y la luna se alistaban para descansar. Las aves saludaban al sol que salía tímido entre dos elegantes montañas. Mientras la niebla se alejaba con su gran manto, se podía divisar poco a poco una pequeña casa hecha de adobe. Su techo, una telaraña de troncos de eucaliptos que a duras penas soportaban el peso de las calaminas y las tejas. En un cuarto aparte, una mujer sentada en un pequeño banco de madera se disponía a moler paico con rocoto en un batán; a su costado, una gran olla de arcilla, de la cual emanaba un aroma que haría que Jesús bajase del mismísimo paraíso para probar el delicioso caldo de papas con trocitos de quesillo que preparaba Lucinda. Con su mano cuarentona sazonaba el molido de paico y rocoto. Lo ubicó en el centro de la mesa e inhalando todo el aire fresco que por ahí circulaba y con voz de perfecta casada, dijo: ¡Levántense!, ¡Lolaaaa!, ¡Lidiaaaa!, ¡Cresencioooo! Lola dormía con Lidia y Cresencio a los pies de éstas. Cresencio siempre despertaba de mal humor y con dolor de cabeza, pues se quejaba de que sus hermanas parecían unas gallinas culecas, nunca paraban de hablar, ya sea de lo que le había sucedido en la escuela a Lidia o de los chicos que habían encontrado en el camino. Rascándose la cabeza, como queriendo despertar a los piojos y liendres, y colocándose sus llanques y su poncho color tierra tejido con lana de oveja, les dijo: ¡Levántense ociosas!, mamá Lucinda nos esta llamando, ya es hora de ir a mudar los toros y ordeñar las vacas; porque si papá nos encuentra aquí, de seguro que nos aguantamos unos cuantos chicotazos. Lola no salía de su asombro al haberse quedado dormida hasta tan tarde, si ella era quien despertaba a Lidia y a Cresencio para realizar las labores de todos los días. Ligero, ligero, se puso su pantalón de lana y su fondo con bordes color rosa; sus llanques, adornados con una florcita color púrpura a los costados realzaban su belleza. Su chompa, tejida por ella misma con ovillos de lana que encargaba a su papá cada vez que viajaba a Chiclayo con motivo de vender dos o tres yuntas a don Arístides Lozano; el cual tenía su puesto de carne en el camal de Moshoqueque.
Lidia, por su parte, se envolvió con su chale azulina de flecos trenzados y se dirigió donde estaba su madre. Sobándose los ojos y con los cabellos alborotados, tomó sus galones que estaban detrás de la puerta y emprendió una larga caminata, la cual era acompañada por el susurro indiscreto de las hojas secas que se rendían ante sus pies. Rodeado por tréboles empapados del rocío de la mañana y por pequeñas flores de pétalos amarillos se encontraba un ojo de agua, transparente, cristalino. Cuyas mariposas danzaban alegres y despampanantes alrededor de tan hermosa creación de la naturaleza. Lidia llenó sus galones de fresquísima agua, y colocándolos en su alforja color uva, dio marcha firme hacia su morada. Lola y Cresencio regresaban de mudar y ordeñar las vacas. Lola traía en sus espaldas y envuelto con su chale un gran hato de leña y en su mano derecha una galonera repleta de leche fresca. Cresencio, en su pequeña alforja color canela y con bordes verduscos ayudaba en dos botellas a su hermana con el transporte de la leche. Jadeante subía la cuesta que conducía al lugar en donde se encontraba su plato favorito. Ellos llegaron, y Lidia asomaba con sus dos galones de agua. Ambos traían en su rostro y especialmente en su nariz unas pequeñas gotas de sudor, las cuales se negaban a deslizarse por sus mejillas rojizas. Lucinda, con la velocidad de un rayo alimentó a sus tres retoños y con la misma velocidad preparó el fiambre que Lidia llevaría para la escuela. Mientras el sol se despojaba de su timidez, Lidia se lavaba la cara y los pies. Se introducía en su uniforme gris. Salpicaba unas gotas de agua en su cabello, las cuales con paciencia, Lola, a través de un peine rosado las esparcía por toda su larga cabellera. Dos trenzas eran el resultado de tan grande Odisea.
A pesar de ser el menor, siempre pensaba, opinaba y aconsejaba como un adulto. Cresencio tenía una desventaja, la cual aumentaba día a día pero no le importaba. Él odiaba la escuela, los libros, los cuadernos. Odiaba ponerse ese uniforme que lo hacía parecer ridículo. Para él todo giraría en armonía si es que no existiera la “bendita escuela”. Aún recuerda aquel primer día de escuela en donde tuvo que soportar sentado, inmóvil, a ese hombre alto, calvo y regordete; el cual hacia tronar una delgada, pero gritona regla de madera entre sus manos. Con mirada sigilosa nos recorría de pies a cabeza, revisaba oídos, cabellos, dientes y uñas de pies y manos. Pobrecito de aquel niño o niña que tuviese los oídos llenos de cera o la cabeza con liendres o piojos, era objeto de burla y de maltrato. Las palmas de sus manos parecían dos carbones al rojo vivo por culpa de esa regla delgaducha y gritona. Cresencio había nacido para ser libre como los gorriones, los quindes, los loros, quienes van y vienen de un lugar a otro. Tienen que comer, ya sea semillas o frutillas. No tienen preocupaciones, ni problemas. Él no había nacido para estar encerrado entre cuatro paredes, escuchando palabras que no tenían sentido para su realidad en la que vivía. A partir de ese día nunca más pisó la escuela, pues la consideraba como refugio para aquellos ociosos que huyen del trabajo forzoso del campo.
Estrella que brilla con luz propia en el firmamento de la familia Cienfuegos Quiroz, muy hermosa, con su mirada podría matar o revivir a cualquier muchacho que osara emitirle silbidos maliciosos o tal vez un ademán insinuante. Lola era el lucero que iluminaba el camino de Mario Cienfuegos. Con sus quince años recién cumplidos era la mano derecha de Lucinda y el hombro fuerte de Mario. ¿Quién dijo que la mujer era el sexo débil? Para Lola, hombres y mujeres tenían los mismos derechos y deberes. Ninguno debía ser considerado como superior al otro. Bajo esta filosofía, Lola ayudaba en el arado de la tierra. En la siembra y cosecha de maíz, de papa, de trigo, de alverja, de haba, de racacha, de ollucos, de oca, y de cualquier otra semilla que la madre tierra consintiera en su seno. Pero no todo era trabajo en la vida de Lola, rara vez solía frecuentar y con el consentimiento de su padre una o que otra fiesta organizada por el colegio o la alcaldía para recaudar fondos destinados al mejoramiento y bienestar de la comunidad. Lola nunca iba sola a las fiestas, solía ser acompañada por Lidia o Cresencio, ya que el camino de regreso a casa muchas veces se tornaba peligroso e inseguro. Además de la linterna de mano que llevaba para guiarse por esos caminos oscuros y sin fin; era acompañada por Floresmildo, un muchacho dos años mayor que ella, con quien llevaba una “relación amical” mientras estaba en compañía de uno de sus hermanos; pero cuando se encontraban a escondidas, el fuego de la pasión envolvía sus cuerpos convirtiéndolos en uno. Sólo el lamento de una casucha era testigo del gran amor que sentían estos dos novatos corazones. Pobre Floresmildo, si quería ser aceptado por don Mario tendría que tener un buen apellido, poseer gran cantidad de hectáreas de tierra, y por último, contar al menos con veinte o treinta cabezas de ganado. Floresmildo no contaba ni con apellido completo, pues su padre no lo reconoció como hijo suyo y sabe Dios en que rincón del mundo estará metido. Su madre, una humilde partera que era solicitada de vez en cuando para atender a mujeres ansiosas de traer al mundo el fruto del amor. Como pago a sus servicios recibía unas pocas monedas o a veces una lata de papas. Todo era bien recibido por doña Crisálida quien cada día, y con la mirada estampada en el cielo agradecía y rogaba a Dios que no le falte un alimento que llevar a la boca. Floresmildo se desempeñaba como vendedor de madera. Una carga de roble o cascarilla era cotizada entre veinte o treinta soles. En su caballo de nombre Chispa recorría los pueblos circundantes ofreciendo a grandes voces la calidad de su producto. Todo lo recaudado de la venta era destinado una cuarta parte a la canasta familiar y el resto era consumido en una cantina, pues Floresmildo gustaba del buen vino, de la cerveza y del ron. En una de esas borracheras con sus amigos juró que nadie lo apartaría de Lola, y si don Mario se interponía, en cualquier momento él se la robaría. Se marcharían lejos, en donde no exista amenaza de hombre, ni de divinidad. Al poco tiempo los rumores del noviazgo de Lola con Floresmildo eran cada vez más enormes, hasta se decía que estaba embarazada, puesto que Lola ya no solía frecuentar fiestas, ni ayudar en las faenas del campo. Floresmildo estaba preocupado por Lola y por su vida. Don Mario lo buscaba incansablemente para que asuma su responsabilidad. Escondido en la casucha, Floresmildo planeaba su estrategia para hacerle llegar una carta a Lola en donde le diría el porqué de su repentina desaparición y explicándole paso por paso lo que debería de hacer, si es que lo amaba, para que se encuentren en el cruce de los caminos Miravalle y Solandino a las nueve de la noche en donde la esperaría en su Chispa.
Era temporada de naranjas, varias personas con sus acémilas provistas de inmensas canastas y alforjas visitaban casa por casa ofertando y degustando el delicioso néctar frutado. Uno de estos vendedores era amigo de Floresmildo, era su compañero de escuela. Le pidió que le entregara la carta a Lola, ya que la familia Cienfuegos Quiroz tenía por costumbre hacer llegar a su casa a estas personas y adquirir lo que ofrecían. En eso, Prudencio vio de reojo a Lola que estaba sentada en un poyo cerca de donde funcionaba una letrina. El naranjero pidió de favor a Lucinda que le preste su letrina, gustosa le indicó el camino. Lejos de toda mirada sospechosa y cerca de su objetivo, sacó la carta y se la entregó a Lola. Sin más ni menos, el joven echó andar hacia atrás. Lola, inquieta por saber el contenido de la carta, leyó, a vuelo de picaflor, dos y hasta tres veces la hoja triple raya. No vaciló en aceptar la propuesta de Floresmildo, puesto que días antes, Mario le había mencionado que el fin de semana viajarían a Chiclayo para encargarla en una tía. Todo parecía estar a su favor. Mario se encontraba en un bautizo y no llegaría hasta las diez de la noche. Lidia dormía cálidamente entre los brazos de su madre. Cresencio, envuelto como un capullo entre colchas, se entregaba por entero a los brazos de Morfeo. Lola no podía llevar toda su ropa, tenía que escoger lo necesario para así hacer más rápida y ligera la huida. Ya todo estaba listo, pues al caer la tarde había acomodado en una mochila: dos blusas, un pantalón de lana, un par de zapatillas, dos faldas, y dos calzones. En un bolsillo pequeño colocó una peinilla y un diminuto espejo redondo. Las chicharras y los sapos iniciaban su concierto rutinario. Las luciérnagas se disponían a encender su bombilla. Cogió su mochila y a pasos de sombra abandonó toda inocencia, pureza que había en ella. Con su linterna avanzaba cautelosamente por esos caminos que una vez la vieron crecer y que no se resignaban a perderla. Floresmildo, en su indomable Chispa, y con la duda que carcomía su mente, esperaba como un centinela mirando de un lado hacia el otro. No te puede fallar, se decía, mientras las chicharras y los sapos avivaban cada vez más su concierto. Faltando tres minutos para las nueve, a lo lejos, pudo avizorar una pequeña silueta que se dirigía hacia él. Era Lola, quien al verlo se lanzó a sus brazos húmedos y derramó lágrimas mezcladas con esperanza. Floresmildo la envolvió con su poncho y sin mirar hacia atrás partieron en busca de dicha y felicidad.
TERCER PUESTO: “Madrugada sin ir a dormir”
Seudónimo: Pájaro azul.
Autor : Darwin Villanueva Cieza
MADRUGADA SIN IR A DORMIR
UNO
Su cuerpo azul manipula la bruma de mis pasos errantes, entonces comienza a tener sentido el vacío de sus palabras: “Mi sombra anda buscando lo que mi cuerpo ve como lejana”. Ardían sus pechos en mis manos, dejándome heridas pueriles que nunca cicatrizaron. Pronto sus ojos rutilantes, hallaron espejismos brillantes, en otros ojos envenenados de pasión hasta la médula; que no son los míos. Jamás imaginé que Lucero se haya fijado en mí: Un chiclayano perdido en la ciudad más pituca de Lima.
DOS
Recuerdo cuando caminábamos de la mano por los parques y urbanizaciones, entre rostros insólitos que nunca nos han visto. Hoy me pongo a pensar que nosotros éramos los extraños y, ellos siempre han sabido que manteníamos nuestro amor en secreto. Nos encontramos pasada la medianoche y caminamos por las calles solitarias de la urbanización. De ningún modo creí que lograría escaparse de su casa, pero en una cuadra de la avenida Los Fresnos estaba junto a mí, caminando de la mano sin saber a dónde llevarla, pero sabiendo que esa noche la iba a pasar conmigo. Miles de madrugadas de luna caliente la idealicé desnuda en mi cama. La llevé a mi casa, la seduje y convencí diplomáticamente a dar un paseo por las sábanas percudidas de mi habitación tétrica, poética y desordenada. Desflorándola nerviosamente, nuestros cuerpos llenos de sudor tímidamente se reconocían. Recuerdo también su silencio, sus miradas, aprendí a descifrar sus gestos. Entendí desde ese momento que su cuerpo no necesitaba ser idealizado para que sea mía.
Las mujeres son astutas y posiblemente sabía lo que iba a suceder. Observando la berma pensaba seguramente en la rotura del himen y las consecuencias que traería. Nos besamos desnudos en mi cama hasta quedar sin aliento y, me sentí débil, cansado después de batallar con la timidez de su primera vez y mi reciente sexualidad galopante.
Cuando acabamos se dirigió al baño para asearse, al regresar posó su cuerpo en el portal de mi cuarto y mirándome fijamente, -me siento abierta. -Dijo con una voz afligida-. Nuestros labios se conocían a la perfección y reíamos cuando decían que no éramos la pareja perfecta. Seguramente fue cierto, y lo nuestro fue una ilusión. Y lo aluciné una madrugada sin ir a dormir, cuando recién estaba enamorado de su amor y su amor ya me amaba.
El cielo desenmascarado al percatarse que la penetré me maldijo. Lucero dejó de ser su consentida por grabar una rosa doliente en mi cama. Las estrellas sintieron envidia por los dos, la maldición del cielo pronto llegó, tuvimos que distanciarnos por las consecuencias del exceso de amor y por dejarnos guiar por la razón. El adiós forma parte de nuestras vidas; pero entre la historia de ella y la mía no existió, tal vez entonces y sólo entonces yo le deba una despedida. Pienso que lo sabe, estando lejos me mira en las madrugadas y, aunque tenga otro hombre, lo besa y de reojo averigua lo que hago. Le jode que no la busque, que no me proponga en llamarla sonríe irónicamente al ver mi soledad, seguramente piensa lo mismo que yo pienso. Me conoce bien y dentro de su maldad finge amar a otro y su cuerpo miente pertenecerle, crea falacias para él, sueña conmigo durmiendo con él, tal vez ahora sueñe con él. ¿Llorará por otro, como me lloró cuando dejé La Molina?
El día de nuestra despedida nos encontramos en un famoso bar que olvidé su nombre por simple capricho literario. Lucero tenía puesto unos lentes oscuros, para no ver cómo le surgían repentinas lágrimas oscuras de rímel. Una paz triste y extraña prolongaba esa tarde calurosa de enero donde su corazón producía hielo para petrificar mi cuerpo caliente. A lo lejos las calles repletas de automóviles predecían una ausencia de reencuentro y una distancia de felicidad. Después de darle un beso en la frente, me abrazó con desesperación y salió corriendo hasta perderse entre la gente. Terminamos como muchas veces lo hicimos, pero sabíamos que ese día por siempre nos perderíamos. Nunca la busque, jamás me llamó. No la seguí, me quedé a tomar más de la cuenta. Por los parlantes del bar un “Sabina” muy angustiado cantaba que Lucero “siempre tuvo, la frente muy alta la lengua muy larga y, la falda muy corta…”
TRES
A muchos kilómetros de su cuerpo, pienso que debo mandar al diablo todo. Ya no caminar de noche, para no verla rutilante en el cielo, al lado de millones de cuerpos estelares que forman parte de su séquito. Sabe que trato de olvidarla en otros labios carnosos y vaginas mancilladas, estrellas que solamente buscan amor de una noche después de unos pasos morbosos de reggaetón y unas cervezas bien heladas, para acabar confundidos en un colchón sucio y roto de un hostal barato. He buscado placer en las viejas prostitutas de Faucett pensando que con los años cargados en sus pezones arrugados, conseguirían darme siquiera una décima parte de lo que necesitaba. Pero terminé haciendo daño a las mujeres que en el camino de mi olvido empezaron a soñar conmigo.
En nadie hallé lo que ella me proporcionó. ¿Y qué me dio? no lo sé, quizá tampoco ella lo sepa. Hasta averiguarlo seguirá sufriendo mi presencia secreta y su ausencia latente y dolorosa. ¡Es tanta la distancia entre los dos, que resulta increíble de solo imaginar que fue mía! entonces me callo, dibujo su imagen en mi pasado y en mi futuro trato de no pensar. Maldigo mi presente; diáfana inspiración. Paso los días alejado de mí, viviendo para los demás.
Lo nuestro fue definitivamente un sueño, donde ella también fantaseaba conmigo desde cualquier lugar, y nos mandábamos mensajes de texto al celular toda la noche, llamaba a la radio y pedía nuestra canción favorita, le recitaba mis poesías, compartíamos el sueño de mi primer libro, le mandaba rosas a su casa. Lucero enloquecía, entonces dormitábamos juntos en la misma ilusión.
¿Acaso una despedida es el comienzo de un largo fin? Andará por el mundo, buscando ternura en otros cuerpos erectos y encontrará placeres mundanos y orgasmos incompletos. Entonces recién pensará, pues el orgullo nunca la ha dejado decidir por cuenta propia.
-Diego, no sólo buscó placer, también fui su inspiración y mis ojos sus metáforas y mi cadera un cuento y mi sexo su más grande tesoro, -pensará Lucero-.
Un fuerte suspiro oprimirá su tranquilidad, quizá una confundida lágrima resbale por su tersa mejilla ruborizada, cayendo hasta perderse en el tiempo y en la distancia olvidaré tontamente lo que siempre he negado olvidar.
Lucero se conecta al Messenger y no conversamos. Mil veces la he puesto como no admitir, y mil quinientas veces la he vuelto a admitir. Cuando uno dice lo que piensa puede romper más de un corazón, seguramente los dos pensamos lo mismo y por eso no nos atrevemos a chatear. Renaceré nuevamente dentro de una tienda por departamento chilena, disfrazado de vendedor de una marca especializada: “United Colors of Benetton,” me armaré de valor y la soñaré, no me importará nada más. Frecuentaré nuevamente La Molina, con la idea de encontrarla casualmente y decirle que sufro de insomnio y que la amo. El amor nunca muere, sólo sueña con morir, en su letargo piensa lo contrario.
Será cuando mi corazón que ha leído a tantos poetas latirá con más fuerza, los optimistas jamás nos rendimos ya que los sueños son gratuitos y vienen con increíbles ofertas. Desde que las promesas se han hecho para no ser cumplidas ya no creo en las despedidas. Por ahora prefiero recordar a mi Lucero noctámbula, resaltando entre las estrellas y mirándome celosa, yo traduciendo su silencio cuando vuelvo a un gastado sueño. Para ella, dormida ilusión. La he dibujado en la pared frontal de mi habitación, al costado de un Cristo con el corazón en la mano. Sonriente la he dibujado, con el cabello sujetado, y entendiendo cosas mías, que ni yo mismo termino de comprender.
EPÍLOGO
Y de pronto la vi en mi sueño, ya no importaba que la maldición me salga a buscar, siempre estaré en el mismo lugar. Mientras caminábamos de madrugada Lucero miraba la berma, los cerros chatos y los pocos automóviles que transitaban por la avenida. En el dilema de ser o parecer, recreamos nuestro pasado en lentos y largos minutos. Nos comunicamos mejor en el silencio de nuestras miradas que el vacío de nuestro lenguaje coloquial y, pensamos en todo y no hacíamos nada.
Logramos fundir muchas imágenes en el aire letal que respirábamos.
El alquitrán depositado en mis pulmones, ardía incandescente. Llegamos a mi casa, todos dormían y de puntillas fuimos a mi cuarto. Nos sentamos en mi cama, enciendo el microcomponente:
“No importa si en el camino nos perdemos la pista, porque sé que al final… te veré… aunque falle la vista…” esa canción es nuestro tema, creo que todas las parejas del mundo tienen una canción que los identifica.
-Me alimento de tus ojos, -le susurro al oído-, enciendo un par de velas aromáticas y apago la luz. Me acerco para darle un beso, Lucero me acaricia y cierra los ojos, moviliza su lengua húmeda hasta quedar suspendida entre sus labios, paralelamente sus ojos se van cerrando; me acerco despacio. Seguramente está pensando en probar el sabor de la pasión. Estamos solos, queremos demostrar cuanto nos amamos y sobre todo es mi sueño, me aseguré de cerrar bien la puerta, nadie me molestará. -Continuemos-, ya voy sintiendo el húmedo aliento que emana de su boca, de pronto y para deleite de nuestros calientes labios, su mágica lengua reconoce a la mía, se entrelazan y jugosas retozan como dos pequeños felinos.
MENCION HONROSA I: “De este lado de la noche”
Autor: Rocío Graciela Ayala Azabache
DE ESTE LADO DE LA NOCHE
(mesalina)
Por putona y por cochina, y por haber incitado a
Adán a reproducir la especie, no a través del método
tradicional y socialmente aceptado, es decir: qué sé yo,
valiéndose de costillas o figuritas de barro, sino
haciendo una cosa puerquísima que no les puedo ni contar.
Ana Istarú.
Trujillo, 17 de agosto de 1994
Hoy sí. Hoy lo hice. Hoy por fin me decidí a hacerlo.
¿Yo? Ésta ni siquiera soy yo. Es más, yo ni siquiera tengo que ver conmigo. Si de puro favor es que siempre accedo, porque a veces la plata está y tranquila puedo volverme a casa. Pero me topo con uno en peno regreso… supongo que me siento útil, como que sirvo de algo Sí, aunque sea de eso No crea, la mayoría de veces ni terminan y ya anda pensando una en el tazón con agua donde lavarse ¿Infierno? No sé. Supongo… pero era eso o amarrarme a un bruto que me haga diez hijos y me amase el cuerpo a patadas. O sea que lo dejamos mejor en Purgatorio. Lo malo es que aquí en el Purgatorio una no sabe cómo debe sentirse y la misma duda termina hundiéndola sin haber gozado antes de un verdadero pecado ¿Me decía? Ah sí, a veces. Como ida, sí ¿En los ojos? Nada… ¿qué iba yo a tener?
Casa: volver a casa, entrar en casa, vivir en casa. Intentar convencerme de que esto es una casa.
Chota, 15 de abril de 1963
Hoy ya hace una semana que mi mamá no vuelve. Creo que está muerta. Aunque la Chona dice que no, que se fue con el Hurtado. Pero yo no creo nada de eso. Ella nunca me dejaría acá sola con el fiado de la comida. Lo malo es que ya todos andan diciendo lo mismo y nadie me fía ni un pan. Por eso si alguien me pregunta yo digo que mi mamá se murió. La Chona se viene por la noche para hacerme compañía y decirme que no piense esas cosas. Ella no entiende que lo que yo no quiero pensar son las cosas que ella me dice. No. No quiero. A mi mamá seguro que la han matado.
Uno solo. Uno. Un minuto siquiera. Qué distinta sería mi vida ahora. Habría por lo menos alguien con quien mirarla. O en todo caso, alguien a quien mirar para no mirarla.
Chota, 02 de abril de 1963
Me sigue diciendo. A veces yo también quiero pero me da muchísimo miedo hacerlo. Diosito… ¿y si no es tan malo?
Vea; naturalmente desean sentir placer, pero no tanto como que alguien les haga sentir que son capaces de otorgar placer. Es de eso de lo que en verdad me encargo: de mentirles; un poco gimiendo, otro accediendo, y así… así mientras mi mente divaga entre las paredes y el techo, negándose a aceptar que han pasado ya tantos, negándose a aceptar que hubiera bastado uno solo. Uno solo, entiende? Uno. Por un minuto siquiera… ¿verdad que hasta ganas dan de escribirlo, de ponerse a cantar de puras ganas de llorar? Yo no busqué esto, se lo juro. Yo sólo busqué; encontré esto, que es diferente No, si usted no puede ni imaginárselo. A veces sueño que no hay agua, que el tazón me lo han llenado de sangre, de semen, de pelos… es horrible Porque es mi trabajo, por eso Y a dónde iría. En esta vida no hay lugar para las ilusiones. Están los sueños, sí, pero en abstracto; con la etiquetita siempre puesta: “sueños”, como para no confundirse y creer que algún día lleguen a realizarse Disculparla por qué No, si no estoy llorando. ¿Por quién iba yo a llorar? ¿Por uno de esos desgraciados acaso? ¡Pues pensó mal!... si así estoy mejor. ¡Míreme! No tengo que dar cuentas a nadie. Yo sola me mantengo. Sola, se da cuenta. Sola… yo sola… completamente sola…
Chota, 24 de abril de 1963
Quiero que Julio se muera, es un imbécil ni un día se esperó para contarle a sus amigos lo que hicimos. Ahora hasta la Chona sabe. Lo odio. No sabe cómo lo odio.
Eso dice usted, pero para mí es más que eso Pues no sé, algo así como un álbum de fotos. Eso, como un álbum con miles y miles de fotografías mías, porque apenas leo un par de palabras y ya puedo verme de este tamaño, de este otro, con mi blusa a rayas o el vestido de lunares; todo depende de lo que lea. Observe esta línea por ejemplo, o esta otra. Mire; aquí en la portada está mi nombre completo, se da cuenta como nunca pude hacer la a redondita, parece que se desinfla a la mitad del trazo y el rabito le termina mirando al cielo, como pidiendo permiso para irse Pero acérquese más para que vea. Eso sí; le advierto que es un álbum de fotografías muy triste. Casi en todas salgo llorando. Es que el fotógrafo llegó justo cuando se murió mi mamá… quién sabe s hubiera llegado antes. Por lo menos las fotos hubieran salido a colores y no en
blanco y negro como éstas que ahora le muestro. Pero qué va a entender la muerte de
esto. En verdad, quién puede decir que sabe algo de esto si hasta a los periódicos se les da por confundir las cosas. Porque mi mamá se murió, de eso no tenga usted duda. Por lo menos desde que prefirió largarse con el negro ese y echarme la carga del mundo encima. ¡Muerta!... me oye. ¡Bien muerta la desgraciada!
RECORTE PERIODÍSTICO HALLADO EN LA HABITACIÓN DE LA OCCISA
CAPTURAN A PAREJA DE ESTAFADORES EN MINIMARKET
Chimbote, Buena Vista. La policía de Chimbote, en el distrito de Buena Vista, capturó a una pareja de convivientes que cambiaban billetes falsos en el mercado de abastos y establecimientos comerciales.
Se trata de Carlos Alberto Hurtado Villalobos (52) natural de Lima , y Sonia Beatriz Ávila Quispe (46) procedente de Chota (Cajamarca), quienes habrían estado cometiendo sus fechorías
entre los chimbotanos desde
hace unas semanas.
La detención se efectuó cuando la policía chimbotana realizaba un operativo y se percató que en inmediaciones del centro de abastos, efectivos de la Policía Municipal de Buena Vista perseguían a dos personas que intentaban fugar.
La patrulla policial prestó apoyo y alcanzó a las dos personas cerca de la salida a la carretera Panamericana Norte. Una hora
después se presentaron tres ciudadanos que identificaron a los estafadores quienes se hallaban requisitoriados por la policía limeña bajo los cargos de microcomercialización de droga y posesión ilegal de armas. Bajo el cargo de estafa agravada, ambos detenidos fueron conducidos a la comisaría local para su posterior traslado a Lima. Se estima les esperan entre 12 y 15 años de
prisión efectiva.
Chota, 04 de mayo de 1963
¿Cómo hago, Diosito? ahora todos andan pensando que soy una... tú sabes. Los de al lado, el de la tienda, y hasta el marido de la Chona que anoche le entraron ganas de abrazarme y... ¡qué asco! no me quiero ni acordar. Ya no demora en tocar de nuevo. Diosito ayúdame. Pero que ni piense que voy a abrir la puerta. Ayúdame Diosito que ya está tocando. Ya pues, no seas así conmigo. Mira que yo creo en ti, mira que yo todavía creo en ti. ¿Quieres que te rece más? Dime... ¿qué quieres que haga?, ¿cómo quieres que me ponga? Dime… en qué pose. ¿Por qué no me hablas, Diosito? ¿Por qué no me dices dónde puedo esconderme?
Es que no había otra cosa. Pero échele nomás que el sobrecito ese le va a endulzar la bebida Sí, el otro también Y no me deje nada en el vaso que es de muy mala educación Bueno, como le iba contando... nada me traje de Chepén sino este Diario que para mí no es diario y como sabiendo me regaló mi mamá poquito antes de morirse. Ya sé que anda muy viejito, pero es especial y por eso no he querido comprarme otro. Al comienzo yo misma le pegaba hojas de cuaderno, luego, cuando ya me estuvo quedando muy feo, tuve que mandarlo a empastar lo más gordo que pudieran con hojas nuevas atrás y… ¿Cómo se le ocurre? Ya le dije que nunca Porque es un regalo de mi mami, por eso. Se da cuenta usted lo buena que fue siempre mi mamá conmigo, lo atenta
POLICÍA DE LA PROVINCIA DE TRUJILLO
Comisaría o Seccional: Florencia de Mora.
Destino del Expediente: Archivo local.
Fecha: 20 de agosto de 1994.
Al promediar las veinte horas del mes de agosto del año mil novecientos noventa y cuatro, el funcionario que suscribe comisario Melitón Chávez Gayol, hace constar el sumario correspondiente al hecho en que perdiera la vida la ciudadana Ana Santos Tocto Ávila, de 45 años de edad, natural de Chota.
El acto parece haber sido perpetrado entre las nueve y catorce horas del diecisiete de agosto del año en curso. Tres días después, Manuel Evangelista Otiniano Quispe, vecino de la víctima, dio parte a la policía sobre la emanación de olores fétidos provenientes al parecer de una de las viviendas que componen la quinta ubicada en la calle Progreso Nº 512, distrito de Florencia de Mora.
Junto al cuerpo en descomposición de la víctima se hallaron dos sobres vacíos de Racumín, seis botellas de cerveza y lo que al parecer sería su diario personal, el cual resultó determinante al momento de esclarecer el caso. A su vez, se encontró pegado tras el espejo un recorte periodístico que data del año 1976. Se trata indudablemente de suicidio por ingestión de veneno para ratas. El móvil de tan trágica decisión parece haber sido la desgraciada vida que venía llevando la víctima, quien se dedicaba a la prostitución desde muy temprana edad. Hasta el momento nadie se ha apersonado a la morgue para reclamar el cadáver. Debido al alto grado de descomposición que este presenta, deberá ser trasladado en las próximas horas a una fosa común. Jura la presente declaración a los efectos de la ley.
Melitón Chávez Gayol
Comisario
Qué triste la vida alegre. Qué triste llegar a los cuarenta. Qué triste no tener nadie a quien contarle todo esto. Qué triste tener que emborracharme para inventar alguien a quien contarle todo esto. Si yo sólo quiero morirme. Si ya yo sólo quiero matarme. Y motivos me sobran. Ahora mismo debiera ir y tragarme el veneno. Pero eso es imposible. Ojalá nada hubiera pasado para así poder repetirlo. Para... se está tan bien aquí en el piso. Desde aquí podría intentarlo. Desde aquí podría hacerlo. Si tan sólo sintiera el cuerpo. Si no lo hubiera hecho ya...
MENCION HONROSA II: “Auras con bordes aleatorios”
AURAS CON BORDES ALEATORIOS
POR: EL RESIDENTE.
Autor: César Augusto Boyd Brenis
Sería como vivir sujeto a un pararrayos en plena tormenta y creer que no va a pasar nada.
Julio Cortázar. El perseguidor.
Entrado el mediodía, desde el umbral de nuestra casa, Hadita, jalas del gatillo como en tus prácticas de tiro. Y la brutal percusión te deja conectada a un aura satánica. Ah, las mujeres y sus auras, las conozco por sacra gracia. El disparo alcanza mi dorso. No has creído en mi inocencia ni por un lúcido momento y estás conforme con tu puntería legada del cine justiciero y de un maestro veterano de guerra. El silenciador está puesto a conciencia e infamemente. Una sola bala abre mi cuerpo con apenas notarlo, porque al atravesarse, un ligero escozor incomoda mi quehacer ordinario antes de desplomarme en la alfombra roja y mirar a la ventana, y ahí, Hadita, mi sacra gracia pudo rendirme cuentas con la peor revelación que sólo yo puedo ver hasta la muerte.
Ni una sonrisa en este lúgubre amanecer, sólo quejas y quejas por un chisme de callejón infeliz o de barrio que odias. Coges la cartera que vas a cambiar por una de moda y ya alteraste mis planes de tranquila limpieza. Pero no tanto para sustituir rutina ni gustos. Tu aseo ha sido veloz e inesperado, mientras el mío pasa en silencio como un tiro mortal con el silenciador puesto y tan lento como una agonía transfigurada. Tu salida es la de siempre pero más temprana. Te vas sin despedirte. Lo has hecho a veces, no tantas veces como para dejarme separado de ti. Por ello emprendo la faena de la casa, no sin antes rendirme a mi fuerte extracto de naranja de todos los días. A pesar de ello, no puedo reponerme, pues mi sacra gracia no logra llegar a reconocer mis auras caóticas. Sé que te pasará el aura de loba herida, Hadita. Creo que podemos cambiar el destino.
Primero, tomaste vino en el RM, luego te dirigiste al sitio de las consumidoras en serie. Siempre al lado de tu amiga millonaria que se acomoda a ti. La vitrina no tenía que buscarse, el lugar era exacto como tus pasos. Hoy día no podías cambiar la compra de ese objeto entrometido. Concluida la adquisición, sales de la tienda tan segura como arrogante para solucionar “lo nuestro”. Pero sientes agregarse un problema más a nuestras diferencias. Eso te sulfura. Esta vez, se te nota un aura de feroz cancerbero. Por la avenida LG, divulgas con énfasis tu infundada venganza. Una bella desconocida se cruza contigo. La miras con rabia como la culpable de tus dilemas agitados, aunque es una posible coincidencia en este mundo de imposibles. No sientes el peso del arma en tu nueva cartera. Cruzas la pista deteniendo el tránsito, acto legado también del cine justiciero, y tu amiga millonaria apoya la pantomima arriesgada. Los lugares aparecen como un conducto hacia el limbo. Soy yo el dador de esta sucesión de asperezas con las que gozarás vengarte. Pues, Hadita, pudiendo irme cuando saliste esta mañana, preferí sencilla y complejamente quedarme por ti.
Antes de que regreses, es mejor olvidarme de estas preocupaciones de parejas inconstantes. Tiendo nuestra cama donde te hago el amor como lo pides (en esos momentos adoptas un aura de antigua golfa griega) y arreglo la casa como todos los días: mis veinte pares de zapatos puestos en una hilera impecable, mis prendas colgadas frente a las tuyas y el olor a fresa del desinfectante luego del aseo general. Haré postre de fresa y olerá tan natural como el desinfectante. Luego, empiezo a cocinar con alegría predispuesta. Este es otro remedio para la fuerte tensión que ahora vivo. En fin, te preparo el mejor platillo de todos. Corto el tomate sin preocuparme de que mi sangre tiene el mismo color, y manipulo con esmero cada uno de los ingredientes. La congeladora está llena de todo lo necesario para concentrarme en el almuerzo. Ayer llené la despensa, salí a comprar por la mañana y reprochaste también mi demora. Sabes que afuera sólo veo mujeres desfachadas con consuelos muertos (eso además lo he visto en mujeres por la academia de tiro, por el club nocturno que frecuentabas, por las tiendas de la LG y, superlativamente, en el cuerpo mal techo de tu amiga millonaria). Y por este lugar frívolo, la panadera es joven pero tiene un marido maldito, la lechera tiene un cuerpo de espiga y la bodeguera de la esquina tiene un aura de ser poco atractiva, aunque sea lo contrario. A pesar de todo, no es suficiente para ti, pero ahora que lo menciono, tampoco para mí. Crees que las mujeres de las calles son un peligro, pero nunca piensas en el peligro latente de tu propio carácter. Pobre la muchacha de la avenida LG, habrá creído que la ibas a golpear, y no preciso con exactitud qué tipo de aura ha tenido en su bello cuerpo. Sólo me imagino que es pésima en la cama y no sabe cocinar, al menos no estas salsas de tomate que ahora resumo a exquisitez. Qué probidad se siente cocinarte, Hadita. Nada es mejor que suspirar en el peligro de malograr una sorpresa culinaria. Y vencer.
Cruzas la Cuarta Calle por el club donde nos conocimos, y le lanzas a su frontis una mirada de soslayo para redimir un consuelo. Tienes esa furia insurrecta de tus lapsos de capricho (ni con un respiro hondo se te pasa, pues asumes la creencia de que cuando se va la ira, has sido derrotada). Quieres detenerte a observar mejor el club, pero tu amiga millonaria que te llena la cabeza de basura, puede pensar que eres débil a pesar de la enorme arma en tu cartera. Por qué no es todo como al principio, Hadita, cuando no tenías arma, cuando me comprabas zapatos (veinte y más) en vez de celulares para llamarme sin cansancio. No niego que eso me atraía cuando aún era un bailarín incansable en el club, pero el exceso es un mal mayor. En el club me querían y lo sabes. Era el hijo predilecto de las noches, casi un rudo actor de guerras cinematográficas como tú a veces te juzgas. Todo lo dejé por ti. Bailaba en la esplendorosa barra y las señoras me dejaban billetes, calzones y números telefónicos. Pero tu mirada fue la única que recibí sin morbo, al menos esa noche cuando te declaraste y tenías el aura de seductora Cleopatra (la primera impresión que tuve de todas tus rúbricas). Eso fue definitivo para nuestro futuro. Me convenciste sin armas, sin ruegos, sin frivolidades. Tuviste el valor que ahora te alimenta por la Quinta Calle, muy cerca de nuestra casa, con los pasos contados, pues tú nunca llevas el auto para tus labores ociosas ni para ir a la academia de tiro. Prefieres caminar con tu amiga millonaria y “percibir al pueblo pasar”, con esos aires camaleónicos, negando que del pueblo yo saliera, y te elegí porque aparte de tu mirada, tu escote era una obra de arte. Naturalmente, abandoné por ti los escotes y los senos grotescos y enclenques de todas las mujeres que antes de ti estuvieran; Hadita, la de los pies ligeros y la puntería exacta.
Y ahora me vas a disparar cuando ingreses por esa puerta con tus pies ligeros, y ni eso, pues lo harás desde el umbral con tu “envidiable pulso”, eso lo decía tu maestro en la academia de tiro cuando sus conversaciones oscilaban entre su destreza en la guerra y tu parecido con él. No me gustan las armas. Aún así me obsequiaste una. Me pedías prepararme para defenderte en momentos peligrosos (ahí adoptabas el aura de una sheriff del Viejo Oeste enseñando a su sucesor), o arriesgar mi pellejo por algún exnovio de tu amiga millonaria, que a pesar de serlo, no tenía guardaespaldas. Intuí que no lo era en realidad y acerté con mi sacra gracia. Creíste alguna vez que me iba a escudar de mi arma para protegerme de ti, esa será una de tus excusas para adelantar el tiro y no dar los diez pasos que debiste caminar para llegar a mí y cambiar de aura (tal vez de una mujer arrepentida). Es la peor utilización de tu “envidiable puntería”. Me conmueve, Hadita, mi condición de blanco fácil. Pero aún así, este blanco ama cocinarte todos los días. Extrañarás mi sazón de especialista (cuando comes adoptas un aura de niña en navidad), la parte de mí que no conocías hasta que empecé a vivir en esta, nuestra casa, para complementarnos más. Qué paradójico que en un tiempo pasado, atravesamos por primera vez el umbral cogidos de la mano y nos besamos. Ahora, tus pasos son cada vez más seguros por la Quinta Calle. Tu amiga millonaria se esfuerza por seguir tu ritmo acelerado y llega a tomar el sentido uniforme de tu presteza. Hadita, qué cercana estás de mí.
Tu amiga te deja en la vereda de nuestra casa. Te dice que no quiere ser testigo de nada. Atraviesas la reja blanca, pisas la inscripción de “tú y yo” en las losetas que limpié cuando saliste esta mañana. Volteas el rostro por última vez hacia tu amiga que camina de prisa. Se inicia en ti un aura asesina que te quita el hambre. Eso no me inmoviliza en mi objetivo culinario. Yo veo la hora exacta que debo cerrar la hornilla, y lo hago. Hueles algo extraño y atrayente, y ni siquiera eso te detiene, pero no es el olor a fresas del desinfectante. Giras la llave para la derecha y la puerta se abre lentamente hasta chocar con el canto rodado forrado de rojo. Ya tienes el arma fuera de la cartera recién comprada. Desechaste la sacada esta mañana. Destapo la olla y sientes el olor más fuerte después de dispararme, das los diez pasos y ves tu comida preferida, la lanzas con rabia, cae sobre mi cuerpo tirado en la alfombra roja, y la salsa de tomate se confunde con mi sangre, entonces adviertes que has fallado. Pero no. Lo que te has perdido es la mirada de tu amiga millonaria en la ventana, con una sonrisa de hembra satisfecha y triunfante, y con el aura más elaborada y perfecta que haya visto jamás.
MENCION HONROSA III: “Destino”
DESTINO
Por: Pedro Camacho
Autor: William Smith Piscoya Chicoma
Gonzalo Vilcabana estaba sentado en su sillón de fieltro a un costado del cadáver de su mujer. No se había movido un solo instante y permanecía con ojos absortos y vidriosos mirando el ataúd. La habitación era un salón vasto con falso piso de cemento, muros de adobes enlucidos con amasijo de yeso, decorados con retratos de familia y cuadros de horizontes marinos, y techumbre de tejas verdes, donde del centro pendía un lamparín chino a querosene que esparcía una luz amarilla y titilante. Los vecinos que lo acompañaban, sentados en sillas y bancos de madera sin labrar, se habían dispuesto en el contorno del recinto, y en el silencio de la noche que irrumpía, se escuchaba el zumbido desapacible de los insectos y el viento sumiso de septiembre que soplaba, afuera, entre los pinos y cipreses dormidos del jardín.
Se habían casado en diciembre, en la fiesta de Santa Lucía, en una boda frugal pero acudida, y en la que después de muchos años, desde la muerte de sus padres, Gonzalo Vilcabana volvió a tocar la armónica de su adolescencia. Célfida Carrillo había sido el amor de toda su vida. La amó desde siempre, aún antes que todos advirtieran que él no sólo volvió por retomar la posesión de la finca de su padre (en seguida que se retiraron los soldados y el pueblo fue devuelto a las autoridades civiles, y otra vez se construyeron las casas y se sembraron las tierras), sino porque también ella había regresado. Con su madre anciana y un hermano menor, ella se instaló en un viejo corralón a las afueras del pueblo, y muy pronto puso un negocio donde vendía frutas, arroz cocido y hervidos de carnes a los viajeros de Inkawasi y Batán Grande. Él empezó a ir por la cena casi al anochecer, pero poco después se supo que el hermano de la joven, muy temprano, iba hasta la huerta de Gonzalo Vilcabana llevándole el desayuno, y al medio día el almuerzo que Célfida Carrillo se esmeraba en preparar. Por eso a nadie en el pueblo admiró, la media tarde de ese primer domingo de febrero, cuando juntos escucharon la misa central, acompañaron en la procesión y se la pasaron bailando toda la noche en la festividad de la Virgen Candelaria. Pocos meses después se hicieron prometidos y antes de las pascuas de navidad, y a casi a un año de su noviazgo avisado, el cura Francisco González los desposó en un matrimonio comunitario por onomástica del pueblo.
Nadie había podido convencerle que a pesar de todo debía alimentarse. Permanecía allí, sobre el sillón de fieltro, sin perder de vista el cajón marrón laqueado en el fondo de la habitación. Se le había aguzado el perfil y sus labios habían sido cubiertos por una delicada cutícula de sebo cárdeno, bajo el bigote amputado de pelusa negra. No contestaba un solo saludo ni enjugaba una única lágrima, sólo miraba sin pausa el cadáver recién estrenado de su mujer. Ni la lluvia irreprimible que fustigó al pueblo después de las once, lo pudo inmutar. Era como si también él estuviera muerto y ya acompañaba a Célfida Carrillo en la aciaga noche de la muerte. Cerca de las dos de la madrugada, cuando los vecinos se marcharon y ya el viento había cesado y sólo se oían en la calle a los primeros barrenderos del amanecer, se puso en pie, fue hasta el corral con paso entumecido y le aprovisionó alfalfa fresca y agua corriente a Destino, su garboso e inseparable caballo bayo. Luego regresó a la habitación, a continuar sumido en el inalterable contemplar de la esposa yaciente.
Al día siguiente de las nupcias, Gonzalo Vilcabana se llevó a la familia a su casa de siempre, a un costado del Parque Principal, donde vivió con Asunción Vilcabana y Lorenza Sánchez hasta antes de sus muertes. En el segundo piso dispuso la habitación de sus padres para ellos dos, habilitó el almacén que lo convirtió en recámara para la anciana tísica, y el cuarto de su infancia y juventud lo consignó al niño, a quien incorporó como hijo propio desde ese primer día de desposado. La casa de los Vilcabana Sánchez volvió a florecer con la diligencia insaciable y la innata alegría de Célfida Carrillo. Fue ella quien resembró el jardín con las flores más vistosas que se conocían en el pueblo, colocó bancos de tornillo y silletas de guayaquil en el corredor de atajo a la sala, pintó motivos patrióticos en la fachada blanca y colgó enredaderas de poncianas en las dos ventanas del segundo nivel. Desde muy temprano se escuchaban las guarachas y los valses de su radio portátil, que alegraban las mañanas calurosas del barrio iluminado. Se despertaba muy temprano junto con su marido, le alistaba el baño de la mañana, la muda de labor, le servía el desayuno en el comedor y lo despedía con un beso de matrimoniada radiante en la puerta principal.
Con los primeros gallos, Inocente Calderón lo encontró solo, aún despierto y sin perder de vista a su mujer exánime. Ni siquiera se atrevió a saludarle. Se sentó sin ruido en el banco de junto a la puerta de entrada y permaneció en silencio con una extraña sensación de lasitud, que surgía de la comprobación de su incapacidad para no poder salvar del dolor y la desolación al amigo de toda su existencia. No habría podido articular una sola palabra. Un nudo a la altura de la garganta lo asfixiaba desde la tarde del incidente, y desde entonces no hacía más que suponer la condición fatal de su infortunado compañero. En la habitación que despertaba al nuevo día funerario, Inocente Calderón pensó que otra vez la vida le fraguaba a Gonzalo Vilcabana la peor de las apuestas, que en ese mismo momento debería tener el cuerpo agarrotado por la noche y la madrugada mal llevadas, que su cabeza habría de ser un remolino de recuerdos insufribles e imposibilidades inminentes, su corazón una recóndita sajadura sangrante e irrefrenable, y en el vientre le estarían prosperando sin piedad los hongos de sequedad del desamparo humano. Se aterró con la idea de la eventualidad que por el impacto de la tragedia Gonzalo Vilcabana hubiera perdido la disposición del lenguaje, cuando en el silencio material de la sala recién amanecida, escuchó “Oiga, compadre”.
Desde el primer día en la casa de los Vilcabana Sánchez, Célfida Carrillo instaló el régimen inviolable de la rutina doméstica. Consignó al pequeño hermano el cuidado de los achaques de la madre enferma, y relegó todo su tiempo al mantenimiento del hogar y a la consagrada asistencia del joven esposo. Tan pronto Gonzalo Vilcabana abandonaba la casa, ella emprendía con irresistible frenesí su diligente quehacer hogareño. Lavaba los pisos con agua de jabón y lejía, regaba y repodaba los jardines con tijeras de sastra, alimentaba con granos y pastos frescos a las gallinas y las palomas, los conejos y los cuyes del corral, fregaba la ropa que colgaba en el corredor asoleado de la traspuesta, y cocinaba a leña sus célebres sancochos que aromatizaban el recinto y estimulaban el gusto de los vecinos inapetentes. Y era ella también la que llevaba el almuerzo hasta la parcela de Gonzalo Vilcabana, a la salida del pueblo. Se la veía atravesar el Parque Principal en la pasión inflexible del medio día ferreñafano, recorrer con presteza la calle Real, franquear el puente de la acequia Grande y perderse entre los parajes diversos de la línea del tren, con su vestido estampado de girasoles, sus sandalias romanas de cuero ligero, su pañoleta roja de seda y el cesto de alambre del fiambre de su marido. Almorzaban juntos a la sombra de los algarrobos en la loma de la alquería sembrada de arroz carolino, y después de las tres hacía la travesía de regreso cantando a media voz los temas de las guarachas y los valses que aprendía de memoria en la radio portátil, y casi siempre con el canastillo del almuerzo repleto de mangos del pie y ciruelas de fraile, que a su paso iba regalando entre los conocidos del camino. A las seis de la tarde, con la precisión inequívoca de la juventud y la belleza de sus veintiséis años, otra vez se la veía alegremente ataviada, canturreando su amor y alegría con su voz de tordo dichoso y cocinando yucas dóciles y asado de caballas frescas, para esperar con la merienda tibia al marido labriego.
Inocente Calderón salió bruscamente de su vahído. Se puso de pie y se acercó hasta el sillón de fieltro. Cabizbajo, con el sombrero en las manos, no miraba a Gonzalo Vilcabana, ni el ataúd, ni la luz que se adentraba por las claraboyas e instalaba el día en el salón dominado por el aliento de la muerte. Sólo escuchaba esa voz pedregosa y astillada que resonaba dificultosa como el escurrir de un aniego contenido, y que le pedía que fuera ahora donde el alcalde y comprara al contado el segundo nicho de la cuarta fila del pabellón San Hilarión del cementerio del pueblo, que al regreso entrara a la Parroquia y le requiriera al padre González que la misa de difunto la previera para pasada las cuatro de la tarde, que donde el chino Liau comprara una corbata negra de tafetán, un par de frascos familiares de Nescafé y media docena de cajas de galletas de soda, y al pasar por el mercado Central consiguiera a cualquier costo las tres más grandes coronas de lirios y gladiolos para muertas accidentales. Inocente Calderón ni siquiera se atrevió a decirle que casi todo lo tenía ordenado y que sólo iría por los nimbos de flores claras. Él lo había previsto todo la tarde misma del suceso de ese domingo fatal. Tan luego supo la noticia determinó que sería él quien pagaría la fosa de Célfida Carrillo, y en la ubicación del cementerio donde ella habría querido dejar sus vestigios de difunta prematura: muy contigua a la sepultura de su padre. El párroco no le quiso cobrar la misa y fue él mismo quien dijo que sólo celebraría la ofrenda después de las cuatro, cuando el viento de la tarde ya habría enfriado las cubiertas, los embaldosados y las gradillas del templo recalentados por la entusiasmo desenfrenado del verano insidioso. Resolvió también que la corbata que llevaría Gonzalo Vilcabana sería la suya, que sólo la había usado en los entierros del subprefecto Solís y el dirigente estudiantil Luis Ángel Antonio Cevallos, y el café negro y las galletas de soda ya estaban en la cocina desde la misma noche del suceso mortal. Sólo cuando se ahogó la voz de cascada de pedruscos de Gonzalo Vilcabana, Inocente Calderón llevó su mano diestra hasta el hombro del viudo, y aún sin mirarlo y haciendo un arranque prodigioso para que le brotara palabra de su boca impedida, dijo: “Sí, compadre, voy”. Y salió de la habitación contaminado por el suplicio de sufrimiento y desesperanza del amigo apesadumbrado.
Casi al anochecer, Gonzalo Vilcabana regresaba de su plantío montado en su caballo cobrizo. A veces él caminando, y su brioso animal arrastrando un ligero armatoste de listones trabados donde acarreaba los herbajes y las frutas de sus cosechas. Entraba por la puerta de asistencia de un costado de la vivienda, que conducía directamente a la borda de los animales. Célfida Carrillo y su hermano menor le ayudaban a descargar. Luego tomaba un baño fresco y se servía la cena en el comedor, con la puerta y las ventanas abiertas, para desde allí contemplar el parque a la luz de las farolas lúcidas de neón, y mientras merendaba, Célfida Carrillo le refería las novedades del día en el pueblo. Después pasaban a la sala y allí se quedaban solos, hasta muy tarde de la noche, oyendo en la radio las tonadas de los nuevos bailes costeños, espantándose los zancudos y charlando ligeramente de todo. Fue una de esas noches refrescadas por las primeras garúas de esa primavera que se apuntaba, cuando Célfida Carrillo le dio la noticia: para noviembre tendrían su primer hijo. Él estaba extendido en el petate de enea y se incorporó en el acto, impulsado por la vertiginosa potencia de su corazón feliz. Fue hasta ella, que se sentaba con las piernas reclinadas en el sillón de fieltro, muy cerca de la radio de música tropical, y pidió a su mujer la promesa que lo llamaría con un solo nombre y como su abuelo paterno: Félix.
Después de la misa de cuerpo presente el cortejo luctuoso enrumbó al cementerio Viejo, al fondo de la arboleda encallejonada por los ficus centenarios. Tras el ataúd con el cadáver de su mujer, Gonzalo Vilcabana iba caminando despacio, con una camisa blanca de dril, la corbata negra de tafetán de los sepelios del amigo, una leva marrón de cuatro faltriqueras y un sombrero de palma de alas sin recoger. A su lado iba Inocente Calderón, que conducía de la mano al hermano menor de Célfida Carrillo, más atrás la anciana enferma que plañía un llanto ya sin fuerza que no parecía del mundo de los vivos, y más de reata aún el pueblo entero silenciaba su dolor en columnas de gentes advenidas de todos los andurriales del pueblo. Al cruzar el puente de la acequia Grande empezó a caer una garúa persistente que en unos pocos segundos empapó el mundo. Pero la multitud no apresuró el paso. Dejó que la lluvia aclamara con su caída el ingreso de la desdichada mujer al dominio intransferible de la muerte, y en el aire salpicado por las pequeñas gotas se respiró la pesadumbre insoportable de la tragedia local. Ya oscurecía en el campo santo cuando emprendieron a introducir en la bóveda el ataúd con el cadáver de Célfida Carrillo, refrescado por el chaparrón fortuito de su última despedida. Entonces Gonzalo Vilcabana alzó por primera y única vez la cabeza, arrojó con potencia a la fosa un gladiolo marchito que había arrancado a una de las coronas de flores, y prorrumpió en el único sollozo que se le escuchó jamás. Sin embargo, unos minutos después, al tiempo que quedó sellado con caliza armada el sepulcro fresco de su esposa, volvió al silencio perpetuo de su corazón estropeado. En ese momento, Inocente Calderón lo tomó del brazo diestro y llevó su voz al oído del compañero:
-Compadre- balbuceó apenas Inocente Calderón-, Célfida Carrillo se entendía con el hijo del tablajero Casiano.
-Sí compadre- reconoció prontamente Gonzalo Vilcabana-, yo lo sabía. Por eso el domingo dejé que mi Destino le despedazara el pecho.
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