EL QUEHACER LITERARIO EN LAMBAYEQUE
Lic. Nicolás Hidrogo Navarro (hacedor1968@hotmail.com)
Hacer literatura en Lambayeque no sólo significa lidiar con la inexistencia de editoriales y fuentes de financiamiento, implica también tener que enfrentarse a la apatía, desgano y a la falta de necesidad de lectura. Las separatas son compradas por pura pena, cortesía o casualidad amiguera exigida: no hay ni se ha creado la necesidad, ni aún dentro de los intelectuales formados en la especialidad de Lengua y Literatura.
Hacer literatura no sólo significa escribirla, publicarla, significa también difundirla, valorarla, hacer hermenéutica y pedagogía e investigación deconstructiva de ella.
La literatura lambayecana está cobrando un corpus con la conjunción de las generaciones mayores y el impulso de la generación de los 90. Esta última generación, huérfana de espacios, editores, críticos literarios, en su momento, tiene hoy tiene una oportunidad de ganarse un espacio que puede empezar a corporeizarla. La historia la hacemos nosotros, la contamos aquí desde adentro, con sueño y en sueños y tratamos de trabajar la multiperspectiva de los individualismos en una acción común. Hoy por primera vez, hay la oportunidad de complementar lo creativo con lo interpretativo, la historia detrás de cada poema o cuento, la historia detrás de cada aspiración de trascender como una característica innata en el hombre.
La literatura lambayecana tiene que abrirse hacia nuevos horizontes más globales y hacer de la mera afición, una ocupación digna que no sólo llene egos y complacencias sino que se constituya en una actividad que permita vivir al creador dignamente; para eso es necesario reenrumbar la actividad, revalorarla desde nosotros mismos sólo así habremos rectificado el destino de la historia y empezar a construir el mito, al que todos aspiramos, y tanta falta hace para llegar a ser lo que soñamos.
En Lambayeque, aún estamos iniciando hacer esto último y sólo nos hemos contentando con presentar el folleto, la revista o el libro y dormirnos en los laureles. Nadie lee en el Perú si no hay una recomendación expresa desde el colegio y por el profesor, son escasos los que acuden por mutuo propio a una librería para indagar y ampliar sus lecturas. Casi nadie emprende una aventura de la lectura como actividad placentera, sino como un ejercicio académico de exigencia, de condicionante por una nota de curso. Estamos casi muertos en lectura, agónicos y no sea que estemos asintiendo a un funeral literario.
Hay una excusa mitificada muy reincidente en la explicación de por qué no se lee en el Perú. Se dice que por que los libros son caros y eso ha quedado invalidado porque si eso fuera cierto, la gente acudiría a un último reducto que serían las librerías suelos, donde los textos son vendidos hasta en un 10, 15, 20 ó 30% de su costo original. Allí sólo acuden los estudiantes como “colegiales” porque el docente se los exige con obras sorteadas, pero no los post-colegiales, al contrario llegan a vender sus obras a precios ínfimos. Aquel que vende un libro sin plena necesidad debe ser un suicida intelectual: vende el alma de la cultura, expectora el espíritu mágico de un mundo posible.
Pretendemos, escribiendo y eocntrando eco en los medios de comunicación, sentar precedentes para hacer de la literatura la llamarada más intensa que logre iluminar obtusas mentes que creen que la literatura es una reunión social de cantina o de conversa de chismes o politiquería: la literatura es el crisol que mueve el numen de la creatividad, que permite construir mundos lingüísticos alternativos, aspiraciones, pasiones, en fin, es hacer de la vida una alternativa capaz de hacer sonreír a la misma desgracia.
Cuando conocí a la literatura, como palabra me impresionó y fue un amor a primera vista; cuando la hice mía, me obnubilé; cuando la hice parir hijos literarios, me quedé para siempre con ella. Eso es la literatura, así la concebimos, los hoy no tan jóvenes que fuimos en los 90, hoy ya treintañeros y a punto de alcanzar la base 4.
Nadie podrá hacernos salir de la literatura, el fuego que produjo en nosotros es tal que nos han quedado las esquirlas de los versos, las estructuras, las figuras, las palabras, las rimas y los semas.
Hay la necesidad de emocionar más con la palabra que ensuciarlas con caquita. Recuperemos el ideal sublime de hacer de la palabra una herramienta de pasiones y ficciones, que hacer de ella un enredo de vericuetos, una cadena alofónica de piezas desarticuladas y abstrusas. Todos tenemos la capacidad de escribir y enamorarnos, pero no todos alcanzarán el rango de poeta o aeda; todos tenemos la capacidad de contar anécdotas o sucesos, pero no todos alcanzarán la capacidad de hacerla parir emociones y telarañas de estructuras atrapantes.
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