Buscar este blog

sábado, 15 de mayo de 2010

MITOS, LEYENDAS Y TRADICIONES LAMBAYECANAS-Por Augusto D. León Barandiarán

SERIE: DIFUNDIENDO ESTUDIOS DE ARTE Y CULTURA DE LAMBAYECANISTAS



“No se puede amar lo que no se conoce”

“Mientras mantengamos el perfecto equilibrio de bucear en nuestro pasado de los que hicieron, junto con los que están haciendo ahora, revalorándolos, la literatura seguirá viva”



Lambayeque es un emporio del mito, la leyenda, las tradiciones y el cuento, fruto de la cosmovisión de sus gentes de los pueblos. Gran parte de las leyendas que circulan por vía oral no se hubieran preservado sin el trabajo recopilatorio de los lambayecanistas como don Augusto D. León Barandiarán.

Cuando uno se interna por las campiñas de Olmos, Motupe, Sialupe Huamantanga, El Muerto, Colaya, Penachí, Jayanca, Mochumí, Pitipo, Pacora, Puente El Pavo, se encuentra con historias de los mayores que ilustran y explican cosmogónicamente el surgimiento de las cosas, su fe, su destino, la explicación mágico-religiosa de los fenómenos naturales y la historia misma de los pueblos a falta de desvinculación de la escuela-comunidad y textos oficiales y bibliotecas.

En “Mitos, leyendas y tradiciones lambayecanas”, libro fuente publicado en 1938 por don Augusto León Barandiarán, el más egregio de los lambayecanistas del siglo pasado, hoy ya libro electrónico que el Conglomerado Cultural pone a disposiciones de los lectores, intenta cumplir un objetivo estratégico: difundir las literaturas de los pueblos electrónicamente a falta de postergadas ediciones impresas. Nuestro sondeo por internet da cuenta que no existen más de 20 mitos y leyendas lambayecanas. Con este aporte superamos el centenar de nuevas leyendas con sus fuentes orales que han permanecido inéditas por mucho tiempo. Ya no es tiempo de justificaciones para publicarlos, ahora es posible que este correo viaje por el ciberespacio a miles de alumnos, investigadores, docentes y amantes de la literatura y encuentre una fuente esencial para poder comprender el proceso de la literatura del norte del Perú.

La literatura que se produzca ahora tiene sus referentes directos e indirectos en lo que la literatura oral mantuvo en las leyendas rurales y urbanas. Cuanto más conozcamos, más comprenderemos nuestro pasado, para explicarse el por qué escribimos ahora así. A través de la literatura podremos recrear y recuperar una identidad perdida de la que muchos hablan como una utopía o un prurito sin fondo ni eco.

Publicar la obra de un escritor e investigadores es uno de las actividades más loables que los propios creadores del Norte del Perú, hemos aprendido, sin justificaciones, sin pretextos. Don Augusto León Barandiarán está vivo gracias a la magia del internet y su documental aporte.



Nicolás Hidrogo Navarro.



MITOS, LEYENDAS Y TRADICIONES LAMBAYECANAS



Por Augusto D. León Barandiarán



PRÓLOGO



Aquí están condensados los borrosos recuerdos de la niñez, los cuentos de la abuela, las amenazas del ama, las referencias de viejas conversaciones, las consejas de las beatas y los , hechos evidentes o fingidos, fruto de la imaginación, que la tradición oral y la historia virtual consagran y perpetúan.

El objetivo ulterior del presente ensayo tiende a vivificar y galvanizar una civilización pasada. Pretende introducirse en la momia del cacique y vivir con él; quiere estar al lado del sacerdote insular y beber sus primitivas enseñanzas; escuchar las protestas del gentil y seguirlo; conquistar con el castellano y sufrir con el esclavo. Y así, entre el mito y la leyenda, la tradición y la historia, el cuento y la conseja, quiere ver desfilar una civilización ya vieja ya asistir a la resurrección de una vida que caduca, para que se perpetúen en la esperanza y se afiancen en la fé; para que, como una epopeya gloriosa, nos devuelvan el perdido calor, el perfume volatilizado, la belleza ida, la felicidad que se fue.

Hay una profunda filosofía constructiva y una hermosa hondura interior en todas las primitivas creencias de los pueblos, porque a través de las más diversas vicisitudes de su existencia aquellas concrecionan, estabilidad y sintetizan la propia civilización. Las maltas virtudes con las más perversas pasiones hacen presa del alma de los pueblos y, de esta manera, sedimentándose su propia seguridad y afianzándose su vida, la civilización se crea.

Aunque es evidente la diferencia que existe entre mito, leyenda, tradición, historia, cuento y conseja ella es sólo de forma, de grado de interpretación y de objetivo, mas no de esencia, puesto que son ramas de un mismo árbol y productos de una sola matriz Así, mientras que el mito y la leyenda requieran el auxilio del símbolo, la tradición se basa en el aporte histórico y el cuento y la conseja generalmente alegóricos, son el fruto de la propia experiencia.

En el mito intervienen los dioses y los héroes, estableciéndose verdades generalizadas con un fondo de profundo y puro misticismo. La leyenda, en cambio pretende ser una verdad histórica, no sólo porque puede dar cuenta cabal de los hechos, aunque sean incompletos, sino también porque actualiza a los pueblos. La tradición, realmente es una sucesión de rumores y un desfile de sombras, que personifica y sitúa a los hombres. El cuento y la conseja verifican, en esencia y en objeto una enseñanza moral o metafísica. De esta manera, pues el mito crea, la leyenda edifica, la tradición histórica recuerda y el cuento y la conseja educan; pero portando cada uno su chispa de verdad, su lumbre de romanticismo, su luz de poesía, su fuego creador, que personificado a los seres y situando los hechos, con detención del tiempo, se introducen en los pueblos para latir con su historia viva.

Y como un ideal caótico que se funda en una nueva esperanza, procuremos, románticamente, volver a vivir.



Lima, 4 de Agosto de 1938.



Augusto D. león Barandiarán.







LA VENGANZA DE LA LUNA



La luna se había enamorado de un indio mochica noble, que era un hechicero, para lo cual se convirtió en mujer, pero fue desdeñada por él, a pesar de los constantes requerimientos de aquella, debido a que él quería dedicarse por entero a las actividades de su oficio.

Sin embargo, fue tal la paciencia y la constancia de la Luna , cuya condición desconocía el hechicero, que éste para deshacerse de ella y engañarla, fingió aceptar sus amores llegando a realizarse la ceremonia matrimonial.

Para sancionar el acto, como era de ritual, se colocó entre ambos novios una vasija nueva, de barro, conteniendo harina de maíz. En seguida fue encendida la hoguera, que ambos novios avivaron soplando y una vez que el fuego había cocido la torta, el más anciano de los concurrentes a la ceremonia, que debería ser presenciada por todos los habitantes de la comarca, dijo ritualizando el acto: “Ya estáis casados y formáis una sola pareja. Estáis obligados a l mismo cariño ya a partir igual las penas y alegrías, tal como habéis atizado los dos juntos, esta hoguera, que refleja vuestro amor no se holgará el uno cuando el otro no lo haga, ni se mostrará indiferente el uno cuando el otro se encienda en las llamas del amor de esta hoguera, porque entre vosotros habrá ligadura de un solo afecto”.

Y el ritual matrimonial estaba terminado, esperándose solamente la torta de maíz se enfriara para ser dividida y repartida entre ambos novios y el padrino.

Pero como quiera que el hechicero mochica había asistido al acto con el deliberado propósito de no cumplirlo, hizo que la torta conservara su calor y que no pudiera ser repartida, por cuyo inconveniente el matrimonio, en realidad, no tenía legalidad requerida.

Cuando la Luna se dio cuenta del hechizo que sufría la torta de maíz leyó en la mente de su consorte sus pensamientos más recónditos, castigó al mochica como ladrón, por haberle robado su amor y lo colocó en el Cielo, en la constelación de las Tres Marías.

De las tres estrellas que forman esta constelación la del medio representa la hechicero mochica, a quien la Luna para castigar, hizo prender por las otras dos estrellas, las de los extremos, las cuales no lo dejan escapar. Pero previendo que pudiera evadirse, colocó cuatro guardianes más, que son las otras cuatro estrellas, las que se encuentran al sur de dicha constelación y que en realidad son cuatro buitres con la misión de devorar al desgraciado hechicero en caso de que pudiera evadirse de los guardianes.

Estas siete estrellas fueron colocadas en el firmamento por la Luna que escribió así permanentemente, este suceso en el Cielo para que se tuviera constante recuerdo del hecho, algo así como un Código Penal eterno que perpetuara el robo y simbolizara el castigo.

Y desde entonces nunca más la Luna se convirtió en mujer; y desde entonces nunca más la Luna se volvió a enamorar; y desde entonces la Luna se tornó en perseguidora de ladrones y en castigadora de malhechores.

(Según relato del Señor Marco A. Cabero)



MITO DE LA PRISIÓN DEL DIABLO Y EL CERRO MULATO



Los ángeles en su lucha eterna con el diablo, cuando lo perseguían, lograron rodearlo y encerrarlo en el cerro Mulato, que se encuentra en los límites de Lambayeque con Cajamarca. Como el diablo no podía escaparse, los ángeles decidieron hacer guardia para cuestionarlo, y el diablo determinó pasar aquel encierro en la forma más alegre posible.

Fue entonces que el diablo crió sus gallinas, sembró flores y se constituyó una orquesta. Los animales los sacó de las piedras, el jardín y las flores lo formó de las nubes y la orquesta de las tormentas. Por eso en la falda de aquel cerro se escucha cacarear de las gallinas el ruido que produce el agua al regar el jardín y se oye la música del diablo. Aquel que escuchara estos tres ruidos maléficos debiera convertirse instantáneamente en piedra, a no ser que resolviera desencantar al diablo, lo cual precisa que se “encompatara “ o se empatara con él, diciéndole de su alma en venta, porque sólo así terminará el mito encantamiento del cerro Mulato y la prisión del diablo.

Sin embargo, en la falda el cerro y en algunas de sus piedras se ven signos misteriosos, caracteres irregulares, propios del ocultismo y de la magia, que no pueden ser descifrados, sosteniéndose que aquel que pueda interpretarlos totalmente desencadenará el cerro y aprisionará al diablo.



(Según relato del Señor Miguel A. Barandiarán)





MITO DE LOS PECES Y DE LOS HOMBRES



Los peces habían sido seres humanos, como descendientes de una antiquísima raza de enanos, que poblaba nuestras tierras, en edades pretéritas. Vivían en ciudades lacustres; sólo se alimentaban de pescado; reverenciaban al mar, sus tormentas, sus arenas y sus conchas. Mitigaban su sed con la sangre de los peces y sólo salían de sus moradas cuando el Sol desaparecido del horizonte. Las noches de la Luna eran de duelo para ellos y cuando más oscuro estaba el cielo y se tornaba amenazante el mar, solían efectuar sus fiestas y sus ritos. Consistían unas y otros, especialmente en sacrificios ofrecidos a su Dios principal “el robalo”, al cual reverenciaban y respetaban , llegando a tal extremo su temor por ese Dios que bastaba con que alguna lo viera a la distancia, para que fuera exterminado inmediatamente, de conformidad con la usanza ancestral que establecía que mirar a Dios era tomar algo de El y hacerse superior a los demás hombres.

Y así pasaron los tiempos y corrieron las edades; se formaron nuevos mundos y nacieron otras civilizaciones, hasta que el Sol tomó posesión del Cielo y ordenó a los hombres – peces que se calentaran con el fuego que El ofrecía, que habitaran las tierras, se alimentaran de sus productos y que bebieran de sus aguas. El Sol llegó a ellos tomando la apariencia de una ballena, pero los primitivos hombres – peces no sólo despreciaron sus mandatos, sino hasta lo persiguieron, negándose a reconocer sus potestad y su fuerza.

Entonces el Padre Sol, el Poderoso Hacedor, el Dueño de los Mundos destruyó sus viviendas y los convirtió en peces, condenándolos a morir cuando fueran calentados por su calor o cuando vieran la luz de la Luna o las estrellas, por no haber querido aceptar la nueva ley de las esferas.

Por eso y desde aquella época los peces mueren al ser sacados de las aguas.



(Relatado por la abuela del autor, señora Manuela Paredes)



MITO DE LA COSTILLA DEL DIABLO Y DEL HUESO DE BALLENA



En un antiguo y curioso expediente sobre deslinde de las tierras y salinas de Ñan y de Corñan, que constituyen parte de la actual hacienda de Yéncala, en las inmediaciones de la ciudad de Lambayeque, existe la prueba documental de esta historia clásica.

El general don Luis del Castillo y Andraca era Corregidor y Justicia Mayor de la ciudad de Santa y del partido de Chiclayo, Chimú y Chicaza y a él le correspondió verificar y presidir la diligencia de deslinde de dichas tierras y salinas, hacia el 20 de octubre de 1624.

El punto de referencia de aquel deslinde correspondía a un hueso de ballena, colocado en la orilla del mar y alrededor del cual se constituían los diferentes derechos y las reclamaciones de las diversas parcialidades pretendientes.

La leyenda establece que ese hueso, era en realidad, una costilla del diablo, el cual había sido muerto al ser derrotado por el Niño – Dios, después de larga y azarosa lucha.

A fin de que el diablo no pudiese resucitar de nuevo, para continuar su reinado del Mal, el Niño – Dios fraccionó y quemó todo el cuerpo vencido, pero no pudo hacerlo con una de las costillas del cadáver, porque habiendo recibido el diablo, un rayo del Cielo en una de sus costillas podía evitar su total destrucción, cambiándola constantemente de sitio. De aquí explicado por qué ese hueso aparece, según referencias del expediente, ubicado en los más diversos y apartados sitios y como para simbolizar la lucha eterna, el diablo maldijo las tierras que ostentaran parte de su cuerpo sosteniendo que en ellas la lucha sería eterna y en muchos pedazos repartidas, tal como sucedió a su cuerpo, antes de la incineración.

Por eso es que en dicho expediente el hueso, materia del deslinde y origen de la historia, se encuentra repartido en muchos sitios y las tierras y salinas también fueron fraccionadas entre una gran cantidad de poseedores o comuneros.

Por eso también que donde quiera que se ubique ese hueso, que había sido objeto de continuada lucha, el pleito entre los hombres proseguiría, hasta que todo esqueleto del diablo fuera juntado y quemado íntegramente por el vencedor, simbolizando así la futura unidad racial y su vuelta al Incanato, aun solo Rey y a un solo Dios.

(Según el relato de la señora Blaza Izaga)





EL MITO DE LAS ESTRELLAS Y DE LOS HOMBRES



Los antiguos mochicas se creían descendientes de cuatro estrellas primitivas o sea de dos parejas matrimoniales de astros, que habían procesado a todos los mundos.

Era cuestión fuera de duda, para los primeros mochicas, que todo lo celestial tenía un exacto duplicado terreno. El aforismo cabalístico de “Así como es arriba es abajo” era, para ellos, un artículo de fe religiosa.

En lo que respecta a sus creencias sobre los astros eran primitivas y restringidas. Así, por ejemplo, la Luna era más poderosa que el Sol y también más útil, ya que se dejaba ver de noche y porque despejaba las nieblas. Y se dejaba ver de noche especialmente para perseguir a los ladrones y castigarlos, puesto que era el vicio del robo el que ella más aborrecía. En segundo lugar veneraban al planeta Venus, a Sirio y a la constelación de las Pléyades o Siete Cabrías, que según sus creencias era la autora y creadora de todo el ganado cabrío, vigilando y cuidando del mejor desarrollo y conservación de los rebaños.

Aquella doble pareja estelar, autora de todos los humanos, parece que estaba constituida por las estrellas de las constelaciones del Can Mayor y del Pescado Austral. Las dos estrellas más grandes y brillantes dieron origen a los nobles, a los principales, a los más inteligentes de los mochicas, mientras que de las otras dos estrellas, las más pálidas y pequeñas, procedieron los humildes, los tontos y los plebeyos. Por esto sólo los nobles podían desempeñar las más elevadas funciones del Estado, puesto que eran del mejor linaje celeste y estaban protegidos evidentemente por sus progenitores del Cielo, estándoles reservado, a los de la clase inferior, de acuerdo también con su origen, los cargos, aficiones y menesteres de menor importancia.



¿Cómo podría desempeñar, por ejemplo, el cargo de divino o sacerdote público, un mochica que no tuviera a su favor un origen importante? En ese caso contrario no existía la garantía nacional, la fe pública, ya que pensando sobre ellos la responsabilidad del pueblo y la vida propia del Estado, bien fuera en lo que respecta a las calamidades, a las enfermedades, a las guerras, a los hombres y a los triunfos, y estando por su propio origen y descendencia, acaparados por sus padres del Cielo, no debieran equivocarse nunca.

De esta manera los primeros habitantes de las tierras lambayecanas se aseguraban la bondad de los cielos y adoraban a los astros, las lluvias, los vientos, el rayo, el relámpago, el trueno y las auroras, porque eran manifestaciones del amor o de la cólera divinas.



(Según relato del señor José Isique)



EL SOL PADRE DE LOS BRUJOS



Para esta leyenda el Sol fue un brujo, el más sabio, el más poderoso y el más completo de todos. Con la ciencia mágica de su brujería creó los Mundos y edificó los Cielos, que por su aspecto redondeado semejan a las piedras mágicas; el mar a la mesa del sacrificio; los astros las diferentes clases de imanes; las culebras maceradas los cometas; las yerbas del conocimiento y el sopor que producen representan la noche y la “macana” la vara mágica del poder.

El Sol en su calidad de brujo trabaja siempre de noche, para engañar a los Dioses, ya que si éstos se dan cuenta de que abandona sus huestes celestiales, le despojarán de sus atributos reales.

Símbolo de su poder mágico es la “macana”, especie de cetro, que por su semejanza ostentan todos los Dioses de las más diversas mitologías y todas las Autoridades,

desfigurándolo o simbolizándolo, pero siempre bajo el mismo tipo y con idéntico objeto.

La “macana” es en realidad una especie de calabaza, que representa el poder mágico, la autoridad del taumaturgo, la fuerza invisible; las piedras que dentro contiene y que al ser agitadas, producen un crepitar especial tienen por objeto alejar, con su ruido, a los poderes maléficos, llamando a las fuerzas del Bien, evidenciar “el daño” de los brujos y hacerlos propicios para el sacrificio sagrado.

Los brujos, para seguir las primitivas enseñanzas del Sol, trabajan sólo de noche, en reserva; cortan los malos vientos con una espada enmohecida y mocha; cogen las yerbas del conocimiento a la media noche, en los sitios más abruptos de los cerros y para este fín deberán ir solos, descalzos y caminando sobre los dedos de los pies.

Siendo, pues, la brujería una verdadera escuela de sabiduría primitiva, que según la leyenda estableció el propio Sol, tuvo su máxima representación en las costas yungas y continúa existiendo, como lado representativo de la forma sacerdotal de una religión y como degeneración de las primitivas prácticas mágicas.



(Según relato de la señora Carolina Mantilla)

















MITO DE LA MISHA DE LOS SIETE COLORES, LAS AGUAS BRAVAS, LA SERPIENTE DE PLATA Y LA VOZ DEL SOL



En la hacienda llamada “Palambe”, en el lindero entre Lambayeque y Cajamarca, existe un cerro aislado y abrupto, célebre por la furia de sus vientos, que casi lo hacen inaccesible y porque la leyenda lo ha hecho asiento de una laguna misteriosa, donde habita una serpiente de plata.

Antes de que el Sol fuera dueño de las esferas, señor de los espacios y amo de los cielos era un simple mortal, casado con su hermana la Luna , ser humano como él.

Cuando ambos consortes recorrían los mundos, tratando de encontrar un lugar que les sirviera de albergue y un sitio que pudieran convertir en hogar permanente, llegaron a la cima de aquel cerro que era bello, tranquilo, alegre y accesible y encantados de la paz que se disfrutaba en él se establecieron allí.

La Luna, aun cuando era un ser femenino, no disponía de los lujos ni de las necesidades de la moda o de la apariencia, y por lo mismo no conocía los espejos, los collares, las pulseras, los afeites o las pinturas, y el matrimonio vivía feliz y dichoso. Pero una mañana en que la Luna se bañaba en la laguna, que en lo más alto de aquel cerro existía un bejuco de color verde pálido le rodeó el cuello y las hojas azules, rojas y violetas de la misha de los siete colores le cubrieron la cara.

Tranquilizada la superficie de las aguas, la Luna , se miró a sí misma, convirtiendo a aquella laguna en el primer espejo de la humanidad, se vio bella, adornada con el primer collar y las primeras pinturas de la mujer y enamorándose de sí misma se negó a abandonar la laguna, a pesar de los requerimientos del Sol, su esposo.

Ante las constantes negativas de la consorte, el marido, poniendo en práctica sus artes mágicas procedió al encantamiento del cerro y de sus contornos e hizo que sus aguas tranquilas se volvieran bravas, para que no reflejaran más ninguna faz en su superficie y para que rompiéndose el encantamiento, su esposa, volviera a su poder, hizo que el bejuco se convirtiera en serpiente de plata, a la cual dio el encargo de velar y cuidar del agua de la laguna; hizo que la planta que adornó los labios y las mejillas de la Luna fuera desde entonces la hierba de los magos o de los brujos y que tuviera los siete colores, puesto que se los había dado a la Luna y por último, gritó estentóreamente, para que los demás seres no turbaran el reposo de su hogar y para que otros dioses no pretendieran arrebatarle sus encantos.



Desde entonces las aguas de aquella laguna se volvieron bravas; en sus orillas y rodeándola nació y creció la misha de los siete colores, como una prueba palpable de que ese lugar pertenecía a la familia del Sol; fue creada la serpiente de plata, para que vigilara su hogar, y por último, hizo que sus gritos se convirtieran en vientos rápidos y aires vertiginosos, probando así que la voz del amo de los Cielos se extiende y se oye por todos los ámbitos de la Tierra.

Inaccesible es el cerro, porque la voz espanta; el que mire las aguas se convertirá en bejuco; el que toque la misha se volverá una planta y quien vea a la serpiente de plata morirá espantado.



(Según datos del doctor Rómulo Paredes)





EL MITO DEL GRANO DE MAIZ



Guerreros valerosos y fuertes habían sido los que lucharon contra los Dioses de la Tinieblas , ayudando a las fuerza de la Luz , para que triunfaran en los cielos.

Una vez terminada la lucha pidieron permiso a los Dioses para labrar sus tierras, reparar su hacienda, procurar su adelanto y resarcirse de las pérdidas ocasionadas por una lucha tan larga; pero el Dios de la Guerra consideró ese pedido egoísta como signo de debilidad y como prueba de cansancio, y maldiciendo a la tribu de los guerreros les dijo: “Nunca más seréis mis guerreros; os convertiréis en plantas fijas en la Tierra , para que sufráis eternamente los rigores de los tiempos; pero en recuerdo a vuestro pasado valor, ,a vuestras hojas terminarán en punta cual si fuesen flechas; vuestros tallos semejarán arcos, por lo largos, y vuestros frutos aparecerán pequeños y abundantes como piedras, cuando estén separados, y, cuando juntos semejarán maza. El tallo y las hojas servirán de alimento a los animales y el fruto a los hombres. No merecéis ser Dioses”.

Pero Dios, hombre también, el más sabio, el más grande y el más perfecto de todos, tuvo hambre. En aquellos tiempos el tallo, las hojas, las raíces y el fruto del maíz eran totalmente verdes y nadie hasta entonces, animales u hombres, habían probado sus productos, porque era una planta maldita y necesitaba, para purificarse, que un Dios la redimiera del pecado.

Y el Sol bajó a la Tierra en busca de alimentos y cogió una mazorca de maíz a cuyo contacto el fruto y todo el árbol tomaron el color del Sol.

Y el padre Sol comió del grano de maíz y lo bendijo, diciendo: ”Planta sagrada que me alimentase, yo te otorgo el derecho de ostentar mi propio color y de servir de alimento a otros dioses y a los hombres. Aquellos a quienes sirvas de sustento se comerán a su Dios y se sentirán como El”.

Desde entonces el grano de maíz, cuando madura se vuelve amarillo, porque toma el cuerpo del propio Sol; en El vive Dios y con El se alimenta, y los hombres al comerlos saben que se sustentan con el propio cuerpo de su Dios, por cuyo hecho El les dará la vida eterna. Por eso la chicha de maíz se consideró como el licor sagrado, siendo usada en las ceremonias religiosas y políticas de mayor importancia.



(Relatado por el ingeniero señor Julio C. Rivadeneyra)







VIDA Y ALMA DE LOS CERROS

El cerro es un almacén de calor, que se contrapone al frió de la muerte. Por sus taludes desciende el agua que Rupay, el Sol, envía y que alimenta a las plantas, a los alimentos y a los hombres. Además, el suelo es hijo del cerro, porque no es sino el fruto de su descomposición, que se disgrega por el calor y por los vientos. Si los cerros dan vida, también la tienen. Por eso cuando Rupay, el Sol, tiene sueño, penetra en los cerros y en ellos se duerme: es el hogar del Sol, del calor y de la Luz. Dormirse es morir por etapas; dormirse es desaparecer un poco; despertarse es trabajar; despertarse es también alegrarse.

Si Rupay, el Sol, penetra en los cerros para dormir y sale de ellos para vivir, y siempre es imperecedero, para procurar ser igual a Él, hay que enterrar a los muertos, es decir a los hombre que sueñan con El, debajo de las arcadas, que son las puertas de los cerros para la vida junto al Sol sea eterna dentro de la propia serenidad de la muerte, y después del largo viaje, siguiendo el mismo sendero por donde va Rupay, el Sol, convertirse en nubes blanquísimas que lo reflejen a Él, por como El son generaciones imperecederas de vidas sucesivas y continuadas, ya que se trasmutarán en lluvia y luego nuevamente en nubes; y así retornarán y vivirán eternamente. Ser nube blanca, es la más grande aspiración y el mayor beneficio, porque la nube blanca no siente frío ni hambre, no sufre ni padece y es el símbolo de la serenidad constante y de la paz perpetua y de la felicidad eterna.

Sólo los malos se vuelven nubes negras que reflejan a Supay, el demonio y de la lucha entre Rupay, el Sol, la nube blanca y Supay, el demonio, la nube negra se enciende el rayo, que es el reflejo de la cólera de ambos, cuyo fuego se apaga porque las nubes blancas se transforman en lluvia. Si no fuera, pues por las nubes blancas, el demonio, el rayo quemaría al Mundo.

Por eso precisa enterrar a los muertos en las arcadas de los cerros, con abundantes alimentos, para que estén junto al Sol y para que puedan seguir el largo viaje con el Sol y por su mismo camino.

Cada cerro tiene una alma propia y otra colectiva o grupal. La primera está formada por la vida oculta del mismo cerro y la segunda la constituyen todas las almas de los que han sido sepultados en el cerro y que han encontrado el descanso eterno en su seno.

El alma propia del cerro cuida de las almas de que es guardadora; las defiende y se personifica con ellas. Es tal su decisión y su poder que aquel que pretendiera arrancarle sus secretos o sus tesoros, sería atacado del “mal del cerro” o en cambio “se le comería el cerro”. Aquel mal consiste en una tristeza completa y constante, que conduce irremisiblemente a la muerte y el segundo castigo estriba en que la víctima no volverá a ser vista jamás, porqué el cerro la tomará para sí y la depositará en sus entrañas.

AGUSTO LEON BARANDIARAN

Pero como el propio espíritu del cerro y su alma colectiva necesitan personificarse para vivir, y, como solamente la culebra penetra libremente en las entrañas de los cerros, estos se convierten en culebras de oro, lo que encierra un doble símbolo, ya que el ofidio representa a la tierra, al cerro y al hombre y el metal al Sol, a Dios y al tesoro.

Aquel ser humano que coja o mate a la culebra de oro, poseyendo con ello la cable del enigma, se hará dueño del tesoro, del alma del cerro y de las almas de aquellos que tienen en él su sepultura y que tan avaramente se guardan.

Y ese hombre, dueño del secreto, podría producir a voluntad el “mal del cerro” o hacer que los hombres sean “comidos por los cerros”. Sería, pues el creador de la enfermedad, el dueño del mal y el dador de la muerte.



(Según datos del ingeniero señor Julio C. Rivadeneyra)





HISTORIA DEL MITO CELESTE



El Sol y la Luna constituyen un matrimonio de estirpe real: Las estrellas, cometas, nebulosas y demás elementos estelares forma la corte: Todas las mañanas los esposos se separan para juntarse nuevamente en las noches, a excepción hecha de las noches de Luna llena, en que el ayuntamiento es impropio.

No sólo la Tierra y los seres que la habitan se aprovechan del Sol, también el agua, cuando lo refleja, se convierte en nube, donde se cobijan los espíritus buenos; mientras que el viento huracanado, el viento frío, que no se detiene nunca, lo nubla ocultando, por lo mismo, a los espíritus malos, los cuales embisten furiosamente y en sòn de guerra a los demás elementos, para destruirlos; pero el Sol ha colocado sus defensas y fortalezas, que son los cerros y montañas, para desviarlos, detenerlos y convertirlos nuevamente en lluvia y granizo, haciéndoles sentir así que se encuentran sujetos a su poder y a su arbitrio. Así también son los hombres, nubes y aguas, aguas y nubes, según sea sus propio progreso y su natural, evolución. Hombres buenos: nubes blancas, lluvia fecundante, paz, serenidad y producción; hombres malos: nubes negras, tormenta, desorden y ruina. De aquí explicado porque se le rendía culto al Sol siempre con alabanzas, nunca con ruegos y se le hacían ofrendas de flores y de frutos, que eran los productos de las tierras, vivificadas por las aguas.

Cuando se produjo el primer eclipse solar, los hombres creyendo que era la muerte definitiva del Sol, su padre, se prepararon a morir también con El ya que sabían que dormía o descansaba cada noche como ellos, y que como ellos también tendría que descansar eternamente; pero cuando la ocultación temporal pasó y el Sol dio nuevamente su calor y su luz aumentó preponderantemente su gloria, ya que los hombres comprendieron que era inmortal o que había triunfado sobre la muerte.

Y para darle mayor certidumbre a esta creencia el Sol, les dijo:

“Concentrad vuestros pensamientos en las aguas tranquilas, para que os volváis mejores y me reflejen en vuestros cuerpos, que por este sólo hecho se volverán iluminantes. Vuestros ojos se tomarán en lagunas tranquilas y quietas que yo calentaré, viviendo en el seno de vosotros, y, sin que lo sepáis se os dará el privilegio, al fin, de tener mil ojos para ver lo invisible. Si no me veis a veces no es culpa mía, sino que vosotros que no abría los ojos del espíritu, ya que lustra oscuridad mental me oculta. Todos los seres son iguales al Sol, en lo físico, siendo sanos y en lo espiritual, siendo buenos.



(Según datos del ingeniero señor Julio C. Rivadeneyra)





EL MITO DEL ORO, LA PLATA Y EL COBRE



El Sol y la Luna no habían tomado estado. Se conservaban célibes y, por lo tanto, no habían producido fecundación ninguna. Los cielos y la tierra, las aguas y los cerros tampoco habían sido fecundados jamás. Los colores no existían y el arco-iris, capa mágica que a tomado ellos los condensa, o lucia con cortina de belleza, en el hogar universal como bandera de triunfo que exhibiría la multiplicidad de la belleza creadora.

Y se produce el primer eclipse entre el Sol, la Luna y la Tierra , y de esta oposición, que es una conjunción y por lo mismo un matrimonio, entre el sol, el padre y la luna, la madre, se produce el hijo, la tierra, el fruto, la fecundación. El vientre de la tierra, ya grávida, lo forman los cerros; las aguas constituyen el líquido en que flota el nuevo ser; los celos que los cubren y rodean, forman la entidad planetaria; las fuerzas cósmicas el cordón de la vida; as vetas de los diferentes, metales es los huesos, los nervioso y los vasos y las diversas clases de rocas las vísceras. Por eso es que los cerros son la representación corpórea de los hombres y nacen, sufren, se enferman, duermen y mueren, se alimentan de granos de máis y se deben de las lluvias.

El Sol al fecundar y la Luna al ser fecundada perdieron algo de su propio ser, desintegrándose, por medio de sus rayos luminosos, porque en realidad, algo muere en toda fecundación y algo se puede en toda concepción y así, los rayos del Sol, por su color anaranjado se tornan en el oro; los rayos blancos de la Luna se vuelven plata y se cuajaron en las entrañas de la Tierra , en el vientre de la Tierra , en los cerros de la Tierra , en forma de vetas o de rayos, de los mismos colores, oro y plata, enterrándose, para no perder a su madre y para que en su seno los cobije siempre por su parte la tierra, juntando el oro y la plata, el anaranjado y el blanco, produce el color intermedio, el del cobre.

Y de esta manera el oro e hijo del sol, la plata de la luna y el cobre de la tierra, representando cada uno de los metales los colores de esos mismos planetas. Son además la representación de la trinidad peruana. Inti, el sol, el oro, el espíritu intuitivo; Rupay, la Luna , la plata, es el alma pasional y Kon, el cobre, la tierra, es el cuerpo; sabiduría, voluntad y actividad; el bien, la bondad y le belleza; el que piensa, el que ordena y el que; hace la ley, la justicia y la autoridad; el hombre, la mujer y el hijo.

Los hombres, sin embargo, permanecían ignorantes de aquellas maravillosa creaciones basta el día en que el Sol, personificándose, se vuelve antropomorfo y visita la Tierra. Es entonces que enseña a sus hijos predilectos, los hombres, el secreto de los cerros, los conduce a sus entrañas y les muestra las diferentes clases y calidades de metales producido, y les dice:

“Estas tres clases de rayos de luz hechos materia me representan a mí y a la Luna , mi esposa y también a la Tierra , mi hijo: forman parte de nuestro, propio ser, son como ustedes. Nuestros hijos, con la diferencia de que ellos permanecen encerados usados solamente para vuestros agradecimientos sagrados, porque donde estén ellos estará también nuestra ayuda”



(Según datos del ingeniero señor Julio C. Rivadeneyra)



LEYENDA DEL DILUVIO
Como siempre y como en todo existían en la tierra dos clases de seres: los buenos y los malos. Los dos grupos vivían en perenne lucha. Un grupo sabe que el triunfo dl otro es la muerte segura y eterna para él, y por esto cada uno de aquellos grupos de hombres fuertes pretende su supervivencia y el aniquilamiento completo del contrario.

Las buenas acciones de los unos van al cielo, a la altura, son las nubes; los malos actos de los otro se quedan en la tierra, son los cerros y montañas, que irguiéndose tratan de alcanzar a sus contrarios para destruirlos miembros, mientras que las nubes, convirtiéndose en lluvia pretenden que las nubes, convirtiéndose en lluvia pretenden la desmembración de las montañas.

Como las lluvias no pudieron acabar con sus contrarios, se produjeron abundantemente y cubrieron en su totalidad a las montañas, tratando de ahogarlas, englobarlas o sujetarlas, única manera de destruirlas, en forma tal que todo el planeta se convirtió en una sola masa de agua. De esta manera los buenos, las nubes, convertidas en lluvia derrotaron a los malos, las montañas de la Tierra , y fue el agua elemento de triunfo para los unos y medio de destrucción para el otro.

Sol e salvo una pareja, hombre y mujer, por que vivían ni en los cielos en la tierra, sino en la atmósfera, aquella fue la primera pareja humana. El hombre se dirigió al occidente y la mujer al oriente, separándose cada uno en un océano pacifico y Atlántico, cuyas aguas se juntaron en ambos polos, es decir e los extremos, para tomar nuevamente sus formas humanas primitivas. Pero como quiera que había agua dulce y salada, no pudiendo separarlas, se pelearon, y volvieron a crearse los seres buenos y los seres malos, fruto de idénticos pensamientos y de los mismos deseos, hasta que un nuevo diluvio, de un sola especie de agua, termine con los malos y dé el triunfo definitivo y eterno al bien.



(Relatado por señor Martín G. Herrera)



LEYENDA DE LAS TRES RAZAS

En un principio la tierra era plana y por lo tanto alumbrada por el sol constantemente. Era el día perpetuo, la noche no existía. No había sino una sola raza de seres en el mundo, todos eran buenos, no había la maldad ni el castigo, el arrepentimiento, el pecado o el sacrificio. Todos los seres eran felices, jamás se turbaron sus conciencias ni se agitaron sus corazones, ningún desasosiego golpeaba su vivir tranquilo, claros, diáfanos, albos, cristalinos, como era su día perpetuo, los hombres nada tenía ni nada precisaban. Su vida era fácil equilibrada y feliz. Y el sol, el Padre sol, que no tenía que hacer sus diarios viajes, porque no estaba obligado a cuidar otra clase de hijos, se estaba quieto y tranquilo en el cenit del espacio, contemplando embelesado su obra perfecta.

Cierto es que el sol era soltero y no tenía las pesadas obligaciones del hogar, las duras responsabilidades de la familia, ni los inquietantes reclamos del amo. Pero al fin de fatigo de ser feliz, de sentirse extático, de verse inmóvil y quiso vivir, y quiso luchar, y quiso sufrir y para ellos comenzó por enamorase de la más bella y más blanca de las mujeres del mundo, con la cual se caso y llevo consigo al cielo. Aquella mujer que convirtió en la Luna.

Desde ese momento, el Sol, por atender a su esposa, desatendió a sus hijos; se hizo humano, con los mismo reclamos e iguales ansias, y ellos, notando que la luz del Sol era menos fuerte; que la claridad, del día. Perpetuo era menor; que el Sol se volvía pequeño se envejecía, pensaron que habiéndose casado con una mujer de las de su raza, podría hacerse iguales a Él, que si vivía, amaba y sufría, podría también morir, comenzaron a desatenderle en su adoración y a postergarle en su respeto.

Y el sol, celoso de sus fueros, e acerco al mundo para ejercitar mejor su autoridad; pero la Tierra , plana como una inmensa hoja de papel, debido al calor solar se encarrujo se torno en redonda. Entonces, para enfriarla, el sol, soplo sobre ella y la hizo girar, comenzando desde entonces el día y la noche.

Desde ese momento los habitantes de la Tierra , que formaban una sola raza, la raza solar, fueron convertidos en tres clases de razas diferentes. A quienes el sol alumbro ese día se tornaron: blancos, una raza; a los que dejo de alumbrar en aquel momento se volvieron negro, otra raza y a quienes lees toco el principio y el fin del día tomaron color intermedio entre ambos: el amarillo, la tercera raza. Y el Sol dijo:

”Id rodando eternamente hasta que os volváis a convertir en una sola gente. En castigo de haberme amado solo a medias, solo la mitad del tiempo estaré con vosotros. Por o haber respetado a mi designación matrimonial Yo haré que mi esposa, la Luna , os alumbre también cuando Yo falta. Nos adorareis hasta que faltéis del Mundo y nunca más volverá el día eterno para vosotros”.

(Relatado por el señor Martín G. Herrera)







LEYENDA DEL FIN DEL IMPERIO





Cuando Inti, el Padre sol dio el encargo a Manco Cápac de fundar el Imperio del Tahuantinsuyo, el inca creador de la dinastía le pregunto que hasta cuando duraría su poder y su gloria, habiéndole respondido el sol así:

“Yo te doy estas tierras y estos hijos que los hagas ricos, poderosos y se llenen de gloria. Así como tú has elegido de las aguas, así yo también volveré a reclamarte estas tierras y estos hijos cuando venga por el camino del agua, por el camino que se hunde, por el camino que se mueve, por el camino que se abre y llegare desde Hanacpacha, mi Cielo”

La leyenda quiere ver en esta profecía la visión de los conquistadores españoles ,quienes por blancos ,barbudos y rubios ,resultan ser hijos del Sol ;blancos como el día, barbudos como el mar y rojos como el Sol ,y quienes llegando por el camino del mar, por el gran camino liquido ,reclaman la devolución del Imperio.



(Recibido por medio de una comunicación anónima)





LEYENDA DE LA TIERRAS YUNGAS O TIERRAS CALIENTES



En la costa norte del Perú fue deslumbrante por su riqueza, su cerámica y su agricultura la civilización llamada de los yungas .estas tierras se caracterizaron por lo caluroso y saludable de su clima, por sus arenosas llanuras y por sus soles ardientes.

El porqué estas tierras son y serán siempre calientes lo explica la siguiente leyenda, que literalmente dice:

El Padre Sol, personificado en un anciano alto y venerable, visitaba periódicamente a los hombres de las altas costas peruanas del norte, para atender a sus necesidades, observar su vida, vigilar el cumplimiento de sus mandatos y atender personalmente las quejas y reclamos, imponiendo las penas y otorgando las recompensas correspondientes. En una palabra, Dios se ponía en contacto directo con los hombres. Pero sucedía que cada vez que en la tierra de los yungas se personificaba el Sol, este no otorgaba su calor sobre las tierras, que no producían, los frutos se helaban, los pastos se secaban y los animales y los hombres se morían, puesto que el Sol dejaba de ser astro, para convertirse en hombre

En aquellos remotos tiempos los hombres los Cielos, tenían relaciones frecuentes de intimidad y se comunicaban mutuamente sus deseos y sus necesidades, siendo de esta manera, los Dioses semi-hombres y los hombres casi Dioses

Por la pérdidas sufridas ,los habitantes de estas regiones ,que corresponden a las costas de los departamentos de Piura ,Lambayeque y libertad ,se quejaron ante su Dios , el Padre Sol , interpretando esta queja como un desacato a su autoridad ,como una rebeldía filial y como un olvido su respeto ,les dijo:

“Pues bien, no dejare nunca más de calentar vuestras tierras, nunca más hará frio en ellas y serán eternamente las tierras calientes; pero nuca mas bajaran tampoco a visitar a sus habitantes “.

Y desde entonces son y se llaman las tierras yungas o tierras calientes y desde entonces ni el Sol, ni ninguno de los Dioses ha vuelto a dejar su mansión celeste para visitar a los hombres.



(Relatado por el señor H. Enrique Bruning)







LOS MALIGNOS, HIJOS DEL TRUENO



Son hijos del trueno los nacidos en un día de tempestad .para los antiguos mochicas las tempestades estaban dirigidas por un dios del Cielo, quien provisto de una honda u de una porra producía aquellos ruidos ensordecedores, para llamar la atención de los hombres anunciándoles, su poder, que llegaría a ellos convertido en lluvia.

Los hijos del trueno, llamados a la vida en condiciones tan particulares, estaban dedicados, desde ese momento a la hechicería. Mejor dicho nacían brujos, adivinos, curanderos, magos o hechiceros, y eran los funcionarios públicos que ejercían dichas actividades.

Estos empleados del Estado mochica , para efectuar sus hazañas se encerraban enteramente solos en una habitación especial , se untaban con sebo de culebra todo el cuerpo y bebían de un cocimiento hecho o preparado a base de chicha de maíz con yerbas especiales que contenía ,además , coca , pelos de cuy amarillo y cabellos de persona . Durante todo el día se embriagaban con este brebaje y perdiendo la razón se tornaban en clarividentes prediciendo el porvenir, viendo lo que sucedía a muchas leguas de distancia, desdoblando su personalidad, para comunicar los sucesos futuros, adversos o prósperos.

Con la conquista se estableció una porfiada lucha entre los sacerdotes católicos y los hechiceros peruanos .para aquellos estos eran malignos, los gentiles, los relacionados o empatados con el diablo y para los nativos los insulares personificaban el mal

Uno de los últimos ejemplares se estos hijos del trueno, gentiles o malignos se ubico en la hacienda bodegones en una cueva del antiguo templo incaico que se conoce aun con el nombre de los paderones o paredones, lugar situado a la vera del camino que une la caleta San José con la ciudad de Lambayeque.

Este extraño ser se alimenta de reses, sapos, culebras, ardillas y hasta de carne humana, lo que se vino a deducir por haberse encontrado asesinado y mordido, precisamente a la entrada de la cueva, al lambayecano don Pedro Lamadrid.

Este maligno ser asaltaba a todos los que transitan entre ambos lugares, Lambayeque y san José, sin robarles su mercadería ,consistente en pescado y sal, contentándose con abusar y asustar a las mujeres y con maltratar a los hombres que las acompañaban, quienes eran oriundos de dicha caleta.

Tal cosa les sucedió a la Pota , la Galletera , la Gringa y la Úrsula y a sus maridos, cuando pasaron por el sitio de la cueva ya mencionada.

Este milagro o gentil hijo del trueno, tenía aspecto de hombre, pero debido a su ligereza y agilidad, la fantasía popular y el miedo, le habían visto las piernas de venado y brazos de perro. La barba rala, hirsuta, el cabello desgreñado, la mirada dura y un particular olor a macho cabrío fueron los atributos que hicieron considerable como el propio demonio.

Fueron tantos tan vividos y tan seguidos los relatos y los comentarios de aquellos asaltos que la Iglesia tomo parte en la cruzada, después de que los más valientes habían pretendido victimar al maligno, sin conseguirlo, porque no se dejaba ver. Al efecto se constituyó en el sitio ya conocido, el cura de Lambayeque, y luego de las fórmulas de estilo, de hacer las rogativas, sacrificios y exorcismos aconsejados por lo ritos, fue tapiada la entrada de la cueva, colocándose una cruz en ese lugar con lo cual, el maligno, el gentil, el hijo del trueno quedo eternamente sepultado, terminando de esta manera su acción maléfica sobre las gentes.

Sin embargo aseguran actualmente los mas supersticiosos o los mas temerosos que cada vez que se oye retumbar el trueno, se escuchan desaforados gritos que parten de la cueva, siendo interpretados como las desesperadas llamadas que hace el hijo del trueno de su padre, para que lo libere de su prisión; pero como ambos, padre e hijo se encuentran controlados por la enérgica y decisiva acción de la cruz se declara impotentes y renuncian a la empresa de la liberación.

Y el hijo del trueno el maligno, el gentil no volverá a ejercitar sus perversas acciones hasta que la influencia de la cruz desaparezca totalmente de aquellas regiones, puesto que ella simboliza la conquista y el vasallaje.



(Según informes del señor José F. Recola y Polo)





EL MITO DE NAIMLAP Y LA ESTATUA DE ESMERALDA



Naimlap, fundador de Lambayeque y su primer soberano desembarcó, en época desconocida, viviendo probablemente de Cerro América, en la desembocadura del actual río de Lambayeque, llamado antiguamente Fusquisllanga. A cosa de una legua de este lugar construyó su primer templo, llamado Chot, que es actualmente la Huaca Chotuna , situada en las inmediaciones del sitio que es hoy conocido con el nombre de Lambayeque Viejo, en lo que ahora es terreno de la hacienda Bodegones.

El gurrero trajo consigo y colocó en el mencionado templo un ídolo que representaba la imagen del jefe, hecho de una sola piedra verde, que la leyenda ve como esmeralda, a la cual llamaban Yampallec, que quiere decir estatua o efigie de Naimlap, porque en realidad tenía el aspecto, tamaño y atributos de aquel guerrero.

El mito establece que Naimlap, a fin de que se siguiera creyendo en su existencia y en su poder divino, se enterró en la Huaca Chotuna , junto con su propia efigie. Quiso de esta manera, el jefe mochica, que su recuerdo no desapareciera, suponiendo que la estatua de esmeralda le daría la oportunidad de continuar gobernando a su pueblo y que por este medio se vivificaría eternamente su memoria.

Poco después de su muerte, sus numerosos descendientes, para hacer creer a los súbditos que el soberano era inmortal, aparecieron las voces que él, por su propia voluntad, se había dado alas y elevándose al cielo, continuaba normalmente su gobierno, convirtiéndose así, como en todas las mitologías, de hombre en semi- dios. Con el fin de hacer aún más real esta creencia, que viene a ser el primer secreto de Estado en la historia de las tierras yungas, los familiares de Naimlap se repartieron por todas direcciones, con el objeto, según dijeron, de buscar el cuerpo de su jefe desaparecido tan misteriosamente.

La leyenda dice que actualmente, todas las noches, a las doce e punto, se oye el canto raro estridente de un gallo, se dejar oir una música especial, como si fueran trompetas y se ve una deslumbrante fogata de color verde, en la parte más alta de la Huaca. Es la leyenda del gallo encantado, la campana de oro y el cerro que arde, la cual se descompone así: el gallo llama a los hombres a la guerra, es el clarín del combate; las trompetas anuncian el final de la batalla, es el triunfo y el resplandor verde proclama la hazaña del gurrero, puesto que el propio Naimlap, dentro de la estatua de esmeralda que alumbra, con el poder del héroe, todos los contornos como tea que simboliza su conquista, para orientarlos en la lucha y para perpetuar el recuerdo de su gloria.

El hijo mayor de Naimlap, Cium, siguiendo la tradición real se encerró en el subterráneo de la Huaca Chotuna y conservando el ídolo de su padre al lado se dejo morir de hambre, no sólo para ocultar su muerte al pueblo, sino también para hacer creer que su raza era inmortal.

Entre los sucesores directos de Naimlap llegamos al último de los de las dinastías, a Tempellec, en quien termina definitivamente la sucesión debido al hecho siguiente. Tempellec, siendo el duodécimo descendiente, en línea directa, pretendió variar el lugar de ocupación del ídolo, que se venía venerando en la Huaca Chotuna o templo de Chot y lo trasladó a la Huaca de Sioternic, que se llama ahora Huaca de la Cruz , y que desempeñaba las funciones de palacio, ya que Naimlap había separado formalmente la política de la religión.

Tempellec, al realizar tal hecho, rompió la tradición dinástica y mutiló la leyenda heroica. Poco después de su realización recibió un insólito aviso, pues se le apareció el demonio, bajo la forma de una bella mujer, tratando de seducirlo y de calmar sus temores y recelos, y una vez que se hubo consumado el atentado sobrevino el castigo y la desgracia. En efecto, comenzó a llover ininterrumpidamente, por espacio de una Luna, lo que trajo como consecuencia la inundación de las ciudades, la destrucción de los caminos, las pérdidas de las cosechas, la muerte de los animales y la huida de los hombres, a lo que naturalmente siguió un año de la más completa esterilidad, sequía y hambruna. Todo era desolación, miseria y desgracia y sobre el primitivo Estado mochica cayó la cólera del cielo.

Los sacerdotes del templo de Chot, guardadores de la religiosa, y los gurreros, habitantes del palacio de sioternic, cuidadores de la tradición política, considerando que el soberano Tempellec, debido a su comercio carnal con el demonio y al hecho de haber roto la costumbre, quebrantado la fe y desobedecido la ley, era el responsable directo del desastre que había caído sobre el pueblo, se sublevaron contra su autoridad y atándole de pies y manos y en procesión pública, lo arrojaron al mar.

Y así trágicamente, terminó la dinastía de Naimlap, fundador y primer soberano de Lambayeque, a pesar de los ruegos de Tempellec a Xllang, el Dios – Sol de la mitología mochica.

(Según datos del señor H. Enrique Bruning)





EL MITO DE LA CAPULLANA DE LAMBAYEQUE Y EL REY DEL MAR

La capullana de Lambayeque Susa Cuinti, viuda de Pucar Taita, tenía dos hijas cuando Pizarro llegó a sus dominios el 26 de octubre de 1532; la mayor se llamaba Anya Cusa y la menor, impúber aún Cusi Chunca.

Susa Cunti, la madre, invitó a los españoles, el cual tuvo lugar en el palacio de la Capullana , en las inmediaciones de la Huaca Sioternic , conocida hoy con el nombre de Huaca de la Cruz , lugar en la actualidad pertenece a la hacienda Bodegones.

En aquel tiempo la ciudad de Lambayeque se encontraba situada más hacia el oeste del lugar que hoy ocupa y a distancia de una lengua del actual río de nombre.

Entre los participantes hispanos se encontraban, además de Pizarro, Alonso de Molina, Nicolás de Rivera, Francisco de Cuellar, Domingo de Soraluce, uno de los trece de la Isla del Gallo, Juan Barbarán, que con el tiempo sería encomendero de Lambayeque, quien tuvo parte en el rescate de Atahualpa, Bocanegra y Pedro de Alcón, el más joven, el más impetuoso y el de mejor talante.

La Capullana había dispuesto que sus mejores bailarinas entretuvieran a sus huéspedes, contando entre las principales a Nanca Paya, Ini Ranta, Sucha Maifar, Anta Cocras y Llana suma; que sus mejores hombres les sirvieran, habiendo designado especialmente a Hurma Cunto, Cuyo Huasi, Punga Tucta, cusi Rampa y rondo Cupas. Hacía de “ichuri” adivino o confesor, Pacar Anta y Runa Cumbi, desempeñaba las funciones de escanciador principal.

Pizarro y los suyos ingresaron al palacio de la capullna entre una doble hilera de parejas, que portaban en sus manos ramas verdes y espigas de maíz, saludando con gritos entusiastas y ademanes expresivos. La capullana se sentó junto a Pizarro y cuidó que Alcón, el guerrero preferido, fuese situado entre sus dos hijas.

Los demás concurrentes, españoles y nativos se colocaron en forma desordenada y libre.

El agasajo consistió en papas, mote, charqui, pescado, chirimoyas, mangos y chica de quinua y de maíz.

Las mujeres vestían así: camisa o “unca” de algodón, túnica o “amaco” de color amarilo y manto o “lliclla”, que estaba prendido por delante con un alfiler de oro o “tupu” y sostenido con una faja o “chumpi” de lana de vicuña, de diversos colores. La cabeza estaba adornada con una cinta circular de color azul, llamada “huincha” y el cuello les colgaba la “timpunga” o medallón, que hacía el oficio de amuleto. Los hombres vestían camiseta y calzón corto, de algodón y poncho de lana de vicuña. Hombres y mujeres se encontraban sin sombrero y tampoco llevaban calzado alguno.

Los españoles se adornaron, para el banquete, con escofión dorado, gorra y medallas, jubón de terciopelo, calzas negras y espada y puñal al cinto.

Las “chirimías” y las cajas acompañaban el danzar de las bailarinas y los yaraví de los cantores.

Tal es la visión de la fiesta, pero escuchemos ahora lo que nos cuenta la leyenda.

Susa Cunti, la capullana madre, sabía que la virgen Cavallaca había sido fecundada, impúber aún, de una manera misteriosa, por el Dios Cuniraya, según una vieja leyenda de los indios caribes, quienes por haber sido antiguos navegantes dieron a ese Dios las prerrogativas del Señor del Mar. Susa Cunti, creyó que habiendo llegado los castellanos por el mar, deberían tener estrechas relaciones con el Dios Coniraya, y como Cusi Chunca era niña aún concibió la idea de hacerle ese agasajo al nuevo Dios, en quien veía al apuesto castellano Alcón, para que se efectuara la fecundación portentosa.

Sin embargo, Alcón puso los ojos y los deseos en Anya Cusa, la mayor, en vez de cumplir con la leyenda de Dios del Mar, que ignoraba en absoluto, y resolvió quedarse en Lambayeque, que habiendo perdido el juicio cuando Pizarro se lo prohibió, llegando hasta insultar y pelear con sus compañeros y su propio jefe, considerándose señor y dueño de aquellas nuevas tierras, aunque en realida su locura se debía a las diferentes composiciones que a base de “ornamo”, “datura” y “huanarpo” le había hecho dar la capullana, a fin de hacer efectivo e impostergable el milagro.

Pero como quiera que aquel milagro de la fecundación misteriosa, tan esperado, se realizó, no en Cusi Chunca, la pequeña, sino en Anya Cusa, la mayor, la capullana madre hizo que el “huatac” o adivino consultara con los “sonopas” o ídolos particulares; que fueran realizados los ritos de estilo, como era la interpretación de los ensueños; arrojar hojas de coca al aire y estudiar su caída; examinar el andar de las arañas; la situación de Venus y el sonar de los granos de maíz al ser cocidos. La conclusión fue desastrosas: el Dios blanco no era dios, puesto que había fecundado a la mayor y no a la impúber y por lo tanto no merecía ni consideración, ni respeto, ni temor.

Y el veredicto fue terrible; cuando nació el primer mestizo del Perú, la madre y el fruto fueron enterrados vivos en la cámara secreta del templo de Chot.

Y una vez al año, en el aniversario de la muerte, se escuchaban chillidos y gemidos, interpretándose éstos como los dolores del alumbramiento de la madre y aquellos como el llanto de hombre del pequeño.

(Conforme a datos proporcionados por el señor José Fiestas)



LA CONFESIÓN DE NAIMLAP

Naimlap estaba enfermo. Enfermo de tristeza, porque la lluvia benéfica se había retirado de los cielos y hombres, animales y sementeras se morían de sed.

El jefe mochica ordenó que todos los habitantes pidieran a las huacas su ayuda y que lloraran impetrando el favor de las estrellas, que ofrecieran a aquellas sacrificios de sebo, coca, harina de maíz y chicha, privándose hombres, mujeres y niños de comer sal y ají, y a las estrellas que les dieran el sacrificio de sus lágrimas.

El mismo jefe mandó poder sus ropas repartidas por todos los caminos que conducían a las dos huacas principales, su templo y su palacio, que eran las huacas Chotuna y Sioternic, para que esparciéndose el mal entre los caminantes y los vientos, desapareciera su enfermedad. Luego se bañó en un pozo artificial, que contenía chicha en lugar de agua, contrariando la fórmula del ritual que ordenaba hacerlo en los ríos y lagunas, para que el agua se llevara la enfermedad o el pecado y en el lugar de la abstinencia de sal y ají, decretada por él mismo, consumió ambos condimentos.

Por lo tanto, el permaneció mudo ante súplicas de sacrificios, las tierras entecas y los hombres y los animales siempre sedientos.

Para mayor castigo y sarcasmo, en el propio momento de la realización de estos actos, apareció en el lejano horizonte un arco- iris y Naimlap, contrariando la tradición, que establecía que aquel se señalara al arco- iris moriría de sed, llevado por la esperanza e impulsado por su autoridad señaló hacia aquel lado.

Honda fue la conmoción interna que experimentó la concurrencia por aquel acto inusitado de su jefe, que faltaba el respeto al Cielo, contrariaba las leyes eternas y truncaba las tradiciones de la raza, todo lo cual podía considerarse como un pecado de muerte.

Solo había una manera de evitar el fin inmediato del héroe y la desgracia del pueblo, y era el de la confesión pública que debiera hacer el mismo soberano, dentro del agua de un río. A falta de este, el jefe mochica y todo su pueblo se dirigen hacia el mar de San José, y en la propia orilla, levantando los brazos y bajando la cabeza confesó sus pecados, e introduciéndose en el mar dijo: “ya he dicho mis pecados al Cielo, recíbelos tú mar y llévalos para que nunca más aparezcan”.

Y sólo así por la propia confesión pública se aplacó la cólera divina y llovió y brotaron las simientes y los animales, los hombres, las mujeres y los niños apagaron a sed.

Con todo, el quebrantamiento de algunas fórmulas rituales conllevaba la muerte. Por eso al poco tiempo, Naimlap, se enterraba vivo, con su propia efigie, hecha de una sola piedra de esmeralda, ene el fondo de la Huaca Chotuna , y en ella se dejó morir de hambre y de sed, para aplacar la cólera del Cielo y hacer justicia a las tradiciones propias de su raza.

(Según relato hacho por el señor H. Enrique Bruning)





LOS PAJAROS: HOJAS QUE VUELAN

Guatán, Dios de los vientos y de las tempestades dominaba en la Tierra ; sus órdenes eran irrevocables; nadie controlaba sus acciones ni entorpecía sus mandatos; los vientos imperaban en el planeta.

El Dios del mar. Ni, que veía diariamente sucia la superficie de sus límpidas aguas por las tierras que levantaba el Dios Guatán, protestó ante su Dios y Padre, el Sol, por este hecho, que no le permitía hacer de su mar el espejo y el reflejo del Cielo, y ambos, Guatán y Ni, presentaron sus demandas y reclamaciones al Tribunal Supremo de su Padre.

Como quiera que la decisiva justicia del Sol se demorara demasiado, el Dios Ni comenzó a emplear las mismas artes y los mismos métodos de Guatán, Dios de los vientos, y cuando este dirigía sus fuerzas sobre el mar, el Dios Ni, para que no fueran ensuciadas sus aguas.

Entre lo que era aventado y soplado por uno y otro Dios se encontraban las hojas de los árboles, las cuales debido a que se hallaban bajo la influencia de fuerzas iguales en potencia y contrarias en acción, se quedaron volando en el espacio, sin reposar en la Tierra ni en el Mar y así estarán surcando los espacios infinitos, llevadas por la fuerza de esos dioses, hasta que el padre de ambos resuelva la contienda, dando su sentencia definitiva que otorgue a uno de aquellos dioses un derecho eterno. Pero como ambos son sus hijos y el padre se resiste a dar una sentencia con desmedro de uno de ellos, aquella sentencia no será pronunciada jamás.

Y mientras tanto las hojas seguirán volando, pero convertidas en pájaros, con los siguientes atributos de las plantas: las alas son las hojas; los colores son las flores; las patas y el pico son las ramas y el cuerpo es el tronco.

De aquí que esta leyenda establece que los pájaros son hojas que vuelan.

(Relato por el señor Roberto Paredes)





GUATAN, DIOS DE LOS VIENTOS



Nos cuenta esta leyenda que Acallanga, un sembrador mochica, se encontraba junto a un ídolo, cercano a la huaca de su pueblo, Salas, implorando a Guatán, Dios de los vientos y de las tempestades, que cesara en su furor, ya que le estaba destruyendo sus sementeras de maíz en choclo, y le decía:

“Padre de los vientos, Señor de los aires, dueño de las nubes y la tempestad, dame con tu ayuda la tranquilidad; que si tú eres bueno, cesando mi mal, te haré una “allecpunga”, con mis propias manos y el maíz dorado no te faltará”

Y llegando al Cielo su plegaria ingenua cesaron los vientos y la tempestad, y el maíz de verde se tornó dorado, y volvió la calma y la majestad. Nadie había escuchado aquel soliloquio y Acallanga, el indio mochica, creyendo a Guatán que hubiera perdido el don de escuchar, se olvido del voto, recogió sus choclos y jamás el ídolo que había prometido, ni el grano dorado, le dio al Dios Guatán.

Y pasó una siembra y volvió a un más y de nuevo el indio pudo cosechar, pero en vez de choclos, maíz y pancal, encontró a su campo que 4staba repleto de dioses Guatán. Eran muchas piedras, ídolos por miles, que se repartían por todo el maizal y por cada planta de su sementera, que el había cuidado, por toda cosecha, halló al Dios Guatán.

Allí, en ese campo, y desde aquel día, imperó la lluvia con el ventarrón, la escarcha, los vientos, la helada, el granizo, silente, constante, brotan de cada ídolo de ese Dios Guatán. Y Acallanga, el indio mochica informal, se haya convertido en piedra del mal. Sentado a la entrada de su antiguo campo un desfiladero de la serranía con las manos juntas ocultas en su cara, prueba del dolor, y la espanta el hecho de ver a su campo que fue un tiempo ubérrimo, convertido todo en piedras Guatán.

Y allá en los desfiladeros de las serranías de Salas, Penacho, Incahuasi, Colaya y Cañaris, límites de Lambayeque, existen verdaderos campos, que semejan un hombre sentado, en actitud de orar, que según esta leyenda son otros tantos indios Acallangas, convertidos en piedras por el Dios Guatán, para perpetuar el hecho y recordar el castigo.

(Arreglados con forme a datos proporcionados por el señor Agustín Isáziga)



LEYENDA DEL AGUILA IMPERIAL

A pocas leguas del pueblo de Oyotún, ya en término de los ramales de la cordillera, en la planicie occidental del fecundo valle de saña, existe un águila bicéfala, altanera y enorme, mirando al poniente. Es de gran altura y se divisa desde algunas leguas del referido valle. Se trata, en realidad, de un mayestático y colosal monumentos antiquísimo de piedra, no se sabe si obra de la Naturaleza o de los primitivos moradores de la comarca, pero el precioso tesoro monumental existe.

La leyenda que encierra ese monumento de granito es ésta. Poco antes del establecimiento del Imperio Incaico, antes también de que los soberanos peruanos ostentaran la “mascaipacha” o símbolo de su autoridad real y la borla, cuando aun se adoraba a los ríos, las iguanas y los árboles, aun águila enorme recorrió las costas del antiguo Perú, buscando donde reposar. Todos los volátiles, temerosos se escondieron, el cielo no fue surcado por animal alguno, todos los nidos estaban ocupados y solo el águila bicéfala revoloteaba alrededor de los ceros y de las alturas mirando constantemente al Sol. Ya al caer de la tarde y por mirar la luz de aquel astro se dirigió hacia él, para buscarlo y para seguirlo, pero en ese preciso instante se produjo un eclipse total de Sol, que perturbó al águila, la cual creyendo que era la noche eterna, se posó sobre la parta más alta de un cerro, que desde entonces lleva el nombre de Cerro del Águila.

Aquí la leyenda encuentra como símbolo, la muerte de las viejas devociones y de las antiguas creencias; el triunfo del mito solar y de su culto y el establecimiento, en el Perú de la dinastía de los Incas.

AUGUSTO LEON BARANDIARAN



LA ARDILLA Y EL CARBUNCLO

Ambos animales habían sido importantes sacerdotes del culto solar. Cuando se realizo la conquista, la ardilla, temerosa y creyente se convirtió al cristianismo y el carbunclo, constante y valiente, continuo en su fe primitiva.

Ante tal situación, abiertamente opuesta, una misma ley no podía ser aplicada a los dos, al mismo tiempo, en casos tan contrarios. Por eso el Sol, siempre justiciero, dicto su sentencia convirtiendo a los dos sacerdotes en dos animales diferentes, con las siguientes características.

A la ardilla le dio por atributo la vivacidad y la curiosidad; la hizo de un color semejante al de la tierra y quiso que en forma casi grafica remedara el acto de persignarse; que se volviera domesticable y que viviera en contacto con los hombres, por sugestionable, por haber aceptado las cosas de los hombres y seguir las mismas ideas de éstos.

En cambio, al carbunclo, le dio la fuerza de lo invisible, de lo no corpóreo, de lo ideal; le concedió como máximo atributo el que caminara de noche, solamente, es decir, cuando falta la luz del Sol, como para que le sirviera de reemplazo y como prueba de su devoto respeto por su culto; que ostentara, sobre su lomo un Sol en miniatura, con luz propia y que fuera su color enteramente negro, para que se notara más su refulgencia. Todo esto por haber permanecido firma constante en su culto primitivo.

Por ello la ardilla hace el ademán ridículo de persignarse tienen color de tierra y es fácilmente domesticable, mientras que al carbunclo no se le puede ver de día, es de color negro, jamás ha sido domesticado y alumbra por las noches.

(Según relato d la señora Blaza Rioja)





LA IGUANA QUE DESTRONÓ A LA LUNA



Félam se llamó antiguamente e pueblo de Mórrope, el cual existía desde antes de la conquista española y antes también que los Incas subyugaran al Gran Chimú.

En tiempos del Inca Yupanqui “se retiraron las nubes muchos meses, que sobrevino a Félam una gran epidemia, infructífera la tierra y secos los montes”, dice le curioso y detallado manuscrito del cura de Mórrope, licenciado don Justo Modesto Rubiños y de Andrade.

Debido a esta sequía, los de Félam decidieron abandonar esas tierras e irse a residir al cercano pueblo de Pacora, y lo hubiera hecho sino se produce el siguiente acontecimiento, que cambió sustancialmente la vida y la ubicación del pueblo de Félam. Tres chicos se hallaban jugando hacia el oriente de aquel pueblo primitivo; concentrándose a perseguir a una iguana, la cual se escondió en la tierra. Los chicuelos, por seguirla, comenzaron a ampliar la entrada por donde había aquel animal, pero en lugar de encontrar a la iguana encontraron agua. Al aviso que dieron a sus padres, el pueblo en pleno se constituyó en el sitio y trabajando todos fue aumentando el tamaño de aquella brecha, hasta que saltó un chorro de agua dulce y cristalina. En ese mismo sitio se cavó, después,un pozo el cual durante muchos años ha venido sirviendo para todos los usos y que se encuentra en la inmediaciones del pueblo de Mórrope, a donde se trasladó el antigua pueblo de Félam.

Este hecho dio motivo para que se formara, del propio barro de aquel pozo, una enorme iguana, la cual fue colocada en el adoratorio público, como señal de agradecimiento y de respeto, desterrando a la Luna , que ocupaba ese lugar, y , además en prueba de profunda devoción y supremo agradecimiento, como singo de gratitud y de solemnidad, se procedió al sacrificio de los tres inocentes chicuelos, descubridores del pozo y del agua.

A este pozo le dieron por nombre Murrup, que en lengua mochica significa iguana y que después se convirtió en Mórrope actual. Así, pues, Félam, que quiere decir sentarse a descansar, porque en ese lugar se detenían los traficantes y que es actualmente conocido con el nombre de El Paraje, situado entre Sechura y Mórrope, fue el primitivo asiento de este último pueblo.

Se señala la fecundación de Félam hacia el año de 1125, en que el cacique Culloc – Capac vino del Cuzco, fundando el pueblo de pacora, haciendo del Félam antiguo su “guaranga” o sea su anexo.

(Tomado de un antiguo manuscrito)





EL VENADO : AEROLITO TERRESTRE



Ninguno de los bólidos celeste había caído en la Tierra. Ellos habían surcado las esferas estelares eternamente.

Cierta noche de plenilunio, ofrecía sus votos y sus sacrificios a los astros, Huita Cuma, sacerdote público.

Al elevar los brazos y bajar la cabeza un aerolito iluminó los contornos, dando tonos blanquecino – celestes al templo y al propio oficiante. Por tres veces, según el antiguo ritual, debería verificarse la vieja ceremonia, y por tres veces consecutivas el fenómeno celeste las acompañó con su frecuencia y con su luz.

El ceremonial había terminado, pero Huita Cuma, contrariando la ley y olvidando la tradición religiosa, la realizó de nuevo, pero invirtiendo la forma, esto es, que bajó los brazos y elevó la cabeza, mirando la estela luminosa que en el Cielo dejara el fenómeno y éste se vuelve a producir, pero esta vez el bólido se precipitó sobre el sacerdote destruyéndolo, así como el templo en que oficiaba, que se encontraba situado en las inmediaciones de Chongoyape.

Era el castigo que las leyes de los Cielos imponían a los hombres, ya que a éstos les estaba prohibido señalar o mirar siquiera al rayo, al arco iris, el relámpago y dicha ley no exceptuaba al aerolito.

Hasta entonces no había existido en nuestras tierras el venado, pero el bólido celeste y el sacerdote terreno se juntaron y de aquella conjunción se formó aquel animal, que tiene, como aerolito, las características de la velocidad, la belleza y la delicadeza.

Y así como los aerolitos atraviesan vertiginosamente los Cielos, los venados, sus contrapartes terrestres, cruzan velozmente las tierras, para avisar a los hombres que las leyes de las esferas son inmutables y eternas.

Y fue desde entonces que los aerolitos cayeron en la Tierra y que los venados se produjeron en ella.



(Relatado por la señora Incolaza Gonzáles)



EL CARNERO, HIJO DEL CIELO



El Sol era el pastor de los cielos y cuidaba de su rebaño de carneros, dioses como El, los cuales le servían para el alimento material y para el sacrificio espiritual, restándole periódicamente algunas de sus crías para emplearlas en aquellas preciosas necesidades.

Los hombres, ajenos a esos cuidados, no conocían a dichos animales, y se alimentaban y vestían enteramente de productos vegetales.

En un equinoccio de verano a, al pretender, el Sol, coger a uno de sus carneros celestes, se le escapó de las manos y por estar aquel astro muy cerca a la Tierra , el carnero cayó en ella.

Aquel carnero, como todos los de su especie estelar tenía en vez de lana vaporosas nubes de color anaranjado, pero por haber caído en un campo de algodón ya en bellota abierta tomó el color blanco de ese vestal, de donde tuvieron su origen todos los carneros blancos del mundo.

Una hermana del caído, por un acendrado amor fraternal, y por seguir a su hermano se precipitó voluntariamente a la Tierra , cayendo en un lugar gangoso de donde tomó un color parduzco su lana, originándose, por esto y para siempre los carneros de este color.

Desde aquella época los carneros se quedaron en la Tierra , macho y hembra y ofrecieron a los hombres su alimento y su lana; y el Sol, en previsión de nuevas deserciones o accidente, permitió que sus carneros del Cielo tuvieron aquella pareja de hermanos, macho y hembra, su representación genuina y a los restantes los alineó los juntó en todo el ámbito celeste, como si fueran un cinturón de espuma de dónde provino la Vía Láctea.

Y fue desde entonces que en todas las solemnidades ritualistas y en todas las festividades religiosas de importancia fueron sacrificados los carneros de ambos colores, tanto porque eran de origen solar, cuanto por imitar al Sol que hacía lo mismo, sacrificándolos.

Y fue el mismo Padre Sol el que autorizó a los hombres para que efectuaran eso sacrificios, para el diario sustento, diciéndoles: “Mirad cómo coméis de mis carneros, porque el que lo comiere en pecado y con dos voluntades y corazones. Yo, vuestro padre, lo veré y lo castigaré y pasará grandes trabajos; pero el que con voluntad única y entera lo comiere, Yo vuestro padre y la Luna y el Trueno, os lo gratificaremos y os daremos fuertes hijos felices años y tendréis mucha comida y todo lo demás que sea necesario, con toda prosperidad”.



(Relatado por la señor Tomás Ballester).



LEYENDA DEL YUCAL



El Dios Viracocha recorría las tierras yungas, después de una cacería muy accidentada y muy larga, en la cual habían intervenido muchos de sus congéneres celestiales, y tuvo hambre.

Hasta entonces el fruto de la yuca se producía en las mismas ramas del arbusto, y por lo mismo era de fácil acceso y no se requería, para tomarlo, destruir a la planta.

El Dios Viracocha, para aplacar el hambre, penetrando en un yucal, pretendió coger algunos de los frutos más grandes y sabrosos, pero éstos, impulsados por el egoísmo y no reconociendo al Dios, por la falta del Sol y por su indumentaria y por el aspecto de cansancio que tenía, se desprendieron de las ramas y resbalándose por el tronco se internaron en la tierra, negándose así, y en señal de protesta, a satisfacer las necesidades del buen Dios.

Y se produjo la maldición, que dijo:

“Si te rebelas contra tu Dios, desde hoy y nunca más servirás para nuestro alimento. Los hombres y los animales te disfrutarán, pero a condición de destruirte.

Tú, tendrás por propia raíz el fruto que produzcas”.

Y fue desde ese día que para obtener el fruto de la yuca es preciso destruir al árbol que la produce.



(Relatado por el señor Moisés Ezcurra).



LA TORTUGA



En un festín de los dioses hizo falta la comida y no era fácil ni inmediato el conseguirla.

La tortuga, antiguo dios, participante de la fiesta, se había encargado de preparar el festín y sobre ella recayó, naturalmente, la abierta censura y la responsabilidad íntegra. Todos los dioses se dirigieron a ella pidiéndole explicaciones y alimentos, pero ni unos ni otros pudieron ser ofrecidos.

La honda crítica de los dioses y la profunda desesperación de la tortuga hicieron que ésta se sacrificara a sí misma, en aras al hambre de sus congéneres del Cielo, y por un acto de magia inmediato y supremo, ya convertida de Dios en animal, se dejó comer. Mas, para que todos los dioses pudieran disfrutar de su alimento predilecto, hizo que su carne fuera igual a la de varios animales, lista para ser comida y para los diferentes gustos de cada uno de los dioses.

Por eso la leyenda encuentra aquí explicada la razón por la cual la carne de la tortuga es de diferentes aspectos, colores y sabores, puesto que su carne está formada por las de gallina, de cerdo y de pescado.

Los dioses asistentes a la fiesta, para no sufrir otra vez, en algún nuevo banquete, las molestias del hambre y la demora, y para castigarla, la desterraron del Cielo; diéronle por atributo la pereza, remedo de su imprevisión; hicieron que pudiera estarse sin comer mucho tiempo, para que recordara la falta cometida y a fin de que no fuera codiciada su carne, en algún otro banquete de los dioses, le pusieron sobre esa misma carne una coraza del todo invulnerable.

Sin embargo, no pudieron olvidar su sacrificio en beneficio de ellos y por esto le permitieron que siguiera dando las mismas carnes diferentes que les había ofrecido a ellos, en su mágico festín, realizando el milagro, por haber sido dios, de poseer la carne del animal que vuela, del animal que corre y del animal que nada, símbolo de los tres elementos que se hallan sobre la superficie de la tierra: aire, tierra y agua.

(Relatado por el señor Bernardino Olazábal).



EL LOBO MARINO



El lobo marino había sido un habitante de la tierra, que fue convertido en un animal del mar, de conformidad con la siguiente leyenda.

El Dios de las nubes recorría las orillas del mar, en búsqueda de una tela vaporosa que pudiera reemplazar a sus hijas, las nubes, y encontró a la espuma de mar. Tomó de ella y ascendió a su hogar; pero al compararlas encontró a la espuma de categoría mucho inferior y la devolvió a la ola originaria.

El Dios del mar se resintió por este despojo, que había sido hecho sin su consentimiento ni autorización, y cuando el Dios de las nubes cumplía con devolver la espuma, colocándola en la ola detenida, le cercenó una mano. Desde ese día el Dios de las nubes, ya manco, perdió la mitad de su poderío, de donde se explica porque las nubes no surcan sino la parte más alta de la atmósfera.

Uno de los acompañantes, ayudantes, colaboradores o servidores del Dios de las nubes, que no era ni dios ni hombre, salió en defensa de su jefe y amigo, pero el Dios del mar lo golpeó con una roca, dejándolo moribundo y además sujeto a su poderío, porque lo convirtió en animal marino. Más a pesar del estado en que se encontraba, por fidelidad a su jefe, pudo sumergirse hasta el fondo del mar y alcanzarle al Dios de las nubes la mano que le faltaba.

En premio a su acción y aún cuando pertenecía a las huestes del Dios del mar, se le permitió que tuviera cuerpo y cabeza de animal terrestre, que se alimentara de pescado y de piedras y que muriera fuera de as aguas.

Desde entonces el lobo marino tuvo cabeza de perro y cuerpo de chancho, se alimentó de peces y de piedras y cuando ya presentía su fin, salía del mar, para ir a morir en alguna roca escarpada de la costa o en la mullida arena de la playa.



(Relato, en su niñez, al autor, por un viejo pescador del puerto de San José.)





MITO DEL ORIGEN DEL MOCHICA Y EL ALGARROBO



Luchaban en todas las esferas cósmicas los dos poderes eternos: los Dioses y los Demonios, el Genio del Bien y el Poder Maligno, para establecer la supremacía de sus propios derechos y rodaban por los diferentes mundos y espacios siderales, en abierta y constante rebelión.

El Bien pretendía crear al ser que lo ayudara en la obra de la evolución, al hombre, y el Mal quería impedir esta realización, que le conllevaría un enemigo declarado.

Surcando el Universo, llegaron aquellas fuerzas luchadoras a la tierra, en la cual nada existía fuera del algarrobo, que era una planta rastrera, reptante, endeble y raquítica, la cual nada era, nada significaba, ni nada producía, y a pesar de su mínima importancia una de las lianas del algarrobo se enroscó en los pies del Genio del Mal, accidente que fue aprovechado por su enemigo para dominarlo.

Entonces y en agradecimiento, dijo el jefe de los Dioses: “Como si te hubieras adelantado a mis deseos, has contribuido a mi victoria. Tú serás desde hoy mi siervo, mi semejante y mi aliado. Para que tengas poder, tú serás el candidato elegido para ser hombre y tendrás las características de un Dios encerrado, de un Dios en potencia, de un Dios encadenado. Hombre por fuera y Dios por dentro serás, desde ahora, grande y fuerte en tu aspecto; severo y sereno en tu forma; eterno y constante en tu vida. No necesitarás sino de Mí y del Sol, para vivir, porque a nadie debes tu emancipación sino a ti mismo y a Mí”.

Y al conjuro mágico se creó el indio mochica, que salió del propio árbol del algarrobo, ya mayestático.

Pero el demonio, que no estaba muerto sino cautivo, produjo su maldición, diciendo: “Puesto que te has tronado en mi enemigo y has contribuido a mi derrota. Yo, el Genio del Mal, en oposición a las virtudes que te han sido otorgadas, te concedo, para siempre una parte de mí mismo. Serás mi vasallo, mi prójimo y mi aliado. Aunque seas grande y fuerte, el fuego de la pasión te convertirá en cenizas; aunque seas severo y sereno, te conmoverás cuando el viento de la adulación te roce; aunque seas eterno y constante en tu vida, pesará sobre ti el soplo del olvido y de la ingratitud, y aún cuando únicamente necesitaras del Sol para vivir y perdurar, estarás unido a la tierra, con todos sus vicios y defectos, puesto que sólo así podrás aprovechar de aquella primicia celestial. Y ten presente que a Mí también debes tu liberación. A ti y a Mí”.



Por esto:



El algarrobo es Dios: él jamás llora;

el algarrobo es diablo: nunca reza;

no necesita nada en su grandeza;

nada pide jamás, ni nada implora.



El algarrobo es Dios. Desafiante y austero, solo fuerte, nace y crece donde la aridez de la tierra nada ofrece; majestuoso y solemne se fortifica con la propia arena candente, con la arena muerta, que no produce y realiza el milagro de vivir de la nada.

El algarrobo es Diablo. Lo demuestra así su indestructibilidad: es eterno como el Mal, y se burla del Tiempo, domina a la Tierra y se ríe de la Naturaleza.

Representado, pues, al Dios y al Diablo, Bien y Mal, Cielo e Infierno, los pares de opuestos; realizándose en él la dualidad completa, que es la Unidad absoluta, simboliza la perfección. Faltaríale, tan sólo, el sello de propia personalidad, el aporte humano. Pero el algarrobo también lo posee.

En su aspecto morfológico tiene la corteza broncínea como el color del indio; el corazón rojizo del árbol representa la sangre del mochica y sus espinas y aguijones son los cabellos hirsutos del yunga. Por su interpretación intrínseca es rebelde, altivo e incorruptible. El algarrobo

Primero se rompe antes de doblarse y el indio muere con su secreto; el fruto del árbol es de color dorado como el de aquel Sol que los indios adoraban; su madera se petrifica en el agua, tal su constancia y así proceden los mochicas en sus costumbres ancestrales que aún subsisten; si en árbol rebota el hacha, el mochica rechaza al castellano; vive aislado y solo como existió aquella civilización; y, como el indio, a pesar de vientos y tempestades, inundaciones y sequías, que representan la conquista y el atropello, el pillaje y la ruina, ambos, el algarrobo y el mochica subsisten iguales, venciendo al Eterno.

Duro es el corazón del árbol como es impenetrable el pensamiento del indio; el árbol no permite que a sus expensas viva planta alguna, como la civilización nombrada que no permitió extrañas influencias, y así como ella no se cansa de esperar nunca la resurrección de su antiguo poderío, tampoco el árbol se fatiga de retar al Sol y de lidiar con la arena. Y así, juntos ambos, desafiando al tiempo y a la muerte, son uno solo en esencia y un bosque es una raza, porque:



Ese árbol desafiante nunca llora:

y aquel indio solemne nunca reza;

si aquel nada pretende en su grandeza,

éste nada pide jamás ni nada implora.



(Tomado de las diversas fuentes orales).



LEYENDA DE LOS MUERTOS QUE ESPERAN


En los más remotos tiempos, cuando el sol no era padre de los primeros habitantes de las tierras yungas los muertos no eran sepultados en cuclillas, ni se procuraba, en manera alguna, su momificación.



Corren las edades, y el tiempo, el único triunfador y constante, aquel que nunca se apresura y que nunca olvida; aquel que siendo ciego no ha equivocado hasta hora el camino; el que no vitupera ni ensalza; el equilibrado perfecto, trae a los hombres el mensaje del Padre y Creador.



La leyenda quiere ver al tiempo disfrazado de sol recorriendo los arenales y las tierras feraces, para decir a los hombres que El es su progenitor, que lo obedezcan porque pretende conducirlos a su lado, al Eterno Azul. El les enseña la dualidad existente: día y noche, la luz y oscuridad, trabajo y descanso, vida y muerte, y les dijo: “No os detengáis jamás. El descanso es la espera. ¡Seguidme!. Los muertos se levantan y vienen a Mi y los vivos se apresuran”.

Y los hombres discurriendo imaginativamente que ven al Sol tan lejano, pero que les quema tanto, consideran que los círculos constantemente repetidos que ejecuta, lo mismo que sus apariciones periódicas es la prueba palpable de su oferta; que los está esperando, y a fin de que los muertos puedan continuar su ruta hacia El, comenzaron a sepultarlos en cuclillas, en posición de descanso, como para recordarles que no están del todo derrotados; que se hallan listos, esperando, para seguir su mancha hacia el Sol su Padre. Y a fin de que cuando se realice está unión, no se encuentren descompuestos y sus restos diseminados se procedió a su momificación; porque de esta manera los muertos que esperan no se demorarían para reconstruir sus cuerpos y saliendo de sus sepulcros engrosarían la macabra caravana de la Muerte , que vuelve a la Vida.

(Relato de la Señora Carmela Flores).





LEYENDA DE LA SERPIENTE DE FUEGO


Cuenta esta leyenda que de la Huaca Chotuna salía, todas las noches hacia la Huaca de Chornancacún, situadas ambas en el sitio denominado El Muelle, jurisdicción de la hacienda Bodegones, en el Lambayeque Viejo, una luz verdosa y alargada, que en forma lenta raptaba, por las arenas que separan dichas huacas, dejando impresa una huella ancha, semejante a una rueda de carreta. Se trataba, en realidad, de una enorme serpiente, de resplandeciente luz verde, que cada noche hacía este recorrido, para alimentarse con el ganado que pastaba por aquellas regiones.



La leyenda popular sostiene que aquel reptil es el alma del sacerdote del santuario de la Huaca Chotuna , que va a oficiar sus ritos nocturnos de magia y encantamiento en la Huaca de Chornancacún, añadiendo que no se le puede ver regresar porque emplea el pasaje secreto y subterráneo que une a ambas huacas.

Ese sacerdote es un sacerdote cristiano, porque cuando el culto católico desplazó al culto solar, en las tierras lambayecanas, un sacerdote dominico de introdujo en el subterráneo o cueva de la Huaca Chotuna y, pisoteando los ídolos, terminó con todas las formas exteriores del culto propio de la religión. Pero el Sol, que quería continuar con su poder religioso lo maldijo, anunciándole que nunca más vería su disco rutilante en el Cielo; que su pecho sufriría, oprimiendo las espinas y las arenas y que se alimentaría solamente de animales.

Y bajo el peso de aquella eterna maldición solar, el fraile se convirtió en serpiente, cuyo cuerpo reposa constantemente sobre las arenas candentes y las espinas agudas del camino sólo sale de noche, porque no puede ver el Sol y se come el ganado, para no alimentarse sino de animales.



(Relatado por el Señor José F. Recoba y Polo)





LEYENDA DE LA ENEMISTAD ENTRE LOS CERROS CHAPARRÍ Y YANAHUANCA



El Cerro de Chaparrí se encuentra situado en el Departamento de Lambayeque, hacia el noroeste, casi en los linderos con el Departamento de Cajamarca y el Cerro de Yanahuanca pertenece territorialmente a este último departamento. La distancia que separa a ambos cerros es enorme y a pesar de ella y de los milenios ya transcurridos, los dos cerros continúan odiándose e insultándose.



En el Cerro de Chaparrí se encuentra sepultado el cadáver de Chaparioc, célebre cacique que gobernó los contornos, comprendiendo Chongoyape, las haciendas de Pátapo, Combo, Tulipe, Almendral, etc., a todo lo cual se le dio el nombre de Shongoyapu, o sea noble corazón, gran corazón, corazón sagrado.



Chaparioc además de ser el cacique, era el sacerdote que guardaba las enseñanzas puras, el depositario de las doctrinas religiosas sagradas, miembro de la Gran Fraternidad de los seres de Faz radiante; el Supremo Guía de los orillan el sendero de la derecha, el de la evolución y era Gran Oficiante de la magia blanca, que tiende a la superación del espíritu sobre la materia.



Tenía, Chaparioc, su templo iniciático en un cerro cercano, llamado el Cerro Mulato, en el cual hasta ahora mismo se pueden ver y estudiar una serie de signos desconocidos e indescifrables, todos aquellos esculpidos en las piedras que componen dicho cerro.

Por el contrario, el Cerro de Yanahuanca, estaba habitado por el sacerdote del mismo nombre, quien era un practicante de las malas artes, de la magia negra, de los seres de la faz tenebrosa, que tienden al egoísmo y a la destrucción.



Ambos sacerdotes, por la disimilitud de sus ideas de sus creencias y de sus prácticas, eran enemigos, y como es natural la lucha entre sus huestes no tardó mucho en producirse, procurando cada uno de los jefes conquistar los territorios del otro y denominar en las conciencias de sus contrarios.



Los hombres de Yanahuanca sorprendieron a Chaparioc y a los suyos, habiendo dado muerte aquel cacique, personalmente, al propio Chaparioc, llevándose como trofeo una mata de higo, que fue plantada en la cumbre del cerro de Yanahuanca, que aún existe, y fue trasplantada por este mismo cacique, cuyo nombre significa negra entraña o alma negra.

Los secuaces de chaparioc rodearon el cadáver de su jefe y pidieron a su Dios y Padre, el Sol, su resurrección, la que consiguieron. Una vez vuelto a la vida, el cacique Chaparioc, reunió a sus hombres y procedió a sorprender a Yanahuanca y a los suyos, a quienes encontró totalmente embriagados, y haciendo uso de sus poderes mágicos, para que no volvieran a la vida, en lugar de matarlos, los convirtió en piedras. De aquí explicado porque entre los cerros Chaparrí y Yanahuanca existe una cordillera de pequeños cerros, que es conocida con el nombre de Cordillera de los Negritos.



Cuando Chaparioc murió de muerte natural, su corazón fue extraído del cuerpo y enterrado aparte, en la cumbre misma del Cerro Chaparrí, en donde se ve actualmente una roca, que tiene el aspecto de un corazón invertido, porque así fue como se enterró el corazón del cacique Chaparioc; con el vértice hacia el Cielo, en prueba de que sus ansias y sus anhelos se habían dirigido y continúan dirigiéndose hacia el bien, hacia el Cielo y hacia el Sol.



Y todas las noches ambos cerros se insultan y se increpan. Chaparioc por la planta de higo que detenta Yanahuanca; éste por su conversión y la de los suyos en piedras y la Cordillera de los Negritos protesta igualmente porque fueron los esclavos de Yanahuanca.



Y así continuará la lucha eternamente, hasta el fin de mundo, porque no sólo luchan ellos, sino también, y como un símbolo, el Bien contra el Mal.



(Relatado por el Ingeniero Señor Julio C. Rivadeneyra)





LEYENDA DE LA HUACA PINTADA DE ILLIMO


La Huaca Pintada, que se encuentra a cosa de un kilómetro hacia el sur del pueblo de Illimo, fue primitivamente un santuario o templo religioso consagrado a la adoración de la Luna , los ríos, las lluvias, las iguanas y las arañas. Estaba construido totalmente de adobón, sin ningún adorno o pintura, bien fuera interior o exterior.



Antes del gobierno del Inca Pachacutec, esto es cuando aún no se había verificado la conquista de los Yungas por los Incas, el sacerdote que dirigía las actividades del aquel santuario, llamado Anto Tunga, soñó que el Sol se le acercaba quemando totalmente el santuario, y que le dejaba impreso, en la cara, el aspecto y el color de aquel astro, como para recordarle que estaba obligado a rendirle el tributo de su adoración.



Pero el viejo sacerdote, rehuyendo el aviso, continúo ofrendando sus sacrificios y sus libaciones, sus votos y sus oraciones a la Luna , a las aguas y a los animales, desdeñando el ensueño premonitorio. Pero cuando, en la madrugada, despertó e hizo sus preparativos, del cocimiento del maíz de la chicha sagrada, con la cual propiciaba a sus dioses, hallo el santuario totalmente coloreado de rojo, en su exterior, y en su interior que los muros estaban decorados por tres colores: rojo, el Sol; azul; el Cielo y amarillo, el Oro, y sintió en su faz aquel fuego calcinante del Sol que le quemara en la noche anterior, y cayó muerto, pero ostentando en la cara, como signo del poder del astro, una mascarilla de oro.

Y la Huaca Pintada de Illimo fue decorada por el mismo Sol y la mascarilla de oro, encontrada en la Huaca a principios del siglo actual, era la de Anto Tunga, castigado así por el astro, debido a su negativa para adorarlo, por no haber querido establecer el nuevo culto de los Incas, y en los pueblos Yungas, y como un seguro aviso de la próxima conquista de los triunfadores del Cuzco.

(Relatado por la Señora Incolaza Gonzáles).





LEYENDA DEL POZO DE SARNA Y EL ORIGEN DE LOS BRUJOS



Se llama Pozo de Sarna a una laguna pequeña, de agua cristalina, transparente y limpiada, que se encuentra a un kilómetro más o menos del actual pueblo de Salas, en dirección hacia el este, camino de la Montaña.



La leyenda dice que todo aquel que se bañara en ese pozo, se curaría de las enfermedades del cuerpo y de los males del alma. La enfermedad y la muerte, pues, no existían para aquellos que se bañaban en el pozo de Sarna. Pero fue la propia Muerte la que emponzoñó ese pozo.



Un día, la Muerte , después de arduo y afanoso trabajo, caminaba cansada, sudorosa, anhelante, sucia, agobiada, y decidió bañarse en aquel pozo, para refrescar su cuerpo y aligerar su carga, pero desde el momento en que su cuerpo tocó las aguas del pozo, éstas se contaminaron con todas las enfermedades del cuerpo y con todos los males del espíritu, sin que su linfa dejara de ser cristalina, limpia y transparente, precisamente para engañar a los hombres y hacer que la sarna de mal no tuviera fin en la Tierra.

Aquí, en esta leyenda, la tradición, popular encuentra el nacimiento de los brujos como profesionales, con sede en el pueblo de Salas, quienes no existían pero como la Muerte creó las enfermedades, se produjeron también los brujos para destruirlas.

(Relato por la Señora Escolástica Failoc)



LEYENDA DEL CERRO DE LAS CAMPANAS DEL

PUERTO DE ETEN



En el cerro o morro del Puerto de Eten existía antiguamente un volcán, el cual estuvo apagado mucho tiempo; pero la maldad de los hombres y e] relajamiento de las costumbres produjeron la irrita­ción del volcán. El cual para dar aviso de su poder y de su fuerza, comenzó a echar humo, amenazan­do con arruinar los lugares cercanos, con una de sus erupciones. Como las gentes de la comarca, que corresponde a los pueblos de Reque, Monsefú, Vi­lla y Puerto de Eten, no hicieran caso alguno de este aviso y continuaran en su misma vida disoluta, se produjo una pequeña erupción, que arrojó dos enormes piedras hacia la falda del cerro, que co­rresponde al Puerto de Eten, y hubiera seguido su acción destructora de pueblos, personas, animales y sementeras, a no ser por un ángel, quien apiadán­dose de los comarcanos, se arrodilló en esas do" piedras rodadas, rezó en ellas y al colocar sus ma­nos les imprimió el encantamiento de su argentino son.

Se trataba, en realidad, de dos piedras dioríticas. Una de las cuales tenía una brazada de largo, por media brazada de ancho y el otro poco menos del doble de la primera.

Hoy no existe ya el encantamiento que muchos de nosotros presenciamos, precisamente porque el argentino son que producían ambas piedras, indujo a pensar que se trataba de un tesoro mineral que ellas encerraban y fueron destruidas por un cónsul chileno. Esperando encontrar en sus destrozados restos, sino el secreto del encantamiento, por lo menos, oro en polvo.

Y así, por un menguado y metalizado interés, terminó en los finales del siglo pasado, ]a leyenda del cerro de las campanas del Puerto de Eten y la misión del Ángel protector.



(Del Ambiente Popular)



LEYENDAS DEL ZORRO Y LA IGUANA , EL ALCATRAZ Y EL HUEREQUEQUE



El zorro fue un indio noble que quiso por esposa a una mujer que no fuera de las del color de su raza.

No hallándola en las tierras yungas, pasaba las noches a la orilla de los ríos, de las lagunas, en el campo abierto, cantando sus deseos, para que sus endechas mitigaran sus penas y le concedieran lo que tanto anhelaba.



En una de esas noches de plenilunio observó que la luz de la Luna , reflejada sobre el agua, se con vertía en bella mujer, de otra raza, ojos semejantes al cielo y cabellera del color del grano de maíz maduró; y ante esta visión, en una felicidad sin límites, creyendo realizado su ensueño, se arrojó al agua para obtener y poseer su preciado don, pero al movimiento del liqui­do, la visión desapareció y la Luna , ocultada por una espesa y densa nube, oscureció el ambiente y el corazón del indio.



Y al mismo sitio y en todas las noches de plenilunio volvió el indio noble para solazarse de nuevo con la visión magnífica; pero nunca más se vivificó la imagen y entonces, el desesperado enamorado pretendió al propio astro. Mas, el Padre Sol, que juzgó al indio curado de tan insólita pretensión, con sólo aquella visión, resolvió castigarlo definitivamente, por su atrevimiento y por su desobediencia a las leyes del Cielo y de la estirpe, y lo condenó a estamparse perpetuamente en la faz de la Luna , como un dibujo borroso y anodino, satisfaciendo así su amor y su deseo, y en la Tierra , convirtió en zorro, estableciendo así un castigo en Cielos y un precedente en la Tierra.

Desde entonces la luna ostenta una mancha oscura, semejante a la figura de un zorro, y este animal comenzó a hacer sus refugios subterráneos, para no ver al Sol, que lo había castigado, y empezó a hacer sus correrías especialmente en las noches de Luna, para admirar, a la distancia, a su esposa frustrada y lejana.



La iguana, había sido destacado y pretencioso sa­cerdote de las antiguas creencias mochicas, que se ena­moró de la estrella Venus, debido a su belleza y reful­gencia, creyéndola hermana menor del Sol.



Tan sólo para admirarla realizaba todas sus acti­vidades personales de noche, olvidando algunas veces sus obligaciones sacerdotales, dejando de efectuar las prácticas y los ritos más esenciales, especialmente el co­cimiento del maíz para la chicha sagrada, todo con el fin de embelesarse en la contemplación del astro, su principal amor, que refulgía más intensamente en las primeras y en las últimas horas de la noche. Esta desa­tención trajo por consecuencia la pérdida de la fe, cala­midades y miserias generales, desobediencia, indisciplina y la cólera del Cielo.



El Sol, creador, guardián y custodio de la fe, y pa­dre de la religión, ante tal desacató a sus mandatos y a sus leyes, convirtió al sacerdote en iguana, haciendo que habitara en los santuarios, desde donde podría con­templar mejor a su amada del Cielo; ordenó a los sa­cerdotes" del culto que el "mote" del maíz, para el co­cimiento de la chicha sagrada, se habría de preparar en las primeras horas de la madrugada o en las últimas de la tarde, precisamente cuando mejor se distingue a Ve­nus, a fin de que no se olvidaran de sus obligaciones ri­tuales.

Y fue desde entonces, y obedeciendo a aquella maldición y a aquella orden, que la iguana vive en las huacas, viejos santuarios, y los nativos mochicas hacen el cocimiento del maíz en las madrugadas, dándole a Venus el nombre simbólico y recordatorio de “pone mote”.

----------------------------

Yunga pescador y plebeyo fue el alcatraz, que pretendió en amor a una de las vírgenes del Sol.



Desde niño vivió en una isla desierta, sin los reclamos del amor y sin las obligaciones de la civilización; ignorante de las pasiones humanas y de la belleza femenina.



Una mañana, en busca de la pesca, arribó a las costas yungas y se internó en los llanos; convivió con sus habitantes, gozó de sus comodidades y se enamoró de una de las vírgenes del Sol, llamada Cora Fisan, quien se ocupaba, como todas las de su estirpe, de hilar y tejer ropas de algodón y de lana para los ídolos.



Cora Fisan se encontraba quemando, como era de rito, lo que había sobrado de la lana y el algodón, junto con huesos de carneros blancos sagrados, que habían sido sacrificados, y cuyas cenizas ofrecía al Sol, y el yunga solitario creyó que a él se hacía el ofrecimiento.

Ignorante de las prácticas y de los ritos, de las costumbres y de las obligaciones usuales, creyéndose hijo de otro mundo, con mejores derechos, sintiéndose distinto de los demás, increpó a los sacerdotes y desdeñó los ídolos, pero el Supremo Guardián de la Ley Eterna , para castigarlo por su osadía, lo condenó al ridículo, convirtiéndolo en alcatraz y haciendo que para atender a su sustento simulara descender desde lo alto.



LOS SAPOS ORQUESTA SOLAR


Dice la leyenda que el Sol, tratando de divertirse organizó una orquesta estelar, que fue la música de las esferas, designando como sus componentes a todos sus satélites. Sólo la Luna fue relevada de esta obligación por tener a su cargo las ocupaciones propias de su sexo de mujer, el arreglo del hogar y el cuidado de su propia belleza.



La orquesta cósmica venía realizando, diariamente, sus deberes musicales sin interrupción, mientras no se dio cuenta del privilegio establecido para con la Luna , pero protestó ante el Sol por aquella preferencia y, desacatando la orden, dejó de realizar sus acostumbradas armonías.



Y el castigo se produjo, transformando a los descontentos en animales. El Sol los convirtió en sapos, haciéndolos achatados para que se aparecieran soportando el peso de su culpa; repulsivos para que molestaran con su presencia; los tornó de un color oscuro para que representaran la lobreguez; hizo que apareciera en una de las mejillas de la Luna , uno de ellos, para castigar el desacato tenido para con su esposa y los obligó a que croaran al anochecer, para que de esta manera la música que se negaron a ejecutar, ante El, alegre y voluntariamente, la realizaran como una obligación, diaria, triste, continua y monótonamente, como un desagravio, despidiendo al Sol, en cada día y anunciado su retorno al siguiente.

Para hacer aún más cruel el castigo, los obligó a vivir en los charcos y bajo la tierra, ocultando su vergüenza ante el Sol y todo su cortejo, del cual habían formado parte.



(Relatado, al autor, en forma de cuento, en su niñez).



LA HUAMANTANGA TEMPLO DE LAS AGUAS


Fue el sitio denominado hoy la Huamantanga, que se encuentra situado entre los pueblos de Lambayeque, Ferreñafe y Mochumí, Santuario, palacio y observatorio, dedicado a los dioses de las aguas, allá, en la lejana época, cuando se encontraba en pleno florecimiento la civilización yunga.



Como santuario, en él se realizaban las diversas prácticas propiciatorias, que tendrían a obtener copiosas lluvias, en las épocas más convenientes; como palacio, servía de oficina administrativa, para el mejor aprovechamiento y distribución de las aguas y como observatorio, en sus terrazas se ejecutaban los cálculos y observaciones meteorológicas, que deberían predecir las lluvias, las sequías y las diferentes variaciones climatológicas.



En cada noche de plenilunio se realizaban las pruebas mágicas, las prácticas secretas y los cálculos ocultos. A través de las edades y sin interrupción ninguna, estos hechos se venían realizando ordenada y constantemente, con los más halagadores resultados agrícolas y sujetos a la más rigurosa exactitud. Nada había turbado la tranquila vida del lugar. Los sacerdotes, los empleados y los científicos deslizaban su vida normal y uniforme. Nadie que no fuera de estas tres categorías, cualquiera que fuese su sexo, edad, condición o clase social, podía penetrar dentro de los límites del palacio de la Huamantanga.

Sin embargo, una noche del rito, los ejecutantes de las ceremonias fueron presa de un invencible sopor, que les impidió desempeñar sus diferentes roles. Sin explicarse cómo había sucedido, al despertarse, encontraron que la más completa revolución y el desorden más absoluto reinaba en todos los lugares del palacio, y en medio de todos ellos se hallaba una bella mujer, mejor dicho una rara visión, puesto que se trataba de una especie de rayo de Luna, de forma femenina, enteramente diferente a las de su raza y sin tener semejanza ninguna con las de los pueblos cercanos y conocidos; visión fugitiva que desapareció lentamente y que había sido observada con el natural pavor y la innata curiosidad de los presentes.



Como una prueba real, tangible y evidente de la presencia de aquel extraño ser, se encontraron siete hilos de oro, con aspecto de cabellos femeninos, que habían sido colocados, uno en cada una de las siete vasijas de la chicha sagrada, y entonces se vinieron a dar cuenta, los habitantes del santuario, que habían consumido la chicha fermentada y no la recientemente preparada.



Y exactamente a los siete días de aquel extraño fenómeno, las lluvias y las inundaciones destruyeron el templo y arrasaron los campos, perdiéndose las cosechas y ahogándose los animales, porque aquella visión había sido el aviso simbólico del fin de la antigua civilización y el anuncio profético del establecimiento de la de los hombres de cabellos como hilos de oro.



(Recogido del Ambiente Popular, por diversos Conductos)





EL POZO ENCANTADO DE “MAMA ANGELINA”

EN SALAS



El encantamiento de este pozo consiste en que no tiene fondo. Aquí la leyenda es doble.

De un lado se sostiene que cierta vez que el diablo se vio perseguido por una legión de ángeles, a fin de no ser seguido por las huellas que dejaban sus zapatos o sandalias, las arrojó a este pozo, y como el diablo iba muy de prisa y ligero, las aventó con tanta violencia que traspasaron el pozo, horadaron las Tierra, pasando al otro lado de la superficie

La otra explicación de la leyenda dice que no fue el diablo el que arrojó su calzado, sino una bruja, que era dueña del terreno donde está situado ese pozo, a quien se le daba el nombre de “Mama Angelina”, y como quiera que todo lo que a los brujos pertenece se encuentra encantado o en vías de encantamiento, el calzado perforó la Tierra y por esa causa nunca será encontrado el fondo del pozo de 2Mamam Angelina”.



(Relatado por Don Fermín Huamán)





LEYENDA DEL CERRO DE LA VIEJA DE MOTUPE



Nuestro Señor Jesucristo llegó al sitio descam­pado y arenoso cercano a Motupe, en donde hoy se encuentra situado el cerro llamado de la Vieja.

El Señor venía cansado, sudoroso, fatigado y se­diento, y habiendo divisado una lejana "choza'" se encaminó hacia ella, encontrando en la puerta a un matrimonio formado por dos ancianos. Jesús le di­jo a la mujer: "Dame un poco de agua, para calmar mi sed", pero la vieja le repuso, de mala manera: "No tengo nada que darte". Entonces el Señor le pidió al marido que le vendiera una hermosa san­día, de las que en abigarrado montón se encontra­ban en uno de los ángulos de la posada, pero el vie­jo negó tenerlas. El Señor dijo, señalando a las san­días: ''Y esas, ¿qué son'!", "Son piedras", dijeron al unísono ambos viejos.

E] Señor meditó brevemente y produjo su mal­dición, diciendo: "Pues si son piedras, en piedras se convertirán y ustedes también", y súbitamente e] montón de sandías se convirtió en un montón de piedras, que son las que forman el centro mis­mo del cerro; la vieja se tornó en la piedra más grande, que de lejos da el aspecto de una anciana y el viejo se volvió la piedra más pequeña, que os­tenta las características de su edad.



Y para que se pueda producir el desencanta­miento, se precisa que nuevamente el Señor Jesu­cristo llegue a ese mismo sitio, en el mismo estado de cansancio y de sed, que se repita de nuevo exac­tamente la escena primitiva y que los viejos ofrez­can al viajero e] agua lustral de la caridad, que bo­rre su falta.



El cerro de la Vieja , llamado también cerro de Errepón, se encuentra situado al sudeste de Motu­pe, a cosa de ocho kilómetros de este pueblo. Es un cerro aislado, solo, Único en la pampa, hacia la margen izquierda de] río de Motupe. La pampa es árida, escueta, sin más vegetación, en las épocas de lluvias, que algunos árboles de zapote y unos cuan­tos arbustos de bichayo.



(Del Ambiente Popular)


EL CACIQUE TANCUM Y EL CANTO DE LA LECHUZA
Tancum era cacique de Mocce, antigua ciudad, situada a unos diez kilómetros hacia el norte de las actual ciudad de Lambayeque. Aún existen ruinas de sus templos y palacios, conocidas con el nombre de Huacas de Mocce.



La casa del cacique era grande, toda hecha de adobes, con pilares, terrazas y portales, y rodeada totalmente por un circuito o plaza grande, donde efectuaban los bailes y las fiestas, a las cuales, lo mismo que a la chicha fuerte, era muy aficionado el cacique Tancum. En cada una de las puertas de la casa del cacique, se hallaban constantemente, de guardia, dos indios porteros encargados de vigilar la entrada y salida de los visitantes e invitados. Los banquetes, bailes y fiestas eran muy suntuosos y duraderos.



Fue después de uno de estos agasajos que el cacique de Mocce, que era malvado y ambicioso, abusivo y cruel, enfermó. Cuando sus familiares y súbditos se dieron cuenta de su cercana muerte y de la imposibilidad en que se encontraba para ejercitar sus acostumbradas venganzas y castigos, pusieron en libertad a los prisioneros, que en buen número habitaban los subterráneos del palacio, soltaron a los animales, saquearon los graneros y destruyeron la propia casa del cacique.

Sólo fue respetado el cuerpo del moribundo, que se hallaba situado en un aposento ubicado en el centro del palacio, todo cubierto con esteras o mejor dicho, revestido de esteras.

Cuando los sublevados ingresaron a este aposento, encontraron que sobre el cuerpo del cacique, ya agonizante, en el pecho del mismo, se había posado una lechuza de las cercanías, animal que lanzó un grito estridente, imitando la voz áspera del propio Tancum, en cuyo mismo instante el indio expiró.

Y desde aquella lejana época, el grito de la lechuza fue anunciador de una muerte cercana y aquella ave se tornó en agorera y nocturna.



(Conforme con una vieja Historia Popular)



CERRO CHALPON Y EL CERRO RAJADO CRUZ DE DIOS Y CRUZ DEL DIABLO



Los cerros Chalpón y Rajado, cercanos al pue­blo de Motupe, fueron dos hermanos gemelos que tuvieron idéntica creación y objeto, ya que eran centinelas avanzados del Cielo, guardianes de la Ley Divina y anunciadores del triunfo del Bien. Como los hombres, nacieron y vivieron, gozaron y sufrieron y morirán también.

El Cerro Chalpón, además de la difundida devoción que existe por la cruz que posee, tiene el privilegio de haber sido dedicado a Dios, mientras que su hermano, el cerro Rajado, se dedicó al servicio del diablo.



Como pruebas evidentes nos encontramos, en lo que respecta a cada uno de ellos, con las siguientes creencias populares de la región.



En la falda del cerro Chalpón, en aquella que mira hacia Motupe, existe un jagüey o manantial, destinado a dar de beber a los ángeles que allí vi­vían. Ellos sembraron, en ese mismo sitio, varias ca­ñas de Guayaquil, para que les ofrecieran sombra y les refrescara el ambiente, privilegios de] que no gozaba el cerro Rajado, el cual por haberse entregado al diablo, es oscuro, tétrico y negro. Para su hogar y reposo, los ángeles, construyeron la gruta y e] jardín, o sea la propia cueva, la cama de pie­dra, para su descanso y colocaron, como símbolo de su dedicación y de su triunfo, una cruz, no te­niendo el cerro Rajado ninguno de estos distinti­vos, fuera de la cruz.



En cuanto al cerro Rajado, lleva este nombre por ostentar una raya muy ancha, que fue produci­da por un sablazo que pretendió darle el arcángel Gabriel al diablo, en la lucha eterna que sostenían, pero al esquivar el golpe, e] diablo, cayó el sablazo sobre el cerro, produciéndole esa raya que le sirve de distintivo. Con el fin de que todo aquel que Vi­viera o visitara este cerro, sufriera su maligna influencia, los mismos ángeles encantaron el pozo, que se formó por aquel sablazo y del cual brota una agua sucia y pestilente, y cuyo encantamiento consiste en que lo que cae en ese pozo no podrá ser hallado jamás.



Como el cerro Chalpón se había dedicado a Dios, la cruz que se colocó en él fue objeto de adoración, devoción y fe, en prueba del triunfo de la verdad cristiana, con el agregado de que cuando fuera encontrada por los hombres se convertiría en milagrosa intercesora entre ellos y e] Cielo. En cambio, la cruz colocada en el cerro Rajado, servi­ría para representar la influencia del Mal y estaba decretado que cuando ella fuera encontrada por los hombres, en previsión del peligro que encerra­ba, se convertiría en tierra. De aquí explicado por qué cuando esta cruz fue hallada, por aquellos mis­mos que descubrieron la del cerro Chalpón, se con­virtió en polvo en sus manos. Pues era la cruz de] diablo, mientras que la del cerro Chalpón, .aún hoy mismo, es objeto de veneración, porque es la cruz de Dios.



Así se encuentra simbolizada también la duali­dad de la ley eterna: premio al uno y castigo al otro, por sus intenciones y acciones tan contrarias. Aún cuando los dos cerros fueron hijos del mismo Padre: Dios



(Recogido del Ambiente Popular)



LEYENDA DELCERRO DE TUCUME Y LA HUIDA A EGIPTO



Hacia el este del actual pueblo de Túcume y próximo al cerro de la Raya o cerro Rajado, existió el pueblo conocido con el nombre de Túcume Viejo, que fue destruido por las Inundaciones, qué en diferentes épocas se sucedieron en aquellas regiones. En dicho cerro existía un templo donde se veneraba una imagen, pero cuando el pueblo fue destruido, la imagen de la Virgen desapareció, sin saberse cómo y sus habitantes, al notar su falta, se dedicaron a buscarla, habiéndola encontrado en otro cerro cercano al actual pueblo de Túcume y que lleva, por este motivo, el nombre de cerro de la Virgen.



En aquellos tiempos los Dioses platicaban con los hombres y los visitaban, y fue por esto que la Virgen , que fue encontrada en compañía de su hi­jo, quien se ocupaba de dar tajos o de hacer rayas en el cerro, de donde el nombre de cerro Rajado, les dijo, que no regresaría al pueblo si antes no le construían un templo adecuado y sólido, como para que no volviera a ser destruido y en el cual pudiera guarecerse ella y su hijo, del Sol, del frío y de la lluvia.



Cumplida la promesa o mejor dicho la orden, se notó que en el cerro de la Virgen , donde se construyó la iglesia solicitada, aparecían unas rayas o cortes, que eran los tajos que daba el Niño Dios, cuando se entretenía jugando; en el suelo se nota­ron las huellas de un pie de criatura descalzo y perfectamente modelado, donde el Niño Dios pisó y además, fue hallada una fuente de medio metro cuadrado, donde la Virgen se lavaba y peinaba, lo mismo que su hijo.

Existen pues, en realidad, dos vírgenes y dos cultos. Una es la venerada en Túcume, es la primi­tiva y la otra tiene su culto en Ferreñafe, es la sus­tituta. Cada año, ésta, para la fiesta de aquella, de­ja su pueblo y se establece, por dos o tres días, en Túcume, reviviendo así la tradición y la leyenda que sostiene que la Virgen , en su huida a Egipto descansó, por tres días en Túcume, en el mismo ce­rro y aprovechó de su estancia para reposar ella y su hijo, haciendo jugar a éste, mitigando ambos la sed y aseándose en la laguna creada por un mila­gro.



En la Edad Moderna , la fe en esta leyenda ha creado otra, que consiste en que cada mujer que se encuentra en cinta deberá ir a la laguna, la cual au­menta en tamaño y caudal precisamente en los días de la romería, sacará un poco de tierra de sus orillas, rezará con toda devoción y tomando de ese polvo, con un poco de agua caliente, tendrá asegu­rado un parto feliz y rápido.



(Relatado por el Señor Demetrio León)



HUANTA CUMA, CORREO DEL INCA Y EL CHISCO


Una de las más antiguas y casi desconocidas leyendas del pueblo de los yungas se encuentra condensada en la siguiente historia.

Huanta Cuma, uno de los chasquis – correo del Incanato, que tenía sangre yunga, anunciaba la cercanía del Inca Huaina – Cápac al Gran Chimú, para realizar su anexión y su conquista. El mensajero corría veloz por la actual pampa de Saña, en dirección hacia Collique, desertando de las huestes del Soberano, para anunciar a los pueblos yungas el cercano peligro, a fin de preparar la resistencia. Contaban con la tenacidad de la tribu de los Penachís, única tribu que se resistió y con la complicidad del cacique de Jayanca.



Si seguimos al indio en su carrera, lo veremos detenerse bruscamente junto a un “chope”, donde un chisco pequeño volátil, se debatía preso en las mandíbulas de una culebra, la cual había invadido el nido del pájaro, luchando este por su vida y las de sus polluelos. Huanta Cuma, generoso y noble, se olvida por un instante de su misión sagrada y matando al reptil, libra al pájaro de una muerte segura, para continuar enseguida rápidamente su recorrido.



Alborotadas las tribus contrarias, se prepararon a la lucha y a la defensa de sus libertadores, más a pesar del aviso y de las preocupaciones tomadas, la conquista se produjo rápida y segura. Entre los prisioneros tomados por el Inca, además de los jefes guerreros penachís y del cacique de Jayanca, quienes fueron remitidos al Cuzco, en calidad de prisionero, se encontraba el propio chasqui: Huanta Cuma.



A través de las vicisitudes políticas del Imperio y a pesar del sistema social en vigencia y de la absoluta obediencia y disciplina, este hecho insólito y sin precedentes, porque establecía la traición al Inca y a las instituciones sagradas, produjo en el Soberano la más grande inquietud, y por lo mismo quiso averiguar la causa primaria y el origen preciso de aquel propósito; pero el indio murió en el silencio con su secreto.



Su cuerpo fue despedazado y desmenuzado por un sin número de piedras, sin los derechos de sepultura, a fin de que fuera pasto de los buitres y de los gallinazos; pero una inmensa cantidad de chiscos hicieron sombra sobre el cuerpo en desperdicios, el cual desapareció súbitamente, agradeciendo así, la especie, colectivamente el gesto de valor y de nobleza de Huanta Cuma, al haber salvado a uno de aquellos pájaros.

Por eso el pueblo mochica, entre sus leyendas, sostiene que el “chisco” personifica el aviso, la prevención y, asegura la creencia popular, que este pájaro anuncia la proximidad del cazador a las aves de los campos y a los pájaros de las florestas, porque eternamente se ha de reproducir el mismo cuadro: Huanta Cuma, el defensor filántropo y sacrificado es el “chisco”; el Inca Huaina Capac, personifica la fuerza, es el cazador y el pueblo mochica el ave o la presa, es el vencido.



(Relatado por la Señora Manuela Paredes)



LA MOMIA CACIQUE


Un siglo antes de que los españoles llegaron a nuestras costas, ya el Inca Huaina Capac daban fin y remate a la conquista y subyugación de los yungas y mochicas, labor que habían comenzando sus antepasados.



Con cuarenta mil hombres de su ejército, que comandaba personalmente dicho Inca y su hermano Cussi, Hualpa, derrotó a los penachís, furiosa tribu guerrera, cuya principal ciudad era el actual caserío de Penachí, y que fue la única que se resistió a perder su independencia.



Cuando se hizo el primer intento de avance hacia la cordillera, antes de derrotar a los penachís, el general Cussi Hualpa, debido a las crecientes de los ríos, no pudo continuar y regresando se estableció, con su cuartel general, en Jayanca, donde se casó con la hija del Cacique de este pueblo, llamado Falloshuli, descendiente directo de Llapchillulli, fundador y primer gobernante del mencionado pueblo.



Como quiera Falloshuli se encontraba complicado en la resistencia que habían ofrecido los penachís, una vez que se terminó la subyugación total, se dispuso el traslado del cacique de Jayanca al Cuzco, donde estuvo prisionero algunos años, hasta que por influencia de su propia hija, la esposa de Cussi Hualpa, obtuvo su libertad y la correspondiente autorización para volver a su pueblo.



Partió del Cuzco, el cacique, con una numerosa comitiva, construida, entre otros, por Puinconsoli, Fontam, Chumbi, Manalluli, Pillacup y Monlotum, que eran sus servidores distinguidos y principales jefes y quienes también habían sufrido prisión en la capital del Imperio, desde que cayeron prisioneros del Inca, junto con su jefe.



La vejez, la derrota, la prisión, la tristeza y la humillación habían minado la salud del viejo cacique Falloshuli, quien murió en el santuario de Pacatnamú, cuando regresaba a su pueblo. Sus servidores hicieron un alto solemne y momificaron el cadáver de su jefe, ingresando a sus tierras, para ser sepultado en la falda del cerro que se halla hacia el este de la casa actual de la hacienda la Viña , donde estuvo ubicado en primitivo pueblo de Jayanca.

Antes de emprender la aventura hecha para resistir a las fuerzas incaicas, el cacique había consultado con los “ichurris” o adivinos profesionales, quienes después de haber efectuado las solemnidades de estilo, como fueron el sacrificio de un carnero de color pardo, para estudiar las vísceras, dijeron simbolizando los futuros acontecimientos: “Tú cacique, saldrás con tus pies y regresarás con los de otros”. Falloshuli, interpretando estas palabras como que iría a la guerra y regresaría victorioso, en alguna litera real, se entregó abiertamente a la rebelión, con la derrota consiguiente.



Y el vaticinio se cumplió, porque Falloshuli, cacique rebelde de Jayanca, ingreso a su pueblo, ya cadáver, conducido por sus servidores. Y allí está su cuerpo momificado, esperando que de nuevo sus antiguos servidores y súbditos le devuelvan sus poderes y sus perdidas tierras.



(Relatado por el Señor Moisés Escurra)





LA VENGANZA DE LOS INDIOS



Cozcochumbi, quinto hijo de Falempincial, tuvo un hijo que fue don Martín Farrochumbi conocido con el sobrenombre de “el viejo” o el “Petrucio”, apodo con que se le conocía porque al convertirse al catolicismo, ya anciano, tomó el nombre de Pedro.



Chuculluli, tataranieto de Naimlap, era el cacique de Lambayeque cuando llegaron los españoles, quien fue el padre de doña Ana Cocraschumbi, que se casó con don Martín Farrochumbi ya mencionado. Chuculluli tuvo un hijo bastardo, llamado don Diego de Azabache, quien había estado en juicio con su tío Gonzalo Quesquén Farrochumbi, hijo primogénito de don Martín, por el cacicazgo de Lambayeque.



Como quiera que Chuculluli, desde la llegada de los españoles les había recibido bien y les había dispensado sus favores, habiéndose vuelto, prácticamente en su vasallo, todos los caciques y principales de la ciudad de Lambayeque y sus contornos y jurisdicciones, se reunieron para deliberar sobre el castigo que debieran imponerle a quien había traicionado raza, fé y costumbres.



Una noche del mes de diciembre de 1536 se reunieron en la Huaca Chotuna los siguientes miembros de la autoridad mochica: Francisco Quiña, gobernador de Coique, Juan Soclup, de Ferreñafe; Francisco Puyconsoli, de Jayanca; Miguel Caxusoli, de Pacora; salvador Mormún de Mochumí; Lorenzo Cumpen, de Mórrope y Pedro Puicón de Lambayeque y decidieron matar a Chuculluli.

De inmediato se dirigieron a la casa del cacique sentenciado, que se encontraba ubicada en las cercanías de la Carramuca , lo apresaron sorpresivamente y habiéndolo envuelto en mantas y en esteras, debidamente maniatado, en solemne procesión, todos los conjurados, lo condujeron a la playa del mar de San José, donde lo arrojaron, siguiendo la tradición de los antiguos jefes mochicas, quienes habían dado el mismo castigo a Felempincial, ascendiente de Chuculluli.



Por eso se veía surgir, periódicamente y en el aniversario de aquel sacrificio, de la superficie de las antiguas, el cuerpo del cacique Chuculluli, todo envuelto en mantas y esteras, tal como fue ajusticiado y se escuchaban sus gritos estridentes, que eran semejantes a las de una vieja y gastada chirimía”, según cuenta la historia.



(Relatado por el Señor H. Enrique Bruning)



LAS NORIAS, LOS ANGELES Y LAS MERCEDES



Los pobladores de Mórrope se ocupaban especial­mente de la agricultura y eventualmente de la pesca. Hoy extraen sal y yeso, habiendo pasado, las faenas agrícolas a último término, debido a la falta de agua.



La presente historia tiene por objeto explicar el porqué faltó agua para los sembríos de los campos, lo que produjo la ruina de ese pueblo.



Antiguamente los morropanos vivían repartidos en los siguientes parajes: Pampa del Árbol del Sol, Las Pascanas, los Callejones y la Lagartera , de conformidad con la cercanía a sus terrenos y por este hecho habían abandonado prácticamente el pueblo y, por lo mismo, sus obligaciones religiosas.



Los pocos habitantes que quedaron, temerosos de que faltara el agua para ellos, porqué había sido desviada, a fin de emplearla en los sembríos, procedieron a hacer una inmensa noria; o pozo, pero debido a la, di­ficultad que encerraba esa labor y a lo largo del trabajo requerido, no pudieron terminarla tan rápidamente como ellos lo supusieron, llegando a faltarles ese precioso líquido, tanto para los hombres cuanto para sus animales.



No pudiendo pedir ayuda a nadie, se dirigieron a los ángeles, quienes oyendo la súplica terminaron la excavación, encontrando a la mañana siguiente del pedido, que la noria manaba agua límpida y abundante.



El indispensable elemento había sido concedido inmediatamente, pero a condición de que fuera totalmente acabada la iglesia del pueblo, que se hallaba inconclusa.



Como quiera que pasaron muchos años y el templo no fuera acabado, los ángeles, así como ayudaron a los hombres, los castigaron por su ingratitud e incumplimiento, habiendo procedido a pisar el fondo de la noria, la cual, por este hecho mágico, dejó de producir el agua necesaria, quedando solamente lodo.



Los agricultores, que vivían alejados del pueblo dejaron que el agua volviera a correr por su mismo cauce, a fin de que no faltara para las necesidades más apremiantes del pueblo y así vino sucediendo hasta el año 1761, época en que el río secó totalmente.



Desempeñaba las funciones de cura de Mórrope el licenciado don Justo Modesto Rubiños y de Andrade que después fue cura de Lambayeque, quien viendo que los terrenos morropanos se secaban, convirtiéndose en estériles desiertos, ordenó que se sacara en procesión de rogativa a la imagen de Nuestra Señora de las Mercedes, por la cual tenía especial devoción, que era de su propiedad y la cual llevaba por donde quiera que fuese.



Realizada aquella ceremonia pública, con el acompañamiento del pueblo en pleno, presidido por su cura, y tan luego como la imagen fue colocada en la orilla del río, ya enteco, se produjo una abundante avenida, que permitió al pueblo tranquilizar sus angustias y dedicarse otra vez a las faenas agrícolas. Como una prueba de este milagroso hecho tenemos la siguiente inscripción, que actualmente se lee en un cuadro de la Virgen de las Mercedes, que se halla colocado en el Altar Mayor de la iglesia de Mórrope y que textualmente dice los siguiente:



“INTA S.A. de las mercedes que trajo en su compañía al pueblo de Mórrope LCIDO, don Justo Modesto de Rubiños y Andrade, el año de 1751, y habiendo hallado seco y árido el pueblo por falta de agua fue NTA S.A. de las Mercedes en procesión al río y al punto se desató en un torrente de cristalina agua. Este milagro se verificó ante el ILMO Sor Dr. Dn. Franco Javier de Luna vichotriante, quien juró el pueblo por su patrona NTA SRA de las Mercedes y de guardarle por día de fiesta el 24 de septiembre. Fue este milagro a once de marzo de 1752 y corrió en adelante el río sin secarse hasta el 15 de octubre de 1761, en que se volvió a secar luego que NTA SRA de las Mercedes se ausentó, yéndose a Lambayeque a donde fue el cura el ILMO Licdo don Justo”.



Pero como quiera que la virgen de las Mercedes fue conducida a Lambayeque por su propietario, el cura Rubiños y Andrade, cuando tomó posesión del curato de esta última ciudad, y era dicha virgen la que había cuidado, con su protección y presencia, en Mórrope, y en forma milagrosa, que no faltara el agua del río, al irse ella, se secó el río nuevamente hasta la época actual, teniendo necesidad, para que vuelva el agua que aquella misma imagen regrese a Mórrope y que de nuevo se efectúe la milagrosa romería, lo que no parece fácil, puesto que no se sabe dónde se encuentra la Virgen.



(Arreglado de Conformidad con una Vieja Tradición Morropana)

LOS DOS HERMANOS, LA NUBE NEGRA Y LOS ECLIPSES



Hacia el noreste del límite entre los Departamentos de Lambayeque y Piura existen dos cerros cercanos, que llevan los nombres de Ambuico y Pozuzog, los cuales forman parte de la cordillera general.



Estos dos cerros fueron hermanos, ambos hijos del Sol. Que hoy tienen su representación en la Tierra para perpetuar la vida diferente de cada uno de ellos. En la actualidad son enemigos y se les oye insultarse mutuamente, en su idioma primitivo, cuyos improperios repite el eco, aumenta el tiempo y agranda la distancia.



El hermano mayor se llamó Chumbozaigo y el menor Puzozaigo. El primero se dedicó a la brujería y el segundo al sacerdocio; aquel actuaba de noche y éste de día; uno hacía de jefe de las brumas, de las nieblas, de las tempestades y de las tormentas; el otro conducía a las nubes bienhechoras, a los vientos primaverales y a los aires frescos. Chumbozaigo sacrificaba a las gentes y Puzozaigo las salvaba. Ambos efectuaban milagros, el uno buenos, el otro malos, personificando el Bien y el Mal, respectivamente.



En la actualidad cada uno conduce sus huestes diferentes. Aún hoy mismo se puede ver como Chumbozaigo se destaca dentro de brumosas nubes, tal como si fuera un penacho amenazante, en forma de lanza, cercano a la Tierra , acompañado de esperas y densas brumas; mientras que a Puzozaigo se le ve a la cabeza de altas y blancas nubes, de bellos aspectos y regulares formas semejando a un par de brazos que protegen y bendicen.



El origen de la desavenencia se produjo, porque el mayor robó al menor el secreto de la preparación del licor de la inmortalidad, que Puzozaigo había obtenido después de largas y complicadas practicas, basándose en una yerba que existía en nuestras tierras y que los dioses o el propio Sol hicieron desaparecer totalmente, para evitar que los hombres llegaran a obtener el codiciado licor y se convirtieran en inmortales. Por haberlo bebido, ambos se convirtieron en inmortales y no fue posible que ninguno de ellos llegara a los linderos de la muerte.



Chumbozaigo, mago, hechicero, brujo o “ichuri”, se había dedicado a las malas artes, a la magia inferior, a la hechicería disolvente. Sus prácticas prohibidas las realizaba en las noches más lóbregas y en las cavernas más oscuras y más hondas. Empleaba, para sus encantamientos, huesos humanos, sangre coagulada, cabezas en putrefacción y chicha descompuesta. Su mayor gloria la conseguía usando, para el sacrificio, contra los dioses, un ídolo de oro, el cual colocaba invertido, después de haberlo ennegrecido totalmente con el humo producido por la carne quemada de sus víctimas. Todo en él era horror y maleficio. Los seres le temían, los animales le huían, las yerbas se volvían venenosas al contacto de sus manos y las aguas que tocaba se ennegrecían. Su sola presencia conllevaba la tristeza, la enfermedad, la desolación y la muerte, y era, por esto, el enemigo de los Dioses y el terror e los hombres.



Como astrólogo y astrónomo que era, predecía, los eclipses, las sequías, las nevadas, las inundaciones, las catástrofes, las epidemias y la muerte, y por tal poder nadie se atrevía a juzgarlo y menos a castigarlo. Sólo se había notado que a los gritos estridentes y a los ruidos ensordecedores se distraía y se desconcertaba; pero el miedo a su poder, evitaba que se le molestara continuamente.



Cansados, los Cielos, de sufrir este flagelo y temiendo que aún desaparecido reviviera la práctica de sus artes perversas; y a fin de que no tuviera ocasión de hacer daño, ni en los Cielos ni en la Tierra , los Dioses lo convirtieron en una nube negra, eternamente viva y eternamente suspendida en los espacios, para que conserva siempre su misma categoría, sin ningún poder, a causa de haber bebido el filtro de la inmortalidad: viva, como el propio Mal, que no morirá jamás; suspendida en los espacios, como su constante intención de hacer daño a los Dioses y a los Hombres, moviéndose por todos los ámbitos, sin cansarse; y eternamente negra, impenetrable, porque no conoció la compasión. Errabunda siempre, sin término y sin fin.



Desde entonces, los naturales, cuando observan un eclipse, creen que es Chumbozaigo que pretende volver a la Tierra , luchando con el Sol o con la Luna , y se apresuraran a gritar o a hacer ruidosas manifestaciones para desviar el poder del encantamiento del hechicero.



Ambos hermanos lucharán, eternamente, hasta que desaparezcan los dos cerros de la superficie de la Tierra o hasta que el Bien triunfe definitivamente sobre el Mal, destruyendo el sacerdote las hechicerías del mago y rescatando el secreto del licor de la inmortalidad.



(Relatado por el Ingeniero Señor Julio C. Rivadeneyra)





LEYENDA DE LAS PRINCESA ACA FALA Y LA ESTRELLA DE MAR



Aca Fal, dueña y señora de Túcume, descendiente de los primitivos soberanos de las tierras yungas, fue mujer de especial belleza y elevadas prendas morales.



Había en ella todos los atributos de la simpatía y todos los reclamos de la hermosura. Su porte esbelto, su aire distinguido. Su aspecto señorial y su bondad innata le captaban la admiración y el respeto de sus súbditos.



Sólo tenía un defecto: la vanidad de su hermosura, lo que se probó por haber desdeñado los amores de Fenquizan, bravo cacique de Lambayeque y los de Pono Rendo, rico dueño de Motupe, quienes la pretendieron en matrimonio, habiendo ella rechazado estas y otras pretensiones, a tal extremo que se puede asegurar que todos los hombres, entre los principales de la comarca, habían experimentado la misma decepción.



Era que la bella princesa se amaba a sí misma; se sentía igual a la Luna por su belleza y semejante a Venus por su hermosura. Estos pensamientos, que se hicieron palabras, llegaron a oídos del sacerdocio, el cual ejercía la más absoluta dictadura, no sólo en lo que se refiere a las cuestiones meramente rituales, sino que intervenía, en forma decisiva, en los asuntos más triviales de la vida, y por ello la princesa fue conminada, en forma perentoria, a tomar estado.



Aca Fala rechazó el mandato, pero como no quería verse obligada conllevar una vida difícil y triste al lado de quien no amara, fuera de ella misma, cierta noche, al amanecer, mirando a la Luna deslumbrante y con la cabeza colocada en dirección hacia el rutilante Venus, la princesa se envenenó con “datura”.



Su vida, como princesa y como mujer, había terminado, pero los astros, Dioses celestes y árbitros omnipotentes, ordenaron el castigo, por su desobediencia, convirtiéndola en estrella de mar, sin luz, sin hermosura y sin belleza, por haber pretendido igualarse a las estrellas del Cielo.



Así, la princesa Aca Fala, fue la última de las princesas de la vanidad en las costas yungas.



(ofrecido al autor, en forma de cuento, por el señor Sebastián Bances)



EL TESORO DE LA HUACA DE LOS “CUSTODIOS”



Cuando en 1536 los indios principales de la ciudad de Lambayeque, y sus alrededores, tomaron venganza del cacique Chuculluli, ahogándole en el mar de San José, por su servilismo para con los españoles, no supieron sus verdugos el valioso secreto que el desgraciado cacique se llevaba consigo; puesto que había acumulado ingentes tesoros consistentes en diversas piezas de oro macizo y filigrana, lo mismo que plata labrada lo cual depósito en la Huaca llamada de los “Custodios”, situada en las inmediaciones de la Ciudad de Lambayeque, en la rama de San Nicolás, tesoros que estaban dedicados a incrementar los que deberían repartirse los españoles, en el rescate del Inca.



Con la muerte del Cacique, su secreto desapareció con él y sólo después de cien años, esto es en 1640 se llegó a ubicar aquel ingente tesoro sepultado, de conformidad con la leyenda siguiente.



La huaca llamada de los “Custodios” había sido una “intihuatana” esto es una estación astronómica, mejor dicho era una sucursal o derivación de la central que existía en la Huamantanga y que se ocupaba de estudiar las influencias del cielo sobre toda la Comarca , para predecir las lluvias y el tiempo y para aconsejar la conveniencia de los sembríos y sus épocas.



En esa huaca depósito Chuculluli todos los artículos de valor que había recibido, con el sólo concurso de dos de sus indios servidores, los que le eran más adictos, pero como temiera que también éstos revelaran el secreto del escondite, los mató a golpes de “pututas”, que eran trompetas hechas de conchas marinas, de gran tamaño y peso.



Después del doble asesinato, Chuculluli se quedó viviendo en la huaca, para custodiar su tesoro, pero esa misma noche se presentaron ambos difuntos, cuyos cuerpos habían sido sepultados en la misma huaca, tomando apariencia de chanchos, conservando solamente las cabezas de hombres. Esos animales tenían los ojos de oro, cabeza de plata, cuerpo de cobre y patas de fierro y después de revolcarse delante del cacique, su victimario, no quedó de ambos porcinos sino barro.



En esta forma quisieron simbolizarse a Chuculluli que nada obtendrá del ingente tesoro escondido, lo que se ha cumplido hasta el presente, porque los nativos, ni los españoles han podido obtener, para sí absolutamente nada de lo que se encuentra enterrado en dicha huaca.



Sin embargo, como una prueba de la existencia del tesoro y una confirmación de la leyenda, algunos videntes aseguran haber visto dos enormes chanchos, los cuales van disminuyendo de tamaño hasta desaparecer totalmente, como si se incrustaran en la tierra, porque en ese lugar, precisamente se encuentra sepultado el tesoro y es allí también donde fueron sacrificados los dos indios.



Y el tesoro será encontrado, pero sólo a condición de que disfruten de él sus primitivos dueños: los indios mochicas.



(Relatado por el señor José Tomás Tello)



LA VIRGEN Y EL SOL

Taita Junco, sacerdote del culto solar, se había envejecido en sus prácticas, había presidido todas las ceremonias, ejecutado los ritos más diversos y complicados, poseyendo todos los secretos y el máximo conocimiento de toda, interpretación. Para él, los símbolos eran una realidad y el ceremonial una fuerza, y no existía, en la magia, secreto alguno que no dominara por completo. Era, realmente, un alto exponente de la cultura religiosa del antiguo Perú o el maestro conductor e intérprete de una creencia ya decadente.



Su incultura filosófica la suplía con su intuición racial.

Cuando se estableció el culto católico, que desterró al solar, Taita Junco, comenzó a luchar por la super­vivencia de su vieja tradición religiosa, con la palabra, y aún cuando su dicción tardía y su dialéctica primitiva eran fáciles presas cíe la viveza y agilidad mental cas­tellanas, él se apoyaba en su fe.

Una tarde en que Taita Yunco hacía cátedra, en un adoratorio público de Jayanca, explicando a sus oyentes ¡a potencia infinita del Sol, un fraile dominico terció en la contienda, y dijo: "Todos somos hijos de Jesucristo, hombre y Dios, y el propio Sol también lo es, porque Jesucristo creó todas las cosas y porque na­ció de la Virgen María , que fue pura antes del parto, en el parto y después del parto. Por eso la potencia y la fuerza de Jesucristo son infinitas".



Taita Yunco, el sacerdote del Sol, ante la expectación atónita de sus secuaces, respondió tarda y pausadamente: "También el Sol es padre de los hombres y de las cosas. Si tu Jesucristo fue hombre es hijo de EL También el Sol cuando da su luz, es siempre puro. ¿Acaso porque ofrece alguno de sus rayos deja de ser Sol? El también fue infinitamente puro antes de dar sus rayos, cuando los manda y aún después de haberlos enviado. Y sin embargo no ha muerto, y lo vemos, y sigue viviendo, y nos calienta y vivifica. Si tu Virgen si­guió siendo pura es porque era el propio Sol, que se ha presentado como mujer, para que sepas que El pue­de tomar las formas que quiera. El Sol es, pues, la Luz Pura del Cielo, que da la pureza a los hombres, en la Tierra , y este Sol es tu Virgen y uno de sus rayos es aquel Jesucristo, su hijo.



Así dijo, aquel sacerdote, quien vestía de blanco, vivía y caminaba solo, no se había casado, ayunaba hasta ocho días seguidos y que cuando se dirigía hacia sus ídolos iba de rodillas, la cara al Cielo y las manos en lo alto, hablando en un idioma que nadie entendía.



(Arreglado de conformidad con un antiguo cuento)





EL NIÑO DIOS EN LA HOSTIA DE LA VILLA DE ETEN



El milagro de la presencia del Niño – Dios en la hostia de la Villa de Eten se realizó a la orilla del mar, a menos de un kilómetro de la playa, en el pueblo de Eten viejo o antiguo, el día miércoles 2 de junio de 1649, cuando se cantaban las vísperas de la fiesta de Corpus, por el cura de la parroquia, Fray Jerónimo de Silva Manrique y en la Capilla que tomó el nombre de Capilla del Milagro, por este hecho y que hasta ahora existe.



Actualmente y circundando dicha capilla existen ruinas de una pequeña población, con casas de caña brava y adobe, que son restos del antiguo pueblo de la Villa de Eten.



La razón del traslado del pueblo al lugar que actualmente ocupa se debió a que las arenas movedizas fueron invadiendo y sepultando a la población, sin respetar ningún edificio, ni siquiera la pequeña capilla existente. Esta es la causa por la cual esas ruinas se encuentran totalmente sepultadas bajo la arena, no sobresaliendo o distinguiéndose sino el templo o capilla del Milagro, que es también una construcción hecha de adobe.



Antes de la realización del milagro de la hostia, esto es a mediados de 1649, ya se había comenzado a efectuar el traslado del pueblo, en pleno, porque en la visita pastoral que en marzo de 1761 hizo a la Villa de Eten, el Obispo de Trujillo, don Francisco Luna Victoria, ordenó al cura de la parroquia, Félix de Ocampo, que apresurara la terminación de la nueva Iglesia, obra que se concluyó el 1º de Octubre de 1762, lo cual consta en una inscripción mural hallada detrás del altar del Rosario, el último de los altares construidos, que dice textualmente: “Esta obra se terminó el 1º de octubre de 1762, por los administradores de la Comunidad ”.



Es claro que hubo constante resistencia de los moradores del antiguo pueblo de Eten para trasladarse al actual, porque no de otra manera se explica que después de casi más de un siglo de realizado el milagro, aún el pueblo no estuviera definitivamente ubicado en el sitio que hoy ocupa.

Ahora bien la tradición quiere ver en la realización del milagro de la hostia, la señal de protesta por el abandono que se estaba haciendo del antiguo templo y por lo mismo de su vieja capilla, el aviso que se daba para que continuaran realizándose las diferentes actividades en el sitio primitivo y el llamado que se hacía a la devoción y a la fe, puesto que se sentía abandonado el culto.



El milagro realizado fue exactamente el siguiente.

En el momento en que era alzada la hostia, en el fondo mismo de ella, apareció la figura del Niño Dios, que según la documentación vestía túnica de color granate, estando todo lo demás de la hostia blanco, de manera que hacía distinción un color del otro. Los cabellos de la cabeza eran rubios y llegaban cerca de los hombros retorcidas las puntas de ellos, graciosamente, teníanlos partidos por la frente, la mitad a un lado y la otra al otro lado. La cara y las partes que no cubría túnica eran de cuerpo humano, que se distinguía de la hostia”, según folio 856 del Libro de Bautismos de Eten.



Como quiera que a pesar de este aviso se continuó el traslado del pueblo, se repitió nuevamente el milagro, el día 22 de julio del mismo año de 1649, en que se celebraba la fiesta de Santa Magdalena, patrona del Pueblo de Eten y en el mismo momento en que se sacaba la hostia del Sagrario. Portaba la sagrada forma el mismo párroco. Fray Jerónimo de Silva Manrique y lo acompañaban los frailes franciscanos Marcos.



López, Tornas Ruiz y Antonio Crespo, quienes vieron, lo mínimo que todos los asistentes, que una figura igual; a la del Niño-Dios, aparecida anteriormente, se presen­taba de nuevo en la hostia, pero que a medida que iba desapareciendo o esfumándose el Niño, simultá­neamente aparecieron tres corazones más blancos que la misma hostia consagrada e íntimamente unidos en­tre sí".



También el Cielo quiso participar de aquel justo regocijo y por esto, en la fecha de la segunda aparición o de la repetición del mismo milagro, al medio día, se vieron juntos el Sol, la Luna y las estrellas, tres elementos, así como se habían juntado los tres corazones también, acompañando al portentoso milagro, lo que hizo exclamar al Papa Inocencio Décimo: "¡Oh dichosa ciudad de Eten"



Y el traslado definitivo del pueblo se produjo y el hecho milagroso no se realizará más; pero, los na­turales de la Villa de Eten, como una manera de aten­der al llamado del Cielo, celebran cada año ambos acontecimientos, trasladándose prácticamente en su totali­dad a la Capilla del Milagro, recordando la aparición y afirmando su fe.



(Recogido del ambiente popular)



LAS NORIAS ENCANTADAS Y EL CANTO DE LA CUCULA



En la diligencia de deslinde entre las tierras del común de los indios de Olmos y los hacendados de Porcuya, Racalí y Tocto, verificado el 7 de junio de 1646, por el capitán don José Ramírez de Arellano, con asistencia de españoles, naturales, hacendados, tes­tigos y peritos, de don Gabriel Tancum, Gobernador de Olmos y de don Gonzalo Fonquem, Cacique de Copis, Arellano dice: "Mandé colocar una cruz de al­garrobo, en el sitio llamado Rinconada de la Huaquilla, corno referencia del deslinde, dando posesión a los hacendados de Tocto, pero agrega, en cambio: "Mandé quitar y quemar otra cruz encontrada en el Portachuelo de Racalí", la cual habían colocado los naturales.



Después de este hecho, realizado en la tarde del citado día, habiendo terminado la comitiva su misión, se repartió, yendo los que no eran naturales hacia el Pa­payal, pero debido al sacrilegio que habían cometido, mandando quemar una cruz, se encontraron repentina­mente en el sirio denominado Las Norias, sin haber encontrado agua en ellas, muriendo todos de sed, ya que no pudieron regresar a Olmos, ni hallaron tampoco for­ma alguna de salir de ese lugar; aún cuando otra tradi­ción asegura que al pretender sacar agua-de una de esas norias se cayeron dentro, muriendo ahogados to­dos los miembros de la comitiva.



Sea de ello lo que fuere, el hecho es que la totalidad de españoles que componían aquella comitiva desapareció y nunca fueron encentrados sus cadáveres. Por eso hoy se acepta, en Olmos y sus alrededores, que des­de esa época cualquier forastero que llegue al sitió de­ nominado Las Norias, no volverá a ser encontrado, ni muerto ni vivo.





En lo que respecta a la comitiva de los naturales, que se dirigió a Guaquerón y después al propio pueblo de Olmos, al pasar por el portachuelo del mismo nombre de este pueblo, les cantó una cucula, alegrándose de su triunfo y de su regreso, que en realidad representaba el saludo del pueblo y el regocijo de la raza.



Aquí radica la vieja tradición olmanda que establece que toda persona ajena a Olmos, y que huebora permanecido en el pueblo cierto tiempo, al pasar por el Portachuelo, dejando el pueblo, si oye el canto de una cucula, tiene que regresar, quiera que no al pueblo, debido al doble encantamiento que existe: de un lado Las Norias atraen y pierden a los herejes, y del otro la cucula atrae y saluda a los buenos.



(Basado en una antigua tradición olmana)



LAS NORIAS ENCANTADAS Y EL CANTO DE LA CUCULA



En la diligencia de deslinde entre las tierras del común de los indios de Olmos y los hacendados de Porcuya, Racalí y Tocto, verificado el 7 de junio de 1648, por el capitán don José Ramírez de Arellano, con asistencia de españoles, naturales, hacendados, testigos y peritos, de don Gabriel Tancum, Gobernador de Olmos y de don Gonzalo Fonquem, Cacique de Copis, Arellano dice: “Mandé colocar una cruz de algarrobo”, en el sitio llamado Rinconada de la Huaquilla , como referencia del deslinde, dando posesión a los hacendados de Tocto, pero agrega, en cambio: “Mandé quitar y quemar otra cruz encontrada en el Portachuelo de Racalí”, la cual habían colocado los naturales.



Después de este hecho, realizado en la tarde del citado día, habiendo terminado la comitiva su misión, se repartió, yendo los que no eran naturales hacia el Papayal, pero debido al sacrilegio que habían cometido, mandando quemar una cruz, se encontraron repentinamente en el sitio denominado Las Norias, sin haber encontrado agua en ellas, muriendo todos de sed, ya que no pudieron regresar a Olmos, ni hallaron tampoco forma alguna de salir de ese lugar; aún cuando otra tradición asegura que al pretender sacar agua de una de esas norias se cayeron dentro, muriendo ahogados todos los miembros de la comitiva.

Sea de ello lo que fuere, el hecho es que la totalidad de españoles que componían aquella comitiva desapareció y nunca fueron encontrados sus cadáveres. Por eso hoy se acepta, en Olmos y sus alrededores, que desde esa época cualquier forastero que llegue al sitió denominado Las Norias, no Volverá a ser encontrado, ni muerto ni vivo.

En lo que respecta a la comitiva de los naturales, que se dirigió a Guaquerón y después al propio pueblo Olmos, al pasar por el portachuelo el mismo nombre de este pueblo, les cantó una cucula, alegrándose de su triunfo y de su regreso, que en realidad representaba el saludo del pueblo y el regocijo de la raza.

Aquí radica la vieja tradición Olmana que establece que toda persona ajena a Olmos, y que hubiera permanecido en el pueblo cierto tiempo, a pasar por el Portachuelo, dejando el pueblo, si oye el canto de una cucula, tiene que regresar, quiera que no al pueblo, debido al doble encantamiento que existe: de un lado las Norias atraen y pierden a los herejes, y del otro la cuenla atrae y saluda a los buenos.

(Basado en una antigua tradición Olmana).







¿SAN MARTÍN DE REQUE ES DIOS?



Hacia el año de 1636 desempeñaba las funciones de cura y vicario del pueblo de San Martín de Reque que pertenecía al Corregimiento de Chiclayo, el sacerdote don Fernando de la Carrera y Daza, natural de Lambayeque, y era cacique del mencionado pueblo de Reque, don Mateo Millón.

Habiendo consultado. este cacique, con el cura, sobre el nombre con el cual debería ser bautizado uno de sus hijos, que había nacido el mismo día de la fiesta de San Martín, patrón del pueblo, el cura aconsejó darle el mismo nombre de aquel santo, y siguiendo esa indicación, fue realizado aquel sacramento.

Martín Millón, hijo del cacique, creció, se hizo hombre y mezclando la filosofía propia de su raza con civilización castellana, se volvió un indio despierto, ladino, “entendido y vocal”.

Cierta tarde en que platicaba con el cura Carrera, este,para probar hasta dónde era de sólida la fé del hijo del cacique, le preguntó si creía en San Martín y si ese santo era Dios, habiendo respondido el hijo del cacique y tocayo del santo, que San Martín tenía que ser Dios, puesto que estaba en el Cielo.

Como el cura Carrera no poseía un absoluto dominio sobre el idioma mochica, pretendió convencerlo del error en que se encontraba, pero se les hizo a los dos tal confusión, entre el idioma nativo y el idioma castellano, que Martín Millón entendió no sólo que San Martín era Dios, que estaba en el Cielo, tal corno él creía sino que también todos aquellos que nacían el día de la fiesta y tomaban el nombre del santo se convertían en Dioses, una vez muertos. Por su parte, el cura Carrera se estuvo tranquilo, creyendo que había hecho comprender al indio “entendido y vocal” uno de los misterios más abstrusos de la Iglesia.

No es posible saber con certeza si con -aquella fantástica idea en la cabeza, Martín Millón, sintiéndose un Dios en ciernes, lo comunicó a sus paisanos y éstos lo envenenaron, para tener un paisano en el Cielo, o si él mismo, para obtener la suprema gloria, se dio la muerte pero el hecho cierto y evidente es que el hijo del cacique de Reque, Martín Millón, murió y fue sepultado en la iglesia del pueblo.

Los indio sus paisanos, que esperaban ver su cuerpo o su efigie figurando en los altares de su Iglesia, hicieron repetidas protestas tumultuosas contra el cura, “blasfemando en mi nombre, diciendo que por qué había yo de predicarles que San Martín no era Dios, y en todos estos valles me tenían, los indios, por hereje y hacían burla los de los otros pueblos de los de este, diciéndoles que no tenían Dioses”, asegura el propio cura Carrera.

Fue tal el escándalo que se produjo, que fue necesario proceder a la exhumación del cadáver del pretendido Dios recano, para probar a los indios que no se había ido al Cielo, como ellos aseguraban insistentemente, habiéndosele hallado “siete patacones en tres apartadijos, cada uno con tierra de diferentes colores, verde, amarilla y cenicienta, y tres piezas de ropa, la una nueva, flamante, usada la otra e inservible la tercera”, todo lo cual tenía el siguiente significado

De los siete patacones, cada uno sería para pagar uno de los siete sacramentos; de los tres apartadijos, uno era para Dios, otro para la Virgen y el tercero para el propio San Martín; de las tres clases de tierra, la verde representaba el Cielo, la amarilla el Purgatorio y la de color ceniza el Infierno. Con referencia a las tres clases de ropa, la inservible se dejaría en el Infierno, la usada en el Purgatorio y con la nueva se entraría en el Cielo. Todas estas explicaciones fueron ofrecidas al cura Carrera por los mismos indios.

Este descubrimiento y tales interpretaciones produjeron confusiones, desórdenes y luchas, a tal extremo que el cura Carrera solicitó la ayuda de don Matías Caravantes, Chantre de la Catedral de Trujillo, del agustino Fray Marcos García y del cura de Saña, Juan Niño de Velasco, conocedores de la lengua mochica, y especialmente del bachiller don Gonzalo Jacinto de Miranda, cura de Lambayeque y Comisario del Santo Oficio, quien dominaba aquel idioma.

Todos estos prelados explicaron a los indios, en solemne reunión, que tuvo por escenario la Iglesia del pueblo, la herejía y superchería en que se encontraban, hablandoles en su propia lengua, como nadie antes le había hecho, habiendo sido el primero en comprender los misterios explicados el propio padre del pretendiente a Dios, esto es, el cacique Mateo. Millón, y “vencido el cacique fue fácil vencer a los demás”.

Desde entonces los recanos, sintiéndose defraudados, despreciaron a los curas y a las cosas de la Religión y terminaron por conseguirse una efigie de San Martín, patrón del pueblo, que por su aspecto físico se diferenciara en lo absoluto de los demás santos de todas las Iglesias, ya que tal como lo concibieron lo veneran, esto es, sano, robusto y sin el aspecto afeminado de los otros santos.

Así es la efigie de San Martín de Reque, que se halla en la Iglesia de este pueblo, y debido a este raro suceso, el cura Carrera, tomándose para sí la responsabilidad de él, se perfeccionó en la lengua mochica y publicó su notable obra titulada “Arte de la Lengua Yunga ”.

(Arreglado de conformidad con la relación del cura de Reque, don Fernando de la Carrera y Daza, ofrecida en su obra).



SAN MARTÍN DE REQUE Y LA LLUVIA OBLIGADA



San Martín de Reque es el único santo del panteón católico, cuya imagen representativa no tiene ninguna de las características tan comunes entre sus semejantes. En efecto, sus facciones no son afiladas, finas o afeminadas; sus rasgos fisonómicos no tienen nada de bellos; al contrario, se distingue por su aspecto de dureza, por su color rojizo y por sus aires de valentía.

Es San Martín de Reque el santo patrón de los agricultores de aquel pueblo, el cual preside los sembríos, apadrina las labranzas y defiende las cosechas.

La iglesia ha dado por distintivo un libro, pero la tradición sostiene que a veces abandona esas labores de carácter intelectual, para dedicarse a otras de mayor empuje y más resolución.

Y en efecto, esa misma tradición lo ha visto arrojar, desdeñosamente el libro, que sostiene en la mano, derecha y empuñar, resueltamente, un revólver, y con él, salir a los campos, montado en brioso zaino, para obligar al Cielo a que produzca lluvia.

El origen de esta leyenda es incierta, pero se concreta así: Cierto año fue tal la escasez de agua que no solo se perdieron las sementeras y el ganado murió de sed, sino que la población tuvo que emigrar, para buscar trabajo y sustento en lejanos lugares, lo cual trajo consigo el abandono del culto y que decreciera la atención que se le venía dispensando, por creyentes y devotos, a San Martín de Reque.

Fue entonces que el santo, rojo, guapo y luchador se tornó irascible y arrojando el libro de la devoción requirió el revólver del combate, y armado con é! amenazó al Cielo, ante cuya valerosa actitud se desató una copiosa lluvia, que devolvió la feracidad a los campos y la riqueza a sus habitantes.

Por eso, y desde entonces no ha faltado más el agua en Reque y sus tierras gozan de la fama de ser siempre productivas y fértiles, y cuando el agua escasea, los agricultores solicitan la protección de San Martín, quien atento al llamado de sus creyentes se prepara para amenazar de nuevo al Cielo, en demanda de la lluvia promisora.

Es tal la creencia popular que se tiene sobre la valentía de este santo, que las más extrañas leyendas pretenden haberlo visto caminar, apresurada y resueltamente, por las calles de Reque, especialmente por la del Tambo, conduciendo un par de patos, en una mano, y que le servirán para su fiesta, y en la otra tiene el revólver de “monte y pelo”, precisamente en la noche de vísperas de su fiesta, que es el 11 de noviembre, y de aquí explicado el por qué se le trata en una forma tan curiosa, por sus creyentes cuando en la Iglesia , en dicha solemnidad, le cantan a su efigie el siguiente verso, donde se auna con tanta facilidad el respeto, el temor, el patronaje y la censura:



Padre mío, San Martín,

patrón de los alfalfares,

dueño de los caracuchos

y ladrón de los corrales.

(Relatado por el doctor Eulogio Colichón).





LA ARENA QUE ANDA Y EL ORO QUE LLORA



¿Por qué el pueblo de Mocupe ha sido invadido y destruido y hasta sepultado por la arena y por qué en el puerto de San José ha sido respetada la iglesia, por aquel mismo elemento?. ¿Por qué aquella ola, paciente y constante, avanza siempre y todo lo destruye y lo sepulta, en un pueblo, y en el otro evita hacer daño a determinado lugar?. La respuesta explicativa se encuentra contenida en dos profecías.

De todos los pueblos de la actual provincia de Chiclayo, Mocupe, junto con Chongoyape, Picci y Callanca, son los únicos que aún se conservan en el propio sitio en que fueron fundados por los naturales. Todos los demás o no existen ahora o han variado de ubicación.

Cuando llegó a Mocupe el primer párroco del pueblo, que fue Fray Francisco de Torres, allá hacia el año de 1573, procedió a pedir a sus feligreses que le donara especies y dinero, aquellas para el sustento del mismo y éste para el ejercicio de su ministerio, en 250 pesos y la comida.

En aquella época, Mocupe, era un pueblo enteramente agrícola y sus gentes se dedicaban al sembrío de maíz, trigo y yuca, lo mismo que a la crianza de ganados.

Como los mocupanos aceptaran de mala gana esta obligación y la satisfacieran tarde, mal o nunca, el cura Torres, manso, tolerante, tranquilo y dulce, trató de convencerlos de la necesidad y utilidad de "aquel pequeño sacrificio que se les imponía, que si en algo aminoraba su hacienda personal, en cambio les aseguraba la bienandanza en la muerte y la conquista del Cielo. Tales indicaciones se repetían, bien fuera en sus sermones públicos o en sus consejos privados. Y pasaban los meses y el párroco era objeto de abierta rebelión, y los naturales le asediaban por hambre, no disfrutando sino de verdaderas limosnas para su diario vivir.

Una noche de Pascua Florida del año de 15 74 no fue posible celebrar la fiesta más bella de la Cristiandad , tanto por la enfermedad del cura cuanto por la negativa recalcitrante de los feligreses para contribuir con su presencia, elementos, víveres y dinero a aquella celebración.

El cura Torres, precisamente por el estado de postración física en que se encontraba, tuvo un luminoso ensueño, en el cual vio que un anciano, vestido como en los tiempos bíblicos, se le acercaba y le hacía leer en un libro toda una profecía, la cual recordó íntegramente al amanecer. Por esta causa, el párroco, a pesar de su enfermedad, ofició una misa solemne y ante los pocos asistentes, de pie, en el altar mayor dijo: “Dios quiere hacer a vosotros el último llamamiento. Dios quiere probar a sus hijos. Dios me ha elegido a mí como intermediario. Anoche, en sueños, me envió a un emisario para decirme que recordara a vosotros que sino queréis atender al llamado de la Iglesia de Cristo. El derramará sobre vuestros hogares la lluvia del dolor. Que si nada queréis darle nada tendréis tampoco; que vuestras sementeras se secarán, que vuestros ganados morirán y que los arenales del desierto derribarán vuestras casas, quemarán las plantas y ahogarán a los animales. Amén”.

Y al amanecer del día siguiente se produjo la primera avalancha de arena, la cual avanzando sobre el pueblo, por el sur, invadió las primeras casas y continuó su camino arrolladoramente, sepultándolas todas, poco a poco. Fue desde entonces que bajo el conjuro de esta maldición, Mocupe, quedó invadido por las arenas y todo a su alrededor se tornó en miseria, soledad, : hambre, aridez y sequía.

El castigo fue, pues, proporcional a la falta. Por esto en la visita pastoral que hiciera Santo Toribio Alfonso de Mogrovejo, en 1593, sólo encontró en Mocupe una estancia, situada a media legua del pueblo, que tenía tres mitayos y dos yanaconas y el Arzobispo sólo pudo confirmar a 79 tributarios.

En cambio San José, el puerto principal y más antiguo de la ciudad de Lambayeque, en cuyas cercanías, desembarcó Naimlap, el primer rey y fundador de la civilización y de la dinastía mochica, cuya iglesia se construyó en 1760, es hace cerca de 200 años, aún cuando las arenas avanzan por el sur, el pueblo huye de ellas y se traslada más al norte. Aquí casi todas las casas antiguas han desaparecido, tragadas por las arenas, a excepción de la iglesia del pueblo, que es lo único que ha respetado aquel, elemento. ¿Porqué?.

San José fue y sigue siendo un pueblo dedicado enteramente a la pesca. Tranquilo, quieto, muelle, manso, casi solemne, a pesar de la absoluta falta de visión, de panorama, de campiña, hay en él el reclamo de la simpatía y la atracción del afecto. Parecería sentirse que la pasión se aquieta y que el alma se aduerme. Uno se siente más dentro de sí mismo y más seguro de su yo, como si se encontrara lo buscado y se estuviera más a tono con la propia personalidad interior. El mar lejano, no turba sino arrulla; el viento, casi detenido no molesta, refresca; la arena candente, la arena muerta parece ser también, comprensiva y humana ya que avanza prudencial y paulatinamente, como anunciando su decisión, para que le cedan; el paso ya hacer el menor daño posible, y hasta su gente, dulce, pacífica, comprensiva sabe guardar el silencio y la quietud de quien ha aprendido a vivir, y a mirar esperando.

Sería aquí donde se pudiera ofrecer una misa solemne teniendo como templo el propio corazón, el templo único y como oficiante a la mente misma. Tal es la íntima compenetración y cordialidad que existe entre el medio que siente y el medio que piensa.

Pues bien, el puerto de San José no ha tenido cura estable, ya que eran los párrocos de Lambayeque quienes se dirigían periódicamente al citado puerto, para celebrar los diferentes roles de su ministerio.

Don Justo Modesto Rubiños y de Andrade había sido cura de Mórrope y Pacora y fue trasladado a Lambayeque en 1760. A él se debe la erección de la iglesia de San José, debido al siguiente hecho.

Apenas llegado a San José el citado sacerdote, los moradores del pueblo contribuyeron voluntariamente con víveres, ropas y dinero para el sustento del párroco, aún cuando éste no hacía mayor presión o ninguna sobre ellos, para el cumplimiento de esta obligación. Sin embargo, no existía iglesia propiamente dicha, ya que los diferentes rituales del culto se verificaban en una choza de paja, destinada a tal objeto. Los moradores del pueblo ofrecieron al cura Rubiños su concurso desinteresado e inmediato, para la erección del templo que tanto anhelaban, pero discutieron mucho sobre la ubicación que debería dársele, por temor a la arena. Sin embargo, el cura Rubiños, les aseguró que bastaba con erigir el templo en el mismo lugar en que se hallaba, en la actualidad, la choza habilitada como iglesia, a condición de poner una cruz que no hubiera sido hecha por la mano del hombre.

Era esta una dificultad al parecer insalvable, porque ¿de dónde se podría obtener una cruz en tales condiciones? Sin embargo, una madrugada amaneció, sin haberse podido saber cómo ni conducida por quién, una cruz de un material raro. Se trataba, en realidad, de una cruz, aún cundo imperfecta, hecha de madera petrificada. Y esa cruz, después de retocada y arreglada convenientemente fue colocada en el templo de San José.

Por este hecho singular y debido a la profecía del cura Rubiños y de Andrade, allí se encuentra, en el mismo lugar del pueblo, venerada por los devotos, respetada por los elementos, sirviéndole de muelle alfombra aquella misma arena destructora y candente, la iglesia de San José, que se convierte, para ella, en guardiana de la fé y que ha querido que ese templo se conserve solo y aislado, ya que no ha respetado las construcciones circunvecinas, precisamente para hacer resaltar más aún su fuerza de amparo y de custodia.

Y así como es aquella arena, mansa para con la iglesia, como si se adormeciera en su furia, ante la presencia respetable de la cruz, así es el panorama del pueblo, todo adormecido y manso, quieto y tranquilo, seguro en su pobreza y fuerte en su destino, porque sabe que cuenta con la ayuda del Cielo, el cual regala la paz a los hombres, cuando estos saben cumplir estricta y fielmente con su devota fé, cualquiera que ella sea.

Así premia y así castiga la arena que anda.

Sabido es que cada indio pagaba, en calidad de tributo, al gobierno conquistador, una fanega de maíz, media fanega de trigo, una pieza de ropa y seis tomines de plata, no recibiendo, en cambio, sino “nueve granos de plata corriente y un cuartillo de maíz en cada un día, como retribución diaria de trabajo”, dice la Ordenanza del Conde de Nieva. No satisfecha con esto, la codicia castellana fue aumentando el tributo progresivamente.

Así encontramos que una sola persona, el cacique principal del pueblo de San Martín de Reque, Diego Chimoy, pagaba al cura del pueblo, que era Francisco Guisado, según contrato escriturario de 13 de enero de 1584, cien fanegas de trigo en cada año, porque el cura le ofreciera una misa cada sábado. Pero resulta que al dorso del mismo documento aparece el cura Guisado recibiendo, por adelantado, en los primeros días del citado mes de enero, no cien fanegas sino ciento diecisiete, habiendo celebrado solo una misa, según se asevera en el libro de visitas del Arzobispo de Lima, Toribio Alfonso de Mogrovejo, del año de 1593.

Siguiendo en su codicia ascendente, nos encontramos con que Juan Bautista Enfistun, que era dueño de varias estancias de ganado, en Callanca y Monsefú, le pagaba al cura de esos pueblos, Alfonso de Cueva,” 70 pesos y la comida para el sustento del cura”.

Poco después, en 1595, Gabriel Chimoy, hijo de Diego Chimoy, pelea ante la Real Audiencia , con doña Ana de Velasco, sobre la propiedad del cacicazgo del pueblo de Reque, que aquella quería usurparle en sus beneficios, según información hecha por Sancho de Marañón, Corregidor de la Villa de Saña.

Como quiera que ya ni los víveres, ropas, ganados, tierras o pesos de plata satisfaciera a los conquistadores, comenzaron a exigir la entrega del oro.

La bondad del Indio, que el castellano apreciaba como una mansa cobardía, no se había agotado aún y algunos, los más dóciles, comenzaron a extraer parte de los tesoros sepultados, por sus caciques y pachacas, para la codiciada entrega.

Es entonces que para la defensa de sus tesoros, entra en funciones la religión primitiva, el sacerdote del Sol, el milagro mochica. Y aquella civilización se revela y acude al símbolo, a lo impersonificado, al antipersonalismo, tanto para expresar su protesta cuanto para dar cuenta de su indignación.

Así Fray Diego de Avendaño, de la Compañía de Jesús, quien hizo una relación pormenorizada de las actividades de aquella Compañía, por orden del padre Provincial de Lima, Juan de Frías y Hernán, nos cuenta que uno de los conquistadores y primeros encomenderos de Collique, Diego de Vera, había sacrificado y extorsionado a los indios en forma tal, tenía tanta codicia por los tributos, era tan exigente y tan avaro, tan metalizado y amaba tanto el oro, que desesperado y bajo el peso de su extremado vicio, sus pecados y delitos, salió una noche al campo, y dando de gritos llamó al demonio, conjuró al diablo, invocó al maligno, para darle su alma, a cambio de que éste le entregara todo el oro que se hallaba escondido en la región. Y el conjurado, dócil al llamado, fácil al reclamo y pronto a la cita se presentó al encomendero de Collique, tomando la forma de un gato amarillo, grande y feo, el cual sudaba gotas de oro, sus maullidos tenían el sonido de aquel metal y por ojos, oídos y boca le brotaban chorros continuos de la codiciada riqueza.

Ante aquella terrorífica visión, cayó muerto el encomendero de Collique, y por esto, habiéndose consumado el pacto, solo a medias, ya que se entregaba el oro que aquel no pudo poseer, todos los tesoros que se hallaban escondidos en las huacas de los alrededores de la casa del castellano continúan en su mismo lugar, puesto que aceptando el diablo el compromiso le entregó el oro de la región, pero ya muerto, para que no pudiera disfrutarlo.

Y allí estarán esos tesoros hasta que nazca el ser extraordinario y superior que pueda deshacer el contrato diabólico, devolver al dueño su vida y su alma y el tesoro a sus legítimos poseedores: los indios.

Pero como quiera que con este primer aviso no se hubieran morigerado, en lo absoluto, los vicios y la codicia, y continuaran la extorsión y el abuso, los sacerdotes del pueblo mochica, que actuaban subterráneamente, decidieron probar sus poderes mágicos, intentando una acción más decisiva e importante.

Uno de los más ancianos, de los más sabios y de los más experimentados era sin duda alguna Tano Cunto, que había sido uno de los sacerdotes principales del adoratorio público de Apurlé, antigua ciudad cercana al actual pueblo de Motupe, y cuyas ruinas aún existen, especialmente el templo, se ofreció para intentar la prueba.

Aceptando las exigencias de los españoles se dirigió a Motupe, portando numerosos objetos de oro, y en presencia de los presuntos dueños hizo una hoguera de maderas desconocidas y lanzó a ella los artículos valiosos que llevaba. En seguida pronunció ciertas frases, en un idioma desconocido para todos, palabras incoherentes, voces estridentes, gritos llamativos, reclamos enfáticos, signos raros, todo lo cual tenía el valor de avivar las llamas, y al tocar, con sus manos, la leña de la hoguera el metal se derritió, convirtiéndose en sangre; real y verdadera.

Y al conjuro de aquellos mamtrams o palabras de poder, dijo: “Este oro que tanto deseáis está formado, de nuestra propia sangre. Si tomáis el oro os alimentareis con esa sangre. Días vendrán en que otros hombres os despojarán de este oro y vosotros daréis, en cambio, vuestra misma sangre, porque una sola es la ley y es para todos igual. Mientras tanto este oro, convertido en líquido rojo, en sangre humana, se infiltrará en el suelo y volverá a la madre Tierra de su origen, ya que mi Dios, quien lo hizo para nosotros, quiere que siempre nos pertenezca. Escoged, pues, el oro es la sangre”.

Y entre la densa y espesa nube el humo, rojo como la sangre y amarillo como el oro, desapareció la endeble figura de Tano Cunto, quien realizó, de esta manera, el último de los milagros de la religión mochica.

(Arreglado de conformidad con diversos relatos).





CUANDO SAN JUAN BAJA EL DEDO Y SAN ANTONIO DA EL AGUA



Con motivo de las inundaciones y las avenidas de principios de 1578, que destruyeron los pueblos y deterioraron las campiñas del Departamento de Lambayeque, se hicieron rogativas públicas y procesiones solemnes en todas las ciudades, pidiendo al Cielo la cesación de aquel desastre.

Mochumí, el pueblo de Nuestra Señora de la Limpia Concepción de Mochumí, se distinguió por el fervor y la profusión de los ritos y ceremonias celebradas, seguramente porque fue el más azotado por aquella calamidad. En efecto, todo el pueblo quedó inundado, las casas destruidas, las cosechas perdidas y los animales ahogados. Sólo se salvó de aquella furiosa avalancha de las aguas la iglesia del pueblo, en cuyo techo fueron colocados los santos que le pertenecían, para salvarlos del incontenible elemento. Fue el definitivo desastre del pueblo, de donde queda explicado por qué fue también el que más interés tuviera en aplacar la cólera divina.

La inundación había destruido la alcantarilla, de San Juan Bautista, que era por donde se regaban los campos de Mochumí, alcantarilla que a su vez era un ramal de la acequia principal de Jayanca, llamada también acequia de Chanchachalá, habiéndose perdido, por este motivo, los sembríos de maíz, yuca y tabaco, que, habían hecho los mochumanos. Cesadas las lluvias volvieron los pueblos a trabajar, en la agricultura, procurando resarcirse de las pérdidas sufridas, pero no existiendo cauces, por donde las aguas pudieran discurrir hacía Mochumí, las gentes de este pueblo se enredaron en un largo y ruidoso pleito con los pueblos de Jayanca, Pacora e Illimo, sobre el mejor derecho al uso de los cauces y al aprovechamiento de las aguas, para las sementeras que les eran necesarias.

Como los de Mochumí llevaran todas las de perder, consideraron que si de los hombres no podían obtener lo que tanto anhelaban se verían en la necesidad de pedirlo a los Dioses y escogiendo a dos santos a ellos se dirigieron. Uno era San Juan Bautista y el otro San Antonio de Padua. Al primero le pidieron cauces y al segundo le solicitaron agua, aún cuando lo curioso del caso reside en que ninguna de estas dos imágenes existía en la iglesia de Mochumí, debido a que se llevaban muy en armonía los dos curas del pueblo que eran Francisco Pacho y Hernando de la Carrera.

Demás está decirlo, pero en aquel ruidoso pleito intervinieron todas las gentes principales de los pueblos cercanos, como eran Salvador Guzmán, Sebastián y Félix de la Cruz Ñarmo, Juan Caxo Calanseq, Alonso Cosca y Francisco de Acosta, gobernadores, pachacas y principales del pueblo de Mochumí; Jerónimo Puyconsoli, quien era cacique principal del repartimiento del pueblo de Jayanca y del de Mórrope; Lorenzo Ruiz, Miguel Caxosoli, Juan Namo, Miguel Cumpén, Jerónimo Puicón, Salvador Normón, Marcos Eju, Pedro Quejeda y Pedro Serquén, pachacas, alcaldes, segundas personas e indios principales de Pacora. Este asunto se ventiló ante don Gabriel de Barreda, Corregidor y Justicia Mayor del Corregimiento de Saña, Chiclayo y Lambayeque, siendo Protector de los naturales don Agustín de Suárez Inostroza y ante el escribano de su Majestad, don Bernabé Rentero.

Según los documentos acompañados y los recursos presentados, los de Jayanca negaron a los de Mochumí el derecho para usar la alcantarilla de San Juan Bautista o quebrada de Chanchachalá, sosteniendo que la quebrada de Chanchachalá la compraron nuestros antepasados al cacique de Penachí muchos años antes que los españoles entraran en este reino, con presentes de sal, ají y piezas de ropa”.Pero a pesar de esta poderosa razón, el Corregidor Barreda ordenó que siguiera discurriendo el agua, por la alcantarilla de San Juan Bautista, para, los de Mochumí, con la única obligación para éstos de acudir con cien indios efectivos para la dicha limpia y reparo de dicha acequia, los cuales han de ir con sus lampas y aderezos necesarios, y sin que dicho pueblo de Jayanca sea obligado a darles con alguna ni por vía de jornal, ni para el sustento.

Después de las copiosas avenidas e inundaciones de 1578 siguieron varios años de enorme escasez, lo que obligó a todos los pueblos y especialmente al de Mochumí, que no tenía ni siquiera cauce, a recurrir nuevamente a sus santos, a sus rogativas, a sus procesiones y a sus plegarias, pidiendo precisamente lo contrario de aquello que había solicitado antes, esto es que lloviera.

Era en aquel tiempo encomendera de Jayanca doña Isabel de Palomino según un fallo de la Real Audiencia de Lima, de fecha 4 de diciembre de 1580, época en la cual Jayanca poseía dos tambos, el de Francisco Lobo y el de Diego Gutiérrez, y además, 1 248 indios tributarios, quienes pagaban anualmente a su encomendera 4,640 pesos. Esta beatífica encomendera quiso sostener que su pueblo, o sea San Salvador de Jayanca, tenía mucha agua porque poseía la imagen de San Antonio de Padua, santo por el cual tenía gran devoción, imagen que era de su propiedad y que ella misma había colocado en su propio altar, en la Iglesia de Jayanca.

Decidieron los de Mochumí robarse esta imagen lo mismo que la de San Juan Bautista, y la víspera del día en que debiera realizarse este hecho, un sábado, a principios de 1583, doña Isabel de Palomino, que era una verdadera aficionada a la cría de aves, oyó que una de sus mejores y más afamadas gallinas ponedoras, comenzó a cantar, como si fuera un verdadero gallo, lo que produjo enorme confusión y temor entre las gentes de la casa, por considerarlo como un presagio de la mayor desgracia, urgiéndola, doña Dionisia, su negra esclava, para que ordenara el inmediato sacrificio de aquel volátil, única manera de contener el peligroso anuncio; pero la encomendera amaba tanto a su ponedora gallina que desoyó el consejo. Por esto, cuando se realizó el robo de la imagen de San Antonio, la gente se reafirmó en la idea, y se hizo carne la creencia general, de que cuando la gallina cantaba como gallo se producía una inmediata desgracia, si no fuere sacrificada la autora del anuncio.

Juan Caxo Calanseq, indio rnochumano, ladino y sutil, aceptando aquella teoría de la encomendera de Jayanca, sobre San Antonio y la abundancia de agua, le propuso la compra de la imagen, no seguramente por la devoción que tuviera por ella, sino para probar si con !a presencia de aquel santo, en la iglesia de Mochumí, aumentaba el agua para este pueblo, pero al ser rechazada su oferta se concitó con sus compañeros, para robarse esa imagen y la de San Juan Bautista, haciendo con ambas una solemne procesión.


Ya hemos dicho que Mochumí no poseía ninguna de las dos imágenes, porque la de San Antonio de Padua la tenía Jayanca y la de San Juan Bautista se encontraba en la iglesia del pueblo de San Juan de Illimo. Con esta imagen se procedió en forma drástica también, porque Juan Caxo comisionó a sus hermanos Félix y Sebastián de la Cruz , para que se sustrajeran a San Juan, de la Iglesia de Illimo.

Un día domingo, en la madrugada, las dos comisiones de robadores de santos cumplían su cometido, dirigidos mentalmente por Juan Caxo, quien creía mas en el Sol que en el Padre Eterno y más, mucho más en la Luna que en la Virgen María , ingresando los comisionados con ambas imágenes, bajo sendos ponchos de algodón, siendo esperados en la entrada de la Iglesia de Mochumí por el pueblo en pleno, que se había reunido con tal finalidad, dirigido y excitado por el autor de aquel asalto. Ya estaban listas las dos andas y de inmediato se procedió a efectuar la pomposa procesión por todo el pueblo, con los ritos y rogativas conocidas.

Pero en realidad no sólo era este el objetivo de Juan Caxo y su gente. No sólo las rogativas y las procesiones debieran surtir su deseado efecto. Sabíase que la encomendera de Jayanca había dicho que Mochumí tendría agua cuando San Antonio se mojara y los de Illimo sostenían que los mochumanos poseerían cauces cuando San Juan bajara el dedo. Por eso, Juan Caxo y su gente de Mochumí, querían deshacer ambos presagios y lo consiguieron Por eso es que la imagen de San Juan estaba con una mano menos y la de San Antonio se hallaba totalmente empapada, cuando hicieron su recorrido por Mochumí, saludados con cánticos, letanías, rosarios, etc.

Pero como quiera que ambos santos, seguramente por el cambio de clima o por no estar de acuerdo con, los métodos bruscos puestos en práctica, por sus nuevos feligreses, para la producción de los esperados milagros que no se produjeron, pidieron mentalmente o milagrosamente la ayuda de sus respectivos pueblos, llegando el cura de Jayanca, don Alonso Núñez de Sant. Pedro, con gente de la encomendera y el cura de Illimo, Esteban Ramos, con gente de su pueblo, en son de guerra, a rescatar sus preciadas imágenes. Los de Mochumí, no queriendo luchar dejaron ambas imágenes a la puerta de su iglesia, pero metidas dentro de un depósito de chicha cada una, para que las personas de los santos, en los Cielos, se llegaran a dar cuenta de que en Mochumí no había agua, ni para beber, y se obligaran de esta manera a proporcionarla.

Al día siguiente se produjo una copiosa lluvia y poco después dio su resolución don Gabriel Barreda, que ponía fin a aquel litigio, autorizando a los de Mochumí para usar la alcantarilla de San Juan Bautista, resolución que fue dictada en la ciudad de Lambayeque, el 28 de julio de 1584.

Desde entonces se aceptó, como segura tradición clásica, que para obtener agua en abundancia y buenos y seguros cauces, bastaba con bajar la mano de Sen Juan Bautista y meter a San Antonio en una botija de agua, y si se le ponía boca abajo, mejor aún.

Y de esta manera los mochumanos no sólo obtuvieron agua y cauces, sino también el honor de volverse autores de esta tradición.

(Arreglado según una antigua creencia).



LOS TRES SACRISTANES



Manongo, Manuel y Manonguito se llamaron un abuelo, un padre y un hijo de una misma generación de sacristanes de la iglesia de Lambayeque, y quienes se apellidaban Challán. Fueron ellos los representantes, de la última generación de su especie profesional y como tales, última esencia de una vieja tradición, precisa indicar el origen de ese monopolio.

¿Se heredaba este oficio por la experiencia que, tenían, por la enseñanza que se sucedía o por la eficiencia de sus conocimientos? Absolutamente no. Existía para ello una razón de carácter tradicionalmente fundamental.

Sabido es que aquellos sacristanes tenían varias y múltiples obligaciones, derivadas de sus propios cargos, como eran repicar las campanas, ayudar a misa, abrir y cerrar las puertas de! templo, cuidar de su aseo, iluminar los altares, arreglar las andas, quemar cohetes y ruedas y recolectar limosnas, para las festividades. Estas eran realmente sus obligaciones, pero virtualmente, desempeñaban una función mucho más elevada y de mayor importancia, de conformidad con la siguiente tradición.

Hacia principios del siglo XV la piratería en nuestras costas era cosa común y peligrosa. Especialmente en 1629 las costas peruanas fueron asoladas materialmente por los piratas holandeses, que mandaba Jacobo de L´Hermite, quien con once naves y más de mil hombres de tripulación se había hecho dueño de las aguas marinas-del Perú, apoderándose de la isla de San Lorenzo, donde según tradición murió y se halla enterrado, habiéndose retirado sus secuaces a las costas de Méjico.

A fin de evitar que estos piratas aprisionaran a los servidores del Rey de España y les quitaran los tesoros que llevaban o las mercaderías que traían, se resolvió que mientras durara esta situación de inestabilidad, debiera hacerse el recorrido de las costas por tierra. Fue por esta razón que el Virrey, don Luis Jerónimo Fernández de Cabrera, conde de Chinchón, llegó a Lima, recorriendo la costa norte del Perú, por tierra, a principios de enero de 1629, habiéndole seguido en la misma ruta su esposa, doña Francisca Henríquez de Rivera, la Virreyna , quien tenía que hacer el viaje en forma lenta, debido a que se encontraba en cinta. Al llegar a la ciudad de Lambayeque, en los primeros días del mes de febrero del citado año, la Virreyna dio a luz un vastago, que después ostentó el título de Marqués de San Martín de la Vega , quien nació en la calle San Martín, de Lambayeque.

Un acontecimiento como este, de suyo notable, para la época y para el propio pueblo, alborotó a las gentes de la ciudad y especialmente a los nativos, quienes tenían en sus mentes confusas la idea del nacimiento del Redentor del Mundo y el hecho de la adoración por los tres Reyes Magos.

La familia de los Challanes, de rancia nobleza incaica y de exageradas creencias religiosas, se apresuró a rendir su homenaje solemne al recién nacido, y creyendo que por descender de los Incas y ser el nacido un hijo de Virrey, deberían repetir la adoración de los Reyes Magos, tres representantes de aquella familia, abuelo, padre e hijo llegaron a la casa que ocupaba la Virreyna portando, cada uno, en representación de los Reyes Magos, el viejo, oro en polvo, el hombre, incienso y el muchacho, mirra.

Tanto agradó a la Virreyna este gesto de reverencia y de sublime intención que los llenó de regalos y de ofrecimientos, descollando entre estos últimos el de haberles dicho que ellos, así como habían repetido la adoración de los tres Reyes Magos, en la persona de su hijo, tendrían el derecho de ser custodios y guardianes de la fé, y que en consecuencia, ellos en el futuro toda su familia gozarían de igual privilegio, hasta que desaparecieran los hombres de aquella familia o se extinguiera el apellido

Y los tres Challanes oferentes tomaron posesión de sus cargos de sacristanes, para siempre, ingresando a la Iglesia , junto con la propia Virreyna, en un día domingo, en que se celebró una misa especial, la primera en la que ellos tomaban parte y ese mismo día ejecutaron todas sus obligaciones derivadas de ese cargo de sacristanes, como para simbolizar el derecho y perpetuar el dominio.

Y durante trescientos años ese oficio hereditario se vino sucediendo de padres a hijos, sin ninguna interrupción, hasta que extinguidos los varones de la familia, cumplida la tradición, roto el encanto de la promesa se disipó el recuerdo de la simbólica adoración.

Desde entonces la Iglesia de Lambayeque dejó de poseer tres sacristanes de una misma familia, en cuyos cargos se habían venido sucediendo por más de tres siglos consecutivos.

(Relatado por el señor José Tomás Tello).



LEYENDA DE SAN JUAN EL NOVELERO



Antiguamente, en las procesiones de Semana Santa de Lambayeque, que de todas las religiosas eran las más importantes, más vistosas y en las cuales se hacía derroche de gasto y de elegancia, el anda de San Juan Evangelista seguía inmediatamente a la de Jesús Nazareno. Esto se venía realizando sin modificación y sin interrupción ninguna hasta el año de 1607. En la procesión de uno de los días de la Semana Santa , de ese año, cambió de ubicación el anda de San Juan Evangelista y se le obsequió con la denominación de San Juan, “el Novelero”.

Veamos ahora cómo es que se originó esta leyenda, que en realidad tiene el sabor de una conseja.

En la madrugada del martes santo del citado año, el sacristán de la Parroquia de San Pedro, que después se llamó la Ramada de San Pedro, ya que habían cuatro parroquias, al ingresar a la Iglesia , a las cinco de la mañana, por la puerta que da a la Plaza Principal , llamada Puerta del Perdón, quedose extático y deslumbrado al ver que la imagen de San Juan se había convertido en un ser humano, tomando la apariencia de un niño, que se hallaba jugando con otros pequeñuelos de edad semejante. Todos tenían el aspecto de seres celestiales, con vestiduras azules o rosadas, sandalias doradas, bellos y expresivos ojos claros y ensortijados cabellos rubios.

San Juan, seguido de sus compañeros de juego, recorría los altares, se subía a las andas, tocaba el órgano, se encaramaba en el coro y recorría todo el Altar Mayor, que se encontraba casi totalmente ocupado, puesto que se estaba preparando el célebre paso de la Cena , la más importante, la más grande, la más trabajosa y la más pesada de todas las andas de Semana Santa. El sacristán pensó que algunos muchachos de la ciudad se habían introducido clandestinamente en la Iglesia y tomando las ropas de los diferentes santos se divertían a sus anchas; y en tal creencia, absolutamente terrena, pretendió arrojarlos del templo, por el sacrilegio que estaban cometiendo, pero al intentarlo una súbita transformación se produjo en el cuadro.

En efecto, San Juan recuperó sus atributos de tamaño y aspecto, ocupó su anda y el resto de sus compañeros se convirtió a su vez, cada uno, en la efigie que le correspondía, y en forma rápida y fugaz se realizó en la nave central de Iglesia, un ensayo o modelo de procesión, tomando el anda de San Juan la delantera, puesto que ya ocupaba cada santo la suya, mientras aquel recorría, como jefe, toda la caravana.

Ante esta mágica visión, el sacristán cayó al suelo, privado del conocimiento y cuando fue recogido contó al cura, a los feligreses y devotos la extraña aventura, resolviendo todos que se cambiara la ubicación del anda de San Juan, obedeciendo, de esta manera, a tan rara como patética indicación.

Esta novedad recorrió ampliamente el pueblo y fue por esta causa que se dio al santo el mote o sobrenombre de San Juan, “el Novelero”, con el cual se le conoce hasta ahora. Como una clara demostración de acatamiento hacia el hecho mágico realizado, se resolvió, que en el futuro, el anda de San Juan, "el Novelero" fuera conducida en primer lugar, en todas las procesiones, de todos los días de la Semana Santa , que sus cargadores fueran jóvenes o muchachos, para que pudiera jugar a gusto con ellos, en los días piadosos, para que la visión tuviera efectividad y realidad; y, por último, que el anda fuera liviana a fin de que tuviera la mayor facilidad en el recorrido y en la inspección de las procesiones, puesto que realmente, San Juan, “el Novelero”, era algo así como el jefe o capitán general, que las dirigía, conducía y organizaba.

(Relatado por la señora Matilde Zevallos).



LA MANO PELUDA DE LAMBAYEQUE



Cuenta la tradición que en la calle llamada de Santa Catalina, hoy San Martín, cuadra comprendida entre las calles Real y San Roque, que se conocía con el nombre de calle de la Mano Peluda , todas las noches, una mano velluda y grasosa, llamaba insistentemente a todo aquel que por ella transitara, llamado que después se convertía en signo de amenaza. Esa mano aparecía primeramente por una de las dos ventanas de la antigua Escuela de la Patria , que por tanto tiempo dirigiera el maestro Chanamè, y después recorría toda esa cuadra, en actitud de búsqueda y en ademán desafiante.

Indagando sobre las causales de esta visión, que era aceptada por los hombres, temida por las mujeres y terrorífica para los muchachos, la tradición nos cuenta los siguientes hechos: Fray Francisco Díaz de Cabrera fue el primer Obispo de Trujillo, pero debido al terremoto que tuvo lugar en dicha ciudad, el 14 de febrero de 1619, llamado el terremoto de San Valentín, se trasladó a Lambayeque, estableciendo su sede en esta ciudad. A pesar de la orden dada por el Virrey del Perú, Príncipe de Esquilache, para que regresara a Trujillo, el Obispo Cabrera se resistió y desobedeció, habiendo muerto en Lambayeque, el 25 de abril de 1619, siendo por lo tanto esta última ciudad, sede del Obispado de Trujillo por algo más de dos meses.

Según parece, al Obispo Cabrera, que había instalado su oficina en la indicada Escuela de la Patria , seguramente para estar más cerca de la iglesia y de la casa parroquial, le había mortificado profundamente la orden y no sólo la había desobedecido, sino que le había enviado algunos recados y misivas poco afectuosas al Virrey, quien exasperado por tales hechos le mandó decir que ya tendría “oportunidad de agarrarlo”. En cambio, el Obispo, que contaba únicamente con sus prerrogativas canónicas se contentó con responder: “Primero lo agarraré yo”, y pretendió formular un remedo de excomunión, haciendo el signo condenatorio, pero la muerte piadosa se lo llevó a la tumba, junto con su cólera y sus deseos.

De aquí resulta claramente explicado por qué el Obispo, no habiendo podido “agarrar”, en vida al Virrey, pretendía hacerlo ya muerto, y por cuya causa todas las noches, alrededor de las diez, hora en que falleció el Obispo Cabrera, su mano peluda y gordiflona vaga en búsqueda afanosa del Príncipe de Esquilache, quizás para darle algunos mojicones o tal vez para hacerle el signo maléfico del anatema.

Con el fin de contrariar, hasta el mayor extremo al Virrey del Perú, el Obispo Cabrera, no sólo no quiso regresar de Obispo a Trujillo, sino que tampoco quiso entrar allí en calidad de cadáver y, para este fin, dio instrucciones precisas para que se le sepultara en la Iglesia de Lambayeque.

Y en efecto, el Obispo de Trujillo, Fray Francisco Díaz de Cabrera, se encuentra sepultado en el altar del Rosario, como religioso dominico que era, entre la pared maestra que sostiene el retablo y el camarín de la Virgen. Cuando el cura de Lambayeque, don Justo Modesto Rubiños y de Andrade, en 1777, después de más de un siglo, hizo cambiar el retablo antiguo por el nuevo, encontró el cadáver, con su mitra de cartón, dorado y en el ataúd las letras siguientes: Y. R. D. D. F. F. - C. E. I., que tradujo así: “Ilusstríssimo y Reverendíssimo Señor doctor don Fray Francisco Cabrera, Obispo de Trujillo”.

(Tomado de una antigua tradición lambayecana).



OLMOS, EL CERCO QUE CAE Y LA MISIÓN DEL DIABLO



Es en el pueblo de Olmos donde hasta ahora se conserva la tradicional costumbre del derecho de comunidad incaico, sobre, la propiedad de las tierras.

Actualmente existen tierras de la comunidad de Olmos; pero solamente los naturales del lugar o los casados con olmanas tienen derecho á usufructuar de los pastos para los ganados y de labrar los terrenos.

Para el ejercicio de este último derecho se requiere que el presunto dueño proceda a cercar su futura propiedad, pudiendo escoger la que más le convenga, con la única condición prohibitiva de que ella no pertenezca a ningún otro de sus paisanos. Este terreno, ya cercado, permanece con el poseedor hasta que el cerco cae, por cualquiera circunstancia, perdiendo sus límites, en cuyo caso vuelve automáticamente a ser propiedad comunal.

Tal es hasta hoy la costumbre; pero examinemos su origen. Al respecto existe una leyenda y una tradición.

La primera proclama que es el diablo el que pretendiendo aumentar su dominación terrenal se ocupa, en las noches, de derribar los cercos que limitan las mejores propiedades, para tener derecho a ellas y proceder a su propia labranza y cuidado, labores que ejecuta sólo durante tres horas, de 12 a 3 de la noche. En esa forma, el diablo no sólo aumenta, su latifundismo, haciendo acopio de propiedades y de víveres, sino que va aumentando y ejercitando también su autoridad moral sobre la Tierra.Esta influencia maléfica no terminará sino hasta que todos los olmanos se resuelvan a acabar todas sus dificultades intestinas y sus cuestiones personales, cuando hagan de sus campos uno tan sólo, sin linderos, límites o dueños particulares, y procedan a efectuar, en común y para todos, los trabajos agrícolas, disfrutando equitativamente de los productos.

La tradición, que tiene un gran fondo de verdad histórica, cuenta lo siguiente.

Olmos, el pueblo de Santo Domingo de Olmos, fue fundado por don Bernardino Loayza, Visitador General del Virreynato del Perú, según decreto expedido, en Motupe, límite de la jurisdicción de Piura, el 27 de junio de 1573, siendo Virrey del Perú don Francisco de Toledo, refundiendo en uno solo los pueblos de Santo Vélico y Copis, que ya existían, puesto que se trataba de la refundición de tres pueblos en uno solo. En aquella época eran encomenderos de estos dos últimos pueblos doña Catalina de Prado y don Diego Sandoval, respectivamente.

En junio de 1569 murió en Tierra Firme Juan Cortez, vecando el repartimiento de Olmos y Santo Vélico, el cual valía 1,200 pesos. El Virrey Toledo, “dio de esta suma 300 pesos de plata ensayada y marcada, por su vida, a Contreras de Vargas, viuda y mujer que fue del capitán Juan Saavedra, a quien ahorcó Gonzalo Pizarro”. Poco después, el “10 de octubre de 1570 se situaron a Francisco de la Torre 300 pesos ensayados sobre el repartimiento de Olmos y Santo Vélico”, por que sirvió a Su Majestad en 43 años. También "a Rodrigo de Villalobos, Alférez del Virrey Blasco Núñez de Vela se le sitúan 300 pesos en el repartimiento de Olmos y Santo Vélico, por dos vidas”.

Todos estos terrenos vendidos, partidos y repartidos median 878 cordeladas o sean 352,280 metros , con un precio de 1,200 pesos.

Aunque en realidad esa medida y aquella moneda, la cordelada y el peso, eran las oficiales, se usaba también la pellejada y la sombrerada. La primera como medida agraria y la segunda como tipo de moneda o mejor dicho de transacción comercial. Para la aplicación de ambas se procedía en la forma siguiente. Cuando se iba a realizar alguna venta de terreno, el vendedor, portaba, por todo elemento, un cuero o pellejo de res, que convertía en una tira larga, pues lo cortaba, partiendo de la periferia hacia el centro, el cual, después de retorcido convenientemente, servía de medida. Todo lo que alcanzara a medir esta tira de cuero de res o pellejo se llamaba una pellejada.

Para satisfacer el valor de aquel terreno así medido o “apellejado”, el comprador hacía entrega, al dueño, de uno o varios sombreros, totalmente llenos de la moneda de antemano convenida y a este método de pago se le denominaban “sombrerada”.

Fácil es suponer cómo con un cuero grande y un sombrero pequeño la serie de transacciones más o menos dudosa que podrían efectuarse. Y aquí está el origen de la tradición de los terrenos comunales de Olmos y los cercos caídos.

Los españoles, duchos en el arte de engañar a los nativos, procedieron a comprarse todos o la gran mayoría de los terrenos de la comunidad de Olmos, empleando, como compradores, los cueros más grandes y exigiendo a los indios que les pagaran en los sombreros de la mayor dimensión posible, por cuyo método, de gran talento económico y de suma inteligencia financista y crematística, se hicieron dueños de los feraces campos del lugar.

De hecho, pues, los pueblos de Olmos, Santo Vélico y Copis fueron acaparados o monopolizados por los españoles, no teniendo, los nativos otra cosa que hacer sino convertirse en peones de sus propios terrenos, tan maliciosamente adquiridos por sus extorsionadores.

Pero una noche, reunidos todos los antiguos dueños de terrenos de esos tres pueblos, resolvieron apoderarse, por la fuerza, de lo que era suyo, como sus legítimos dueños, y al efecto procedieron, con la mayor cautela, a matar todo el ganado, a malograr los sembríos y a quemar o derribar los cercos de las propiedades repartidas o vendidas, de todos los españoles, quienes por tales pérdidas tuvieron que abandonar esos lugares, a pesar de las reclamaciones y juicios consiguientes, habiendo procedido, los olmanos, a tomarlas para sí, estableciéndose, desde aquella época, la costumbre y tradición, que se conserva hasta hoy, que cerco que se cae o es destruido significa que el terreno que delimitaba ya no tiene dueño y regresa a poder de la comunidad.

Entre los viejos olmanos aún existe una tradición oral en virtud de !a cual los primeros habitantes de Olmos se habrían establecido en cinco sitios diferentes, que son: Los Yurúes, entre Sechura y Mórrope, dedicándose al arrieraje; en Ficuar, más al sur, tornándose en agricultores; en San Cristóbal, más al este de Ficuar, de donde también salieron por la falta de agua; en Cascajal, dos leguas al norte del actual pueblo de Olmos.

Encontrándose el pueblo de Copis inmediato al de Cascajal se suscitaron, pleitos, entre sus habitantes, por reclamaciones de pastos y ganados, hasta que se refundieron ambos pueblos en el actual de Santo Domingo de Olmos o Santo Vélico, que quiere decir, cerro o árbol del Sol, corrupción de Sunto Huilca.

Por eso es que poseen tantos terrenos de comunidad.

(Conforme a una antigua tradición olmana).



LEMURES Y MOCHICAS



Es el cadillo una planta pequeña, erizada de fuertes espinas chicas, que debido a las numerosas estrías que contiene se adhiere fuertemente a todo lo que roza. Abunda especialmente en las plantaciones de arroz, cono yerba mala.

Si se nos dijera que en cada planta de cadillo existe una leyenda clásica, una antigua creencia, una curiosa tradición tendríamos la necesidad de probarlo. A tal fin tiende la presente historia.

¿Por qué el cadillo está erizado de espinas, por qué hiere, por qué es tan perseverante en su actitud? He aquí las preguntas de ritual. Tratemos de descifrar el enigma, pudiendo adelantarnos a afirmar que el cadillo representa la maldad de un viejo sacerdote, cuya acción malsana se perpetúa, debido a una maldición.

La historia es muy antigua, ya que no sólo es precolombina y preincaica, sino también premochica.

Se remonta a la existencia del continente Lemus en cuya palabra, los más atrevidos soñadores, hallan el origen del vocablo mochica o muchica, haciendo aparecer como de igual significado la última sílaba de la voz Lemur y la primera de la palabra muchica. Algo más avanzan los creyentes en esta curiosa teoría y sostienen que si Ni o Mu quiere decir el mar en mochica, se debe a que Mu, última sílaba de la palabra Lémur significa agua, debido a la importancia que este elemento tuvo en la tan discutida civilización de dicho continente.



Campeón que estructuró la civilización mochica fue Chaparrioc, quien llegó de las altas sierras, descendió a los valles recorrió todo el norte del Perú actual acompañado de unos guerreros gigantes, quienes sometiendo a los lémures echaron las bases de la primitiva civilización mochica.

Las huellas de su recorrido triunfante se encuentran en el cerro de su nombre o cerro de Chaparrí, en el cerro Mulato, en el cerro o morro de Eten, en el cerro Rajado y en las ruinas de Apurlé, por hallarse en el primero una mata de higuera, símbolo y emblema primario de la civilización mochica; en el segundo la escritura pictográfica de dicha civilización; en el tercero una muralla de piedra, que servía para combatir y detener a sus enemigos; en el cerro Rajado, llamado así por las huellas o rajas que ostenta, la prueba de sus luchas en Apurlé, vieja ciudad, ya destruida, las ruinan de su antiguo palacio. Según este itinerario, Chaparrioc llego del oriente y recorrió nuestras tierras de sur a norte, como prueba de su existencia aún quedan todas sus huellas, materiales en dichos lugares, a excepción de la planta de higuera.

Chaparrioc vivió luchando con los poderosos magos lémures, cuyo jefe suprema era Yanahuanca, por todos los ámbitos de la costa norte peruana, hasta que muerto el príncipe lémur, por el propio jefe mochica, y terminaba la misión de éste, que tendía al establecimiento de los poderes benéficos, Chaparrioc murió también, aunque ambos se encuentran convertidos en dos cerros, que llevan sus mismos nombres.

La civilización mochica adoraba a la Luna y a las estrellas y la civilización lemúrida a las aguas. Aquella simbolizaba en la plata, por su color semejante al de aquel astro, sus ritos y sus ceremonias y tenía en sus templos ídolos hechos de aquel metal, que representaban a su diosa, en forma de mujer, en profusión de tamaños y aspectos.

Cuando más enconada era la lucha, entre ambas civilizaciones, la mochica, la de la evolución y la lémur, la disolvente, que en principio eran dos corrientes psíquicas opuestas, dos poderes mentales en pugna y en realidad la lucha ideológica de dos hombres, Yanahuanca, el rey -sacerdote de los poderes nebulosos, logró que su más adicto servidor y lugarteniente, el mago Callajac se introdujera en uno de los templos del culto mochica y procediendo a efectuar sus actos rituales perversos, hiriera con largas y agudas espinas el corazón y los ojos de los ídolos más preciados, para que de esta manera, y por medio de una oculta relación espiritual; fuera herido también su mortal enemigo, Chaparrioc, el jefe del culto mochica y éste viniera a menos.

Era noche de Luna llena y en la cual se realizaban las más excelsas ceremonias sacerdotales. El templo del cerro Mulato se hallaba enteramente desierto, porque según la costumbre ritualista de los primitivos mochicas sus oraciones, sus sacrificios y sus rezos deberían verificarse al aire libre, para contemplar mejor a su diosa y adorarla.

Callajac, el poderoso mago lémur, está ingresando, enteramente solo al templo. Se cubre la cabeza con una especie de gorro, hecho da lana de carnero, de color pardo; lleva poncho corto; calzones altos, hechos de piel de venado; en una mano porta el arco y en la otra las espinas, para la obra impía tan ansiada. Un calabazo lleno de un misterioso líquido le pende del cinturón, que es de bejuco retorcido.

¿Pero cómo- podrán las espinas, de madera reseca introducirse en los ídolos de plata maciza? ¿Cómo podrá ser atravesado el metal? No importa. Callajac lleva conmigo el líquido destructor, el filtro de la interpenetración, el licor disolvente, cuya producción ha costado muchas noches de paciente labor, al cónclave de los magos negros de Lemuria.

La composición del misterioso líquido es desconocida, pero su efecto es inmediato. Y Callajac. seguro del resultado, derramó sobre el ídolo más grande, aquel que se encontraba en el centro del recinto, y que representaba a una mujer totalmente vestida, para mayor respeto aún, todo el valioso contenido e incontinenti, con las espinas del sacrificio hiere, horada, atraviesa, agujerea los ojos y el corazón del ídolo, constante, seguida, ensañadamente.

Pero al primer pinchazo, Chaparrioc, que preside como jefe político e instructor religioso, la ceremonia sacerdotal del pueblo mochica, siente todo en su propia cuerpo, porque debido al hilo sutil e invisible, que es el propio hilo de la vida. Chaparrioc, se halla dentro del ídolo, en espíritu, y el ídolo vive en él. Por lo tanto, lo que al ídolo se haga repercute en el cuerpo y en el alma del jefe.

Chaparrioc, sin abandonar su lugar de ceremonias, cierra los ojos y por el poder de la clarividencia de que está dotado se encuentra, al mismo tiempo, en espíritu; al lado de Callajac, y le dice:

“Si sólo sabes herir, hiere siempre; si lo que pretendes es destruir, serás destruido; si lo que quieres es hacer daño, tan sólo daño recibirás y si son tus armas las espinas, en espinas te convertirás”.

Y diciendo esto, que es una maldición, un anatema, un castigo, Callajac se tornó en cadillo, lleno de espinas, hiriendo siempre y condenado a ser destruido por los elementos, por los hombres y por los animales.

Fue desde entonces que tuvo su origen la planta del cadillo, la cual no tiene esperanza de remisión, ya que el conjuro de Chaparrioc hizo eterno el castigo, sin salvación, sin término y sin fin.

Y Chaparrioc, vuelto a su cuerpo, que había dejado momentáneamente en la planicie del ceremonial, regresó al templo del cerro Mulato enteramente solo, se encerró en él, con el ídolo de plata al lado, durante tres días y tres noches consecutivas, y se dedicó a reconstruirlo y a modelarlo de nuevo, gracias a sus poderes ocultos.

Solamente así, por un acto de magia, pudo triunfar definitivamente y florecer la civilización mochica, que se lanzó, desde ese momento, en franca y abierta lucha con los poderosos magos lémures y destruyó sus simientes políticas perversas y aniquiló sus principios religiosos malsanos.

(Arreglado conforme a un relato del Ingeniero señor Julio C. Rivadeneyra).



PRIMERO PAISANO QUE DIOS



Es èsta la tradición más moderna, pero de seguro la más popular y conocida.

La observación más saltante y la pregunta consistente es esta: “Por qué Dios después del paisano” tratemos de responderla.

Hacia mediados del mes de abril de 1743, se realizaban en la ciudad de Lambayeque los pomposos y sagrados ritos de la Semana Santa , con sus profusas ceremonias y vistosas procesiones. Por aquella época la ciudad entera se llenaba de fervor y de fé. Era sacrilegio no vestir de negro; el que trabajara era censurado; jugar o hacer ruidos estridentes, producía la inmediata protesta y hasta las conversaciones deberían producirse en voz baja o a media voz. Nadie se hubiera atrevido a faltar a estos formulismos antiguos, que se habían arraigado, como un nuevo artículo de dogmática fé, ya que la experiencia tradicional había probado que era la fórmula más segura para atraerse la benevolencia de los Dioses.

En aquel tiempo, cada familia linajuda y adinerada, se imponía la obligación, que se convertía en herencia y que se sucedía a través de las generaciones, de celebrar y verificar, con su propio peculio, una de las procesiones de Semana Santa o por lo menos de arreglar o “vestir” un anda.

Don Cristóbal de Pesantes y Bracamonte, antiguo Lambayecano, tenía a su cargo la realización del célebre paso de La Cena , sin duda alguna la labor más difícil y la que requería mayor dedicación, atención y gasto, Puesto que en aquella anda se veían juntas hasta quince imágenes, se empleaba en arreglarla cerca de dos semanas y eran cosa de treinta los cargadores que tenían la misión de realizar su recorrido, largo y pausado, por toca la ciudad, no sólo por el peso que significa ese número de santos, sino también porque el anda estaba hecha de madera de "faique" y de "algarrobo", con incrustaciones y guarniciones de plata labrada.

Eran las tres de la madrugada del día Jueves Santo, del año 1743 y la procesión de ese día se encontraba ya de vuelta en la Iglesia. Se trataba de desarreglar el anda y colocar a cada santo y sus elementos en su respectivo altar. Vigilaba esta labor el propio devoto, don Cristóbal de Pesantes, auxiliado por don Diego Vigíl del Castillo, su amigo de la infancia, su pariente y su paisano, siendo servidos, ambos, por familiares, amigos, devotos y empleados.

Cuando Vigil del Castillo se ocupaba de bajar, del anda, la imagen de Jesús, el vestido del Señor se incendió, por haber rozado con una de las tantas velas que alumbraban la escena, propagándose., rápidamente el fuego al vestido de Vigil. Este, con sin igual valor y devoción, se preocupaba más de salvar la imagen que de su propia persona. El peligro común produjo la consiguiente angustia: los asistentes gritaban; el sacristán, pretendía apagar el incendio, que ya había tomado proporciones; el cura, que era el insular don Pedro de Solis, se arrodillaba frente al altar de la Virgen del Carmen, va que la escena se realizaba entre el pulpito y el altar mayor, impetrando la ayuda celestial*, unos corrían desordenadamente y los más fugaron del templo.

En medio de la general algarabía se escuchaban preferentemente dos voces, la del sacristán, que decía: ¡”Salvad la imagen de Nuestro Señor!” y la de don Cristóbal de Pesantes, que dominando el tumulto respondió: “No. Primero mi paisano”, con lo cual quería designar a Vigil del Castillo, como cariñosamente lo nominaba. “¿Cómo, arguyó el sacristán, primero el paisano que el Señor?”. “Sí, respondió. Pesantes, yo compraré una imagen mejor que esa si se quema, pero si mi paisano muere no podré reemplazarlo. Primero mi paisano que el Señor”.

Y este hecho, con aquel breve diálogo, se vino contando y repitiendo; la tradición oral lo conduce hasta nosotros, y sin temor de perpetuar esas sacrílegas palabras y generalizando el hecho, se convirtió, ese arranque de cariño de don Cristóbal de Pesantes y Bracamonte, en el dicho célebre, popular y único, que dice “Primero paisano que Dios”.

(Según relato hecho al autor, por la señora Blaza Rioja)



RIEGO DE BLANCOS, RIEGO DE ZAMBOS, RIEGO DE NEGROS



En los meses de febrero marzo de 1578 se produjeron los aguaceros más torrenciales y destructores de la costa Norte de Perú, siendo azotado especialmente por esta calamidad, que se convirtió en inundación casi general, la costa del Departamento de Lambayeque. Aquel torrente de las aguas destruyó todas las acequias y cauces, aún los construidos por los Incas y especialmente dio fin a la existencia de uno de los dos Taimis que existían en aquel tiempo, al Taimi de Túcume, quedando el Taimi de Ferreñafe. Trabajaron en la reparación de estos daños, por más de tres meses, cerca de dos mil indios, al mando de don Juan Monroy, Corregidor de la ciudad de Saña, siendo el tambero del pueblo Rodrigo de Páez y de Saavedra.

Por aquella época ya se encontraban en vigencia las Ordenanzas sobre aguas de regadío, que dictó el doctor don Gregorio González de Cuenca, con fecha 3 Marzo de 1567, lo mismo que su respectiva reglamentación según Real Cédula de 4 de Setiembre de 1570, relativa a la mejor distribución y aprovechamiento de las aguas de ambos Taimis.

Era cacique principal de Ferreñafe, don Juan Capllón, gobernador del repartimiento de Collique, don Martín Farrochumbi y del de Lambayeque, don Francisco Quiña. Mientras don Juan Oses representaba al primero, los dos segundos le encomendaron su defensa a don Melchor de Osorno, en la contienda judicial promovida por aquel, acusando a los indios de Collique y Lambayeque de haber abierto tres acequias en el Taimi de Ferreñafe.

Con el objetivo ulterior de congraciarse con los españoles y ganar el pleito, don Martín Farrochumbi, a quien le decían “el Viejo” y también “el Petrucio”, se convirtió a!, cristianismo, haciéndose bautizar, habiendo sido, de esta manera, uno de los primeros naturales convertidos voluntariamente a la nueva religión, en nuestro Departamento. En realidad fue el primer convertido, porque el primer natural o mochica bautizado había sido su padre, o sea Cozco Chumbi, hijo de Esquén Pisan y de Chestán Cegfuin, con el nombre de Pedro; de donde se explica que le dijeran al hijo “el Petrucio” o sea Pedro chico.

En una de las tantas, reuniones verificadas en el propio Taimi, en el fondo mismo del cauce, que era bastante ancho, puesto que esta última palabra es lo que significa Taimi en mochica, se produjo un serio y sangriento incidente entre personeros, litigantes, esclavos indios y zambos ayudantes, que degeneró en contienda general entre todos, lo que dio como consecuencia que tres de las tomas de las diez acequias del Taimi fueran totalmente segadas, en forma tal que hasta la fecha no ha vuelto a discurrir el agua por ellas, a pesar de las bendiciones y rogativas de los curas que acompañaban a los feligreses, y que eran Rodrigo Díaz, de Ferreñafe y Miguel Gutiérrez y Juan de Osorno, de Túcume. Esas tres acequias tenían los nombres de Col, Chin de Choclo y Fala.

A fin de evitarse, entre los naturales, cuestiones futuras, que tuvieran sangrientos resultados y repercusiones dolorosas, sobre los derechos de aguas, resolvieron, los mismos contrincantes, al lado de los propios cadáveres y entre los ayes de los heridos, establecer sus ordenanzas, ya no según las leyes, sino según sus propias costumbres; no por extensión de terrenos o por pago de derechos, sino por diferenciaciones raciales, conviniéndose en establecer, las siguientes medidas o derechos de riego: primero, riego de los blancos, o sea acequia llena y agua hasta la altura de la barba segundo, riego de zambos, esto es acequia media y agua hasta la altura de la cintura, y tercero, riego de negros, o lo que es lo mismo acequia rala y agua a la altura del tobillo.

Y con tres artículos que establecían tres medidas, para tres clases de gentes diferentes se evitaron, por muchos años las enojosas cuestiones derivadas del aprovechamiento de las aguas, en nuestras tierras de sembrío.

(De una antigua tradición popular).



LA CALLE DE LAS TRES CRUCES DE LAMBAYEQUE.



Por regla general todas las cruces, con atributos y bases, eran demarcadoras o recordatorias, y además ornamentales. Algunas alcanzaron fama y fueron objeto de constante devoción, como la Cruz , del Puente y la Cruz del Siglo.

Las tres cruces que existían en la calle del mismo nombre, en la ciudad de Lambayeque, eran recordatorias. Esta calle se extiende desde la calle Grau hasta !a misma orilla del Río Viejo y en las cercanías de este último sitio estaban erigidas dichas cruces.

La tradición ha buscado el origen de este nombre y concluye sosteniéndola en el hecho siguiente.

Por aquel barrio existía un matrimonio, cuya esposa tenía un amante. El esposo ofendido mató a éste y a la infiel, suicidándose después. Los tres cadáveres fueron sepultados en el Cementerio público en nichos cercanos.

En el primer aniversario de dicha tragedia corrió la noticia, por el pueblo, que un viajero había visto, con el natural pavor, en la puerta del Panteón, tres sombras que luchaban mutuamente. Al siguiente año del hecho se volvió a sostener la misma versión, con el agregado de que la lucha se prolongaba por tres horas, de las doce a las tres de la noche, hora esta última en que los tres protagonistas, dé tan tétrica jornada, regresaban a sus nichos, para, descansar un año y al siguiente repetir de nuevo el trágico y macabro cuadro.

A medida que los aniversarios pasaban se agregaban más detalles al hecho. Así, en un año se escucharon los ruidos producidos por el chocar de las osamentas; en otro, los lastimeros gritos de las víctimas y por último, en otro, se sostenía que todo el Cementerio, en pleno, en esas tres horas, se hallaba en el más completo desorden, puesto que todos los cadáveres abandonaban sus sepulturas, unos para tomar parte en la lucha, otros para presenciarla y otros para huir. Y se habían visto cuerpos descarnados, cadáveres en putrefacción, carcanchas y pedazos de esqueletos en el desorden más indescriptible. Se diría que los muertos se hubieran vuelto locos y que el Cementerio era un nuevo Manicomio.

El párroco y los principales vecinos, que tenían sus deudos sepultados en el Cementerio de Lambayeque, considerando que esos hechos turbaban la mansedumbre y el silencio de aquella casa del reposo eterno, precedieron a exhumar a los tres cadáveres, creadores del desorden, sepultandolos en un lugar cercano donde vivieron y en donde se realizó la tragedia, aunque en sitios alejados, uno de otro. ;

Y así fue corno se colocaron las tres cruces, que representaban a cada uno de los protagonistas del drama, lo que dio origen para que se perpetuara el nombre de ese sitio, como el de las Tres Cruces, con que es conocido actualmente.

Ahora mismo, como un recuerdo, como un exorcismo, como una plegaria salvadora, hay creyentes que al pasar por esos lugares se hacen tres cruces o se persignan tres veces seguidas, única manera como se puede evitar que los actores de la muerte vuelvan a abandonar sus sepulturas y reinicien su pavorosa lucha. Pero el peso de la cruz domina sus deseos y el signo de la cruz detiene sus intenciones, ya que nunca más volverán a evadirse de sus sepulturas.

Cronológicamente, este hecho ha debido verificarse hacia fines del siglo XVIII, porque el Cementerio de la ciudad de Lambayeque y su capilla se construyeron hacia mediados de 1784, debido a las gestiones de don Baltazar Jaime Martínez de Compañón y Bujanda, Obispo de Trujillo, en la visita pastoral que realizó a su diócesis, porque se habían sepultado muchos cadáveres en la iglesia.

Sin embargo, posteriormente han sido sepultadas en la Iglesia de la ciudad de Lambayeque, algunas personas, como son: los miembros de la familia Delgado y Moreno, a los pies del altar de Nuestra Señora del Garmen; el cura Eusebio Montalvo, párroco de Santa Catalina, a los pies del altar del Señor de la Exaltación ; Ña Cata, la ferreñafana, en la bóveda del altar de Jesús Nazareno; el cura don Manuel Orbegoso, en la pared lateral interior de la sacristía; el cura Manuel Vargas Machuca, en la pared lateral izquierda del altar mayor y e! Obispo de Trujillo, Francisco Díaz de Cabrera, en el altar del Rosario.

(Según un cuento ofrecido al autor por la señora Tomasa Cascarilla).



LA TORRE INCONCLUSA DE LA IGLESIA DE LAMBAYEQUE



La tradición establece que el tributo que debería' pagar cada indio era el siguiente: “una pieza de ropa, una hanega de maíz, media hanega de trigo y un peso de seis tomines de plata”. Los tributos se juntaban en la casa del cacique, quien era el cobrador, de donde se, explica por qué es que muchos caciques disfrutaran de ingentes bienes de fortuna.

Como es sabido en aquellas lejanas épocas, esto es hacia el siglo XVI, tiempo al cual corresponde esta historia, existía el trabajo personal obligatorio.

A mediados de dicho siglo, exactamente en el año de 1557 se comenzó, la construcción de la iglesia actual de Lambayeque, seguramente uno de los templos más importantes de su género en el norte del Perú, estando a cargo de los trabajos un arquitecto español, apellidado Avendaño, quien dirigía conjuntamente los trabajos dé las iglesias de Mórrope y Sechura.

El 23 de julio de 1575 fallecía, en la ciudad de Lambayeque, don Francisco Feñcum Huerta, Pachace y cacique principal de dicha ciudad, dueño de la parcialidad de Huerta, conocida en la actualidad con el nombre de tierras de Esquén. Según el testamento que tiene la misma fecha que la del fallecimiento, otorgado ante “Rodrigo Manquen, escrivano del cavildo deste pueblo de San Pedro de Lambayeque”, el cacique era persona muy rica, puesto que tenía, de conformidad con el inventario de bienes, 14 terrenos, 2 casas, 98 animales, 50 indios, 22 pesos, 4 tomines, 7 capuces, además de muchos calabazos de maíz, palas, hachas, aperos, coronas, etc.

En dicho testamento consta que dejó para la iglesia de Lambayeque dos pesos de plata, un tomín y el valor de varias misas y responsos.

Como se habrá notado, el cacique no hacía alusión alguna al oro que poseía, lo que se explica porque él fue quien depositó en las bases de la torre actual cinco costalillos llenos de polvo de oro, mezclado con el barro, con la promesa expresa de ofrecer el mismo tributo cuando se comenzara el segundo cuerpo de la otra torre.

Al solicitársele, al cacique, que enviara sus cincuenta indios, para la construcción de la otra torre, tal como se hacía con todos los habitantes pudientes de la ciudad y se le pidió también que cumpliera con su promesa empeñada, de depositar otros cinco costalillos de polvo de oro, el cacique se limitó a enviar a sus indios al trabajo, remitiendo, para el consumo, maíz, dos ovejas y chicha, pero no el oro ofrecido, en razón de que no lo poseía ya.

Por está causa, creyéndose que si una torre no se construía en forma exactamente igual a la otra, en todos sus detalles, no tendría duración, se resolvió esperar hasta que fuera conseguido el polvo de oro, pero con la muerte del cacique se perdió esa oportunidad y después se fue postergando su necesidad hasta la edad presente.

Sin embargo, la tradición, que nada respeta ni perdona, fiel y exacta, dice que la otra torre no podrá ser terminada o que no tendía duración, sino se le pone, en sus bases, otros cinco costalillos de polvo, de oro donados por algún personaje de importancia natural de la ciudad.

(Relatado, al autor, en forma de cuento, por su abuela señora Manuela Paredes).









LA CALLE Y LA CARRETA DEL PALMO DE LAMBAYEQUE



Sabido es que la fiesta del Señor del Palmo o del Señor del Borriquito se realizaba el Domingo de Ramos, primer día de la Semana Santa , y era la más bella, la más alegre, la más vistosa de todas las que se celebraban, puesto que se efectuaba de mañana, siendo sus principales asistentes los niños, quienes portaban palmas primorosamente adornadas y arregladas, con los colores más variados.

Muchas semanas antes de la festividad se veía a los mayordomos, que por mucho tiempo fueron los miembros de la familia Arica, que vivían en la propia calle del Palmo, recorriendo las calles de la ciudad, portando el apero, los frenos, riendas y demás arreos del borriquito aunque eran burras, llamadas la Martina y la Cacimira pidiendo las limosnas consiguientes, solicitud a la cual se le denominaba “la demanda”. Esos diferentes arreos servían como prenda o seguridad para los creyentes o devotos a fin de que se convencieran con esas pruebas materiales, que los productos de dicha “demanda” no servirían para enriquecer los bolsillos de los mayordomos, sino para los gastos de la fiesta.

En esa calle llamada del Palmo vivió mucho tiempo el mayordomo que se encargaba de celebrar dicha fiesta y también vivió en ella doña Manuela Sialer, alias “Piluncha”, mayordoma de la fiesta del Señor de San Martín, que se verificaba el 11 de noviembre de cada año y cuyo mejor número era la corrida de toros, que se realizaba en la misma calle del Palmo, compuesta de una sola cuadra, cerrando ambas boca calles con palos y carretas, ejecutándose suertes de capa a caballo, con toros de la hacienda Bodegones.

El hecho de haber vivido en esa calle el mayordomo de la fiesta del señor del Palmo dio origen a tal nombre.

En cuanto a la tradición de la carreta del Palmo es mucho más antigua y dice que en esa calle vivió un mayordomo, que se encargaba de solicitar las respectivas limosnas para la realización de la festividad, pero hacia principios del año 1740 no cumplió con depositar las limosnas conseguidas, abandonó el culto y dejó sin verificarse los festejos de estilo, y como protesta y castigo, esa misma noche del Domingo de Ramos no celebrado, a las 12 en punto, se presentó, delante de la casa del mayordomo incumplido una carreta toda negra, halada por dos mulos del mismo color, ocupada por esqueletos, que portaban pequeños cirios, que eran canillas de muertos, siendo dirigida y conducida por diablos disfrazados de frailes, todos sin cabeza. El jefe o diablo mayor tocó la puerta de calle, en demanda del mayordomo, quien habiendo enloquecido por la visión, en lugar de retirarse o esconderse, preso del más grande pavor, en veloz carrera, se dirigido al Río Viejo, donde murió ahogado.

Y fue desde entonces que todos los domingos, día del hecho, a las doce de la noche, la escena se repetía exactamente, saliendo la carreta de casa del mayordomo y persiguiendo a su sombra hasta las orillas del Río viejo, donde se perdían ambas visiones.

En la ciudad de Chiclayo también tuvo representación la carreta del Palmo, con el nombre de procesión del diablo, con características muy semejante. En efecto, esa procesión estaba compuesta por una carreta tirada por una sola mula negra, en la cual iban monjes y chanchos, que repartían, aquellos huesos y éstos berridos, con acompañamiento de sonar de cadenas, rodar de toneles, tableteo de maderas, ruido de matracas, tambores destemplados y clarines chillones, anunciando el paso de la procesión del diablo. Terminaba su recorrido, precedida por un cabrito, que iba agrandándose de tamaño, a medida que avanzaba, por la Compuerta , o por la Huaca de los Peredo, sitio que hoy es la jabonería que perteneció a don Enrique Rivera.

Esta procesión se realizaba una sola vez al mes y siempre en día viernes, “en la noche más oscura y en la hora más pesada”.

(Tomado y arreglado según una vieja creencia popular).



LA IGLESIA DE LA VERÓNICA , LA CRUZ LABRADA Y LOS PATITOS DE ORO



A principios del siglo pasado se terminó la construcción de la Iglesia de la Verónica de Chiclayo.

El sitio que hoy ocupa ese templo fue casa que habitó José Leonardo Chiclayo, alias “El Calvo”, quien se dedicaba al negocio de fabricación de azúcar en panes, teniendo una magnífica bodega, al lado de su casa. Sus negocios iban floreciendo y desarrollándose, llegando a ser uno de los naturales más ricos de la ciudad.

En cierta oportunidad, que se hacían unas excavaciones, para colocar unos peroles, se encontró un entierro consistente en muchos objetos de plata labrada, destacándose, por su tamaño, peso y adornos una hermosa cruz de plata, toda maciza, que tenía por característica principal un delicado labrado de la Verónica , secando el sudor del Nazareno, y que por una inexplicable rareza tenía una lejana semejanza con la hija del “Calvo, llamada Angela Chiclayo, “ La Limona ”, mujer del “Lobo”, y padres éstos de “ La Cacica ”, llamada así por la importancia que se daba en lo relativo a su ascendencia incaica, sosteniendo que descendía directamente de los cacique de Sinto, probablemente los primeros habitantes de Chiclayo.

“El Calvo”, siguiendo la creencia de los tiempos y la costumbre de las gentes, pidió al Cielo que “la antimonia” o sea los vapores que despide todo metal que se encuentra mucho tiempo enterrado, no le hicieran daño, prometiendo eregir, con su propio peculio, una iglesia en el misino lugar de su casa o sea en el terreno donde fue encontrado el tesoro, dándole el nombre de Verónica, en recuerdo al dibujo de la cruz labrada y del parecido con su hija preferida. Y la promesa se cumplió, fielmente, por ambas partes, porque el oferente, “El Calvo”, construyó la actual iglesia de la Verónica , y el aceptante el Cielo, no permitió que los vapores del metal hicieran daño en la salud de José Leonardo Chiclayo ni en la de su familia.

Del sitio mismo en que fue encontrado el entierro de la plata labrada salían los patitos de oro, como una prolongación del milagro realizado.

La cría estaba compuesta por cinco patitos, dirigidos por la pata madre, que salían uno detrás de otro, siempre en las noches en que la Luna alumbrara refulgentemente. Del propio lugar del entierro aparecían, pero del color de la plata, y después de recorrer la Huaca de los Peredo y de bañarse en la Compuerta , inmediatamente después del baño, salían convertidos en auténticos patitos de oro, cambiando de color. Despidiendo aurcos destellos y relumbrando en las noches de Luna.

La tradición popular encuentra aquí un motivo para dejarse llevar de su imaginación, y sostiene que si en el terreno de la iglesia de la Verónica se encontró un entierro de objetos de pinta labrada, en la Huaca de los Peredo y en el sitio mismo de la Compuerta se halla repartido un entierro de artículos de oro repujado, pues hay que tenor presente que la pata madre se vuelve de oro al pasar la Huaca mencionada y los patitos esperaban llegar a la misma transmutación una vez que se han bañado en la Compuerta.

(Según relatos del señor Francisco Arbulú Maradiegue y de la señora Natalia de Vidaurre).



“MESTRA” COLETA, LA SANTA


Fue hacia fines de 1771, precisamente cuando más sufriera la ciudad de Lambayeque, como motivo de las inundaciones que prácticamente destruyeron la poblaciòn, cuando vino al mundo “mestra” coleta, santa beata y maestra de escuela.

En dicha época existía el barrio de San Carlos, situado hacia el lado sureste de Lambayeque, lugar de chicherías y picanterías; el barrio de la Otra Banda , situado entre los dos ríos, al cual daba acceso un puente hecho de algarrobos, que estaba cercano a la Tina de Ramblar de los Delgado, lugar habitado por gente de campo; el barrio del Alto Perú o de Batangrande, que se habilitó como hospital, cuando el de Belén, que comenzó a construir el Corregidor don Carlos Vigil, cien años antes, fue inundado; el barrio del Puente o calle, del Puente, hacia el oeste del pueblo, cercano a los médanos y habitado también por chicheras y picanteras; y por último, el barrio de la Alameda , lugar de paseo, ubicado al sur del pueblo. Todos, estos barrios hoy no existen, a excepción del llamado Alto Perú.

"Mestra” Coleta hacia nacido en el barrio de San Carlos y nada nos dice la historia sobre sus primeros años, contándonos solamente que todos los días, una vez que terminaba sus diarias obligaciones magisteriales, se dedicaba a las beatificas, para cuyo efecto se encerraba en lo que hoy es la Capilla de San Francisco de Asís, con todas aquellas mujeres que, como ella, pretendían el Cielo y aplicándose el cilicio y la disciplina se castigaban, hasta hacerse sangre.

Terminada esta obligación cotidiana, “mestra” Coleta procedía a ingresar al templo de la ciudad, por la puerta principal, la que da hacia la calle de San Roque, "se sentaba en el suelo, frente a cada uno de los altares, comenzando por el de San Pedro, que se halla enfrente de dicha puerta, y siguiendo por la nave derecha, daba la vuelta a todos los altares de la Iglesia , saliendo por la misma puerta de entrada, después de haber recorrido los siguientes altares, rezando en cada uno su rosario: San Pedro, los Dolores, el Bautisterio, la Columna , las Animas, San Antonio, el Carmen, el Rosario, el Altar Mayor, el Crucificado, que ahora es el Corazón de Jesús, las Mercedes, San Migue!. San Benito, San Joaquín y Santa Ana, el Calvario y Jesús Nazareno.

Respetada, querida y considerada por todos los habitantes de la ciudad, “mestra” Coleta, vivía tranquila, deslizándose su existencia entre la Escuela y la Iglesia , sin que ningún mal pensamiento turbara su silenciosa devoción. Era la única persona a quien los fantasmas, las brujas y los muertos respetaban, porque como reliquia viviente era amparo de pecadores, asilo de descarnados, Consejera de los buenos y azote de los perversos.

Un día de finados, 2 de noviembre, que salía del templo, “mestra” Coleta, terminado su diario recorrido, encontró que el atrio fronterizo a la actual Capilla de San Francisco, antigua ramada de San Pedro, se hallaba totalmente lleno de gentes, quienes de conformidad con la costumbre portaban pan, bizcochos, dulces, comidas y bebidas, según hubiera sido la afición terrenal de cada uno de sus propios difuntos, todo lo cual iban ofreciendo a devotos y transeúntes, no como haciendo un favor, sino más bien como si recibieran una merced, puesto que de esta manera aligeraban las pesadas cargas de sus deudos y procuraban su alimentación espiritual. Una vez que hubieron terminado de repartir todo lo que llevaban se dirigieron a la Iglesia y encendieron tantas velas cuantos muertos tuvieron, debiendo esperar, arrodillados, hasta que la última vela fuera consumida, lo cual simbolizaba el recuerdo cariñoso que hacían de sus difuntos.

"Mestra" Coleta, filósofa y devota, ingresó nuevamente con los dolientes al templo y recomenzó el mismo recorrido que acababa de verificar, sentándose frente a cada altar, de conformidad con su costumbre y rezando en cada uno su rosario completo.

Al pasar del altar de las Animas al de San Antonio, rozó su vestido con una vela, la cual al caer al suelo incendió el poncho de uno de los asistentes, quien salio despavorido de la Iglesia , por las calles de la ciudad, y debido a la hora avanzada y al día celebrado, la gente lo tomó por el diablo, en persona. Como quiera que “Mestra” Coleta había sido la autora de este hecho, ella misma se condenó a encontrarse con el diablo, a vencerlo y a morir en seguida, todo lo cual debería realizarlo de inmediato.

Y en efecto aquella misma noche, después de trisagio se encamino “Mestra” Coleta, por la calle de Santa Catalina o de la “Mano Peluda” hacia la siguiente de San Antonio y en la mitad de esta última calle se encontró con un cochino sin cabeza, que echaba chispas y berreaba, el cual muchos habían visto y que seguían la tradición salía de una casa de esa misma calle de San Antonio y recorriendo toda la Calle Real iba a perderse en una de las huacas de mocce.

“Mestra” Coleta, ante la diabólica visión, echó mano de toda clase de oraciones, exorcismos y rogativas y de conformidad con su costumbre se sentó en la calle frente al mismo diablo, para realizarlas. Y fue entonces que el Maligno, no pudiendo continuar su ruta, como era de estilo, debido a que las oraciones de la beata se lo impedían, se volvió a su escondite y el recorrido del diablo no se verificó más. Pero a cambio de esta derrota infligida al demonio. “Mestra” Coleta, murió esa misma noche, sentada y rezando, por que solo así, venciendo al perverso y cumpliendo con la Ley de Dios, en sus oraciones, habría de sacrificarse la beata.

Con todo, la tradición quiere continuar la historia y dice que todas las noches, a las siete en punto, hora en que ella hacia un recorrido invariable, por los altares del templo, los que pasaban por el Panteón del pueblo la veían sentada en la puerta principal del cementerio. Tanto se dijo de esta visión, tanto se comentó y se inventó sobre ella con los familiares de “Mestra” Coleta, teniendo así hubiera sido profanada su tumba por devoción, procedieron a abrirla, encontrando el cadáver sentado, en actitud de orar, en perfecto estado de conservación y despidiendo discreta fragancia y tenue olor.

Y una vez que volvió a ser sepultado el cadáver de “Mestra” Coleta no volvió a aparecerse más su visión en la puerta del Cementerio, asegurando las gentes que eso se debía a que no se le había colocado, en las manos, su rosario predilecto, el cual se había perdido el día del entierro y que “Mestra” Coleta salía a diario de su tumba para reclamarlo, ya que sin él no podía seguir muriendo tranquilamente y le serviría como el pasaporte para entrar al Cielo.

(Según una historia ofrecida al autor por la señora Matilde Zevallos).



CASA DE CADENA Y PUERTA DEL PERDÓN



En la ciudad de Lambayeque sólo existían dos lugares que disfrutaban del privilegio de devolver la libertad a los presos y de evitar la muerte de los condenados. El primero era la casa de cadena de doña Lecuna y el segundo la propia Iglesia del pueblo.

Doña Lecuna era propietaria de dos haciendas en Penachí y el Salas, tenía su casa en la calle de San Roque, cuadra comprendida entre las de Chancay y Grau y fué la antecesora de doña Manuela Agüero viuda de Sales.

La riqueza y el boato de doña Lecuna eran proverbiales. Cada viernes, le llegaban de sus haciendas, leña, víveres, carneros frutas, sal, ají y algodón, cuyos cargamentos conducían varias piaras de mulo, aún cuando ninguno de esos elementos le eran necesarios, dejando que se pudrieran o malograran, arrojándolos a las huacas, sin usarlos ni regalarlos. Tuvo fama de mujer rica y malgeniada. Como prueba de lo primero tenemos el hecho de haber colocado un arco de plata maciza, en la esquina de su casa, para que pasara bajo la procesión de la Virgen del Carmen y como malgeniada el hecho de haber obligado a sus cuarenta esclavos, de ambos sexos, a que empedraran el patio de su casa con piedras o canto rodado, usando como únicos elementos de trabajo las propias cabezas de esos esclavos.

Ser poseedora de una casa de cadena era el máximo privilegio y la mayor gloria a que pudiera aspirarse. Para conseguirlo había que probar la posesión de auténticos títulos de nobleza y suficientes riquezas. Entre los derechos de mayor importancia, y en los cuales sólo la iglesia les igualaba, se hallaba el de la supremo protección que otorgaban a los delincuentes presos y a los condenados a muerte, obteniendo los primeros la libertad y los segunde la vida, en cuanto se cumpliera con los rituales de estilo.

Era costumbre inveterada que el día en que se procediera a alguna ejecución permanecería abiertas las puertas de toda casa de cadena y dos de las de iglesia. Para que el condenado se salvara, en una caja de cadena, se requería que traspusiera, en el zaguán, las cadenas que existía en cada casa de esta naturaleza, de donde provenía, su nombre, y una vez que se situaba detrás de dicha cadena, que se hallaba suspendida entre dos palos o fierros, quedaba de hecho invulnerable y libre, amparado por la costumbre, que era un derecho y protegido por el nombre de la familia, que llenaba así su obligación.

En lo que respecta al ritual observado para con la Iglesia , era el siguiente: La Iglesia de Lambayeque tiene tres puertas principales, que son: puerta de San Pedro o de la Fe , que se abre hacia la actual capilla de San Francisco de Asís, esto es al norte de la ciudad; puerta de la Esperanza , que dá hacia la calle de San Roque, frente al Cabildo o Municipalidad, esto es hacia el oeste y puerta del Perdón o de la Caridad , que se abre hacia la plaza principal, esto es hacia el sur. Para que el preso pueda salvarse, Tenía que ingresar, necesariamente, por la puerta de la Esperanza y salir por la del Perdón, simbolizando así ambos hechos, o sea esperar conseguir el perdón y obtenerlo, con lo cual conseguía la gracia o el indulto inmediato, sin más trámite.

Hasta aquí la tradición histórica. Veamos ahora lo que dice la tradición propiamente dicha, y nos explicaremos porqué la Lecuna , siendo inmensamente rica murió en la miseria, y aclararemos también la existencia del subterráneo de la Iglesia y del calabozo de la torre.

En el bosque de los Dolores, cercano a la ciudad, tenía su guarida la célebre banda de ladrones que capitaneaba Carmen, alias el Cacique, junto con sus tres hermanos, el menor de 16 años y a quienes les llamaba. “los Pichones”, Detenida la banda, Carmen, el Cacique que había sido peón de la Lecuna , esperaba salvarse por la protección que le ofrecería la casa de cadena de su antigua patrona.

El día en que debiera ser ejecutado, y a pesar de la obligación en que se encontraba, la casa de cadena, tener su puerta principal abierta, la cerró. Así fue que cuando el Cacique, al ser sacado del Cabildo o sea de la Cárcel , recorrió en vertiginosa carrera las dos cuadras que le separaban de la tasa de cadena de la Lecuna encontró las puertas clausuradas. Y el Cacique dijo: “Trabajé en mi vida para darte dinero y ahora tú me niegas la vida. ¡Maldita seas!. Anda, que con mi muerte vendrá la miseria y nada te dejará”. Y la maldición cumplió, porque mientras se ejecutaba, en la Plaza Principal , la sentencia contra el Cacique y toda su banda la Lecuna sufría la pérdida de un inmenso tesoro, en la hacienda de Penachí, al derrumbarse unas piedras, que sepultaron a una piara de mulos, que conducían, para ella, un enorme cargamento de plata en bruto, mineral extraído de sus minas. Y continuó perdiéndolo todo, hasta verse sin nada, tal como el Cacique lo había predicho antes de la ejecución, y en forma tal que se vio á Lecuna, por las calles, de la ciudad de Lambayeque, en vendedora ambulante, la antes opulenta, rica y noble. Tal la falta, tal el castigo: tal la sentencia, tal condena.

Estudiemos ahora un hecho semejante, que refiere al templo de, la ciudad, de Lambayeque, relacionándolo con el mismo privilegio que disfrutaba de perdonar a los condenados.

En el año de 1655 era Juez Eclesiástico de Señor de la santa Cruzada y cura vicario de San Illimo, don Nicolás de Vera y Soto, y Canónigo doctoral de Lambayeque don José Muñoz del Castillo. Un año antes, el 29 de julio de 1684, había contraída matrimonio, en Saña, don Melchor de Sosalla con doña Ana Zambrano de Bustamante, enlace que bendijo el cura Vera y Soto, por ser pariente de la contrayente; Por cuestiones de intereses, pocos meses después del enlace, Juan Muñoz del Castillo, cercano pariente del canónigo del mismo apellido, asesinó al contrayente Sosalla.

Ambos curas desplegaron toda clase de esfuerzos e influencias, a fin de que el asesinato fuera vengado con la muerte del victimario, de un lado, y del otro, para salvarle la vida al asesino.

El día de ejecución, el canónigo Castillo, se compro a los custodios del preso, para que le dieran de mano, y a su vez, el cura Vera y Soto sobornó a los sacristanes de la iglesia, para que cumplieran, pero sólo en parte y según como a él le convenía, con sus obligaciones, dejando abierta la puerta principal, la de la calle San Roque y cerrando la puerta de la Plaza. De esta manera, el canónigo del Castillo, se aseguraba la libertad de su pariente, puesto que escapando de manos de sus custodios y entrando a la Iglesia , obtenía la libertad ansiada, y en cambio, el cura Vera y Soto, se aseguraba también la ejecución del acusado, porque aun cuando entrara por la puerta de la Esperanza , encontraria cerrada la del Perdón.

Los hechos se produjeron tal como ambos sacerdotes los habían previsto y arreglado. El preso escapo del poder de sus guardianes, al salir de la Cárcel o Cabildo, cuando era conducido a la Plaza , para su ejecución, e ingresó a la Iglesia , por la puerta de la Esperanza , pero no pudo obtener el Perdón, porque la puerta de este nombre la halló cerrada, con lo cual estaba irremisiblemente perdido, ya que los guardianes, ingresando al templo y hallándolo en él lo conducirían a la temida ejecución. Pero el canónigo Castillo, lambayecano de nacimiento, y que conocía los secretos de la construcción de su templo, entró en él, e hizo escapar a su pariente por un subterráneo que conocía. De esta manera el preso estaba salvado, porque aún cuando no salió por la puerta del Perdón, tampoco fue encontrado en la Iglesia , cuando ésta fue allanada por los custodios.

El subterráneo, materia de esta historia, ha sido motivo de los más variados comentarios y de las opiniones más encontradas, habiéndose llegado hasta negar su existencia. Se sostiene, por unos, que dicho subterráneo va de la Iglesia a la casa de los Salcedo, situada en la esquina de la calle Real con la Plaza y enfrente al templo, en razón de que dicha casa se construyó con los mismos materiales que se usaron para la Iglesia. Otros creen que ese subterráneo iba a morir en la casa parroquial actual, cercana y colindante con la anterior, de los Salcedo, en razón de que había sido convengo. Los menos consideran que se extiende entre la Iglesia y la casa que fue de la familia Castellanos, próxima a la ante dicha casa parroquial, porque en ella se guardaban los materiales, instrumentos y herramientas de trabajo de la Iglesia y porque la ocupaba el arquitecto que construyó el templo. Por último, se asegura que ese subterráneo sirve de unión a la Iglesia con la casa de la extinguida familia Montyoy, situada en la manzana cercana a la Iglesia , separadas ambas por la calles Santa Catalina.

Sea de ello lo que fuera, la historia existe y toma cuerpo la última hipótesis, en razón de que la tradición oral dice haber oído que en la mitad de la escalera de la citada casa, existía una bajada que se comunicaba con la Iglesia , por medio del subterráneo. Abona esta teoría los dos siguientes hechos: primero, que cuando canónigo Castillo ingresó a la Iglesia desapareció, junto con su pariente, el preso, por uno de los altares de la nave izquierda, entrando, que es la más próxima a la casa mencionada, y segundo, porque la casa de los Montyoy había sido templo masónico, el primero que existió en el Departamento, y porque cuando en ella se reunían los miembros de la Logia , no se les podía encontrar en ninguna de las habitaciones de la casa.

Como el cura Vera y Soto no se quedó contento con la burla de que había sido objeto, ya que el asesino no tuvo castigo seguro y como conociera la historia de la huida del preso y el auxilio prestado por el canónigo Castillo, procedió a entablar la respectiva denuncia eclesiástica, dando ésta como resultado que el canónigo fuera castigado en el mismo lugar de su hazaña y para lo cual se mandó construir un calabozo unipersonal, en la parte más alta de la torre, el cual existía hasta ahora cien años, y que sirvió después para castigar a todos los curas, interés y sota-interés que hubieran cometido alguna falta.

(Relatado por la señora Manuela Paredes).













LA IGLESIA MATRIZ DE CHICLAYO, EL CALVARIO Y EL TESORO



A fines de 1585, precisamente el 17 de setiembre, el Virrey del Perú, don Fernando Torres de Portugal, ordenó “a vos, Juan Bautista Crano, Corregidor de Cinto y de Collique” que aceptara la donación que hacían dichos indios de un terreno, para que loa franciscanos pudieran eregir un convento. Tres años después, el 27 de marzo de 1588, se realizó dicho acto*, en presencia del Corregidor de los valles de Chicama, don Diego .Muñoz Ternero, asistiendo los españoles Diego de Atienza, Andrés Martín, García Fernández de León y Antonio Maraver, con acta notarial autorizada por el escribano Gregorio Fernández, con previa traducción del castellano a] idioma de la región, que hizo el indio. Gonzalo Mel, dejándose constancia de la entrega de dicha cédula al guardián del convento, que ya existía, y que era Fray Alonso Mamera.

Ese sitio, materia de la donación, comprendía lo que hoy es el Colegio Nacional de San José, que era el convento propiamente dicho; el Mercado actual o sea la huerta de los religiosos y el terreno que hoy ocupa la Iglesia Matriz , que era el antiguo Calvario o Cementerio. El terreno donado comprendía el perímetro encerrado por las callea de la Palma , hoy Teatro, la del Paraíso, hoy San José, Balta y San Pedro y parte además del parque actual y de los portales.

Los indios oferentes, las autoridades, los franciscanos y los españoles asistentes se reunieron el domingo 27 de marzo de 1588, en el lugar llamado La Ramada , esto es, exactamente frente a los portales del Parque, después de la misa, y públicamente la donación quedó sancionada.

Pero haciendo un minucioso estudio, tratando de aclarar el objetivo último y estudiando con detención el, caso, la tradición sostiene que aquella donación tuvo realmente otro objeto. En efecto, los “indios ladinos del Cinto y de Collique”, vivos, hábiles y filósofos, hicieron la donación del terreno, para el convento, no por el convento mismo, ni por los frailes franciscanos, sino con la esperanza de ocultar, bajo el símbolo de la cruz, un ingente tesoro que en aquel terreno se hallaba ocultado, por los propios indios, desde que los primeros españoles pisaron nuestras tierras, y para salvarlo, con aquel disfrazado ofrecimiento, que más bien era una forma de custodia perpetua, de la codicia castellana.

Exactamente frente al Convento, en la propia Ramada, donde hoy es el parque menor y limitado por la Iglesia Matriz la calle Real y los portales, se estableció: el Calvario, lo que equivale a decir el primer Cementerio de la ciudad de Chiclayo. Este Cementerio era tan sólo para la gente pobre, porque a los fallecidos de cierta categoría o consideración, se les daba sepultura en el propio convento de San Francisco o en la capilla del mismo.

Como ambos lugares, el Cementerio o Calvario el convento estaban cercanos, siendo colindantes, se produjo el más curioso incidente de que haya memoria, que es el siguiente. Por muchos años los muertos de, esos dos lugares reposaban tranquilos, nada material llegaba a turbar su absoluto silencio; el tiempo, las cosas y los seres pasaban sobre ellos normalmente; la rueda de la ley Continuaba girando, inmutable; los vivos seguían luchando y los muertos reposando; pero cierta vez por error, se trocaron los papeles, debido a haber sepultado a un indigente en el lugar que le correspondía a un pudiente, y todas las noches, ambos cadáveres, luchaban por despojar el uno al otro y éste por conservar la sepultura que le había correspondido, hasta que se convino en habilitar un nuevo Cementerio, señalando para el efecto lo que hoy es el Parque Principal o Central, que estuviera cerca del Convento y no lejos del Calvario, según resolvieron los franciscanos José Flores y Francisco de los Reyes.

(Arreglado conforme a un viejo manuscrito, que posee el autor).





LAS BRUJAS Y LOS TÍTERES DE DON LUIS CARABAJO



Hasta fines del siglo pasado, esto es hasta hace cosa de 50 años, todo pato que se viera volando por el cielo de la ciudad de Lambayeque, podía suponerse que era una bruja encantada. Tal era la creencia popular.

Se trata, en realidad, de la antigua y conocida leyenda de los encantamientos mágicos, consistente en que varias mujeres, todas brujas naturalmente, se dirigían a la Pampa de Soda, cercana a la ciudad, todos los sábados en las noches y haciendo un círculo mágico, se desnudaban y al conjuro del siguiente exorcismo, que deberían pronunciar juntas, al mismo tiempo y en voz baja: “Sin Dios y sin Santa María”, se convertían en patos y salían volando por loa airea, a verificar loa diferentes y desconocidos ritos de sus artes perversas.

Era indispensable, para que el acto mágico tuviera su plena realización, que antes de pronunciar aquellas palabras se pasaran, por las axilas, un ungüento mágico, que al decir de las gentes, contenía sal común, vino virgen, pelos de gato negro y de macho cabrío, pergamino tostado, disuelto todo esto en baba da sapo y en sebo de culebra, mezclándolo con ajo macho, sahumerio y alhucema.

El conocimiento que el pueblo tenía de estos hechos iba aún más allá, porque no sólo se sabían los nombres de las brujas y dónde vivían, sino que era público también que bastaba con colocar una tijera de acero, en el suelo, en forma de cruz, esto es abierta, para que la bruja convertida en pato fuera atraída vertiginosamente por la tijera, procedimiento por medio del cual se terminaba el encantamiento y la bruja adquiría de nuevo su aspecto normal.

Dos de las últimas brujas más conocidas en la ciudad de Lambayeque fueron Ña Cocolera y Ña Quico. La primera vivía en la calle de la Ladrillera , hacia el río. Era vieja y fea, características de todas las brujas, y en aquellos días que no le tocaba ejercitar su acostumbrado embrujamiento, siempre en las noches, salía a recorrer la ciudad, asustando con su extraña presencia, a los que transitaban a esas horas. Ña Cocolera hacía invariablemente el siguiente recorrido, de su casa en la Ladrillera , seguía por la esquina del negro Cabildo, luego por la casa de la Sacristana , después por la de doña Goyita Yllescas y se perdía por el callejón de la Aduana. Visitaba , en ese recorrido, las casas de Ña Niña, Ña Cejona, Ña Pepa, Ña Guadalupe y Ña Chirumba, que según se decía eran brujas como ella. Después de estas .visitas, recorría las callea llamadas Escribanos, hoy Bolívar; Tancún; Quita Calzón, hoy Atahualpa; Vulcano; San Carlos o Alto Perú y por último Pescadores y Bella Vista que hoy no existen.

Cuando Ña Cocolera murió, dos vivos explotaron sus curiosas actividades, para lucro personal y en desmedro de los habitantes de la ciudad. Uno fue don Juan Gallarín, quien de día desgranaba maíz, a domicilio y de noche cuidaba, como guardián, las huertas próximas a la ciudad, y el otro era don Manuel García, alias “Zambito de la pollera”, aguador de oficio, cunda por temperamento y borracho de profesión. Ambos, aprovechándose del miedo que había infundido Ña Cocolera, y sobre todo sus hechos, hacían de las suyas dentro de la vida nocturna de la ciudad.

La otra bruja, Ña Quico, vivía igualmente por la Ladrillera , hacia la salida del zanjón. Con relación a esta bruja existe la tradición de un hecho real, de que fue autora, y que es el siguiente. Se realizaba, en el Teatro de Lambayeque, la representación de la obra dramática de Carlos Augusto Salaverry, titulada “Abel, o el Pescador Americano”, por la Compañía Duelos , y entre los miembros de la orquesta, para amenizar los entreactos, se encontraba, dirigiéndola, don José Mercedes Vilches Buenaño, Maestro de Capilla de la iglesia, lo mejor en su género en el norte del Perú y quien era, además, adiestrador de curas, profesor de interés y maestro de novicios, cargos que ocupó toda su vida. Aquella representación, tenía lugar en 1864 y en uno de ¡os entreactos ingresó al Teatro, por una de las ventanas de la parte alta, una de las brujas, mejor dicho una pata encantada, la cual en su vuelo ensució la mano derecha del maestro Vilches, habiéndose sostenido que aquella pata encantada era Ña Quico, la bruja.

Como una prueba material del encantamiento, la mano derecha de don José Mercedes Vilches se secó, y para hacer más tangible aún la repercusión de aquel hecho mágico, con esa misma mano embrujada, Vilches, tocó, años después, el armazón metálico de la media naranja del templo, la cual se derrumbó poco después, desastre que tuvo lugar a las cinco y media de la tarde del 29 de marzo de 1889.

Relacionado directamente con ambas brujas se encuentra don Luis Carabajo, por vivir precisamente en ¡a misma calle de la Ladrillera , junto al higo de don Ricardito Villegas, porque era quien lea confeccionaba el ungüento mágico, para que pudieran encantarse y volar, y célebre también por las funciones de títeres que ofrecía.

Era don Luis Carabajo un tipo raro. Misántropo, con cara de serrano, cuerpo de cholo y alma de indio. Su oficio era el de panadero, preparando tan sólo dos cosas, una especie de torta o de galleta, con una pasa en medie, a la cual llamaba “conchita de la Reina ” y un dulce algo semejante al “camotillo”, al cual denominaba “mocón del Rey”.

Tenía, don Luis Carabajo, el teatro en su propia casa, estando formado el telón por costalillos de harina y los asientos por cajones de kerosene. Entre los números más importantes de sus representaciones, se contaban el “Quita Cabeza” o sea el zapato que bailaba de punta y la corrida de toros, teniendo esta última, como elemento de mayor importancia de representación real, el hecho de que los gallinazos se comían al toro, en la propia plaza, después de la muerte de la res. Este era, siempre, el último número de la función, el más vistoso, el más alegre y que remataba en forma literaria.

En efecto, entre los títeres asistentes a la corrida, en calidad de público expectante, se encontraba invariablemente una negra embarazada, quien saltando a ruedo, después de la muerte del toro y por temor, daba a luz en el centro mismo del círculo. Inmediatamente después de este curioso acontecimiento, y cuando ya los gallinazos se estaban comiendo al toro, los títeres al unísono, cantaban el siguiente verso, con la pronunciación, entonación y ritmo propio de los cantos de negros:

Qué bonito “Francisquio”,

negro, gordito y llorón;

si quieres sacar manteca

yo te prestaré el perol.

(Relatado por el señor José F. Recoba y Polo).*



LOS LADRILLOS DE ORO Y EL ALTAR DE JESÚS NAZARENO



Esta tradición se relaciona directamente con el altar de Jesús Nazareno, que se encuentra, situado en primer lugar en la nave izquierda, entrando, en el templo de Lambayeque. Dicho altar, todo de madera, no había sido dorado, como el de las Mercedes o como el del Rosario.

Se encargaba del cuidado, limpieza y arreglo del altar de Jesús Nazareno Ña Cata, la ferreñafana, quien poseía un magnífico negocio de cabras y de sal y que vivía por los corralones de la matanza, cerca del callejón de Goyo Manolo o callejón de Manolo, casi en la propia orilla del Río Viejo.

Una antecesora de Ña Cata, la ferreñafana, mujer bella y liviana, esposa nada honorable y poco moral, vivía de la ilusión constante que le ofrecían unos amores impuros y bajo la perpetua zozobra de los celos desmedidos del esposo. Como quiera que los hechos eran del dominio público y los comentarios francos y abiertos, el esposo ultrajado resolvió tomar venganza de su honor, poniendo como testigo a la Virgen de las Mercedes, que era de su devoción, y ante, cuyo altar juró realizarla, y creyéndose suficientemente amparado con aquel juramento, buscó al autor de su deshonra y ambos, en lucha franca y abierta, a puñal limpio, perdieron la vida, en el sitio llamado La Carramuca , en el propio Río Viejo, hacia el noreste de la ciudad.

La esposa infiel, por quienes ambos habían muerto, después de los nueve días obligados de encierro, por el luto, según costumbre, se dirigió, un amanecer a la Iglesia y allí contrita, afligida y dolorida, ante la propia imagen de la Virgen de las Mercedes sufrió solemnemente. Fue tal su dolor y se arrepintió tan hondamente, que toda la estructura del altar despido refulgencías de Sol radiante, como si fuera un aviso, un símbolo, una prueba que asegurara el amparo y el perdón.

La arrepentida, creyendo que su llamado había sido escuchado, quiso ofrecer un pago material a aquella, gracia y principió a gastar sus pocos ahorros en el mejor arreglo del altar, habiendo comenzado adorar el recamarín, obra que continuó don Juan del Carmen: Casos y terminó don Francisco de Peralta, en 1796, el primero empleando los conocimientos de un trujillano, apellidado Laines y el segundo los del lambayecano Manuel Barrera. Por eso, en la actualidad, se pueden leer las dos siguientes lacónicas inscripciones, en el altar de las Mercedes, que dicen: “Lo hizo Lames”. "Lo doro Barrera”.

Corno quiera que la repentina muerte de la esposa no le permitió proseguir su obra, dejó encargado a sus familiares la obligación de continuarla o en su defecto les encomendó la realización de alguna otra de carácter piadoso. Mas, el tiempo pasaba y por falta de recursos económicos no se cumplía la promesa piadosa, ni se pagaba la deuda sagrada. Y así, en tal espera, transcurrió la vida de toda una generación.

Y llegamos a principios del siglo XIX, en cuya época, Ña Cata, la ferreñafana, más creyente que sus antecesores, solicitó la ayuda celestial para cumplir el solemne compromiso, para lo cual se pasaba todas las tardes, arrodillada frente al altar de las Mercedes, impetrando la ayuda divina. Y el milagro se realizó.

Cierto domingo, 24 de setiembre, día en que se realizaba la fiesta de Nuestra Señora de las Mercedes, al comprar algunas cargas de sal, que le vendían unos morropanos, notó que a uno de los sacos le faltaba el peso ya conocido y al hacer su reclamación, al dueño del producto, éste para igualar el peso, en lugar de poner sal, colocó un ladrillo que parecía de cobre. Como siguiera faltándole el contenido a las cargas de sal y ella siguiera reclamándolo, el vendedor invariablemente reemplazaba la sal con los mismos ladrillos, que al fin resultaron ser de oro.

Ña Cata, la ferreñafana, con el producto de los ladrillos de oro, procedió a terminar la ornamentación del altar de las Mercedes, cumpliendo la promesa empeñada, por su antecesora y sosteniendo que “lo que Dios me manda debo partirlo con El”, hizo traer de Roma la efigie de Jesús Nazareno, construyó y arregló, con su propio dinero, ese altar, y se encargó de su cuidado, limpieza y orden.

Y Ña Cata, la ferreñafana, para seguir observando fielmente su obligación, después de muerta, se encuentra sepultada en la bóveda del altar de Jesús Nazareno.

(Relatado por el señor Atilio Descalzi).



SAN PEDRO, EL ATARRAYERO



Mórrope ha sido uno de los pueblos mochicas más importantes del Departamento de Lambayeque, el cual conservó su ascendiente hasta el año de 1761, en que con motivo de la falta de agua decayó y se arruinó hasta el presente. Para probar la importancia que tenía bástenos saber que su templo, el cual fue construido por el mismo arquitecto que hizo los de Sechura y Lambayeque, allá hacia mediados del siglo XVI, en 1557, es uno de los más bellos del norte del Perú. Dicho arquitecto hacía viajes constantes entre estos tres pueblos trabajando en uno de ellos, mientras se iba secando ó terminando lo que acababa de hacer en los otros dos.'

Situémonos a principios de 1751, en Mórrope, época en que se realizó la visita pastoral al norte del Perú del Arzobispo de Lima, don Pedro José Barrueta y conoceremos la tradición de porque San Pedro se convirtió en atarrayero.

Actualmente se puede leer, en la Iglesia de Morrope, la siguiente inscripción mural, que dice textualmente “Este templo santo se estreno, bendijo y pontificó el Iltmo. S D. D. Pedro José Barrueta, Arzobispo de Lima el 23 de mayo de 1751. Memoria eterna al Venerable Párroco don José Alvarado y Toledo, que lo construyó, adornó y enriqueció, hizo la casa parroquial, cabildo y cerco de paredes y balvertes, las calles y portadas. Le consagra reconocimiento su mas pequeño suceso Antonio Arteaga Castro”.

Por esta inscripción deducimos claramente que necesitaron 200 años para que se terminara definitiva total y completamente el arreglo de dicho templo y por no haberlo terminado antes, el pueblo de Mórrope fue castigado con la falta de agua, según se desprende de la leyenda titulada “Las Norias, los Andeles y las Mercedes”.

Sin embargo, 20 años después, en 1771, aún 32 pintaba y doraba la Iglesia de ese pueblo, a tenor de la siguiente inscripción, que literalmente nos cuenta: “A los 24 días del mes del Señor. Se remató esta pintura y dorado siendo su Mmo. Dn. Manuel Chapoñán. Según arreglo con el Mtro., puso su limosna y el trabajo personal importó para los Mms. 65 ps. Marzo 24 de 1771” .

Por esta inscripción sabemos que don Manuel Chapoñán fue el mayordomo que realizó la pintura del templo y arreglo y dorado de los altares, habiéndose olvidado, tan sólo, de darle el último retoque al altar de San Pedro y de decorar la imagen de! mismo santo, cuya efigie ostentaba, como principal distintivo, en lugar de un pescado o de las llaves del Cielo, como se ve en otras imágenes, una red o atarraya de pescador, simbolizando así su condición de pescador de hombres.

Pues bien, y aquí comienza la tradición, resentido el santo con el artesano Chapoñán, por el olvido de que lo había hecho víctima, el domingo anterior al de los Carnavales, del año de 1772, al pasar Chapoñán por delante del altar de San Pedro, el santo lanzó su atarraya y pescó con ella al maestro Chapoñán, quien cayó al suelo privado y cuando volvió en sí sostuvo, con toda seriedad, que el santo, bajando de su altar, fe había dicho al oído: “El domingo jugamos Carnavales”.

Es de suponerse el revuelo que esta noticia causó en el pueblo y, como siempre, ya que el cura era el que se encargaba de descifrar los enigmas, se acordó entre el párroco y el mayordomo de la fiesta de los Carnavales, que debería dársele gusto al santo, sacando la efigie de San Pedro, a condición de que fuera portada por el propio Chapoñán, el domingo de Carnavales, armados ambos, santo- y hombre, con redes o atarrayas, para pescar a aquellos que se hubieran olvidado de sus deberes religiosos. Y así se hizo.

El maestro Chapoñán, .que conducía al santo, se ocupaba de lanzar su red hacia los participantes de la fiesta, cada uno de los cuales, se creía obligado a ofrecer una limosna para el culto.

Desde entonces y todos los domingos de Carnavales se efectuaba la danza de los atarrayaros, consistente en que varios devotos de San Pedro se disfrazaban de pescadores, portando por todo distintivo una red, con la cual se entretenían en pescar hombres, a los cuales enredaban y no ponían en libertad hasta que no dieran alguna limosna, bien fuera en moneda, en telas o en víveres.

Y dice la tradición que la verdadera finalidad que tuvo San Pedro, fue la de recordar a los morropanos lo que antes, habían sido, esto es pescadores de oficio, quienes se habían encargado de ofrecer la mejor pesca a los príncipes mochicas y después a los Incas.

(Relatado por el señor Manuel Vidaurre, natural de Mórrope).





LA MONJA FANTASMA, EL BURRO DE ORO Y EL PERRO DE PLATA



“Ramblán” se llamaba una de las tinas que perteneció a la familia Delgado, la cual estaba situada cerca del Río Viejo, en la ciudad de Lambayeque, en lo que hoy es el Colegio del Rosario, entre la línea del ferrocarril de Lambayeque a Ferreñafe y la Plaza del Mercado.

Natural es suponer que lo que hoy es el Mercado era, en aquel tiempo, una simple ramada, donde se vendía y se compraba toda clase de baratijas o mercaderías. He donde proviene su nombre de Mercado.

Los dueños de la tina de “Ramblán” tenían fábrica de jabones y de cordobanes, que expendían tanto en dicho Mercado o Ramada cuanto en todos los pueblos vecinos, y a fin de obtener los elementos indispensables; para ambas industrias poseían en su hacienda de Batangrande crías de chanchos, para la grasa de los jabonas y cabras y reses, para el curtido de las pieles.

Las haciendas de Batangrande, Sicán y el Molino habían pertenecido a los herederos de doña Juana de la Parra y Vidaurre, y fueron rematadas en \á cantidad de 40,100 pesos, por don Pedro Fernández de la Cotera , yerno de don José Andrés Delgado. Consta, sin embargo, en el expediente del remate, que en todas las diligencias se había omitido notificar a la madre sor Juana María Vidaurre y de la Parra , profesa del Monasterio de monjas del velo negro de Santa María de la Gracia de Santa Clara de Trujillo, también interesada igualmente que los demás sus hermanos, como heredera de doña Juana de la Parra , viuda de don Juan Vidaurre, sus padres”.

El remata de las referidas haciendas se efectuó el 9 de octubre de 1782, en la ciudad de Lima, al tercer pregón, ante el Secretario de Cámara don Martín Julián de Gamarra y Caballero, "siendo favorecido don Francisco Fernández de Cieva, con poder y en nombre de don Pedro Fernández de la Cotera , en la forma siguiente.

“Estando en la Plaza Mayor de Lima, bajo de los portales de ella en el oficio de escribano público don Juan Martínez, que hoy sirve interinamente Gerbacio de Figueroa, Joachín, negro criollo, que hace oficio de pregonero dijo: 41,100 pesos dan de contado por las haciendas de Illimo, Sicán y Batangrande, con tedas sus tierras, abrevaderos, montes, aguas, aperos y. ganados y todo lo a ellas anexo y concerniente. Alléguense a este remate que se ha de hacer hoy en el día con el golpe de !a campana mayor de las doce. ¿No hay quién diga, no hay quién diga, no hay quién diga más? y dicho pregonero el negro criollo y ladino Joachín, con claras e inteligibles voces dijo:

Que buena, que buena,

que buena pro le haga;

porque no hay quien puje

ni diga nada mas.

A la una, a las do 5, a las tres,

que es firme y valedera”.

Poco después del remate, el 20 de diciembre de 1782, don Luiz Mauro de Lara y Briones, Regidor Perpetuo y Alguacil Mayor de Lambayeque, fue quien dio posesión, tomando de la mano a don Pedro Fernández de la Colera y a don José Andrés Delgado, de las haciendas. Para probar que tenían derecho a ellas, los introdujo en las tierras y pastos, y ellos las pasearon y piaron, esparcieron tierras, rompieron ramas de los árboles, abrieron y cerraron puertas y ventanas y por último se revolcaron en el suelo, gritando: "¡Posesión, posesión, posesión", como seña! de verdadera, real, actual, civil y natural posesión.

La casa a que se hace referencia anteriormente es la de la hacienda Sicán, que se encontraba prácticamente en ruinas, y aún cuando la diligencia de posesión oculta deliberadamente la visita que hicieron ambos propietario al sótano de la casa, dicha visita se realizó.

El sótano de dicha casa, en ruinas, tenía una comunicación secreta con la huaca de las Ventanas, sitios arabos que eran depósitos de antiguos tesoros, el primero para guardar plata y el segundo para el oro.

Hacia fines de 1690 un indio peón de esas haciendas, que se había salvado de morir a manos de la justicia española, por haber defendido el honor de su familia, cuando fue atacada por dos insulares, y en agradecimiento, confesó a la abuela de doña Juana de la Parra la existencia de ambos tesoros, escondidos por sus antecesores, para librarlos de la furiosa rapiña conquistadora. Le dijo, además, que ambos tesoros no serían sacados sino hasta que el agua los mojara primero, forma velada y simbólica como quería expresar la existencia de un nuevo gobierno, más liberal, más humano más justo. Le dijo también que el tesoro del sótano estaba constituido por plata labrada y plata pina y el de la huaca de las Ventanas por artículos de oro, especialmente por ídolos antiguos.

De aquí explicado porqué se ha encontrado, hace pocos años, en las huacas llamadas del Miedo, cercanas a la huaca de las Ventanas, un inmenso tesoro consistente en artículos de oro, de gran valor, por su riqueza intrínseca y arqueológica, todos de origen mochica.

Este secreto de familia se fue heredando por tradición oral, entre los familiares de la señora de la Parra. Ya hemos dicho que se había emitido notificar, en todas las diligencias, a la religiosa sor Juana María de Vidaurre y de la Parra , quien antes de profesar había ayudado a sus padrea en las labores de sus haciendas y sólo por una decepción amorosa había tomado el habito. La monja y sus padres conocían el secreto, y muchas veces habían hecho excavaciones para encontrar los tesoros, pero perdieron toda esperanza y creyeron haber sido engañados por aquel indio, cuando se convencieron que su búsqueda era inútil.

Pero cuando Fernández de la Cotera y Delgado tomaron posesión de las haciendas rematadas, ambos, en un arrebato de verdadera posesión, al pisar fuertemente en el suelo de la casa arruinada de Sicán, dieron con la entrada del subterráneo y pretendieron ingresar a él, tuvieron que retroceder los dos, lo mismo que el Alguacil Mayor, Lara y Briones, al ser atacados por un perro' amarillo y un burro blanco, conducidos por el fantasma se una monja.

Al efectuarse el remate de las haciendas ya la moja había muerto y como había tenido en gran estimación a un burro y a un perro, en sus propias haciendas para evitar que nadie tomara posesión de aquellos tesoros, hasta que llegara su tiempo, ella se había materializado, haciendo que sus dos animales favoritos la acompañaran también en aquel mensaje del otro mundo.

Al salir, los dos nuevos dueños, en fuga, se retiraron a su tina de Ramblán de Lambayeque, pero al llegar a ella, ya de noche, vieron, con gran sorpresa, que eran seguidos por la monja fantasma, un perro de oro y un burro de plata.

De esta manera ambos tesoros quedaban sepultado y en secreto, y la monja seguía cuidándolos, en forma tal que la imaginación popular, por boca de los trabajadores de la matanza, que en las madrugadas iban al Camal de Lambayeque, situado en la antigua tina de San Judas Tadeo, que fue de don José de Silva, cercana a la de Ramblán, dicen que veían a un perro de oro y a un burro todo de plata, que eran seguidos por fantasma de la monja, dando vueltas al rededor de la tina, en forma continua, para cuidar que nadie saliera de ella a robarles sus tesoros.

Y tal como el indio mochica lo había predicho, habiendo variado el sistema de gobierno, siendo este más, humano, más justo y más liberal, fue encontrado el tesoro de las huacas del Miedo, el de artículos de oro, faltando sólo encontrar el de las huacas de las Ventanas y del sótano de la casa de Sicán, que es de plata.

Por esta causa el perro amarillo o de oro ha desaparecido de la visión y sólo se podría ver, en la actualidad, a la monja fantasma y al burro de plata, simbolizando, de esta manera, que aún falta encontrar los otros dos tesoros, y que mientras el sistema de gobierno no sea más humano, más Justo y más libera!, para con el indio mochica, ninguno de esos dos tesoros será encontrado y la monja fantasma y el burro de plata continuarán rondando eí*sitio donde estuvo ubicada la tina de Ramblán y las huacas de las Ventanas, al mismo tiempo, para evitar que sean robados.

Y hasta que una nueva agua de justicia, una inundación de paz social, o sea hasta que se den leyes especiales, que protejan si indio mochica, el tesoro continuará guardado y siempre lo cuidarán ¡a monja fantasma y el burro de plata.

(Arreglado conforme a un manuscrito del autor, que trata de los linderos de la Hacienda Batangrande y a un cuento popular).





LA CUSTODIA DE CHICLAYO Y EL PADRE ETERNO DE LAMBAYEQUE



“Lambayeque, sin Padre Eterno”, se oía decir hasta hace 50 años a las gentes de Chiclayo, como el mayor de loa insultos y como si fuera la más grande de las deshonras, para los habitantes de la vecina ciudad: Lambayeque. Era, podernos decir, el grito de guerra, el a-nuncio del combate, el comienzo de la lucha entre ambos pueblos. Y sin embargo, ese grito encerraba una verdad, porque la Iglesia de Lambayeque carecía de Padré Eterno, aunque poco después la Iglesia de Chiclayo se quedó sin custodia Ambos hechos se realizaron hacia mediados del siglo pasado Veamos cómo.

Ya es sabido que mientras los chiclayanos se aliaron con Castilla los lambayecanos eran vivanquistas, que cuando éstos fueron partidarios de Santa Cruz aquello se declararon abiertamente por Salaverry Y la lucha continuó y se hizo constante y enconada.

Cuando el 20 de enero de 1854 ingresaron los chiclayanos, en son de combate, por primera vez a Lambayeque, lo hicieron por el lado sureste, que era el barrio de San Carlos, cercano al actual Parque o Plaza Principal y después de saquear al pueblo, ya de regreso a Chiclayo, invadieron la Iglesia principal y cometieron el sacrilegio de sustraerse el Padre Eterno, imagen que se hallaba colocada en la parte más alta del Altar Mayor, y que tenía como distintivo un globo terráqueo, todo de oro en la mano derecha.

Los Iambayecanos ya sin Padre Eterno, continuaron luchando y sufriendo nuevas invasiones, como la de febrero de 1875, que fue la de mayor trascendencia.

Como quiera que a pesar de las rogativas, penitencias y procesiones, nunca fue hallada esa efigie, la imaginación popular dio en sostener que ella había sido arrodajada al mar de San José por haberse encontrado, en el camino a este puerto, en las inmediaciones del sitio llamado los “Paderones”, como prueba material, una de las sandalias de aquella imagen, que había sido cercenada.

Posteriormente y para que el Padre Eterno no faltara se hicieron erogaciones públicas y se adquirió una nueva imagen, con un globo terráqueo de plata y además un pelícano del mismo metal, que hasta hoy existen.

Pero como la enconada fé, la violenta devoción y la locura religiosa no podían quedarse atrás, y también por aquello de “ojo por ojo y diente por diente”, los lambayecanos resolvieron tomar la revancha v procediendo con el mismo sistema hicieron desaparecer la custodia de la Iglesia de Chiclayo.

Con tal fin el “Chivato”, un señor apellidado Buenaño y los plateros Manuel Apaéstegui y Moran, procedieron no ya a sustraerse el Padre Eterno de Chiclayo, que no lo tenía, sino a dividirse la custodia, magnífico y valioso elemento del culto, que era todo de oro. Ambos plateros, empleando los conocimientos de su oficio y su eficiencia profesional, la dividieron y la repartieron entre loa cuatro participantes, hermanablemente, dejando en su lugar, para sarcasmo y vergüenza un hermoso zapallo de la hacienda Capote.

La reacción que este hecho sacrílego produjo, en Chiclayo, fue por demás curiosa, tuvo una índole poética,'pues por todo comentario, se improvisó, en forma anónima, la siguiente décima:

Dinmas, Gestas, Barrabás,

como en la historia se reza,

ir a robar a la Iglesia

no lo intentaron jamás.

¡Dios mío!, tu juzgarás

tan sacrílega maldad;

porque en tus manos está

dar castigo a tal error

por orden del Promisor

descomulgada ciudad.

Pero a pesar de la excomunión y del zapallo, ambos pueblos perdieron, para siempre, aquellos dos valiosos elementos de ornamentación y de culto

(Extractado de una antigua tradición de ambos pueblo).





LOS ÓLEOS ROBADOS Y EL CRISTO QUE SUDA



Juana Bances y Manuel Soclupe resultan ser los protagonistas de esta historia.

Dice el manuscrito “Año del señor de 1656 de la Conquista , el año 131; del Pontificado de Alejandro VIl, el año 2 del Reinado de don Felipe IV, el año 55: entró a ser cura propio de Mórrope y Pacora don Jerónimo Valderas y Terán presentado por don Luis de Henriquez de Guzmán, conde Alva de Liste, décimo. Séptimo virrey del Perú, y colado por el Cabildo sede vacante del Ilustrissimo Señor Doctor Don Diego del Castillo, nono Obispo de Trujillo”.

El cura Valderas desempeñó sus funciones sacerdotales durante dos años, de 1656 a 1658, y tuvo el honor, hacia principios de 1657 de presenciar dos hachos de gran significación en aquellos tiempos. Uno fue el del indio que se robó loa santos olees y otro el de una zamba que hizo sudar a un Santo Cristo.

Una noche, profundamente oscura del mes de febrero de 1657, el cura Valderas fue llamado, para dar la extremaunción, a casa de un indio, a donde llegó a las diez, encontrando al moribundo en su sano juicio. Confortándolo y atendiéndolo se demoró hasta las dos de la mañana, hora en que se retiró, vencido por el sueño y cansado por el trabajo. El cura fue acompañado por el sacristán, quien portaba todos los elementos de aquel sacramento, pero como tuviera temor por el moribundo y debido a lo tenebroso de la noche, en lugar de depositar, en la Iglesia , todo lo que había llevado, lo dejó en su choza o casa de paja, la cual no tenía ninguna seguridad. Por eso, al día siguiente, con la natural sorpresa, el sacristán no encontró íntegro lo que había dejado, porque faltaban tres ampollas de plata. El sacristán, temeroso al castigo, desapareció de Mórrope y de sus alrededores y la historia no se vuelve a ocupar más de él.

El cura Valderas en compañía de sus interés, Bernabé del Carpió y del mercederio José Godoy, junto con el maestro de capilla, José Benites, pudo saber que el indio Manuel Soclupe estaba realizando sus malas artes de brujería, empleando aquellos objetos robados, juntando, de esta manera, la fé católica con la creencia hechicera, para obtener un mejor resultado.

Se supo, por ejemplo, que hacía cocimientos de hojas de “cuncuno”, fruto de “zapote”, miel de “algarrobo”, sebo de culebra, sangre de carnero y baba de cochino, a todo lo cual agregaba unas cuantas gotas del oleo santo, que le servía tanto como remedio para enfermedades, cuanto de tópico para las mordeduras, heridas y quemaduras; pero tenia especial y decisiva influencia contra, el mal de ojo, el daño, la brujería, los fantasmas y el miedo. Esta panacea había hecho de Manuel Soclupe un verdadero potentado, entre sus paisanos, quienes, pensando que por haber unido el Cristianismo con la hechicería, era omnipotente, lo respetaban y le temían, despreciando al sacerdocio y sus servicios.

El cura Valderas y sus ayudantes detuvieron al impío, quien habiendo confesado su delito fue remitido al Tribunal de la Inquisición de Lima, donde se le ajustició.

Juana Bances, mujer de Soclupe, entendía también de los ritos de la hechicería y de las labores de los brujos y por eso, dedicada a esas artes, se ocupó de blasfemar y de escupir sobre un Santo Cristo, esculpido en madera de naranjo, como de una media vara de largo,-que existía en la Iglesia de su pueblo, probablemente con el premeditado fin de vengar, de esta manera, la ejecución del marido.

Durante seis días seguidos y con el pretexto de hacer penitencia, la india morropana se dedicó a blasfemar y a escupir sobre aquel Santo Cristo, hasta que por fin, al sétimo día, de la propia frente de la imagen, comenzó a brotar sangre real y verdadera, cayendo la impía en un grado sumo de postración, revolcándose en el suelo, echando espuma por la boca, retorciendo los miembros y profiriendo palabras incoherentes y gritos desesperados.

Tanta fue la resonancia que tuvo este, hecho que en él intervinieron los cabildos de Lambayeque y Trujillo, secular y eclesiástico, y la imagen fue llevada solemnemente á la Iglesia de Lambayeque y colocada en el sagrario del templo, se protocolizó el hecho y se otorgaron dos testimonios autorizados y comprobados, uno para el Virrey y otro para el Arzobispo de Lima,

La india posesa, Juana Bances, hubiera corrido la misma suerte de su marido, sino tiene la magnífica idea de morirse, en uno de aquellos ataques de posesión de que había sido víctima.

(Arreglado según el manuscrito cal cura don Justo Modesto Rubiños y de Andrade).

ENTRE DOS VIRREYES



Fue don Lucas Manuel Centeno uno ce los más doctos curas que había tenido el Perú, hasta 15 99. Graduado en Salamanca, Comisario del Santo Oficio de Lima, cuando se estableció la Inquisición , con el conde de Oropesa, entendido en asuntos de tramitación, catedrático en cuestiones de carácter administrativo, hombre de recursos, de fácil palabra y de mejor talento.

Como buen Comisario al dársele el curato de Mórrope, Centeno, obtuvo del sétimo Virrey del Perú, conde del Villar don Pardo, cuando visitó nuestras tierras lambayecanas, un decreto de perpetuo destierro para todos los serranos brujos y hechiceros, decreto que se dio con fecha 5 de noviembre de 1589. Pero cuando el nono Virrey del Perú, Marqués de Salinas, visitó esos mismos valles yungas, a petición de sus habitantes, autorizó a los serranos para que pudieran vivir nuevamente en la costa.

Como quiera que el cura Centeno no pudo hacer revocar esa orden ni oponerse a ella, se dedicó a vigilar a los serranos brujos, hasta que en Pacora descubrió a uno de ellos, en pleno ejercicio de sus funciones, rodeado de muchos enfermos y ayudantes, cargado de piedras, yerbas, macana y demás elementos de su oficio, incautándose, e! cura Centeno, de unos y otros, y haciendo castigar al brujo con “cien azotes, con el destierro y el trasquilamiento”, pena esta última considerada como la más afrentosa y como el castigo de máxima eficacia.

Quejáronse los indios ante el Virrey, Marqués de Salinas, del castigo inflingido al serrano, que encerraba un desacato a su elevada autoridad y un incumplimiento de su mandato, y el Virrey, atendiendo a la solicitud, depuso a Centeno del curato de Mórrope. No contaba, sin embargo, el Virrey del Perú, con que el Arzobispo de Lima, Santo Toribio Alfonso de Mogrovejo, lo defendería ante el Rey, lo que así se realizó, enviándose al propio acusado, el cura Centeno, ante el Rey de España, con un informe del todo favorable. Después de 18 meses de ausencia, regresó al Perú, el cura Centeno, nombrado ya canónigo de Quito, conduciendo además una real cédula en la cual se declaraba como un atentado su deposición y se ordenaba al Virrey, Marqués de Salinas, que pagara los gastos del recurso y los daños y perjuicios sufridos, gastos que el Virrey satisfizo a Centeno, quien con su dinero regresó a Quito, tomó posesión de su canongía y llegó a ser Dean, Provisor y Vicario General.

(Conforme a un viejo manuscrito del cura don Justo Modesto Rubinos y de Andrade).



AUTO DE FE EN PACORA



El primer cura que tuvo Mórrope fue don José Antonio de Araujo, quien se hizo cargo de su puesto el 29 de junio de 15 36, ocupándolo por espacio de once años.

En 15 38, esto es dos años después, ya se habían construido, debido a ¡a dedicación del cura Araujo, dos capillas, a las cuales los naturales daban los nombres de “guayronas”, y que servían para el culto.

Considerando, el cura Araujo, que si los naturales tenían ya sus respectivos templos no deberían existir los adoratorios públicos, que eran en realidad los templos primitivos de les moradores, le ordeno a su ínter, don Luis Quijano, que procediera a arrasarlos y a quemarlos, destruyéndolos totalmente.

El cura Araujo no se contentó con dar la orden, sino que también participó en su ejecución y por esto, acompañado del ínter ya nombrado y del cacique del pueblo, el morropano conquistado, José Caxusoli, se dirigieron al cercano pueblo de Pacora, que correspondía a su jurisdicción sacerdotal, y procedieron a consumar el hecho, pero los habitantes del pueblo se sublevaron y cogiendo al propio cuja Araujo, pretendieron arrojarlo a la hoguera, a fin de que se convirtiera en cenizas, como él quería hacer con sus adoratorios, habiendo sido salvado mediante la oportuna y decisiva intervención del cacique Caxusoli, quien arrasó con los pacoranos amotinados, mandando ahorcar a los promotores principales. Para el cacique recalcitrante de Pacora, Puicón, empleó un método mejor: lo hizo quemar dentro de uno de sus adoratorios.

Tan profundamente afectó este hecho al cura Araujo que no volvió más a Pacora, a donde envió a Fray Donato de Mena, sacerdote dominico, sin salir más de Mórrope, donde murió.

Con todo, no parece que se sentía muy tranquilo en Mórrope, el cura Araujo, lo que se deduce de la orden que dio para que se le enterrara en Túcume, en la iglesia del pueblo, lo que fue cumplido, habiendo recibido el cadáver, “por vía de depósito el párroco de esta doctrina, don Vicente Benavides”, a quien acompañaban los tamberos del pueblo Francisco Zamudio y Juan Roldan.

Ya enfermo, el cura Araujo, y poco antes de morir, profetizó diciendo que Mórrope perecería de sed y Pacora moriría de inanición, como castigo al motín producido en su contra. Y ambos hechos se han realizado poco a poco, siendo en la actualidad Mórrope un pueblo sin agua y Pacora un pueblo inerte.

(Arreglado conforme a un viejo manuscrito del cura don Justo Modesto Rubiños y de Andrade).



UMU TAMO, HECHICERO MAYOR



Lucas Tórnelo se llamó este brujo, natural del Pueblo de Pacora, más conocido con el nombre de Umu, que significa, en mochica, el hechicero mayor o el brújo solemne.

A la edad de 44 años se convirtió al catolicismo habiendo obtenido esta catequización el cura, licenciado don Sebastián Villavicencio y Olivares, tercero de los curas de Mórrope y Pacora, quien tomó posesión de su cargo hacia principio de 1570.

Parece ser que la conversión de Lucas Tornelo nombre que tomó en el bautismo, fue ficticia y que continuaba en el ejercicio de sus artes condenadas, porque estando al morir fue visitado por el ínter del curato de Mórrope, el agustino Fray Ildefonso Tinajero, a quien pidió que suplicara al cura Villavicencio para que le administrara la extremaunción.

El requerido aceptó gustoso la indicación y trasladándose a la casa de Lucas Tórnelo procedió como en los casos comunes, pero al pretender untar con los oleos santos los pies del moribundo, notó con la mas extraña sorpresa para él y la más infinita tristeza para el moribundo que no se adherían a la piel, muriendo inmediatamente en la más completa oscuridad espiritual y a pesar de la absolución otorgada.

El hecho cayó en el olvido, pero un día, a las seis de la tarde, hora en que el cura Villavicencio se dirigía a Pacora, en el sitio denominado Fanupe, oyó clara y distintamente la voz del muerto, Lucas Tórnelo o Umu Tamo, que le decía desesperadamente: “Hazme una misa, por el amor de Dios, para que salga del Purgatorio donde estoy”.

El cura Villavicencio cumpliendo con el pedido, y tal como era de rigor, ofició tres misas, por el alma del difunto, en tres días seguidos, y al terminar la última misa, cuando se estaba quitando sus revestimientos,- en la sacristía, escuchó nuevamente la voz tranquila y segura de Lucas Tórnelo, el hechicero mayor, que le decía: “Gracias, en el amor de Dios por el beneficio que me has hecho”.

Pero no solamente fueron las misas las que contribuyeron a liberar esa alma de la condenación eterna sino también el intermediario, pues era proverbial la santidad y pureza de vida del cura Villavicencio, ya que a estar por una declaración documentada del cura de Jayanca, Juan Bautista Roldan, el cuerpo del cura Villavicencio fue encontrado, al morir, “cargado de cilicios y tasajeadas las espaldas de la disciplina”.

(Arreglado conforme a un viejo manuscrito del cura Justo Modesto Rubiños y de Andrade).



¡MISAS, MISAS, MISAS!



A las doce de la noche del 8 de diciembre de 1 664 regresaba de Pacora a Mórrope, a donde había ido a celebrar la fiesta de la Purísima , el cura de este último pueblo, don Manuel de Ayala y Maldonado.

En mitad del camino, en el sitio denominado las Dos Acequias o Zanjones, rendido de sueño y de cansancio, se desmontó de la mula, tendió el pellón a la vera del camino, bajo la fronda de un faique, y ordenó a sus dos indios acompañantes que le velaran el sueño, porque quería dormir sólo una hora, al cabo de cuyo tiempo lo despertaran. Como quiera que se había dilatado la espera, los dos indios procedieron a despertarlo pero se encontraron con que el cuerpo del cura se hallaba sin movimiento, y juzgando que había muerto, colocaron el cuerpo en la misma mula y con su preciada carga ingresaron al pueblo de Mórrope, a las seis de la mañana.

Al consiguiente alboroto que se produjo, en el pueblo, salió medio desnudo, con sólo ropón, el cura ínter don Manuel Castro de Osorio, quien recibiendo el cuerpo en sus brazos lo condujo a su propia casa. Cinco días permaneció el cura Ayala en plena convalecencia, sin revelar a nadie lo que le habría podido suceder, hasta que el 13 de diciembre, después de su total restablecimiento, a las seis de la mañana, montó en la misma mula que le había servido para el viaje anterior y haciéndose acompañar por los mismos indios, se dirigió al sitio donde había descansado y perdido el conocimiento, portando su breviario, agua bendita, una lampa y un pequeño cajón.

Una vez llegado al lugar del sucedo, hizo cavar en la tierra, y a cosa de media vara de profundidad fueron encontrados los restos y deshechos de un cadáver los cuales acomodó en el cajón y sepultó a la entrada de la iglesia de Mórrope oficiando tres misas cantadas en cada uno de los tres días que siguieron al entierro. A eso de la media noche del día en que se había oficiado la tercera y última misa, se le apareció, en sueños, el alma del difunto y le dio “las gracias por estar gozando de Dios”.

El hecho pudo haber sido real o ficticio, pero algo si resulta evidente: el nombre del difunto, que fue el indio Pedro Quevedo, uno de los más ladinos del pueblo, quien al ser confesado en artículo de muerte, declaró que si el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo eran Dioses, tenían que haber tres Dioses diferentes, porque no se iban a pelear entre ellos, y a pesar de las enseñanzas y amonestaciones del cura no pudo ser vencido en su lógica, muriendo con tal creencia, siendo sepultado en el paraje ya mencionado, desde donde influenció al cura Avala, el alma proscrita, para obtener su salvación y una sepultura eclesiástica.

Por su parte, el cura Avala y Maldonado, declaró, una vez que habían sido sepultados los restos del indio, que en el estado de sopor (o de inconciencia en que se encontraba lo único que recordaba haber oído era la voz del muerto, que repetida y desesperadamente le decía: q“¡Misas, misas, misas!”.

(Arreglado conforme a un viejo manuscrito del cura don Justo Modesto Rubiños y de Andrade).

MANSEDUMBRE Y REBELDIA



El pueblo de Mocupe, en 1715, contaba solamente con 21 indios tributarios. Precisamente lo ridículo de aquella población hacía de este pueblo u verdadero feudo de la hacienda Ucupe, que pertenecía, en aquel entonces, a don José Silueta.

Entre el hacendado Silueta y el cura de Mocupe, don Bartolomé de Uribe, existía una profunda animadversión, debido a que el sacerdote luchaba y defendía los derechos de sus feligreses, ante los abusos y despojos de que los hacía víctima el hacendado Silueta, quien hacía pastar sus crías y rebaños en los pastos y sementeras de los naturales de Mocupe. Además de este motivo de índole general, existía otro de índole enteramente particular y consistente en que Silueta quería obligar al cura Uribe, a cuya jurisdicción eclesiástica pertenecía la hacienda, para que oficiara la misa de todos los domingos, no a las diez de la mañana, como era de costumbre, sino a las doce del día, a fin de que él y toda su familia pudiera asistir cómodamente al oficio, lo que no pudo ser aceptado por el sacerdote, a pesar de las desatinadas indicaciones y de las insolentes amenazas del hacendado.

Un domingo, mucho después de haber sido celebrada la misa del pueblo, cerca ya de las doce y media del día, cuando el cura y los asistentes se encontraban rezando la Doctrina Cristiana , fue llamado apresuradamente el cura Uribe, para que fuera a administrar los primeros auxilios espirituales a un indio, su feligrés, que había sido herido por el negro José Morán, peón y esclavo del hacendado de Ucupe. El cura Uribe, cumpliendo su obligación espiritual y su elevada misión, reconfortó y confesó al moribundo y de regreso, ya a su casa, encontró a su gratuito enemigo sentado en la silla parroquial, frenético de ira y quien lo censuró, protestando de que hubiera ingresado de que hubiera ingresado a su hacienda sin su permiso previo, sin pedirle la venia y sin haberle besado antes la mano, y añadió que para castigarle había venido a obligarle a que le oficiara una misa inmediatamente, y para él solo.

Graves y muy comedidas fueron las razones que opusiera el sacerdote, explicando los serios y trascendentales motivos que había tenido para ingresar a la hacienda, no como particular sino como funcionario de la Iglesia , no encontrando motivo alguno para que hiciera explosión la cólera del dueño, ni para que le obligara a realizar el rito de la misa, que era enteramente voluntaria y divina, como un castigo y una extorsión.

El insolente hacendado sin atender al estado sacerdotal y al hábito de aquel religioso, le dijo: “Vaya al frayle enrámala, que eso ha hecho por contrapuntearse conmigo, vaya y revístase”, expresa la crónica.

El cura Uribe se encomendó a Dios, como que iba a celebrar, y bajo la amenaza del puñal y la espada, que ostentaba el hacendado, celebró la misa con todos los ritos de estilo, pero debido a lo avanzado de su edad, a los pesares y disgustos y a la afrenta sufrida, poco después de terminado el sagrado sacrificio enfermó súbita y gravemente.

Sintiendo ya cercana su muerte, con el prior de Saña, mandó llamar a Silueta para pedirle perdón en lo que hubiera podido ofenderle, pero el recalcitrante demandado le hizo decir: “Que era un mañoso frayle, que se lo llevase el diablo y que ya lo estaba empapelando para deponerlo de la doctrina”. A pesar de aquella respuesta insolente, insistió el cura Uribe, rogándole que por la sangre de Cristo concurriera, porque quería pedirle perdón, y que si se negaba a concurrir lo citaba pero ante la presencia de Dios; pero la respuesta, que dio el hacendado, con un frayle Donato agustino, fue esta: “Que se muera, que Dios no es frayle vengativo”.

Y a cayendo la tarde, de aquel mismo domingo, llegaron a la casa del cura Uribe, el Prior del Convento San Agustín, con dos religiosos y el Prior del Convento de San Juan de Dios. E l cura Uribe, mientras se confesaba con uno de los frayles agustinos, pidió a los tres restantes que fueran a la hacienda Ucupe, distante solo unas cuantas cuadras del pueblo de Mocupe, y que le trajeran al hacendado, porque quería morir pidiéndole perdón del ningún mal que le había hecho, pero ni a la presencia de aquellas autoridades conventuales, ni a su mesura y comedimiento, ni al estado del moribundo ablandaron la soberbia y rebeldía de Silueta, quien respondió insolentemente al Prior del Convento de San Agustín: “Tan frayle es usted, como el otro y esta es una maganza de perdón para que no haga el recurso correspondiente al señor Obispo, por haber celebrado a más de la una y media del día. Váyanse antes de que los haga atracar con mis negros y los ponga en el cepo”. Los religiosos, sin responder una sola palabra, regresaron a la casa del cura, a presenciar su muerte, pues expiró a cosa de media hora de llegada de los comisionados, perdonando a silueta “del ningún mal que le había hecho”.

Pero al siguiente día, a las seis de la mañana, llegó el mayordomo de la hacienda de Ucupe, al pueblo de Mocupe, dando gritos y avisando que su amo había sido encontrado muerto, en una hamaca, por su esposa, que se le había hallado enteramente desnudo y totalmente ennegrecido, con la lengua mordida y partida y los ojos fuera de las órbitas.

Así castigó Dios a aquel impío rebelde.

(Arreglado conforme a un manuscrito del cura don Justo Modesto Rubiños y de Andrade).



Saña excomulgada



Desde 1563 en que fue fundad la ciudad de saña prospero y se engrandeció, tanto en bienes materiales en cuanto bienes en dones espirituales. Habían seis iglesias, que eran, la principal o matriz, de San Francisco, La Merced , San Juan de Dios, Santa Lucia y San Agustín, tres conventos, un cabildo con portales, sala capitular, hospitales magníficas casas, mas de cien trapiches, opulentas haciendas de pan llevar e ingenios de azúcar, tenería, jabonarías, etc., y cuyos diferentes productos se embarcaban en la caleta de Cherrepe al Callao, Valparaíso o Panamá, sirviendo además, la misma ciudad de Saña , como plaza intermedia al comercio de Lambayeque ,Piura, Cajamarca y Trujillo .



Cuando saña fue fundada, el lunes 29 de noviembre de 1535, se repartieron 44 lotes de terreno o solares, a los primeros habitantes españoles de ella y después fue creciendo en importancia industrial, agrícola, política, económica y eclesiástica, alcanzando su máximo apogeo poco antes de la inundación .Pero si desde aquel año de su fundación, comenzó su progreso y bienestar, empezaron también las discordias, germino el egoísmo, creció el vicio y nació el fermento de la impiedad.



Treinta cinco años después de fundada la Villa de Santiago de Miraflores de saña , esto es el día de Corpus de 1958 , salía la procesión de la iglesia Matriz, portando la custodia con la debida solemnidad y veneración , el preste , asistiendo lo mejor del pueblo , los Cuerpos del Cabildo Secular y eclesiástico y todos los prelados , presidida por el alguacil Mayor , quien se había adelantado y quitado su lugar al alcalde. Cuando la procesión se acercaba a uno de los ángulos de la Plaza Mayor , el Alcalde, que allí se encontraba, sin respetar el momento ni lugar, pretendió ocupar, por la fuerza el sitio preferencial que le correspondía y desenvainando la espada “le echo abajo la oreja derecha y parte de la mejilla de la cara al Alguacil Mayor.”

En el instante se formo un terrible barullo y una gritería ensordecedora, motivada por los dos bandos en que se dividió toda la concurrencia, sin hacer caso a las exhortaciones de los prelados, ni a las voces de los asistentes.



Fue entonces que el Preste, temiendo las consecuencias que podrían derivarse, retrocedió con la custodia, seguido de las comunidades religiosas, hacia la Iglesia Matriz , junto con Fray Miguel Jerónimo de la Hera , cura del pueblo.

A pesar de las heridas sufridas , el Alguacil Mayor le había dado una tremenda estocada al Alcalde ,quien auxiliado por los religiosos franciscanos y agustinos fue recluido en la casa de primo , el Alférez Real , falleciendo poco después de haberse sentado y pedido un poco de agua , que no llegó a beber .



Mientras tanto toda la ciudad continuaba revolucionada ; los dos bandos contrarios se atacaban y maltrataban ;los sacerdotes exhortaban ;los cielos amenazaban ;las mujeres lloraban ;los hombres se increpaban y hasta se diría que los animales tomaron parte en aquel singular desconcierto , puesto que parecía que la Villa de Santiago de Miraflores de Saña estaba habitada por locos o que se hubiera convertido en un campo de batalla .Y seguramente habría seguido la lucha sino se hubiera producido , a las cinco de la tarde , un fortísimo temblor de tierra , que embarazo el animo de todos loa contendientes, habiendo repicado las campanas de las Iglesias y de los conventos , hasta las ocho de la noche hora en que se repitió el fenómeno.



Reunidos todos los prelados , bajo la convocatoria y dirección del Vicario de la ciudad y el cura protector de la Matriz ,acordaron abrir las puertas de las iglesias y capillas ,para que se hicieran rogativas públicas voluntarias , a fin de que se mitigara en algo la furia del planeta ;pero un nuevo temblor , que tuvo lugar a las nueve de la noche , obligó al cura de la Matriz a celebrar una misa solemne, a pesar de lo impropio de la hora , con rogativas generales .Con todo ,nuevamente , a las doce de la noche ,se repitió el estrago ,derrumbándose la sala y el dormitorio de la casa del Alférez Real ,donde se estaba velando el cadáver del Alcalde.

Al siguiente dia , a las diez de la mañana , al pasar el cortejo fúnebre, por el mismo sitio del acontecimiento y del ataque del día anterior , se produjo un movimiento de tierra mas intenso aun que los anteriores lo que obligo a los sacerdotes, una vez terminado el acto funeral, a sacar nuevamente la procesión de Corpus, que no había terminado , con lo cual se calmo en algo el furor divino, y a fin de conseguir que se aplacara definitivamente la cólera del Cielo , aquella misma procesión interrumpida se repitió por nueve días seguidos .



Fue el ultimo día el que tuvo mayor solemnidad, puesto que asistieron todas las autoridades de la Villa con sus elementos de mando y sus vestidos o uniformes de ordenanza, contándose, entre otros, al Alférez Real, quien lucia casaca de terciopelo con galón de plata y oro, chupa de glasé y calzón corto de terciopelo bordado, con hilos de plata realzado; medias de seda carmesí; zapatos con hebillas de plata y sombrero braga, con galón de oro. El Alférez Ordinario vestía casaca de paño azul, con galones, ojales y botones de plata, chipas de raso colorado, calzones de paño rojo y sombrero con un galoncito. El Alguacil llevaba casaca de raso azul, con botonadura y ojaladura de plata, chupas de raso colorado, calzones de paño azul y sombrero adornado con un pequeño galón. El Corregidor vestía casaca y calzones con botonadura y ojaladura de oro chupa de brocadillo y sombrero con cinta de plata. El teniente de Corregidor o sustituto llevaba casaca de terciopelo con galón de plata, calzones de damasco y sombrero idéntico al del Corregidor. El Comisario Maestre de Campo y los dos Sargentos Mayores ostentaban vistosas casacas de grana, chupas de damasco carmesí, con encaje de plata, calzones de grana y sombreros galopados de oro. Los Alcaldes y Regidores estaban vestidos con cascas de paño pajizo, con flores doradas, chupas de raso amarillo, calzones de paño y sombreros con pequeño galón de plata. Los notables del pueblo vestían de terciopelo y de brocado, con plumas en los sombreros, espadas ceñidas o bastones con empañaduras de oro y plata. Las damas lucían una cofia de encaje, sujeta con una peinilla grande, en forma de diadema o sino mantillas bordados. Las gentes de condición inferior llevaban calzones de bombasí y medias azules o negras, chaquetas rojas, los hombres y las mujeres saya y corpiño negro, luciendo zapatos de cuero y éstas de satén.



No debieron haberse morigerado , en lo absoluto , las malas costumbres , ni tomado cuerpo la devoción en los habitantes de Saña , porque nos encontramos , hacia el año de 1619,con un fortísimo terremoto que asolo las tierras y destruyo las casas, y poco después se presento una epidemia desconocida , que mató a más de 300 personas , de todo sexo y calidad, en el espacio de 48 horas, habiendo sufrido especialmente ese flagelo la hacienda de San Pedro de Cayaltí, la cual perdió íntegramente a todos sus servidores esclavos.

Cien años tuvo de prosperidad y de tranquilidad la rica ciudad de Saña, esto es de 1619 a 1720. En este año, el 10 de marzo, comenzaron las más copiosas, lluvias de que hubiera recuerdo, las cuales duraron interrumpidamente por 15 días seguidos, hasta que el 15 día de dicho mes, día viernes, a las cuatro de la mañana el río de Saña se salió de madre e inundó y arruinó to­talmente la ciudad, no quedando en pie sino los conventos de San Francisco, San Agustín, La Merced y las Iglesia de San Juan de Dios, la Matriz y Santa Lucía, que era la parroquia de los naturales, con sólo dos víctimas personales, "dos negras esclavas, la una ciega y la otra fatua, siendo así que estuvieron en evidente, y manifiesto peligro más de mil personas, a pesar de que el agua según la altura que trajo y corrió fue de dos varas y media en igualdad", dice el certificado otorgado, en el propio cerro llamado de La Horca , por el escribano don Juan Antonio de Rivera, siendo testigos firmantes el capitán Tomás de Andrade y Peñaranda Factor y juez Oficial Real; el Alférez Real, Juan Antonio de la Cueva y Velasco; Antonio Rodríguez; de ­Losada, Regidor Perpetuo; el licenciado Melchor Ibáñez cura y vicario de la ciudad de Saña y su parroquia; licenciado Francisco de Suárez, cura Rector de la Iglesia parroquial; el general gobernador, Félix de estrada y el Sargento mayor, José de Lomberas.



Entonces existía en saña y sus contornos, com­prendiendo todas las haciendas de la jurisdicción, 2,400 personas, en calidad de trabajadores, que pagaban dos pesos real y medio cada uno, de tributo, en cada tercio productos que eran aplicados al sínodo del cura.



Ya hemos asistido a la azarosa vida del pueblo de Saña, en lo que respecta a sus castigos personales oficiales, públicos y terrenales, sin que por ellos se hubiera producido la deseada enmienda. Se ha desatado la cólera de los elementos; los hombres se han asesinado entre si, culminado el vicio y primando la impiedad, sin embargo la existencia disoluta y carente fe sus habitantes continuaba, y se produce el anatema, la ruina espiritual, la muerte de las almas.



Habían transcurrido 50 años desde la inundación y ruina del pueblo, esto es que nos encontramos en el año de 1772 cuando toda saña, lo mismo que sus moradores fueron excomulgados anatematizados.



La historia registrada en un interesantísimo manuscrito del archivo perteneciente Notario Público don Victor ­Rivadeneyra y suscinante expresa lo siguiente: Don Martín de Ida y Domingo Cosio y Morante, escribano publico y recesos de la ciudad de Saña y su jurisdicción, se presento ante don José de Jáuregui, Visochantre, párroco vicario general de la iglesia de Trujillo, siendo obispo de la diócesis fray Jaime de Ojeda, exponiendo que habiendo reconocido faltar del oficio muchos rezos que se los han sustraído de dicho oficio, se ha de servir Vuestra Merced mandar se me despachen Censuras Ge­nerales hasta las de anatema, contra todos y cualesquie­ra personas que supieren, entendieren o hubieren oído decir quien sepa, tenga o encubra dichos rezos de escrituras o parte de ellas’’.

Atendiendo a la petición se comisionó al licencia- , do don José de Munar, cura ínter de Saña y a los demás curas y vicarios de la jurisdicción y en especial a; don Enrique Moreno, cura propio de la parroquia de :' Santa Lucía de Lambayeque, examinador sinodial y juez v de idolatrías y maleficios de la provincia de Saña, para que pusieran en vigencia las tres siguientes órdenes, las cuales se titula de cartas; estableciéndose en la primera: "Os amonestamos y mandamos en virtud de san­ta Obediencia y so pena de excomunión mayor que dentro de seis días de como esta nuestra carta fuere leída y publicada, los que tenéis, encubráis y sabéis quién sepa, tenga o encubra los protocolos de imposiciones de censos y escrituras lo vengáis diciendo y decla­rando en todo o en parte al dicho licenciado José de Munar, por manera que salgáis del pecado mortal en, que estáis**.



No hizo ningún efecto esta tremenda amenaza espiritual, porque se produjo la segunda carta de las Censuras Generales, ya que pasados tres días de aquellos seis señalados para la espera, se declaró excomulgada a todos los encubridores. Con todo y a pesar de encontrarse excomulgados los habitantes de la totalidad partido de Saña, los protocolos seguían sustraídos, lo que obligó a las autoridades eclesiásticas decretar la tercera carta, ya que la primera y la segunda no habían dado ningún resultado, carta que en realidad era un tremendo castigo y constituía la más temida de la penas: el anatema, que llegaba hasta desear y predecir la muerte espiritual de los presuntos acusados, proscrito ya al Infierno. Aquella tercera carta, que por su interés se trascribe íntegra, decía textualmente-.



"Y si pasados otros tres días después de haber si do así declarados por tales excomulgados, con ánimo endurecidos y juntando la dureza de Faraón, os dejaredes estar en la dicha excomunión y censura, y porque creciente la culpa y contumacia debe crecer la pena mandamos al dicho licenciado don José de Munar, cura ínter de dicho Saña y a los demás curas y vicario de su partido, que en sus Iglesias, los domingos y fiestas de guardar, a las misas mayores, teniendo una cruz cubierta con velo negro y asene de agua y candelas encendidas, anatematicen y maldigan con las maldiciones siguientes: Malditos sean los dichos excomulgados d Dios y de su bendita madre, amén.-Huérfanos se vea así sus hijos, y sus mujeres viudas, amén.-El Sol se le oscurezca de día y la Luna de noche, amén. - Mendigando anden de puerta en puerta y no hallen quien bien les haga, ' amén.- Maldita sea la comida que comieren, bebida que bebieren y tierra que hollaren, amén.­ Las plagas que envió Dios sobre el Reino de Egipto vengan sobre ellos, amén.-La, maldición de Sodoma, Gomorra, Datán y Abirón, que por sus pecados, los tragó vivos las tierras, vengan sobre ellos, amén. Con las demás maldiciones del salmo Deus lauden mean neta quynis, y dichas las dichas maldiciones, lanzando las candelas en el agua, digan: así como estas candelas mueren en esta agua, mueran las almas de los dichos excomulgados y desciendan al Infierno, como la de Ju­das. : Traidor y Apóstata, amén.- Y no lo dejen de así cumplir hasta que por nos otra cosa se mande.- Dado, en la ciudad de Trujillo del Perú, firmada de nuestra mano y refrendada por el infrascrito, Notario Mayor, en veintidós días del mes de enero de mil setecientos y ocho años.- José de Jáuregui. Por mandato del señor Procurador y Vicario General, Pedro Nú­ñez de la Haba , Notario Mayor.

Y fructificó y prosperó el anatema, porque el pueblo de Zafia, desde entonces, no ha vuelto a recobrar do esplendor, ya que muertas las almas, mal podrían perdurar les cuerpos y las cosas.



(Areglado conforme a un manuscrito antiguo, de propiedad del autor).



CRUCES Y TAMBOS

El 12 de noviembre de 1553 se produjo la rebelión de Francisco Hernández Girón, que duró trece meses y que tuvo ramificaciones en todo el Perú.



Este hecho tuvo repercusión en el Departamento Lambayeque. En efecto, el piurano Francisco de Silva tomó preso al Corregidor y Justicia Mayor de Piura - •_ y enconmedero de Saña don Juan, Delgadillo y encadenado lo condujo a Penachí. Se trataba, en realidad de un descontento, porque a Silva le había encargado al propio Delgadillo que reuniera algunas fuerzas a fin de oponérselas a Hernández Girón, y habienda conse­guido reunir hasta 25 hombres, entre piuranos y lamba­yecanos, se resintió con el Corregidor y se declaró por el rebelde Hernández Girón, cuando Delgadillo le negó la paga, los medios de subsistencia, el grado de capitán y licencia para dirigirse a Lima, a juntarse con las hues­tes. que deberían dar la batalla contra aquel sedicioso.



De Penachí se dirigió, Silva, con sus prisioneros y sus escasas fuerzas a Cajamarca, haciendo el viaje por el Departamento de Lambayeque, pero al saber la de­rrota de Hernández Girón, se retiró a Jayanca, posesio­nándose del tambo que en esta última ciudad tenía Alon­so Carrasco, mientras sus secuaces se le separaban de­finitivamente en el sitio llamado San Carrasco, situado en el camino que une Jayanca con Motupe.



Estando preso Delgadillo, en Jayanca, otros dos tamberos de este pueblo, Francisco Lobo y Diego Gu­tiérrez, que tenían enemistad, por motivos de su propio negocio, con el tambero Carrasco, protegieron la fuga del Corregidor, quien habiendo reunido algunos volun­tarios persiguió a los amotinados de Silva, que iban de fuga, hasta Túcume, según indicación que le formuló el, estanciero Nava de Lambayeque, y a cosa de media legua del tambo que en Túcume poseía Francisco Zamudío, en las inmediaciones de la llamada hoy Huaca de la Cruz , los asaltó tomándoles cuatro prisioneros, que dejó bajo buena custodia y encadenados, en el referido tambo de Carrasco. .

Como quiera que el de abril de 1554 había salido Romaní del Callao, para perseguir a Silva y a su ayudante Juan de Aponte, ambos dejaron las armas dispersaron a los pocos que les seguían y de noche hacia Lambayeque, siguieron hacía los tambos que en Cintu conducían Diego de Vega y Diego Berdejo, y después a los que en Collique poseían Blas de Atienza Francisco Luís de Alcántara y Miguel Velasco 4e asila­ron en estos, para terminar por acogerse en el convento de franciscanos de Trujillo.



Los hechos relatados anteriormente son de una ab­soluta veracidad histórica, amparados por documentos de la época y debidamente confirmados. Falta averiguar solamente por qué, sin ofrecer mayor resistencia, Silva y sus piuranos y lambayecanos, fueron tan fácilmente do­minados y cuál fue la razón que les obligó a tomar una determinación tan poco lógica y común. Aquí ya inter­viene la tradición.



El motivo de la dispersión de Silva y los suyos _ en el sitio denominado San Carranco, situado en el ca­mino que une Jayanca y Motupe con Salas, se debió a un hecho portentoso o mejor dicho a un aviso mila­groso.



Se encontraban reunidos los sediciosos en el cau­ce de la acequia de aquel nombre, que se hallaba seco, y al retirarse Silva, completamente solo, para desensillar su caballo vió, junto al animal, a un indio natural - de la región, vestido con todos los atributos de la no­bleza, quien le dijo que venía a ofrecerle el apoyo y con­curso de cinco mil indios mochicas, como refuerzo. El revolucionario Silva se alegro inmensamente con aquella noticia y pidió al indio datos concretos sobre el lugar donde se hallaban esos refuerzos salvadores, obteniendo por toda respuesta que el indio le señalara uno de los cerros más cercanos al lugar donde se encontraban, agregando que le acompañara para que se convenciera la realidad, pero a condición de que fuera sin nin­guna compañía.

Aceptada la invitación, el jefe de los rebeldes notifico sus compañeros sobre aquella interesante noticia se encaminó, montado en su caballo alazán tostado, hacía el cerro indicado.

Aunque el indio iba a pie y Silva al paso apresurado de su caballo, notaba que la sombra de aquel se proyectaba hacia adelante, cuando en realidad debiera haber estado atrás. Notó también que a los lados del camino se perfilaban borrosas sombras de otros tantos indios, cuyo número iba aumentando a medida que se acercaban al cerro. Otra particularidad que le llamó mucho la atención era el hecho de que el propio indio conductor y todas las sombras parecían, más que hombres que anduvieran, cruces que caminaran, porque to­dos estaban con los brazos extendidos.

Llegados que fueron a la falda del cerro señalado, .­Silva desmontó del caballo y guiado por el indio, fue introducido en un antiguo socavón, que se iba ensanchando hasta terminar en una verdadera rotonda interior, todo dentro del propio cerro y bajo la bóveda del socavón.

Al no encontrar a nadie y sospechando, Silva, alguna artimaña del indio, le increpó su conducta por el engaño de que pretendía hacerle víctima, pero por toda respuesta vió al indio situado en la entrada de la rotonda, quien con los brazos extendidos, en forma de cruz, le dijo:

"Si tu eres cristiano y no quieres defender tu cruz, nosotros la defenderemos. Basta con que cada uno de estos indios míos se abra de brazos para que sea una cruz perfecta su cuerpo un Cristo en agonía. Los cinco mil indios son cinco mil cruces, que se convertirán en cinco mil piedras, las cuales te acompañarán a la muer­te si tú no respetas tus dioses y tus leyes—. Dicho esto el indio desapareció o mejor dicho su cuerpo se incrustó en la piedra del cerro.



Silva, medio despavorido, salió apresuradamente del socavón, montó en su caballo- y a galope tendido llegó al sitio donde había dejado a sus compañeros, re­latándoles lo sucedido, habiendo interpretado todos, el significado de aquella extraña aventura, en el sentido de que el indio era el propio diablo, de conformidad con aquel viejo axioma castellano, que' dice- ''Tras de la cruz está el diablo—.



Y temiendo las consecuencias de aquel aviso, para su frustrada intentona de rebelión, desbandó a su gen­te y se encaminó al refugio salvador del convento de los franciscanos de Trujillo.



Y así, milagrosamente, terminó la primera rebelión de importancia, que tuvo por escenario las- tierras ac­tuales del Departamento de Lambayeque y por actores a sus antiguas gentes. .



(Según un relato del señor Belisario Burgos).



EL BRUJO “DON ROQUE” Y EL TESORO DE LA HIGUERA



Fue, “don Roque”, un viejo tucumano maestro en las artes mágicas, catedrático en brujerías y famoso en los asuntos ocultistas. Desempeñaba, además, las funciones de médico o curandero y por tal cúmulo de conocimientos era considerado, respetado y temido.

“Don Roque” usaba la siguiente indumentaria, en forma invariable: chaqueta blanca de “diablo fuerte”, pantalón de paño negro; faja de seda roja, al cinto; zapatos amarillos, de tres suelas, de una sola pieza, taco aperrillado y chilladores. Usaba espuelas de plata de las llamadas “roncadoras” y nunca se quitó, de la cabeza, el sombrero de lana de carnero.

Mofletudo, broncineo, de vidriosa mirada penetrante, corto de piernas y ancho de tórax, ralos bigotes, nariz achatada y pulposas manos. Parco en el hablar y pronto y decisivo en el hacer, tal la semblanza rápida de “don Roque”.

Este raro ejemplar de “sabio” realizaba sus visitas personales o profesionales a una hora invariablemente exacta, a las cuatro de la madrugada, sin distinción de personas, objetivos o urgencias; porque parece que solo se hacían aplicables sus conocimientos y efectivas intervenciones.

Su método de curación era absolutamente constante y enteramente sencillo y consistía en hacer desnudar al enfermo, permutando con él sus ropas, para regresar después de tres días, otra vez a las cuatro de la madrugada, y realizar de nuevo el cambio de indumentarias, con lo cual y por éste solo hecho los males del enfermo se trasmutaban al cuerpo del brujo y la salud de éste ocupaba el cuerpo del paciente.

Como quiera que este raro sistema de curación entorpecía la comprensión de las gentes, ya que no podían explicarse cómo el brujo, cogiendo para sí todos los males se conservaba siempre sano, el mismo “don Roque” se encargó de ofrecer la explicación, diciendo que él se hallaba constantemente sano, porque las enfermedades se ocupaban de pelearse entre ellas, para determinar la supremacía de alguna, y por causa de esta lucha le permitían a él estarse o conservarse siempre en perfecto estado de salud, porque mientras las enfermedades se devoraban entre ellas permitían a su cuerpo vivir en saludable condición.

“Don Roque” visitaba con frecuencia a la familia Albújar, compuesta de don Nazario y de su hermana “misia” Silvestre, tucumanos como él, con exclusivo objeto, según decía el brujo, de cuidarles el tesoro de origen incaico, que se hallaba enterrado junto a una antigua higuera, árbol que estaba sembrado en el centro de la huerta.

N o se sabe por qué ni cómo llegaron a solicitar y a obtener permiso de la familia Albújar, para desenterrar el tesoro, tres personas desconocidas, procedentes de Lambayeque, quienes una vez que obtuvieron la respectiva autorización procedieron a preparar la “misha”, bebida hecha con hierbas especiales, que otorga a quien la toma el don de doble vista o de clarividencia, bebida que se le dio a un muchacho, que los buscadores del tesoro habían llevado consigo. Hechos los preparativos del caso y después de que el muchacho o “sorbedor” y los ayudantes estuvieron listos, el muchacho, ya bajo el estado soporífero de la hierba embriagante, se acercó al árbol de la higuera, diciendo que veía un gran tesoro oculto, compuesto de riquísimos artículos de oro y de plata de primera calidad, pero el pretender tocar el árbol se escucharon ruidos que semejaban al chocar de palos, piedras, potos , calabazos y checos, apartándose, el muchacho, todo tembloroso, yendo a caer, privado del sentido, junto a los tres desconocidos, que se hallaban acompañados por los dos miembros de la familia Albújar, habiendo terminado la empresa sin ningún resultado positivo.

A los dos días de realizado este hecho llegó “don Roque”, a casa de la familia Albújar, y le increpó a don Nazario el no haberle participado los trabajos emprendidos, diciéndole que cuando se realizaba esa empresa, él, que se encontraba a muchas leguas del lugar, había “tendido su mesa” de brujería y a la distancia había hecho fracasar todo, porque había visto que los tres desconocidos se hallaban listos, con los puñales desnudos en la mano, para victimarlo a él, a su hermana, “misia” Silvestre y al propio muchacho, una vez que hubiera sido encontrado el tesoro; pero que con sólo el poder de su voluntad los había hecho fracasar, tirando palos, piedras, potos, calabazos y checos, ruidos que con el viento condujo desde muchas leguas de distancia, hasta el propio árbol de la higuera, osea que estando él en Penacho, con solo quererlo, sus deseos se convirtieron en hechos materiales, que se realizaron en Túcume.

Y aún agregó algo más, se dio a sí mismo el título de guardián, vigilante o cuidador de aquel tesoro, que había sido de sido de sus antiguos padres o ascendientes, los reyes mochicas, quienes le habían encargado a él, por sucesión dinástica hereditaria, de padres a hijos, que se convirtieran en los celosos defensores de aquella ingente riqueza.

“Don Roque”, el cuidador romántico del valioso tesoro, el descendiente de los antiguos jefes mochicas, el competente brujo, el curioso médico, el dominador de las distancias, el patrón de los vientos, hace mucho tiempo que murió, aunque momentos antes de expirar llamó a su hijo mayor y le dijo al oído, el secreto de su fuerza, la palabra mágica, el mamtram del poder, a cuyo conjuro las fuerzas de la Naturaleza obedecen y se realizan los milagros, para que así pudieran continuar vigilando avara y eficazmente el tesoro de su raza.

Y allí, junto al árbol de una higuera, en una casa del pueblecito de Túcume, aún continúa oculto el tesoro mochica, intacto y completo, porque quiere la leyenda y tradición –leyes de los hechos, fuerza de los hombres, poder del pensamiento- que nunca será encontrado, mientras no haya desaparecido totalmente y para siempre, de las tierras mochicas, el último vestigio de toda dominación española.

(Según el relato hecho al autor por el señor Demetrio León)



LOS DOS CADAVERES



Fue don Manuel de Vargas Machuca y Barreto, de Piura, un sacerdote de vida austera y ejem­plar: en las funciones de su profesión. Desempeñó los curatos de Morropón, Tambo Grande, Piura, Moche, Chiclayo, Lambayeque y tuvo destacada actuación, entre el momento patriota, a raíz del primer grito de Independencia lanzado en la ciudad de Lambayeque, de la cual era párroco, en diciembre de 1820.



Tiene importancia el averiguar por dos de los actos en que él interviniera, aunque el primero se relacio­na con un cadáver extraño, y el último con su propio habiendo tenido por escenario, ambos hechos, la ciudad de Lambayeque.



En la calle llamada de Chancay, cuadra compren­dida entre las de San Roque y Real, en la casa que durante muchos años ocupó don Cruz Alcas, talabartero contigua a aquella en la que tuvo su zapatería a don Martín Varillas, en la planta alta, existía una de juego, antiguamente establecida.



Cierta noche de fines del año de 1686 llegó a ella un apuesto personaje, elegantemente vestido, totalment­e embozado y perfectamente armado. Jugó con todos os asistentes y a todos, sin excepción alguna, les ganó. Nadie lo había visto entrar y nadie tampoco llegó a per­cibir el sonido de las monedas que el misterioso visitante que iba apilando delante de sí o el ruido que debieran producir, producir, cuando las depositaba en su bolsa. Cubierto con un antifaz rojo, era imposible averiguar siquiera el aspecto de su rostro y sólo se notaba que era opulento y decente por el dinero que hacía circular y por lo lujoso de su capa, sus espuelas y sus armas, que --ya lo único que se podía ver.



Entre los concurrentes se encontraba un italiano, a quien llamaban don Juan, el Bodeguero. tipo irascible, violento, atrabiliario y pasional, que fué el que más perdió y quien, impulsado por su desgracia, trato al in­cógnito visitante forastero de falsario y de tramposo. Luego de proferida esta última palabra, el desconocido jugador sacó a relucir su espada, de hoja toledana, re­pujada y, de una sola estocada, en el corazón, victimó a su oponente, sin que llegara a pronunciar sino las dos primeras sílabas de la palabra confesión. Enseguida es­capó sin que se dieran cuenta los presentes, que no lo vieron salir, dejando en la mesa de juego una gran can­tidad del dinero ganado, que le pertenecía, el cual se repartieron hermanablemente los presentes, jurando guardar el más absoluto silencio sobre aquel suceso y procediendo a sepultar el cadáver de su compañero en la misma pieza donde había sido asesinado, y bajo un poyo que se hallaba en uno de los ángulos, a manera de corner moderno, pero hecho de adobe, y se retiraron de aquel lugar, sin haber concurrido más a él, con lo cual la célebre casa de juego pasó a ser un recuerdo borroso de la historia lugareña.

Por mucho tiempo la casa permaneció cerrada, de­bido a que todas cuantas veces fué alquilada era desocu­pada al día siguiente, asegurándose, por aquellos que en ella habían pernoctado, que un fantasma les pedía insistentemente que le dieran la absolución a su alma y na sepultura a su cuerpo.

Y pasaron los años, y la visión era constante en presentación y los sacerdotes exorcizaban la casa, y oral se trasmitía, dando más fuerza a la visión en su realidad, y mayores detalles del fantasma. Por fin nos situamos en el año de 1799.



En dicho año llegó a Lambayeque don José de Po­rras y la Mata , ciudadano español, natural de Vizcaya, conante y caprichoso como todos los de su raza, y se alojo en la casa abandonada, precisamente en la misma pieza que fué, cien años antes, teatro de aquella extraña muerte, y a mayor abundamiento durmió sobre el mismo o poyo, donde se encontraba s el cuer­po de don Juan, el Bodeguero.



A las dos de la madrugada, que fué la hora del el propio don Juan, el Bodeguero, según señales y detalles que proporcionó don José de Porras y la reclamó de éste confesión y sepultura.



Bien fuera que el vízcaino no creyera mucho en a historias de fantasmas y aparecidos; bien fuera que no había tenido noticias del suceso; tal vez por la propia idiosincrasia de las gentes de su raza, el hecho es que - don José de Porras y la Mata no abandonó la casa, - pieza, ni el poyo en que dormía, a pesar de que todas las noches e invariablemente a la misma hora, la visión y el pedido se repitieron religiosamente.



Buen creyente y juicioso cristiano como era, con­viniendo en que los asuntos de fantasmas y de espíritus por no ser terrenales, debieran ser resueltos por los sacerdotes, se llegó donde don Manuel de Vargas Machuca, quien vivía en la casa de su propiedad, situada en la calle Grau, cuadra comprendida entre las de San Ro­que y Real, cuadra y casa que se encontraban exactamen­te paralelas a la del lugar del suceso y comunicándole todos los detalles del hecho, le invitó a que presencia­ra personalmente una de aquellas experiencias. El sa­cerdote, considerándose no como un investigador, sino como un encargado, se revistió de todos sus ornamentos, se hizo acompañar por su ínter, el cura Quiroz y bajo palio, portando el copón y la custodia y precedido de la Cruz Alta , junto con lo más connotado del lugar, procedió a ejecutar el exorcismo más detallado de la casa, hizo rogativas, y sin despreciar las cosas del mundo, una vez que hubo terminado su misión sacerdotal, hizo desaparecer el poyo que servia de sepultura al ca­dáver de don Juan, el Bodeguero, le dio la absolución y luego dio solemne sepultura al cuerpo, en el Cemen­terio público de la ciudad, con lo cual desapareció para siempre la visión fantástica, y la casa recobró su mitiva tranquilidad.



Y era que solamente un sacerdote podía verifi­car aquel acto, ya que muchos habían pretendido, sin conseguirlo, hacer que desapareciera el apoyo, el cual no se dejaba destruir por otras manos o sin la presencia de un ministro del Altísimo, debido a que el incóg­nito jugador asesino era el demonio, en persona, y ha­bía encantado la casa, el cuarto y el poyo.



Y así, de esta manera, el cura don Manuel de Var­gas Machuca y Barreto libró al alma del último asesina­do por el diablo de que se convirtiera en una alma eter­namente errabunda.



Tal tradición que se refiere al cadáver de don Juan el Bodeguero, asesinado por el diablo. Veamos, ahora a otra tradición que se refiere al otro cadáver, el propio cura don Manuel de Vargas Machuca.



Este sacerdote murió en la ciudad de Lambayeque, a la avanzada edad de 98 años, el día 8 de octubre de aquel tiempo ya existía y estaba en vigencia prohibía sepultar a los cadáveres en las iglesias el cura del pueblo y todos los habi­tantes tenían devoto cariño por el muerto, aquella disposición, procediendo de para burlarla. Se mandaron hacer exactamente iguales, en tamaño, forma, ma­dera y color. En uno de ellos se colocó el cadáver del cura y el otro un pesado tronco de madera de al- primero fué llevado a la Iglesia de la ciudad para hacerle las honras fúnebres de estilo, dejan­do toda la noche el cadáver en su respectivo monumento mientras que el otro ataúd fue introducido en el mismo templo. En altas horas de la noche y por la puerta de la sacristía.



Los familiares del difunto, el cura del pueblo y el albañil Carrión fueron los únicos que conocían el secreto que consistió en lo siguiente. En el Altar Mayor en la pared izquierda, mirando hacia el propio altar, junto a las gradas de acceso, se hizo una perforación y se empotró el ataúd el que contenía el cadáver del cura, enseguida se tapió, se resanó la pared y se pintó de nuevo poniendo junto a aquel sitio una consola, para descifrar el aspecto de la pared, recientemente pintada.

Esta labor total demoró tres horas de trabajo incesante. Inmediatamente después se colocó el otro ataúd, el, que contenía el tronco de algarrobo, en el sarcófago, en mitad de la nave central de la Iglesia , profusamente alumbrado, adornado y revestido.



Cuando a la mañana siguiente ingresaron al tem­plo las autoridades y el pueblo en pleno, y procedie­ron a desfilar en el acompañamiento fúnebre, ninguno sospechaba siquiera que lloraban y se condolían, que solemnizaban y bendecían, que rezaban y acompañaban a un pedazo de madera de algarrobo, ya que el cadá­ver del sacerdote don Manuel de Vargas Machuca y Barreto había hallado cristiana y eterna sepultura, la noche anterior, en el Altar Mayor del templo. Y la cre­yente comitiva acompañó hasta el Cementerio al pe­dazo de madera y se retiró contrita, pensando que ha­bía cumplido, devotamente, con uno de sus más impor­tantes deberes sagrados.



Fue el albañil don Agustín Isa siga quien se encar­gó de depositar en la bóveda de la familia aquel ataúd, con el pedazo de algarrobo, en presencia de todo el acompañamiento, siendo este mismo albañil quien des­pués destapó la bóveda, ya en el secreto, y condujo el ataúd al fundo " La Federal ", cercano al Cementerio y que era de propiedad del cura fallecido. Dicho ataúd sirvió, poco tiempo después, para depositar en él el cuerpo de una sobrina del difunto: Carolina Paredes.



Han pasado los tiempos y este secreto de familia ha permanecido en el más absoluto de los misterios; pero como no deseo que se produzca alguna desorien­tación histórica o alguna engorrosa discusión sobre el cadáver, sin nombre, sin señales o iniciales, que sirvan para su identificación personal, el día en que por cualquier motivo fuese hallado ese cuerpo, otorgo las seguridades de esta tradición, puesto que me es familiar y se ha venido ocultando celosamente a los tiempos y a la curiosidad de las gentes, como una herencia de sigilo y como una primicia de silencio.



Rompo ambos para darle un carácter genuinamente familiar a esta tradición y para evitarle, en el futuro, a la investigación histórica un tropiezo, una espera, un caos, un enigma.

(Conforme a una tradición de familia)



LA ABUELITA DEL CAMPOSANTO



Con este nombre era conocida en el pueblo de Santa Lucía de Ferreñafe, el cadáver de una mujer que a mediados del siglo XVIII fue desenterrada del colegio del aula, situado en la primera cuadra de la calle Real, colegio que había sido edificado sobre un antiguo cementerio.

El cadáver, que se hallaba momificado, y por lo tanto en perfecto estado de conservación, pertenecía a una india, vestida con su mortaja, poseía un rosario y varios pedazos de tejidos incaicos y pequeños artículos de oro.

L as fervorosas ideas religiosas de la época y de las gentes, hicieron que el ataud fuera llevado a un compartimiento de la iglesia del pueblo, al lado izquierdo del atrio y se le colocara en lo que hoy es la curia, entrando a la iglesia, a mano izquierda, donde estuvo depositado por más de 50 años; que se le beatificara popularmente, celebrándose su fiesta el 2 de noviembre, día de difuntos y que se le sacara 10 o 15 días antes de su fiesta,para ubicarlo en el centro del templo, frente al altar mayor, adornándolo con profusión de velas, flores artificiales y paños negros. Siempre durante esos 10 o 15 días, se destapaba el ataud y manos piadosas, expertas y creyentes le retocaban el rostro, con cera y yeso, pintando de nuevo la cara, para darle el color natural, depositándolo después en su compartimiento primitivo.

Así se venía haciendo hasta el año 1920, en que debido a disposiciones de las autoridades sanitarias y de la policía, el ataud fue conducido al cementerio del pueblo, donde obtuvo sepultura definitiva, pero fue precisamente desde ese año de 1920 en que cesaron de realizarse los milagros que a aquel cuerpo se le solicitaban, en beneficio de las gentes del pueblo y se cumplió también la profecía hecha por la Abuelita del Camposanto, de la futura ruina de la ciudad.

Procuremos averiguar ahora cuál fue el origen de aquella profecía cumplida y a quién pertenecía el cuerpo de aquella india, momificado.

En el legajo v, cuaderno 102, año de 1639 del Archivo Nacional, de Lima, se encuentra un expediente por el cual consta que Francisco Cefec, Lucas Chachunanac, Gaspar Mamay, Juan Curan y Martín Chupo eran postillones de correo o chasqueros, que recorrían el despoblado que se extiende entre Mórrope y Sechura.

Estos cinco hombres se turnaban en sus periódicas obligaciones y eran todos morropanos de nacimiento, como sus padres. Aunque tenían apellidos diferentes, al parecer todos eran fruto de un mismo matrimonio, de José Cenacupochamay y de María Chufecranmanac, cuyas sílabas corresponden a los apellidos de los cinco hijos. Los padres, antiguos nobles y poderosos de Mórrope, se vieron esclavizados y arruinados por la conquista y tuvieron que abandonar sus terrenos y ganados, yendo a radicarse en Picci y después en Ferreñafe, pero los hijos continuaron viviendo y trabajando en Mórrope.

E l padre murió primero, quedando la madre enteramente sola y distante de sus hijos. Como se había dedicado a la brujería y al sortilegio, poseía conocimientos y condiciones para el ejercicio de las prácticas prohibidas de la magia benévola. Pudo de esta manera trabajar para vivir, llegando a adquirir un verdadero dominio para la clarividencia en el tiempo y en el espacio, llegando a predecir sucesos próximos o remotos favorables o adversos con solo retirarse a un lugar solitario durante tres días y no tomar de alimento sino agua y por último un cocimiento hecho a base de yerbas de concuno, huarmi- harrmi y hojas del viento.

Un día María Chufecranmanac, quizo mirar su propio destino después de haber visto el de muchos otros cayendo en un estado de sopor invencible y con palabras encontradas dijo: “Veo una mano del vientre de mis hijos que corre y vuela por mi pueblo, yo después de muerta, daré todo lo que me sea pedido, si me solicita con respeto y amor, pero veré la luz una vez al año. Y si no tengo luz por una mano de años seguidos las nubes negras y las aguas blancas inundan los pueblos, los terremotos y los caminos.

Esta videncia puede interpretarse así: la mano del vientre de hijos son sus cinco hijos chasqueros, que corren entre Mórrope y Sechura; el ofrecimiento de dar lo que se le pida, significa el milagro; la luz que verá cada año significa que su cadáver iba ser sacado de su nicho temporal , para exponerlo a la veneración de los fieles, una vez al año, por último, habiendo sido enterrado definitivamente el año de 1920, a los cinco años, es decir después de una mano de años se produjeron las lluvias copiosas y las grandes inundaciones de 1925 que tanto daño produjeron en el departamento de Lambayeque.

L abuelita del camposanto de Ferreñafe, que reposa en paz con los muertos, se ha olvidado de los vivos para ofrecerle sus milagros; pero, en cambio habiendo cumplido la profecía de las inundaciones no existe ya el milagro de que estas se repitan nuevamente debido a un alto de irreverencia incomprensible y desatinada disposición que ha matado a una edificante tradición y a aniquilado una creencia popular.

Por eso se explica sea el pueblo de Ferreñafe uno de los más valerosos del departamento de Lambayeque, porque no esperando milagros, confiando tan solo en su propio valor, no necesita de extrañas ayudas o de ajenas intervenciones, puesto que cree, basarse en su natural coraje.



(Arreglado según relato del señor Fermín Salazar)



LA APUESTA DEL DIABLO



Don Juan Ruiz de la Llana y Alvarado era cura propietario de la parroquia o ramada de Santa Lucía, uno de los cuatro curatos, que junto con los de San Pe­dro, San Roque y Santa Catalina tenía el pueblo de Lambayeque. Su antecesor, don José de lsúsquiza, ha­bía desempeñado ese mismo cargo con honorabilidad y dedicación y, por lo mismo los feligreses se extra­ñaron de que su sucesor el cura de la Llana y Alvarado, comenzara sus labores sacerdotales con una notifi­cación desde el púlpito, exigiendo a los fieles, en lugar de una mayor devoción más dinero y más primicias, amenazando a ricos y a pobres con las eternas penas del Infierno, en caso de no aumentar sus contribuciones, que ya eran muchas.



Pocos fueron los lambayecanos que no se atemorizaron con aquellas amenazas, y hombres y mujeres; creyentes o no, comenzaron a doblar y triplicar sus donaciones y sus legados, bien fuere en dinero, jornales, primicias de arroz, viñas en caldo, peroladas de miel, frutas y víveres.



Los pocos rebeldes no llegaban a cinco ni bajaban de tres y eran los siguientes: don Miguel Bermejo de Soto y Mendoza, quien los capitaneaba y vivía en la calle de San José, que después se llamó de las Merce­des luego Real y ahora 8 de Octubre; el capitán don Pedro Norberto del Campo quien vivía en la calle de San Nicolás, llamada después de la Ladrillera y ahora: 28 de Julio; don Juan Andrés Valdera, que vivía en la calle de san Antonio, luego el Palmo y en la actualidad Huascar y por ultimo don Juan de Rivera, que tenia su casa en la calle de La Merced , llamada después Callejón de la Luna y ahora Manco Cápac.



La disipada e irregular vida que llevaba Don Miguel Bermejo de Soto y Mendoza, tanto personal, civil como eclesiástica, le habían concitado el natural alejamiento de sus vecinos y sólo se reunía con sus otros tres compañeros todas las noches, en su propia casa, hasta y divirtiéndose. Por eso es que las gentes sostenían que los cuatro amigos jugaban y con el diablo, puesto que estaban condenados a su alejamiento total de los lugares sagrados asistiendo a los oficios, no guardando los compadrazgos, ni oblando nada para el culto o el sacerdote:

La notificación pública que hiciera el cura de la Llana y Alvarado fue un especial motivo para que los cuatro rebeldes reafirmaran sus inmorales costumbres religiosa, por lo que el párroco los conmino severamente para que cumplieran con sus deberes como los demás fieles, al servicio de la religión. Pero aquella notificación exacerbó los áni­mos de los contumaces y una noche del mes de julio casa de Soto y Mendoza, se realizó una se­sion macabra y solemne.



Vestidos totalmente de negro, la casa enteramente al rededor de una consola, cubierta con un paño negro y en el centro de la misma una vela color sin encender, fabricada con humo de pez, juraron combatir y luchar contra la extorsión del cura de la Llana y Alvarado, llegando hasta prometer­se que se pelearían con ellos mismos, auto castigándose y perderlo todo en su resuelto afán de rebeldía, apos­tando sus vidas, haciendas y familias, por lo que se dijo que habían celebrado el rito del diablo, apostando con él y bajo su advocación y en su presencia.



Pero no les duró mucho aquel acto de abierta re­belión, porque al siguiente mes de su fúnebre reunión murió súbitamente el capitán del Campo; poco después fallecía, debido a una epidemia de viruelas, Juan An­drés Valdera y, por último, se ahogó en el río de la ciu­dad Juan de Rivera. Sólo quedaba el capitán general, director y ánima vital del grupo rebelde, Soto y Mendoza, quien continuó recalcitrante y tenazmente la lu­cha, ya enteramente aislado. Fue tal la contumacia de Soto y Mendoza, que poco después de celebrada aque­lla insólita reunión y sirviendo de testigos sus tres com­pañeros, ante el Escribano Público y de Registro, don Tomás de Ribera, por escritura pública de 18 de setiem­bre de 1703, llegó al extremo, por no dar nada, de com­batirse a sí mismo y de imponerse una multa de tres mil pesos, con el curioso tenor literal siguiente:



"Sepan cuantos esta carta vieren cómo yo don Miguel Bermejo de Soto y ¡Mendoza, morado: de este pueblo de Lambayeque, jurisdicción de la ciudad de Sa­ña, digo: Que por cuanto de hacer y otorgar fianzas, abonos a algunas personas y en especial en las tocantes al Real haber y eclesiásticas se han aniquilado los más crecidos caudales, respecto de lo cual y para obviar los ''trances’’ que por dichas fianzas y abonos acaecen, por tratarse las más de ellas, como se ha experimentado en esta y en otras provincias y que por respetos humanos y de personas poderosas y de respeto muchas veces se hacen y otorga contra toda voluntad, por la ninguna utilidad que de su otorgamiento resulta. Por tanto en aquella vía y forma que puedo y mejor en derecho lu­gar haya, otorgo, prometo y me obligo de no fiar ni abandonar por mí ni por interpósita persona y ninguno que sea por ningún pretexto, causa o razón que haya, ni obli­garme de llano en llano por otro por escritura auténti­ca, vale, ni por otro instrumento alguno, ni de pala­bra, pena de caer e incurrir en los tres mil pesos de a ocho reales de que me constituyo líquido y verdadero deudor y a mayor abundamiento y siendo necesario me doy de la dicha cantidad por entregado a mi voluntad y sobre que renuncio a las excepciones y leyes de la pe­cunia y entrega por no ser deprimente".

Pero como no hay delito sin castigo, ni falta sin sanción, a los dos meses siguientes, aquel maestro de rebeldes, aquel director de irreverentes, el sacerdote ne­gro, el confidente de! demonio, el hombre fúnebre que se castigaba a si mismo, para que imperara su terquedad, murió violentamente, tornándose, de inmediato, su cuer­po, totalmente negro, como si se hubiera querido castigarlo simbólicamente, en su calidad de asistente a la misa del diablo.



(Arreglado según relato de la señora Tomasa Cas­carilla )

.

EL PASADO, EL PRESENTE, EL PORVENIR Y LAS TRES ONZAS DE ORO



Era Don Juan de Barbarán encomendero del pueblo de Lambayeque, en 1612. Su situación económica era perfectamente inestable y provenía de dos razones básicas, primero porque la hacienda personal de don Francisco de Barbarán, antiguo encomendero de Jayanca y tío de don Juan, había sido casi liquidada por aquel, y segundo porque el mismo sobrino, don Juan de Barbarán, se dedicó al juego y a la vida disoluta.

Tal era su situación que el 1º de octubre del citado año de 1612, don Juan de Barbarán vendía a Alonso de Villavicencio, vecino de Saña, su propiedad de la hacienda Sicán, que corresponde a una parte de los que es hoy la hacienda Batangrande.

Alentados por la intromisión de españoles en el pueblo de Jayanca, con dicha venta, en 1643, se remataban a algunos castellanos 52 fanegadas de tierras de dicho pueblo, por 520 pesos de 8 reales, suma que el cacique de aquel pueblo, don Jerónimo Rodríguez Puy consoli pagó, tomando por el tanto los terrenos rematados, que luego repartió entre el común de sus indios.

Este despojo sufrido por los españoles les produjo el consiguiente enojo y resolvieron comprar esos mismos terrenos, entregando a cada natural como precio de la venta tres onzas de oro o más probablemente tres monedas de plata, pero procediendo en la forma original siguiente: Le entregaban una moneda y al quitársela le decían: “Una que te he dado, otra vez le doy y otra que te estoy dando, son tres”, y seguramente que el procedimiento hubiera prosperado, sino es porque el procedimiento hubiera prosperado, sino es porque el propio cacique don Jerónimo, inteligente y vivo y que conocía, seguramente a fondo, los métodos de los conquistadores, presenciando una de estas escenas comerciales, destruyó el sistema en la siguiente forma tomando de mano del indio, la moneda, le dijo: “Entiérrala”, “Para qué”, replicó el castellano y el cacique arguyó: “Para que no te la puedan quitar más”, a cuya respuesta el español entregó las dos monedas restantes.

Fue entonces que el cacique Puyconsoli dijo: “Una es el hoy, es para ti, gástala; otra es el ayer, es de tu padre, entrégasela y la otra es el mañana, es de tu hijo, siémbrala”.

En descargo de la verdad histórica, debo declarar que existe una tradición semejante en el sur del Perú, con el mismo fondo e igual forma y que es lo más probable que ella sea la verdaderamente original y la nuestra la trasplantada; pero como en nuestro. Departamento se aseguran los hechos relatados más arriba, he creído que debiera ser considerada.

(Del ambiente popular)







UN CADÁVER Y UN JUICIO



El segundo de los curas de Mórrope y Pacora, el maestro don Diego de Avendaño, hizo construir las iglesias de ambos pueblos, hacia 1550: pero 130 años después, esto es en 1680, el licenciado don Alonso Bances de León, cura propio de dichos lugares, cambió la ubicación del templo de Pacora, del que tenía primitivamente, al lugar que en la actualidad ocupa; construyendo aquí una nueva iglesia.

Terminado el trabajo, que duró cerca del medio año, el cura Bances regresó a Mórrope, pero como el corsario inglés Eduard David había saqueado el puerto de Casma, asesinado a su sacerdote y asolado la Villa de Saña, grasando las poblaciones de la costa del Perú, el cura Bances se retiró nuevamente a Pacora, en el mes de setiembre de 1685.

Fue en este mismo año en que celebrando la fiesta de la Purísima Concepción de María, el 8 de diciembre, al salir de la iglesia, a las dos de la tarde, “El cura sofocado con el ejercicio y el sumo calor de la estación de aquel tiempo, le di{o un aire que lo atravesó y a las siete de la noche lo echó en la Eternidad ”.

Los pacoranos, agradecidos por el interés que por ellos había demostrado, el cura Bances, dejaron veinte de los miembros de su comunidad costudiando el cada ver, pero a las doce de la noche hicieron irrupción los morropanos y rompiendo el cerco de la huerta, donde se velaba el cadáver, y después de breve y contundente se velaba el cadáver, y después de breve y contundente se velaba el cadáver, y después de breve y contundente lucha con los guardianes, se robaron el cadáver del cura Bances, dejando en su lugar el de un indio pacorano, asesinado por los asaltantes. Los morropanos, con su tesoro inerte, procedieron a darle solemne sepultura en su iglesia, con el concurso de don Pedro Arriola cura ínter del fallecido.

Como quiera que en la madrugada de ese mismo día de la gente de Pacora, despertadas y avisadas por los guardianes, del asalto y robo verificado, se dieron cuenta del hecho, y temiendo ser derrotados de nuevo, solicitaron la ayuda de sus vecinos, los naturales de Jayanca. Juntos, ambos pueblos, se dirigieron al de Mórrope entablándose porfiada lucha entre ellos, encabezados por sus respectivos curas: Juan Bances de Chávez.

Jayanca y Pedro Arriola por Mórrope y Pacora. Habiendo resultado vencedores los de Mórrope, tanto en la lucha cuanto en la posesión del cadáver, que se hallaba sepultado en la iglesia de este último pueblo, sus contrincantes, los pacoranos, acudieron en queja a Trujillo, habiéndose expedido sentencia en virtud de la cual se condenaba al ínter del cura de Mórrope, Pedro de Arriola, a pagar, de su propio peculio, los derechos de funerales del cura Bances, al cura de Jayanca.

En realidad, el cura Bances había hecho positivos beneficios materiales a Pacora y a Mórrope, puesto que edificó nueva iglesia y nuevo pueblo en aquel, le regaló una custodia dorada y esmaltada, con un peso de once marcos y tres onzas, mientras que a la iglesia de Mórrope le regaló una custodia de plata de ocho marcos y cuatro onzas de peso, consumiendo las que había obsequiado el cura Villavicencio y Olivares y además un cáliz patena y vinajeras de plata dorada.

Con todo esto no fue, en realidad, el agradecimiento lo que llevó a esos pueblos a pelearse entre ellos, la posesión del cadáver del cura Bances, sino el deseo de obtener para sí la cuantiosa fortuna que dejaba, convirtiéndose en sus herederos, ya que el cura, poco antes de morir, declaró verbalmente que dejaba, por herederas de sus bienes de fortuna, a las tres iglesias, la de Jayanca la de Pacora y la de Mórrope.

Cuando ya el juicio estaba bien adelantado se presentó don Tomás Silvestre de León y Seminarío, sobrino del cura Bances, ofreciendo un testamento auténtico y cerrado de su tío, en virtud del cual lo declaraba como único heredero.

Después de un dispendioso juicio, entre las tres iglesias mencionadas y el sobrino heredero, la Audiencia de Lima falló, declarando que la fortuna fuera repartida en dos partes iguales, una para el sobrino y de la otra deberían partirse hermanablemente las tres iglesias en litigio.

El total de la herencia ascendía a ochenta mil pesos, según aseguró un sucesor del cura Bances, don Justo Modesto Rubiños y de Andrade.



(Arreglado conforme a un viejo manuscrito del cura don Justo Modesto Rubiños y de Andrade).

CORPUS SIN SOL

No hay Carnaval sin lluvia, Semana Santa sin luna, ni Corpus sin sol. Así dice el adagio, reza la creencia y sostiene la tradición, y se añade que si faltara alguna de estas evidentes señales, en cualquiera de aquellas festividades, se produciría una gran desgracia.

Como prueba convincente que ampara esa ley, tenemos el hecho de que el día jueves 3 de junio de 18 90, festival de Corpus, no alumbró el Sol en la ciudad de Lambayeque, y en el año siguiente, de 1891, se produjo la inundación de la ciudad, por las aguas del río.

Las inundaciones más importantes que se han producido, fuera de la general de 1578, han sido las siguientes: 1791, con fuertes lluvias; 1815, no tan intensas pero si muy prolongadas; 1828, fueron tan fuertes las lluvias y tanto el caudal de las aguas que se arruinó el fundo Yéncala y se perdió la mitad del barrio llamando de la Otra Banda , situado entre los ríos; 1835, esta inundación destruyó el Hospital de Belén; 1857, inundación que hizo que se perdiera la otra mitad del barrio de la Otra Banda ; 1871, esta inundación fue motivo para que los habitantes de la ciudad la abandonaran y se radicaran en los campos y en los médanos. Con respecto a esta inundación, el párraco, don Manuel Orbégozo cuenta que permaneció mes y medio la iglesia inundada de agua, llegando el nivel de esta hasta la cuarta grada del Altar Mayor. El 13 de marzo, a las 9 de la noche, el agua ingresaba a la iglesia y Plaza de Armas, llegando a tal punto la creciente, que la iglesia tenía más de un metro de agua, habiendo sido necesario ingresar a caballo a ella, para rescatar la custodia y el copón” . Después se produjo la inundación de 1891 y luego las fuertes lluvias y avenidas de 1925.

Las Meteorología de entonces consistía sólo en mirar al Cielo y ver si las nubes estaban cargadas, si tomaban aspecto de palmas o de copos de algodón; oir croar a los sapos; contar el número de cochinitos de humedad o de “abuelitos” y fijarse si se le caían o no las alas a las hormigas de agua. De todos estos hechos se deducía la proximidad de las aguas, lo intenso de las repuntas y las probables inundaciones. Pero en la inundación de 1891 no intervinieron ni los Cielos ni los animales, sino los hombres.

El Corpus del año 1890 no fue alumbrado por el Sol, porque la festividad de ese día se realizó contrariando los ritos de estilo y las formas de costumbre. La falta del Sol, era en realidad un castigo, un aviso, mejor dicho una maldición que tenía su origen. En efecto sabido es que la procesión del Corpus hacía un recorrido diferente del de las otras procesiones, por la mitad, porque saliendo de la Iglesia , seguía por la calle Real, recorría la calle Grau y tomando la de San Roque ingresaba nuevamente a la Iglesia , mientras que las otras procesiones seguían por la calle de Chancay, para tomar luego su normal recorrido. Además la procesión del Corpus se realizaba siempre de mañana, saliendo solo el sacerdote bajo palio, portando la custodia, sin andas o efigies de ninguna especie.

Pero el año 1890 se contrarió la costumbre y se vario la tradición. En efecto, la procesión salió por la tarde, con una anda que llevaba la Cruz Alta , e hizo un recorrido distinto, ya que se prolongó hasta la calle de Chancay.

Pues bien, debido a aquella falta de devoción y a aquella prueba de irreverencia, esa misma noche, del 3 de junio se quemó el Altar Mayor del templo, lo mismo que la custodia y todos los ornamentos, vasos sagrados y efigies, que en dicho altar existían.

Como quiera que los habitantes de Lambayeque no acudieron, con la presteza debida, a sofocar aquel incendio, lo que demostraba otra falta de interés por culto y por la defensa de sus elementos, se produjo de inmediato un nuevo castigo contra el pueblo, en el desbordamiento del río, que inundó totalmente a la población, sus caminos y campiña, como un castigo y para recordar a los hombres que si ellos no habían querido preocuparse por defender su iglesia, del incendio, el culto podía defenderse solo, con la ayuda de sus naturales elementos, oponiendo al fuego, que destruía la iglesia el agua que lo apagaría, aún cuando fuera con el sacrificio de la ciudad y de sus moradores, que no acudieron a defender sus valores religiosos.

Así explica la tradición el origen de la inundación de que fue victima la ciudad de Lambayeque, en el año de 1891.



(Relatado por el Señor Augusto F. León, padre del autor)

EL RIO DE LA LECHE



En las ordenanzas sobre irrigación de las tierras del Departamento de Lambayeque, de que fue autor el doctor don Gregorio Gonzales de Cuenca, de fecha 3 de marzo de 15 67, aprobadas por la Real Cédula de 4 de setiembre del mismo año, no se hace mención alguna al río de la Leche , ni a las tierras que riega, lo que no tiene porque llamar la atención a quien sepa que, el referido río no existía en las épocas de las ordenanzas, ya que fue abierto, por la mano del hombre, tres años después.

De cómo fue abierto ese cauce y el porqué se le llamó río de la Leche , trata la presente tradición.

Las tierras de Mórrope sus ganados y habitantes hacían uso del agua del pozo único que existía en el mismo pueblo, pues no había en realidad, agua de regadío.

Siendo cura de Mórrope y Pacora, en vía de encomienda el antiguo ínter de aquel pueblo, don Luis Quijano, reunió a todos los naturales del lugar y procedió a abrir un cauce que nacía de los cerros de Penacho y Salas y que recorriendo 27 leguas llegaba hasta Mórrope. Este trabajo duró cuatro años, habiendo colaborado en él todos los naturales del lugar, tanto en forma personal cuanto en dinero víveres y vestidos.

El trabajo que se verificó consistía en desviar las aguas naturales de las altas sierras, para llevarlas a la costa, lo que se realizó con la única obligación para los morropanos de pagar un tributo, al cacique de Penacho, consistente en sal, ají y algodón.

Terminando el trabajo y pagado el tributo, los morropanos esperaron ansiosamente el tan deseado elemento, para abrevar a sus ganados y fecundar sus tierras, pero a pesar del trabajo; de las lluvias y vertientes apenas llegaba agua a las entecas tierras. No pudiendo entender la razón por la cual el agua no discurriera abundantemente, los dirigentes y principalmente del pueblo consultaron con su párraco, quien sostuvo que si se había terminado la obra de los hombres, no se había terminado la obra de los hombres, no se habían cumplido las obligaciones para con el Cielo, y que por lo tanto, era preciso realizar una procesión por todo el cauce, desde su nacimiento, a manera de bautismo.

Aceptado el consejo, el 12 de junio de 15 70, el pueblo en pleno, presidido por su párraco, Luis Quijano y sus ayudantes, Luis Solórzano de la Torre , Toribio Castañeda, y el religioso franciscano Ambrosio Tasón, salió en solemne comitiva desde la misma iglesia, portando a San Pedro, patrón de Mórrope y a San Pablo patrón de Pacora, cada uno en sus respectivas andas habiendo llegado al nacimiento del cauce, en la serranía de Penachí, el 21 del mismo mes. Inmediatamente se efectuaron las consiguientes ceremonias de consagración, dedicación, bendición y bautismo, lo que produjo instantáneamente un gran aumento del caudal. Sin embargo, la cantidad de liquido no era lo suficientemente abundante como para que llegara hasta Morrope, resolviéndose el regreso por el mismo camino o sea el propio cauce, bendiciendo las aguas y las tierras colindantes, lo mismo que las orillas y ensanchando aquel, hasta que llegando al pueblo, el día 29 de junio, fiesta de San Pedro, todos los componentes de la comitiva y moradores del pueblo, en un arrebato de fervor religioso y de entusiasmo personal, se sumergieron en el agua, junto con las andas y las efigies.

Primero se introdujo la imagen de San Pedro, tanto porque era el patrón del pueblo, cuanto porque era el día de su fiesta, pero ya no fue posible hacer lo mismo con la de San Pablo, porque fue posible hacer lo mismo con la de San Pablo, porque fue tal la avalancha y el impetuoso caudal de agua que se produjo, que los asistentes, sus jefes, las andas y la propia efigie, todo tuvo que retirarse prestamente, temiendo que fuera arrastrado por la fuerza incontenible del elemento.

Hasta ese instante las aguas habían tenido el color común de todas las aguas de regadío, pero súbitamente tomaron un color blanquecino, casi lechoso, y de donde el de río de la Leche , todo por milagro patente de San Pedro, patrón del pueblo.



(Arreglado conforme a una antigua tradición popular).



LOS “BARREDAS”, CORREGIDOR Y CURA+



Cuando don Gabriel de Barreda era Corregidor de Lambayeque y Fiscal de la Real Audiencia de Lima, desempeñaba las funciones de cura párroco de Mórrope y Pacora su sobrino, el licenciado, don Benito Barreda, allá por los años de 1648 a 1654.

Aquel Corregidor, aprovechándose de su situación y su parentesco con el cura, se presentó en los pueblos del norte de la Provincia de Lambayeque actual, con una piara de mula que ascendía a 200, las cuales contaba con vender a un precio de 55 pesos cada una.

El sobrino cura, o sea don Benito Barreda y Carvajal, que conocía a fondo a su tío, que además era de armas tomar y nada tuerto en el oficio de comerciante, se dio cuenta de que cada una de las mulas le habría costado al Corregidor no más de 12 pesos. Contrariando al tío en el negocio, tanto por la enorme cantidad de mulas que pretendía introducir, cuanto por lo excesivo del precio, ya que el número de aquellas era superior al de habitantes y el precio de 55 pesos mayor aún que la hacienda de algunos de los naturales, reunida, le increpó su conducta y “el Corregidor perdió el respeto al cura, a título de tío, y éste, defendiendo a sus ovejas, que pretendían ser trasquiladas, a título de sacerdote, y dejando las buenas razones echaron mano a las fuertes acciones, abofeteando el Corregidor al cura y abriéndole éste a aquel, la cabeza, con el Borbón, y se maltrataron a golpes y se ofendieron con malas razones”, habiendo tenido que intervenir, en la contienda, el común de los indios y los agustinos Antonio de la Fuente y Antonio de Esquivel y el maestro don José Benites.

Ambos parientes acudieron, en demanda de justicia, a Trujillo el uno y a Lima el otro, ordenado el Obispo de aquella diócesis, don Diego del Castillo, que el cura beneficiado de San Martín de Reque, que era don Fernando de la Carrera y Daza, actuara en calidad de vicario.

No iban muy bien las cosas para el cura Barreda, porque tuvo que fugar sin saberes más de él, debido al testimonio de fray Antonio de Esquivel, agustino retirado del convento de Saña; pero ya a punto de morir, este sacerdote, confesó al prior del convento que había sido cohechado, por el Corregidor Barreda, para que declarara en contra del cura, por lo cual había perjurado. Con esta declaración el vicario Carrera mando publicar edictos, citando al cura Barreda, para pronunciar sentencia, pero éste nunca se presentó.

Ahora bien, la tradición asegura que ambos protagonistas de la historia fueron castigados. Así, el Corregidor murió pobre y pidiendo limosna, lleno de lepra y sin haber podido vender sus 200 mulas, y el cura, su sobrino parece que murió de hambre, en las serranías de Cajamarca, donde se internó al darse a la fuga.

(Arreglado conforme a un manuscrito del cura don Justo Modesto Rubiños y de Andrade).



LA LAMPARA DEL SANTISIMO



La iglesia de Reque carecía de una lámpara para el Santísimo, cuando llegó a desempeñar las funciones de cura del pueblo don Rafael Suaso, quien resolvió adquirirla. Para este fín impuso algunas obligaciones a los indios y prosiguiendo sus labores hizo traer maderas selectas de Guayaquil, para la techumbre de la Iglesia ; fundó negocios de cordobanes y tenerías; se dedicó a la cría de ganado y se convirtió en agricultor. Quienes trabajaban para el cura eran los naturales de Reque a quienes esquilmó a su gusto, presionó y redujo prácticamente a la misería, con pensiones, obligaciones y cofradías.

Presentada la respectiva queja, por los indios naturales, al Duque de la Palata , don Melchor de Navarra y Rocaful, vigésimo segundo virrey del Perú, expidió un decreto, constante de 24 capítulos de fecha 20 de febrero de 16 88, oponiéndose a la inmunidad y regalía eclesiástica, prescindiendo y contrariando la oposición que le hacía el Arzobispo de Lima, don Melchor de Liñán y Cisneros, ordenando, además, por la real provisión de 5 de agosto de 16 89, que el Corregidor de Saña, que era el maestro de campo don Francisco Melgarejo y Herrera, hiciera una sumaria información secreta y se la remitiera.

El Corregidor, a quien el cura Suaso había molestado bastante, con motivo de la repartición de bienes e intereses, se aprovechó de esta circunstancia y empeló al cura, en forma tal que el Virrey ordenó al Obis po diocesano, para que a su vez le ordenara al cura " Suaso que evitara todas las extorsiones y abusos contra los indios recanos.

Como quiera que el cura había hecho causa común con el Obispo y el Corregidor y los indios con el Virrey, y aquel llevara todas las de perder, procedió a tomar para sí todos los vasos sagrados y valores orna-" mentales de la iglesia de Reque, y se hubiera quedado con ello3 si los naturales no se amotinan y reclaman como suyos todos esos valores, que ellos habían trabaja-^ do y sufragado, de todo lo cual el cura Suaso preten­día adueñarse.



Entre los objetos de mayor valor, se contaba la lámpara del Santísimo, que era toda de plata dorada, i. con incrustaciones de nácar y oro, la cual había costado : mucho trabajo y mucho dinero a los de Reque.



Como quiera que el Corregidor había presenciado y amparado el motín y en el deseo de liquidar este asun­to y de liquidar al cura también, resolvió convertirse en depositario de todos esos valores y especialmente de la lámpara del Santísimo, dejando a los naturales que disfrutaran de los montes, de los pastos y de las crías y al cura con sus negocios, quedándose, de esta manera, él con lo más efectivo.

Parece ser, sin embargo, que a la lámpara del Santísimo le estaba deparada una historia de mayor importancia, ya que el Corregidor Melgarejo procedió fundirla y a venderla, siendo castigado por este sacrílego, puesto que murió loco, como resultado dé la!" persecución constante de que era objeto: una lámpara; encendida que veía constantemente, pero siempre en la oscuridad.

Así fue castigada la rapiña de aquel Corregidor, de conformidad con una antigua creencia de los naturales de Reque, en virtud de la cual todo lo que de ellos proviniera, si era poseído por gentes extrañas al lugar, les traería una vida infeliz y una muerte afrentosa e in­digna.



(Según relato del señor Federico Gonzáles).





VIVEZA Y EFICACIA



Uno de los sacerdotes más acaudalados del Departamento de Lambayeque fue, sin duda alguna, don .Alonso Bances de León, cura de Mórrope y Pacora; pero el más vivo y más audaz de sus sucesores lo fue el li­cenciado don Josef Francisco de Vidaurre.



Este buen ministro del Altísimo además de poseer una valiosa colección de alhajas, como eran tres y me­dia onza» de perlas de aljófar, tres sortijas de oro con amatistas y esmeraldas, muchos artículos de oro, cam­panas de plata y diversos y valiosos ornamentos, tenía a su disposición siete interés que eran: Pedro Padierna y Francisco de Orejuela, franciscanos; José María Ex­tranjero, Antonio de Ugarte, José Domínguez de Amaya y Silvestre Suazo, agustinos y al merecedario Nicolás Robles. Pero sobre todos estos ayudantes, que trabajaban para él, y muy por encima de sus propias riquezas.

Se hallaba su embrollismo, su tinterillaje, su agilidad mental y su viveza.

Hallándose el curato de Mórrope sin ninguna documentación probatoria, en lo relativo a sus derechos íj de cofradías, ya que todo había sido presentado a juicio por su antecesor, el cura Francisco de Rivera y Tamariz, procedió el licenciado Vidaurre a efectuar, por si y ante si, una nueva mensura de terrenos, pastos y egidos, dejando- a los morropanos sólo una angosta legua de tierras despobladas e improductivas, despojanjandolos; dolos de sus minas de yeso, sal y litio, que se desde el desierto de Sechura, apropiándoselo todo, " que quedaron estas Iglesias y sus curas asegurados, viéndose este instrumento a la viveza y eficacia del cura don Josef Vidaurre", dice un interesante manuscrito.

Cansado de tanta "viveza y eficacia" el cura Vidaurre, quien desempeñó sus múltiples funciones duran, quien desempeño sus múltiples funciones durante 30 años, de 1691 a 1721, teniendo tiempo para ejercerlas a su sabor, resolvió morirse, no sin antes ocurrírsele darles bastante qué hacer tanto a sus feligreses cuanto a sus colegas de sotana, según aseguran las dos siguientes tradiciones.



Con la idea de reparar la iglesia de Mórrope, obra antiquísima hecha por don Diego de Avendaño, el segundo de los curas de Mórrope, desde la Conquista , quiso contratar, para emplear las ganancias de su Iglesia al jesuita Pedro del Río. Rector del Colegio de Trujillo y con tal fin pidió su opinión al cura de Lambayeque que, don Luis José Méndez de Sotomayor y al jesuita Manuel de Mosquera. Como ambas opiniones fuera contrarias, cosa que ya tenía por descontada el cura. Vidaurre, pues conocía la enemistad existente entre am­bos, y a fin de que la obra a emprenderse no fuera de­morada y también, y especialmente, para que sus ren­tas personales aumentaran, resolvió adjudicarse a sí mis­mo la realización de esos trabajos y las ganancias consiguientes, hechos que tuvieron lugar entre el 1 0 de di­ciembre de 1 7 1 8 y los finales del mes de julio de 1719.



Fue tan vivo y tan audaz don Josef de Vidaurre, que celebrando en Pacora, un día sábado, una misa, en ¡a fiesta de Nuestra Señora de la Limpia Concepción , se tardó, tanto en el primer memento, casi una hora, que el público asistente lo tomó por muerto y uno de los más irreverentes, creyéndolo en estado inecuánime sa­lió indignado del templo; pero corrió el cura Vidaurre no estaba, en realidad, ni muerto ni beodo, sino dormi­do, simplemente, se despertó en el instante en que aquel feligrés abandonaba la iglesia y lo conminó a que se que­dara, amenazándolo, sin que el creyente le obedeciera. Por tal desacato formuló contra él sus maldiciones y el consiguiente anatema, todo lo que le dio resultado, por­que ese mismo día, a las siete de la noche, moría apa­rentemente aquel rebelde, recibiendo todos los auxilios espirituales del propio Vidaurre, su verdugo material y su salvador espiritual.

Sin embargo, parece que para contrariar los de­seos del sacerdote, después de cuatro horas, esto es a Ias once de la noche volvió en sí. Este curioso ejemplar de feligrés recalcitrante y desobediente se llamó Her­nando Tusa, y parece que era constitucional en él aquello de jugar a morirse, porque lo encontramos ha­ciendo la misma pasada poco tiempo después, un 8 de diciembre, en la ciudad de Guadalupe, precisamente para la celebración de la fiesta de la Virgen del mismo nombre.

Por último, tenemos conocimiento de dos disgustos, pleitos o dificultades que puso el mismo cura Vidaurre, ya muerto, de donde se deduce que si era vivo y audaz, era también caprichoso y testarudo.

Cuando el cortejo fúnebre, el día de los funerales del cura Vidaurre, se encontraba en la plaza de Mórrope, ingresó a ella, con sobrepelliz, estola negra y bonete, el bachiller don Juan Benito de Chávez , cura de Jablo y quitándole al cura de Illimo, la capa con que estaba revestido, terminó él la ceremonia. El despojado no se quejó a los morropanos, sino al Obispo de Trujillo, quien ordenó que se les pagaran cien pesos a cada uno de los sacerdotes, tanto al de Mórrope cuanto al de Illimo.

Para colmar todas las medidas sólo faltaba que los pobres indios de Mórrope sufrieran alguna desgracia, el día del entierro del cura Vidaurre, lo cual no se hizo esperar mucho, porque a eso de las once de la mañana, debido al número de los que se hallaban en el techo de la Iglesia del pueblo, desarmando la tumba, cedió aquel, bajo el peso excesivo, cayendo todos al suelo, salvándose tan sólo aquellos que tuvieron tiempo de guarecerse en el presbiterio, que fue lo único que quedó en pie.

Así, debido a la “viveza y eficacia” del cura Vidaurre, para quien todos trabajaban, se apropió de todo, tanto de los bienes del pueblo, cuanto del trabajo de sus ayudantes o intereses, sin haber pagado nunca nada, a excepción de cuatro pesos al mayordomo Chirinos, por un ídolo de oro.

(Arreglado conforme a un manuscrito del cura don Justo Modesto Rubiños y de Andrade).



EL PADRINAZGO DE BOLÍVAR



Por la calle de San Roque, hoy dos de mayo ,a las 7 de la noche de un día del mes de agosto de 1823, sin gran aparato o concurrencia ,se dirigía a la iglesia de Lambayeque , desde la casa de la familia Montyoy ,un grupo de personas compuesto pr tres hombres y cuatro mujeres , llevando una de éstas ,en brazos, un pequeño infante como de seis meses de nacido .La escasa concurrencia ingresó al templo por la puerta de San Pedro y se dirigió al Bautisterio ,donde ya estaba esperando el cura de la parroquia , el mercedario fray Bernardino Cárdenas y el sacristán .Formaba parte de aquel grupo José Pizarro , el padre ,Josefa Lecuna, la madre ; don Simón , el padrino ; María Reaño , la madrina , los esposos Chirinos y la negra esclava y nodriza llamada Benigna.

Situados los concurrentes en los lugares de estilo y practicado el sacramento en el nuevo cristiano a quien, se le dio el nombre de Simón Pizarro Lecuna, se retiraron los concurrentes nuevamente a la casa de la familia Montyoy, aunque en la esquina de aquella cuadra se engroso la concurrencia con una regular cantidad de gentes del pueblo, quienes ansiaban obtener el anhelado capillo . Este no se hizo esperar, porque el padrino, echando mano a la faltriquera lanzó al aire varios puñados de monedas de oro y de plata, en tal cantidad y tan seguidamente que muchos de los presentes, en el pequeño recorrido de solo una cuadra, que es lo que dista la iglesia de la casa indicada, recogieron lo suficiente como para n necesitar trabajar por algunas semanas.

Este padrino tan prodigo no era otro que don Simón Bolívar, futuro libertador, protector, presidente y prócer peruano, quien de regreso de Guayaquil a Lima para emprender la campaña decisiva para la independencia nacional, se había detenido en Lambayeque .Alojado en casa de José Pizarro que hoy es conocida con el nombre de Casa de los Montyoy , consistió en apadrinar al hijo del matrimonio Pizarro Lecuna , dándosele al vástago ,por esta razón , el mismo nombre del padrino .

L a presencia de Bolívar no produjo el natural, revuelo ni a la curiosidad consiguiente, en razón de viajar enteramente y de incógnito, pero cuando tan profusamente repartió el capillo de estilo y se vino a saber de quién se trataba ósea la misma noche del bautismo, se pretendió hacerle objeto de un espontánea y ruidosa manifestación de simpatía, Simón Bolívar dejaba la ciudad para no volver jamás a ella , con rumbo a Lima .

Sin embargo , y a pesar de que el sacramento fue realizado , no figura entre las partidas de bautizo , asentada la de Simón Pizarro Lecuna , como debiera estarlo pero , el hecho se explica así .Parece que Bolívar hizo notar lo desagradable que sería para él , un general de fuerzas libertadoras que su nombre estuviera unido tan estrechamente y mezclado tan espiritualmente al apellido de un conquistador y que Simón Bolívar apadrinara s Simón Pizarro .Pero el padre del pequeño subsanó aquella dificultad , manifestando que aún cuando su hijo se llamara en realidad , Simón Pizarro Lecuna podría asentarse en la partida bautismal con los apellidos invertidos , es decir que sería Simón Lecuna Pizarro , con l cual se satisfacía , tanto lo natural repugnancia de Bolívar cuando el anhelado deseo de la familia , obteniendo los padres un inmenso honor , al tener un compadre de tantas campanillas y resonancia a su vez , el pequeño no se quedaría “ Moro”.

Y así como fue pensando se hizo, y de esta manera Simón Bolívar fue padrino de bautismo del primer peruano de la independencia.

(Ofrecido, al autor, en forma de cuento, en su niñez)





INDIA SIN SOSPECHA



En 1688, la ciudad de Lambayeque, tenían 2136 familias de indios tributarios, que poseían sus terrenos, en plena producción de cultivos, repartidas así : 512 hombres ,750 mujeres y 874 muchachos . De aquellos habían 8 caciques, 4 cantores, 1 maestro de capilla y un maestro de escuela, según dice el testimonio del escribano público, don Antonio de Ribera, que tiene fecha 22 , de agosto de 1688 .

El total que esos indios pagaban , según cuenta aprobada por el corregidor Antonio de Castillo era de “ 69 pesos y 2 tomines de dicho ensayo , que valen 108 pesos y 1 y medio real de a 8 , a razón de un tomin ensayado que vale 1 y medio real de a 8 cada indio”. Además “ han de sembrar , beneficiar y coger la mitad de trigo y maíz y la mitad de pescado y darles para su servicio un muchacho y una india , sin sospecha , mitad por San Juan , en junio y mitad por navidad , por cada un año”. Dice el curioso testimonio.

E n aquella época Lambayeque era una población productotramente rica , ya que se obtenía lo siguiente : un millón de mazos de tabaco que a tres cuartos de real cada uno sumaban 75000 pesos ; 25000 botijas de arroz de a 7 reales cada una : 20000 fanegas de maíz ; 15000 arrobas de algodón sin desmontar , a 4 reales cada uno ; 10000 costalillos ; 18000 arrobas de azúcar s 18 reales ; 1500 arrobas de salitre , a 12 pesos ; 1000 quintales de velas ; 12000 quinales de jabón ; 75000 cordobanes ; 900 botijas de buen vino y se sacrificaban 60000 cabritos . Todo anualmente.

Sin embargo y a pesar de todas aquellas riquezas , un campesino nativo ganaba un salario de 14 a 18 pesos al año , de donde se le descontaba 8 pesos de tributos ,2 pesos y 2 reales por avio de 3 varas de jerga y además 6 reales para el capisayo .Quedaba le al natural , solamente 7 pesos y 6 reales al año de donde tenía que alimentar y vestir a su familia y diezmar su pequeña economía con los gastos del bautismo , casamientos , funerales , diezmos , primicias y fiestas .

En las calles llamadas del hospital , Bella Vista y Pescadores , que ahora no existen , vivían respectivamente , los caciques Temocha y Fayso y el pachaca Chosupe los tres ya bastante esquilmados , golpeados y explotados , y por l mismo con bastante experiencia en aquellos asuntos , resolviendo hacer causa común para evitar que se les quitara a sus mujeres y a sus hijos , éstos como muchachos y aquellas como indias sin sospechas , y aun cuando no pudieron evitar la entrega de los muchachos si evitaron las de sus mujeres .

Ya que se les era imposible oponerse al pago de los tributos , en cada año de Rayas , llamado “ así porque constaba de solo 312 días y porque en cada día hacían una Raya , para llevar la cuenta de su cotidiana obligación del trabajo forzado y de pago , resolvieron aquellos tres naturales , interpretar a su manera y antojo la obligación establecida , en lo referente a la entrega de la “ india sin sospecha” al conquistador , y para tal fin usaron del siguiente estratagema .En la primera presentación que hicieron entregaron ,en vez de indias mozas , indias viejas , valetudinarias, ancianas , ya caducadas , a fin de que cumpliendo con la obligación impuesta fueran siempre “ indias sin sospecha” y no se sospechara tampoco que los tributarios se rebelan contra la ley impuesta , ya que cumplían con entregar lo que les había sido estipulado .

(Arreglado conforme a u relato ofrecido por el señor Carlos M.Gil).



SAN SEBASTIÁN VIVO, LA MAGADALENA Y LA “ZAMBITA MANUELA”



A principio de 1787, don Manuel Eugenio Cortés , vecino de Saña , a nombre del Teniente Coronel del Batallón de Milicias del pueblo de Lambayeque , don Domingo Figuerola y de su esposa Ana María de Estrada y Alvarado de Figuerola , solicitaba copia de informe de filiación dado por el Maestre de Campo , don Félix de Estrada y Hurtado de Chávez seguido ante el capitán don Juan Bonifacio , Gobernador de Armas y Justicia Mayor de Saña , informe que se había producido en 1596 .

La familia de Estrada y Alvarado , de ingentes riquezas descendía de don Hernán López de Alvarado , uno de los primeros fundadores de Saña , a quien se le dio un solar a una cuadra de la Plaza Mayor de Saña y signado con el número 33 , en el plano de la fundación de la ciudad , hecho que como es sabido tuvo lugar el lunes29 de noviembre de 1563.Fue don Hernán López de Alvarado , uno de los primeros productores de la caña de azúcar , hacía el año de 1580 y el que mayor porcentaje ofrecía en algunas de las nueve mil docenas de sombreros , que anualmente se fabrican en la rica villa de Santiago de Mira flores de Saña , que en aquella época era la más floreciente y próspera de nuestro departamento y que contaba con siete conventos y veinticuatro curas .

Por una serie de vericuetos a fines y de meandros consanguíneos nos encontramos en 1795 con doña Ana Guzmán , descendiente de los Estrada y Alvarado quien después de la ruina de Saña , del éxodo y del desastre , de su hacienda personal se radicó en Lambayeque , como muchas familias principales de Saña .Para resarcirse de aquellos dolorosos recuerdos se entregó a dos vicios , el de la Iglesia y el de la mesa .Del primero obtuvo tres frutos , sus tres hijas y del segundo uno solo , su total ruina ; porque hecho el balance de haciendas, solares , casas, dineros, vestidos y esclavos le encontramos únicamente una casa en la calle del Tambo, calle que hoy no existe y n a pequeña tienda en la calle de Santiago que después se llamó el Puente y hoy Gálvez.

Poco antes de morir y no teniendo ya prácticamente que comer, legó esos dos bienes raíces a sus dos hijas , en sus días , y a la muerte de ellas a la “ zambita Manuela” para que después pasara a ser propiedad de la Cofradía del Santísimo Sacramento , porque ella como decía : “al momento que mi cuerpo esté muerto ya no necesito de habitación y desde ese instante tomen posesión de la casa y recojan las llaves el mayordomo o mayordomos legales”.

De estas hijas la ultima ósea la “zambita Manuela” no podía decir quién era su padre porque no lo sabía. Mucho menor que sus dos hermanas hacía los oficios más bajos y los menesteres de ínfima calidad. Era la cenicienta de la familia y sufría hambres, privaciones, vejámenes y vergüenzas, todo originado por su desconocido origen. La madre se había dedicado por entero, al cuidado y refinamiento de las dos mayores y desatendió a la última, como si se avergonzara de ella, y sin embargo fue la que salvó a la familia de una segura ruina.

Cuando la madre murió , las dos hermanas mayores se dedicaron a vivir , pro la ultima , ósea la “ zambita Manuela”, fuerte y sana , porque había trabajado más , más viva y experta porque mas había sufrido , se entregó abiertamente al trabajo y con su tezón y su esfuerzo sostenía la casa y alimentaba a la familia , aún cuando todas cumplían con sus obligaciones religiosas , lo que se ganaba no se alcanzaba para las necesidades diarias ; lo que la “ zambita Manuela” producía no era bastante para la alimentación y lujo de las mayores , y por esto fue que ella , aguzándose el cerebro solicitó la ayuda de San Sebastián, santo que era de su devoción , y abandonó casa y trabajo , obligaciones y afanes , dedicándose por entero al culto del santo .

Hasta aquella época la procesión l mismo que la fiesta de San Sebastián que se efectuaba el 20 de enero de cada año, se realizaban como todas las de su género .Esto es que el santo salía en su anda por las calles de la ciudad con su recorrido natural , que eran las calles de San Carlos , San Romualdo ,San Pedro ,San Pascual y Santa Catalina , que después fueron las tres Cruces ,Santo Domingo, Pueblo Nuevo , Correo y Jiménez y en la actualidad se llaman Junín , Huamachuco ,Taparacá , Bolognesi y Grau o Constitución .

Por un 20 de enero , en la misa de fiesta, la “zambita Manuela”, en pleno éxtasis religioso y haciendo gala de su devoción , de su viveza y de confianza con el santo , aseveró que había sostenido una larga conferencia con San Sebastián , quien al finalizar la conversación le dijo : “Mi Magdalena” .Como era natural , aquella noticia corrió por el pueblo velozmente y desde entonces se le miró , a la “ zambita Manuela” , como a una elegida del Cielo y como a una protegida del cielo , tomando cuerpo la idea de darle el gusto al santo ,efectuándose , al año siguiente la procesión de San Sebastián, pero con una Magdalena de carne y hueso que era la “zambita Manuela”, para que el santo le hablara y ella le escuchara , es decir , que se procuraba que la conversación interrumpida , el 20 de enero del año anterior , continuara el día de la fiesta , un año después .

Y así fue como en 1788 la “ zambita Manuela”, que no era una muchacha , pero que tampoco era anciana , obtuvo la suprema prerrogativa de acompañar a San Sebastián , todavía en efigie , pero ella si en su carácter de Magdalena viva , junto con cuatro curas que eran Antonio Calvo y Bustillo , Agustín Alvites Moreno , Ignacio de Luna y Aguilar y Casimiro de Lombera , esto es uno por cada una de las cuatro parroquias que tenían en aquel entonces la ciudad de Lambayeque.

De aquí y variando el sistema , poco a poco , al año siguiente , ya no fue solamente una Magdalena , de carne y de hueso , la que ocupó el anda , sino que salió también un San Sebastián vivo y un verdadero Longino su caballo blanco ,siendo todos de carne y hueso , que remplazaban a los santos tallados en madera , que se habían quedado en los altares del templo .

Pero la “ zambita Manuela” consiguió algo de aquella prerrogativa porque se hizo rica, puesto que se convirtió en curandera , apoyada por su amigo el patrón el San Sebastián del altar , se conquistó como el derecho de volverse santa adorable , sin serlo en realidad y de dar vida y motivo a esa tradición .

(Compuesto siguiendo las bases de un cuento ofrecido por el señor Tomás Ballester)





EL HIJO DE ORO, EL HOMBRE SIN ALMA Y EL DIABLO ROBADO



Insaciable sed de avaricia; eterno e incontrolable deseo de acaparar tesoros; necesidad constante de poseer riquezas ; desesperante atracción de adquirir oro fue el vicio que distinguió a n español conquistador y uno de los primeros habitantes de Collique , antigua provincia de Chiclayo y cuyo nombre a perdido el recuerdo o a extraviado la tradición .

Aquel insular vivía en las inmediaciones de lo que hoy es la casa de la hacienda Collud, situada a cosa de seis kilómetros de la ciudad de Chiclayo.

Allí en Collud , en época tal vez milenaria , vivió y reinó Collurqui , bella mujer legendaria , quien perdió a Chaparrioc y a Yanahuanca, debido a la influencia decisiva que ejerció sobre ambos ,egoístamente , para efectuar un culto casi personal , creyéndose ser ella el propio sol .A Chaparrioc le hizo rendirle culto al alma de sol , al espíritu intuitivo del astro, mientras que a Yanahuanca le obligó a dedicarse el culto físico del sol , al calor del astro .

De esta manera, Collurqui se hizo amar por los dos, al mismo tiempo, tal como amaba al sol, ya que a uno le seguía el cuerpo, la realidad , lo físico y al otro le ofrecía el espíritu , lo ideal y lo psíquico . Complementos totales y pares de opuestos eternos.

No habiendo podido obtener, por los medios más vedados, aquel español, todo el oro y la riquezas que pretendiera y asimilando la influencia que dejara Collurqui, de poderío ideal, avaricia interna y egoísmo espiritual, concibió de empeñar su alma al diablo, para obtener el vil mental.

En la noche de un sábado , profundamente oscura , en el que el viento silbaba amenazante ; el ruido del mar lejano , retumbaba; el trueno resonaba enloquecido y la lluvia , y por la fuerza de su caída , hería , aquel avaro , de pie , junto a una cruz negra colocada invertida , en el suelo , conmino al demonio , con frases estridentes y palabras cavernosas ,con agrestes voces y gritos sonoros .

Y entre un marcado color azufre y al costado mismo de la cruz, como si saliera del centro de la tierra, de sus entrañas mismas, emergió el requerido .Tenía todas las características de un caballero .Alto, delgado, vestido de reluciente pantalón negro y levita roja, portaba, en una mano, el tridente de su autoridad y en la otra un pedazo de piel humana . La cola, que terminaba en una lanceta, la serpenteaba constantemente .Sus ojos despedían chispas y su boca exhalaba un humo negro y pestilente .Es el Diablo.

“Aquí estoy .Que me quieres”, le dijo .Y el hombre , sin inmutarse , le contestó: “Te ofrezco mi alma por adelantado , si me otorgas el don de convertir en oro puro todo lo que toque”- “Concedido; firma aquí” dijo el Maligno y extendido , en el suelo , la piel humana , el hombre sin alma firmó en ella , con sangre , en lugar de tinta con su propia sangre , aquel contrato diabólico , y el demonio , usando su propia cola , rubricó el pacto maldito .

Luego se intensifico la tormenta, se abrió de nuevo la tierra, tragándose al demonio, se produjo un marcadísimo olor a azufre pestilente y el hombre si alma se quedó enteramente solo.

Ya de regreso a su casa y al ingresar a ella, el hijo menor de vendido, bello niño de tres años de edad, lo recibió llorando, por temor a la tormenta y al tomarlo en sus brazos, el padre para calmarlo, se encontró con que tenía a un niño de metal, a un hijo de oro .Y el vendido lloró .

Poco después pretendió alimentarse, pero todo lo que tocaba se convertía súbitamente en el precioso codiciado metal .Y el vendido murió de hambre.

Separado con la muerte , ambos elementos ,en transitorio el cuerpo , que pertenecía a la Tierra y el eterno , el espíritu que ya poseía el infierno , el demonio tomó para si lo que de derecho le pertenecía , lo que había comprado ; pero al pretender llevárselo al infierno una fuerza superior a la suya se le impedía .

Aquella energía poderosa provenía del alma del hijo del vendido, que se había sacrificado, convirtiéndose por lo tanto en un ángel, con toda la potencia, la autoridad y la energía de las fuerzas celestiales .En vano el demonio mostró el pacto sangriento; se refirió a la tradición; invocó el precedente y defendió su derecho pero nada pudo ante la eficacia del alma blanca, que triunfó sobre la negra del demonio y sobre la roja del Hombre.

Aquella alma del vendido, sin poder establecerse en el infierno, porque la fuerza del ángel se lo impedía, sin poder estarse en el cielo, y tampoco por haberse vendido al demonio no podía, así mismo quedarse en la tierra porque prematuramente y antes de tiempo la había abandonado, se estuvo vagando eternamente en los espacios infinitos, sin perder sus primitivas características de avaricia, que es el síntoma primordial de la enfermedad de egoísmo. De donde se cree que todas las enfermedades son producidas por la sombra del hombre sin alma de Collud.

Desde entonces y debido aquella derrota el demonio no ha vuelto a celebrar pactos de compras de almas con los hombres, habiendo salvado asi, a la humanidad, el alma inocente, pura, prístina y blanca del niño, de una influencia decisiva y nefasta del maligno sobre el planeta.

Y así el diablo fue robado, porque perdió un alma, el hombre vendido perdió el oro y el niño sacrificado perdió el cuerpo, ósea que este, el niño, se convirtió en ángel eterno; el hombre en alma errabunda y el diablo en ente impotente. Y alejándose el mal de la tierra triunfó en ella el cielo, por derrota del infierno.

(Arreglado según creencias populares)



EL ÚLTIMO MILAGRO



Aquí está la tradición histórica del más reciente de los milagros realizados en la ciudad de Lambayeque , el más patente y el de mayor de efectividad , el cual tuvo lugar durante la segunda lucha entre Chiclayanos y Lambayecanos.

Sabido es que el primer encuentro entre ambos grupos se efectuó el 15 de mayo de 1834 , día de la fiesta de San Isidro, patrón de los agricultores del antiguo barrio del mismo nombre y que hoy lleva un a las calles de Chiclayo. Iban dirigidos los Lambayecanos por don Ramón Baca y los de Chiclayo por don Leonardo Ortiz , con la invasión de los primeros a esta última ciudad y su consiguiente derrota .

La segunda lucha se realizó entre enero y febrero de 1854, siendo la más intensa, culminando con el saqueo de la ciudad de Lambayeque, hecho que se verificó el 20 de enero del citado año.

El primero que se enteró del proyectado ataque fue don Tomás Tello, quien poseía un fundo , llamado La Tinta de Santo Tomás , situado en el camino que une las dos ciudades de donde salió dirigiéndose a Lambayeque , con toda su peonada, para avisar al pueblo y preparar la resistencia .A toque de campana , llamado de arrebato se reunió el pueblo de Lambayeque , encomendando su defensa a don Melchor Pastor . “el jorabao” Pastor era subprefecto de la Provincia y a quien secundaba los Tello , los Soto, Carmen y Santos Peralta, de Lambayeque ; los Paico ,Díaz, Barreto y Tafur de Mochumí; los Balladares y los Tobar , de Túcume ; los Vilela y los Sonapo , de Illimo , junto con los célebres chotanos , los cuales se parapetaron en la Iglesia de Lambayeque teniendo como ubicación , los demás , las almenias y la Plaza Principal .

Los atacantes de Chiclayo estaban dirigidos por Luís Herrera ,montonero de profesión , haciendo de gestor moral don José Goyburo , quienes a su vez estaban secundados por los siguientes Chiclayanos : Perero , Sequenene,Pantoja,Horna,Villalobos ,Vargas , Chirinos , Barrena, Sánchez , Araoz ,Bocanegra,Gamarra,Gamboa,Vilchez ,Távara, Castro , García , Rodríguez, Puente, Carrillo, Acebedo, Ripalda, Martínez, Antonio Castillo ,o “cursito” y “el fiero”Cachay .

Los Chiclayanos ingresaron al pueblo por el lado del barrio de San Carlos , que quedaba hacia el sudeste del pueblo ,prendiendo fuego a las casas de paja que ocupaban varias familias de picanterías y chicheras , venciendo a los de Lambayeque quienes se retiraron hacia el lado de la Carracuca hasta que reaccionaron debido a la presencia de las tropas del gobierno , que había desembarcado en Chepén y que estaba al mando del coronel Breña .

Pero en realidad la derrota de los Lambayecanos se produjo por haberles faltado la munición habiéndose, aprovechado de este hecho doña Jacinta Baltán, para avisarles a los de Chiclayo que atacaran , cuando ya estaban prácticamente vencidos , lo que verificaron , logrando la derrota de las gentes de Lambayeque .Fue entonces que se produjo el saqueo de la ciudad , habiendo sido víctimas en sus muebles y su dinero, las familias Arenas, Jiménez y Pastor .

Los Chiclayanos tenían especial interés por atacar la casa de los Iturregui, puesto que era la que mas tesoro poseía y , para el efecto se dirigieron a ella , que estaba situada en el ángulo mismo de la Plaza Principal , donde después se construyó el hotel Taymi , esquina de la Plaza con la calle Real y desde cuyos balcones se juró la independencia en Lambayeque .

Ocupaba dicha casa doña Dolores Iturregui, devota de la Virgen de los Dolores , quien enteramente desprevenida , quien con todos sus parientes y servidumbre , mataba el tiempo rezando el rosario , delante del altar d la Virgen de los Dolores , que se encontraba profusamente iluminado .Fue tan brusco el ataque que la dueña de casa y todos los que ocupaban salieron despavoridos , no teniendo tiempo ni siquiera para pagar las velas de la iluminación , yendo a refugiarse en el casa de la propia doña Jacinta Baltán , comadre de la señora Iturregui .

Al ingresar , los Chiclayanos a la casa dirigidos por “ el fierro”Cahay , vieron salir a la Virgen de los Dolores ,con una vela en la mano que había abandonado el altar , en que se encontraba su efigie , para defender a la casa y su altar .Los atacantes deslumbrados por aquella visión huyeron , presos de un pánico incontrolable .Pero “ el fiero” Cachay, no creyendo en el milagro y pensando que se trataba de la dueña de casa disfrazada, penetró en ella. Fue entonces y ante aquella intromisión que la Virgen lo persiguió y levantando la mano, en señal de amenaza, sin tocarlo quedó muerto .

Cuando la señora Iturregui ingresó nuevamente a su casa la encontró toda en orden , sin faltarle nada , a excepción de un vela , la que tenía en la mano derecha la imagen de la Virgen de los Dolores , que se encontraba sobre el pecho de “el fiero” Cachay , como símbolo de perdón en la muerte .

Y así terminaron los milagros en Lambayeque: con un muerto.

(Según un relato de la señora Matilde Cevallos)



EL ÚLTIMO DE LOS FANTASMAS



La presente historia se haya originada, indirectamente por el hecho de encontrarse la ciudad de Lambayeque entre los departamentos de Piura y Libertad.

Debido a la realización ce la feria de Guadalupe que tiene lugar el 8 de diciembre de cada año , en la citada ciudad de la provincia de Pacasmayo , gran cantidad de comerciantes piuranos hacia el recorrido desde Piura a Guadalupe , pasando por Lambayeque como lugar intermedio.

Una banda de ladrones capitaneada por un tal Pantoja, esperó a una caravana de estos comerciantes en las cercanías del puente de tierra o puente del zanjón, situado en las inmediaciones del actual puente de fierro o puente León. Sobre el río Nuevo, resultando del atraco varios heridos y un muerto de parte de los atacantes después del robo y dispersión consiguientes.

Este hecho se realizaba a fines de mes de noviembre de 1874 y desempeñaba la subprefectura de la Provincia de Lambayeque, en forma accidental, don Alejandro Paredes, quien al recibir la denuncia de los damnificados reunió a la gente conocida y de confianza de la ciudad, como los Cuneo, Vígil, Ruiz, Pastor y otros, en número de cuarenta, quienes se repartieron en varias comisiones para efectuar la persecución de los asaltantes.

Habiéndose producido el hecho a las cuatro de la tarde el éxito coronó la obra emprendida porque a la mañana del día siguiente habían sido aparados de los siete miembros componentes de la banda a quienes el pueblo, en forma rápida y sumaria, procedió a ejecutar, habiendo colocado los cadáveres en los poyos del antiguo Cabildo y actual edificio del Concejo Provincial, junto a la cárcel y frente a la puerta principal de la Iglesia que se abre a la calle de San Roque.

Solo faltaba uno de los asaltantes , el más astuto , el más joven , quien era precisamente Pantoja , jefe de la banda ,el cual fue capturado esa misma tarde ,en los terrenos cienegosos de la hacienda y Encala y conduciendo al pueblo.

Como quiera que la presencia de los seis cadáveres de los secuaces de Pantoja hubiera hecho no hacer la tolerancia de las gentes, la comisión, para tener la libertad de acción se trasladó, con el preso, al mismo lugar de su fechoría y en el puente de tierra o del zanjón fue fusilado.

Todos estos hechos son notoriamente exactos y aún existe personas que recuerdan haber visto los seis cadáveres expuestos a la curiosidad pública, en el sitio ya mencionado , los que fueron sepultados en el cementerio , mientras que en el de Pantoja fue inhumado en el propio lugar de su ejecución .

A chino Ayau ósea Felipe Paredes, traído de su país por don Juan Pastor y regalado por este a doña Ignacia Paredes, era cocinero del Molino de Mocce que conducía don Marcial Pastor .Una noche del mes de julio, que se hallaba el ingenio en trabajo nocturno fue comisionado el chino Ayau ,a eso de las 11 , para que fuera Lambayeque , a traer algunos víveres para los trabajadores. Ayau montó en el caballo llamado “pies de plata” realizó su cometido , pero al regresar al molino , en el propio puente de tierra o puente del zanjón , se vio detenido por una sombra amenazante , que según el chino , tenía todas las características de Pantoja , el último de los asaltantes fusilado .Después del consiguiente “ corcoveo y encabritamiento” del caballo , el jinete logró burlar a la sombra . Escapando a galope, pero fue alcanzado por el fantasma, el cual se montó al anca del bruto e hizo el recorrido hasta la misma puerta del Molino de Mocce, donde despareció.

El chino preso de un pavor indescriptible, relató el hecho con todos sus detalles y murió pocos días después debido, según decían las gentes al susto producido.

Esta conseja fue interpretada en el sentido de que Pantoja esperaba , todas la noches , a la misma hora de su hazaña a cualquier viajero con el cual pretendía hacer el viaje de huída lo más rápidamente posible producida , procurando burlar a la comisión que lo perseguía o escapar de la muerte .

Y desde esa noche , en que la sombra o el alma de Pantoja hizo el recorrido que media entre el lugar de su ejecución y el Molino de Mocce , habiendo escapado , simbólicamente y en principio de la muerte que lo esperaba , aquel lugar del puente se vio libre del fantasma ansioso y errabundo ,para siempre.

(Según el relato del señor Marcial Pastor)





9 comentarios:

  1. Falto la leyenda "Las campanas de Lambayeque"

    ResponderEliminar
  2. Un enorme abrazo y felicitaciones por esta entrega. Un libro poco acceso.
    Un buen año 2013 para todos los amigos del Conglomerado.
    Gonzalo Espino
    (UNMSM)

    ResponderEliminar
  3. Muchas gracias por compartir este artículo, me es de gran ayuda en la investigación que estoy haciendo, saludos!

    ResponderEliminar
  4. Excelente, lo primero, saber de nuestro terruño.Gracias maestro.Éxitos.

    ResponderEliminar
  5. Excelente trabajo, gracias a ustedes muchas ersonas que querían leer este libro hoy tienen acceso al mismo. Un abrazo.

    ResponderEliminar
  6. Felicitaciones por este excelente trabajo que guarda mucho de nuestras costumbres y creencias lambayecanas.

    ResponderEliminar
  7. Es muy interesante pues nuestros alumnos deben conocer sobre las leyendas de nuestro departamento por eso es que yo les estoy haciendo leer para difundir nuestro bagaje cultural lambayecano

    ResponderEliminar
  8. Mi padre fue trujillano y cuando yo era niño me contaba historias de su pueblo, luego creci y conoci a muchos norteños con sus historias algunas creibles otras risibles y muchas enigmaticas. Gracias por compartir tradiciones.

    ResponderEliminar

Powered By Blogger