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domingo, 6 de junio de 2010

LA GRINGA- Cuento de dagoberto Ojeda Barturén

LA GRINGA
Por: Dagoberto Ojeda Barturén
Una noche de invierno llegó al Instituto Nacional de Cultura de Chiclayo, una mujer apuesta, alta, cuerpo esbelto, blanca, pelo rubio, ojos azules, vestida de terciopelo negro y entrada en años, pero no perdía su belleza. Se acercó al cafetín donde, generalmente, se encuentran artistas sirviéndose algo del menú de aquel establecimiento de tertulias nocturnas.
Ocupó una mesa solitaria, pidió un café, fumaba plácidamente y observaba a su alrededor con el deseo de que alguien se acercara a conversar con ella. Y así fue, el poeta y pintor Jorge Fernández se acercó a entablar conversación con aquella mujer desconocida para todos los que frecuentaban esta casa cultural.
Jorge la trajo a la mesa donde estaban sus amigos. Al instante, ellos se contagiaron de su buen humor, de su risa y alegría que irradiaba en su tema de conversación. Venía de la capital con el propósito de pasar una temporada en esta ciudad de sus ancestros.
Pues, se hizo desde aquel instante amiga de todos los presentes, en especial, de los que conformaban el grupo artístico “Cromolíricos Trazos”. Pertenecía a nuestra agrupación el poeta Aurelio Ravines, y desde el momento que la conoció a la “Gringa” que por sobrenombre le pusieron, - su verdadero nombre era Carmela del Pilar Schustermann, -, se enamoró de ella y esa misma noche, a pesar de tomar, diariamente, sus somníferos, no pudo dormir hasta el amanecer. Y si bien es cierto de que no hay mal que por bien no venga, en aquella noche desvelada Aurelio hizo un hermoso poema, que a la noche siguiente se lo mostró a la Gringa.
-Para ti, Carmela del Pilar, recibe estos versos que han brotado de lo más profundo de mi alma.
-¡ Ay, Dios mío ¡ ¿Qué dirán? Me emocionas – exclamó la Gringa.
Aquel poema comenzaba así:
“¡Oh! ¡veme siempre! Tus ojos son tan bellos
que en vano envidia el cielo su dulce claridad
me miras con el alma; cuando me ves con ellos
amor está en tus ojos como una eternidad.

¡Encanto de mi vida! Mujer idolatrada,
la diosa y soberana que impera en mi existir
que no me falte nunca la luz de tu mirada
para sentirme tuyo, para poder vivir.”
………………………………………………..
Al terminar de leer todo el poema, con una dibujada sonrisa y emoción profunda, lo abrazó tiernamente y le dio un beso en la mejilla al poeta que tenía el rostro curtido por los años, blanco como ella, alto, bien plantado, serio y fumaba a menudo.
El poeta Aurelio al percatarse que la Gringa no se encontraba cómoda en el lugar donde se había alojado, le ofreció su casa, pues, él vivía solitario. Ni corta ni perezosa, la Gringa aceptó. La casa que antes estaba triste, al fin, le llegó la alegría y el poeta pudo ahuyentar la soledad que desde hace tiempo lo agobiaba y lo deprimía. La vivienda estaba descuidada, el poeta no era amante del orden y la limpieza. Las cucarachas se paseaban por la cocina y el comedor, las arañas merodeaban en las partes altas de los ángulos de las paredes. Había un sofá destartalado con agujeros grandes de los cuales entraban y salían ratones. Felizmente que la Gringa no era aracnofóbica, pues, el techo y las paredes del cuarto de baño tenían bastante telarañas. Aurelio se molestaba si alguien que lo visitara matara un animalito de su casa, él afirmaba que eran almas de difuntos.

En este ambiente fue recibida la gringa, que no se sabe cómo pudo adaptarse, pero lo cierto es que vivió por algún tiempo. Ella se pasaba los días leyendo buenos libros del añejo estante de la casa, aunque varios estaban apolillados, la mayoría era de poesía.
Aurelio cocinaba, a veces lo hacía la Gringa, el caso es que ambos se ayudaban en el arte culinario. Un día pasó por la casa un vecino y al ver que salían columnas de humo por la ventana de la sala, creyendo que había incendio, tocó la puerta, apuradamente. Aurelio la abrió, echándole humo en la cara; el vecino tuvo que pedir disculpas por su equivocación, lo que ocurría es que los dos estaban fumando como si estuvieran en una competencia.
Días van y días vienen, no faltó la discusión: la gringa se dio cuenta que mejor alimentada que ella estaba la gata de la casa, el poeta le daba a ésta lo mejor de la carne que compraba, pues, creía que su mamá se había reencarnado en este animal.
-¿Quién te ha dicho que las almas de los muertos se reencarnan en animales? –inquirió la Gringa, fruncida y enojada.
-Así es , y, también se reencarnan en seres humanos –replicó el poeta.
-¿Y, porque crees que ese animal es la reencarnación de tu mamá?
-¡Escúchame! Cuando murió mi mamá la gata que teníamos, que no es esta gata que ves, al siguiente día parió siete gatitos y poco a poco se iban muriendo, de la cría sobrevivió uno, la gata también se murió. Ese uno, es esta gata que me acompaña.
-Todo está bien, pero porque crees que es tu madre – le increpó ella.
-Porque ella mismo me lo dijo.
La Gringa creyó que le estaba haciendo una broma, pero se dio cuenta que hablaba en serio. Y lo siguió escuchando:
-Una noche, yo esta sentado aquí donde me ves, y la gata que ya era grande, porque había pasado un año del fallecimiento de mi madre, ella me habló y me dijo: “Aurelio, hoy no me has dado de comer, y eso no debes hacer con tu mamá”. Y me tuve que ir a comprarle carne y por eso no me descuido de ella.
-¿Y ya, no te ha vuelto a hablar desde ese día, Aurelio?
-No, porque ya no he vuelto a soñar con mi mamá- contesto el poeta.
La Gringa que se había emocionado tanto con el relato quedó desilusionada porque creía que a su vida le iba a dar un nuevo rumbo con ese misterioso descubrimiento.

-Entonces, todo lo que me has dicho fue un sueño.
-Claro, pues, mi mamá me habla en sueños- dijo Aurelio, medio molesto.

Un día Aurelio friendo un bistec, vio una cucaracha que caminaba cerca de la sartén, agarró un tenedor, la pinchó, la puso en la candela retirando un poco la sartén, se achicharró, la metió a su boca, la masticó y dijo “está crocante” y se la tragó. La gringa que lo estaba observando quedó anonadada y lo amonestó:
-¡Aurelio, porque haces eso, me das asco, eres repugnante y así me besas!
-Son ricas, yo como cucarachas asadas, quiero que tú también aprendas a comer, espérate que salga otra y te invito y vas a ver que es sabrosa.
-Ni que estuviera loca como tú, ¡cómo crees que voy a comer esa porquería!
-No es porquería, es comida de inteligentes, lo que pasa es que la gente común no sabe comer. No saben que las cucarachas, los grillos, saltamontes se comen y cualquier insecto sabiéndolo preparar.
Desde ese día la Gringa cocinaba, no dejando en lo posible que el poeta lo hiciera, más bien lo mandaba a comprar todo lo necesario a un mercadillo cercano.
De noche ambos se iban al INC para distraerse con los amigos y tomar su cafecito. Iban regresando tarde la noche a dormir, a veces hacían el amor, y cuando esto ocurría ya no era necesario que el poeta tomara su pastilla para dormir.
Una noche Aurelio no tenía deseos de ir al INC y la Gringa se fue sola y al llegar al recinto cultural se encontró con otro poeta, Daniel Beltrán, quien también sentía atracción por ella. Él le propuso viajar a la Sierra de Cañaris, donde trabajaba en un centro educativo de primaria y como único docente que era en aquel plantel, necesitaba una auxiliar para que lo ayudara, y que le pagarían los padres de familia. La Gringa que tenía espíritu turístico aceptó la propuesta con mucho entusiasmo.
Esa noche, la Gringa no regresó a la casa de Aurelio, el cual no podía dormir por su tardanza. Salió a buscarla a las dos de la madrugada, comenzó a llamar, a gritos, al guardián del INC.
- ¡Jesuuuuús… Jesuuuuús… Jesuuuuús…!
Apareció el guardián y le dijo: ¿“Has visto a la Gringa”?
-La vi sentada en una mesa del cafetín con Daniel Beltrán- No le dio más información. Aurelio regresó angustiado presintiendo que lo había abandonado y así fue al confirmar por las averiguaciones que hizo al llegar la siguiente noche.
Pasaban los días y las noches tristes para el poeta, no podía dormir, pensando en el amor de su vida, y se iba debilitando de tanto desvelarse, las pastillas que tomaba no le hacían efecto, hasta que llegó el día fatal y trágico: se cortó las venas de las muñecas de ambos brazos y un corte en el lado derecho del cuello, se desangró toda la noche.
Al día siguiente que llegó su hermano a visitarlo lo encontró sin un hálito de vida y bañado en un charco de sangre.


“La gringa” de Dagoberto Ojeda Barturén
Por Nicolás Hidrogo Navarro

“La Gringa” es la historia exagerada que narra la irrupción de una diletante en la escena literaria lambayecana y el corto amorío y convivencia marital que tiene con un reconocido poeta en el espacio poético lambayecano.
“La Gringa” representa una crónica con un 99% de realidad y 1% de hiperbolizada ficción. Simboliza la vida del poeta Carlos Ramírez Soto y María del Carmen Gómez-Sánchez Hamprey (+ 14-06-06). Tiene dos lecturas: la literatura, para quienes no conozcan a los personajes en vida; y, la segunda, para aquellos que ven en los poetas vidas supremas y extremas, anecdóticas, cargadas de infinitas locuras y ocurrencias exageradas y desordenadas.
Hay en La Gringa, un intento por construir una imagen lo más apegada a la realidad, la que conocen sus amigos más íntimos y la que podría perfectamente ser una caricaturizada biografía del poeta de “Puerto azul”. Pese a contener elementos muy personalizados, la historia no deja de arrancar una admiración por el amor a la naturaleza, la supervivencia humana, la filosofía de vida heterodoxa, el lado díscolo y enturbiado de la vida de la gente que vive como poeta aunque no escriba ni publique un verso. La Gringa fue en vida un personaje, y hoy, muerta ya, es doblemente literaturizable, capaz de haber remando contra la corriente y haber muerto en su ley.
Con una prosa muy periodística, narrada en tercera persona y con sabrosura, don Dagoberto Ojeda, nos presenta el más vivo retrato de dos seres que buscando en la soledad y en la compañía de sus cuerpo, viven una vida llena de peripecias, necesidades, contemplaciones, limitaciones y por encima de todo, oníricas creencias que la confunden con la realidad. Es pues, el primer texto en prosa que le rinde en vida al poeta y en el ocaso a la diletante, un fragmento fotografiado de su intimidad a la que pocos pueden llegar.


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