EL DEDO SOBRE LA LLAGA:
UNA VISIÓN CRÍTICA DE NUESTRA EDUCACIÓN ACTUAL
Gilbert Delgado se lanza al ruedo. Ya en “El gesto de la Monalisa” había anunciado un agudo inconformismo con el comúnmente llamado “sistema educativo” (porque habría que ver si alcanza, en verdad, la categoría de sistema y si resulta -en esencia; no, en apariencia- educativo); ahora, con “Siete pecados capitales de la educación actual”, Delgado, con la legitimidad que le otorga el ser profesor de aula (muy destacado, además), decide la audacia de cuestionar lo que, regularmente, se acepta. Y, recobrando, acaso, el brío del espíritu estudiantil (Delgado egresó del I.S.P. “Sagrado Corazón de Jesús”, donde muchos ejercimos, con pasión y amor por los libros, el derecho a pensar y a expresarnos libremente), cual inusual cruzado o versión regional de Alonso de Quijano, sugiere una batalla -no quimérica, sino bastante lúcida- en el campo de la institucionalidad y práctica educativa, principalmente, local, aunque ciertas reflexiones suyas alcanzan también la concepción de educación en su dimensión universal. Tan sólo con ello, hemos de reconocer un nuevo mérito a Gilbert Delgado. De los miles de profesores de la región, ¿cuántos le dedican tiempo y esfuerzo a realizar un balance crítico de la educación actual? ¿No son estos los tiempos en que el paradigma de los docentes es apurarse en cumplir las horas en un colegio o universidad para ir a otra institución educativa, y después a otra, preocupados en demasía por incrementar la ganancia mensual?
El libro luce la frase ÉTICA FICCIÓN, audaz ocurrencia que no hace sino proponer una innovación literaria; vale decir el plantear que, así como aceptamos la literatura de ciencia ficción, pueda trabajarse un nuevo concepto en la narrativa: la ética ficción. Talvez, su fundamento radique en que la sociedad actual -la peruana, al menos- ha hecho de la ética, precisamente, una ficción. ¿Por qué los críticos hallarían un defecto o problema cuando se toma la ética como tema literario? Creemos que ni hay defecto ni hay problema en ello. Es la libertad del escritor y su pleno derecho a elegir. Como dice Delgado: “Es que el arte -y, en nuestro caso, la Literatura- lo absorbe todo”. Desde tan sólida premisa, asume la necesidad de plantear cuestiones éticas en la literatura; que es ir casi a contracorriente, en una época en que los poetas y narradores se complacen demasiado en trabajar lo no ético y, hasta a veces, de hacer apología y presunción de ello. Delgado es consciente del riesgo que asume: el de ser etiquetado de moralista, de hombre pro-ética (lo que, más bien, a nuestro juicio, lo enaltecería), ahora que la gente sabe que, para tener éxito (incluso, literario), hay que deshacerse, y rápido, precisamente de la ética. Pero, su riesgo -y su mérito- es aún más amplio, y es que se ha propuesto poner la lupa en el ámbito educativo (¿educativo?, ¿o, tal como van las cosas, debemos decir, más propiamente, lucrativo?). Concedámosle el derecho de instalar la ética en el terreno literario, y -es más- ampliémosle el terreno para que cuestione las prácticas sombrías de los mercantilistas de las instituciones educativas -particulares y nacionales- y las otras sombras también que el complejo escenario de la educación no deja de mostrar. “Siete pecados capitales…” va a ayudar a generar una reflexión muy necesaria respecto de la ética en la educación local y, además, respecto de asumir la ética como tema literario (puesto que la decadencia ha primado demasiado ya en la literatura; ¡es tiempo de escuchar voces firmes y lúcidas en pro de la ética en la sociedad!). Destaca el prefacio del libro que parece decir: De esto va a tratar el libro. Está cordialmente invitado y advertido. Delgado luce, en dicho prefacio, competencia literaria (de ávido lector) y una manera estricta y lógica de argumentar.
En el primer texto, “Por sentido común”, Delgado cuestiona el modus vivendi de la gente, el alcoholismo que hace daño a los hijos y al hogar. El paragnosta no es sino una mente franca y sagaz que, desde una creativa y original perspectiva, le hace ver al dipsómano su propia oscuridad (primer paso, como se sabe, para poder ver la claridad).
En “Mercado y Educación”, Delgado muestra que conoce el ámbito de las autodenominadas Instituciones Educativas Pre-Universitarias (alguna vez, un funcionario del MED declaró que no era ésta una denominación oficialmente autorizada). Y, de conocerlo, lo cuestiona, no por subalterna animadversión; sino por amor a la vocación docente. En este texto, Delgado luce amplia cultura literaria y cosecha de gran lector. Así también, manifiesta la contradicción entre enseñar Literatura humana y críticamente vs. enseñar Literatura mecánicamente para un lejano e intimidante examen a la universidad, ya no sólo en una academia, sino inclusive antes, en una institución de nivel secundario. El propietario, por supuesto, necesita de ingresantes para publicitar su empresa y para asegurar los dividendos. Realidad que cae incluso en extremos grotescos cuando dos o más academias se disputan la propiedad de la preparación de, por ejemplo, el primer puesto a Medicina Humana (o de cualquier otro ingresante que ostente la etiqueta de primer puesto a cualquier carrera profesional, preciadísimo gancho publicitario para atraer a los incautos padres de familia). El problema que plantea Delgado es que, en aras del ingreso a la universidad -que ya se torna obsesión maquiavélica-, las instituciones educativas preuniversitarias -y no sólo las academias- sacrifican la vasta riqueza de la pedagogía literaria por los llamados “bancos de preguntas” y por información “clasificada” dependiente del prospecto de admisión. Es decir: no a la reflexión, no al análisis ni a la interpretación pluralista, no al pensamiento crítico, no al pensamiento creativo, no al humanismo; pero, sí al memorismo zombie, sí a la concepción bancaria del estudiante (que hace tiempo cuestionó Paulo Freire), sí al registro autómata de autores, obras y seudónimos.
Por otro lado, ¿hasta cuándo los exámenes de admisión tendrán ese carácter memorista que choca con el discurso supuestamente innovador y posmoderno de los también supuestos pedagogos que las universidades albergan? ¿No existe una manera alternativa de evaluar a los postulantes? ¿No se puede evaluar, en suma, de una manera más científica y moderna la capacidad y las aptitudes de un joven para la carrera profesional a la que postula? Sí, está bien, dirá alguien; pero eso afectaría la naturaleza de los centros preuniversitarios. Habría que responder: claro, empezarían a perder plumaje y peso las gallinas de los huevos de oro. Y, por supuesto, la juventud peruana no tiene derecho a afectar los gallineros auríferos de las universidades. Hay un lema que algunas universidades parecen haber olvidado: Servir a la sociedad y no servirse de ella; mucho menos, económicamente.
Continuando con el desarrollo del libro, resaltamos del poema “Dar y quitar” -adscrito al espíritu nietzscheano- los versos: “Que no le baste al misericordioso con ofrecer limosna; / lo ideal sería quitar la necesidad”. Es decir, construir una sociedad equitativa, el viejo ideal socialista que los países todavía no pueden realizar (a plenitud). Pero, alguna vez, un profesor sagradino dijo: “Las utopías son realidades a largo plazo”. Sí, es una expresión de fe. Talvez esa fe es la que llevó a Delgado a formular el poema “Dar y quitar”.
Sería bueno pedir a las instituciones educativas autodenominadas preuniversitarias que coloquen, en cada ambiente, un cartelito sencillo con el desafío pedagógico que propone Gilbert Delgado: “Que no le baste al maestro con dar conocimientos; / debería estar seguro de quitar ignorancia”.
En la misma línea de reflexión, el poema “Dialéctica” valora la coherencia entre pensamiento, propuesta y acción, tríada que conduce a la transformación cualitativa de la realidad.
Pero, también, Delgado alerta -en “De pitonisas y augures”- sobre la insuficiencia y arbitrariedad de ciertos tests vocacionales que decretan al postulante qué carrera seguir. El actante del relato, un poeta, esgrima un enfoque original y metafórico de cada carrera y mueve a la reflexión a los jóvenes. Al final, desisten -felizmente- de los supuestos diagnósticos técnicos y se orientan hacia una vida que alcanza a ser próspera y feliz. Lo que puede decodificarse como la defensa del pensamiento y del humanismo sobre el pragmatismo irreflexivo de una institucionalidad deshumanizante.
Delgado alcanza en “Inevitable suicidio” altura filosófica y un matiz casi gibraniano de sabiduría. Ineludible la reflexión que expresa respecto del poeta y que nos recuerda la durísima frase: “Versificadores hay muchos; pero, poetas, pocos”. Sorprenderá, sin duda, a los poetas (locales y de cualquier parte) la visión delgadiana que afirma: “Para ser poeta debes, primero, ser hombre. Así, evitarás que tu obra contenga cosas sobre ti; pero lograrás, en cambio, que tu obra esté llena de ti”. Que nos evoca al polémico Osho cuando sostiene que el artista debe estar despojado del ego en el acto creador, a fin de dejar que el suceso creativo, simplemente, suceda. Talvez, en un futuro trabajo, Gilbert explaye la interesante visión personal que tiene en relación a la poesía y al poeta. “Inevitable suicidio” invita, y mucho, al debate. No sólo por la concepción acerca del poeta; sino, además, porque plantea que, alcanzada la convivencia igualitaria y fraterna de la humanidad, la poesía será prescindible. Nosotros creemos, por nuestra parte, que, llegado ese esplendoroso tiempo, se empezará a escribir, más bien, la Gran Poesía.
El hábil relato “El ancla y la vela” nos hace evocar a “El símbolo perdido”, de Dan Brown, por el uso narrativo de la simbología y la escritura críptica. Tiene un aire a relato oriental por la alusión a la sabiduría, pese a la presencia de mitología grecolatina. De hecho, este relato revela el aprecio y el conocimiento de Delgado por tal mitología. Talvez, el momento que más incide en la reflexión pedagógica es la queja del hermano mayor cuando dice: “Concluí una carrera, soy un profesional. Sin embargo, no conozco la calma ni el afecto sincero; y sé que tú siempre estás feliz”. Y es que vivimos una época saturada de conocimientos e información; pero, escasa de sabiduría. Más aún, se prefiere los dos primeros, porque aseguran bienes materiales, y se relega a último plano la sabiduría. Hasta que la vida nos demuestra que dicha elección no fue tan inteligente como parecía. ¿No dijo Jesús: “Buscad primero el Reino de Dios y el resto se os dará por añadidura”? Que es como decir: “Buscad la Sabiduría y el resto vendrá solo”. En la India, hay una creencia que dice que es mejor ir en busca de Saraswati (la diosa de la Sabiduría), puesto que Lakshmi (la diosa de la fortuna), por celos, ayudará al devoto de la primera.
La cuestión es: un profesional universitario es el producto acabado del sistema educativo; y nos preguntamos: ¿no es la angustia existencial de este personaje tan sólo una muestra de la angustia y la insatisfacción de muchos profesionales que bucearon entre tanto estudio, conocimiento y demás exigencias formales del sistema educativo y, al final, tuvieron, los menos, un relativo éxito; pero, la gran mayoría, una zozobra existencial que no saben cómo apaciguar? La crisis del personaje arroja una verdad contundente: el sistema educativo te da información (y, a veces, de mala calidad); pero no te enseña a vivir. Delgado, sabedor de ello, sintetiza: “El conocimiento mueve el mundo, es cierto; pero, sólo con la sabiduría alcanzarás la felicidad”. Y, más adelante, complementa: “Si no aprendes a interesarte en el otro y sigues pensando únicamente en ti, jamás conocerás la felicidad”.
Delgado observa también que incluso la libre expresión artística puede verse afectada por una equivocada práctica educativa. Así, en “Artes poéticas”, vemos cómo la vanidad de terceras personas frustra el acto creador. Es también el academicismo que estanca la vocación creadora de los estudiantes. Es el afán de ostentar méritos que no corresponden. Y es el caso de jóvenes que anhelan desarrollar su vocación artística; pero, se encuentran con currículas ajenas a tal propósito. El texto nos recuerda la película “La sociedad de los poetas muertos”, con la Academia Welton que preconizaba el estudio de la poesía casi en laboratorio y bajo métodos semejantes a la disección, tan artificiales y tan lejanos del latido y la vibración intensa de la obra poética. En síntesis: ¿no estamos ante una educación que frustra las inclinaciones creativas de los estudiantes?, ¿no estamos ante una educación que sigue privilegiando la repetición de datos y descuida la investigación, la experimentación y la capacidad creadora de nuestros alumnos?
El texto “Vana pretensión” motiva la pregunta: ¿no es cierto que, en su afán mercantilista, los hombres rebajan su humanidad para emular a las especies no humanas? Mientras que “Paisaje manchado”, presenta al hombre como factor perturbador de la vida y la belleza natural. ¿Dónde está la educación recibida? ¿No fue capaz de despertar un poquito de verdadera conciencia ecológica?
“El juego final” es un hermoso poema pacifista que contrapone la bondad innata de los niños y el posterior adoctrinamiento de la sociedad (que pasa por la educación) para odiar (a otra bandera, a otra religión,...). Nos trae la antigua sentencia de Rousseau: “El hombre nace bueno; pero la sociedad lo corrompe”. Y el irónico, pero significativo adagio de Shaw (que Delgado antepone al último texto): “Mi educación era buena hasta que la interrumpió el colegio”.
En “El Libro Único”, cuyo éxtasis por la Naturaleza nos remite a la sensibilidad de Tagore (al igual que en “El juego final” y en “Sueño”), hay una reflexión bibliográfica que, en verdad, todos -especialmente, los docentes- debiéramos hacer. “Sí, miro el cielo cada atardecer porque las obras maestras no cansan. ¡Cuántas veces he visto el crepúsculo y sé que no han sido suficientes para agotar su belleza!”. Delgado plantea el enigma: ¿Cuál es el Libro Único? Cada lector asumirá una respuesta. ¿La Naturaleza? (de la que, por ejemplo, fue alumno convicto y confeso Valdelomar), ¿La Biblia?, ¿El Universo?, ¿Dios? El texto nos recuerda la reflexión de Gandhi cuando decía que, ante la majestuosidad del cielo estrellado, pequeña cosa resulta el arte humano, y que se extasiaba ante tal belleza natural, y gozosamente, sin la necesidad de teoría estética.
El poema “Sueño” ofrece el esplendor de una visión y el misterio de su realidad. Lo que el poeta ve, ¿pertenece al mundo onírico o al mundo real, a una revelación o a la sutil naturaleza de la fantasía? Talvez, sea un vislumbre de la Eternidad. Talvez, un áureo deseo instalado en la magia del corazón.
El texto, digamos de fondo, “Siete pecados capitales de la educación actual” es el que más explícitamente despliega el cuestionamiento de Gilbert Delgado a la educación. Por supuesto que enfoca siete asuntos puntuales que, sin embargo, pueden establecer vasos comunicantes con problemas más amplios y más profundos. El epígrafe de Shaw constituye una genial síntesis de la sospechosa artificialidad del sistema educativo.
El párrafo inicial anuncia una dualidad: la alienación de un sistema (encarnado por el Director) y la libertad de la verdad (encarnada por el anciano). El Director del relato simboliza la propuesta (o antipropuesta) mercantilista de las instituciones educativas preuniversitarias (¿todas?, ¿la mayoría?); el anciano, representa el intento de una visión humanista y liberadora de la educación. Cabe indicar que el Director interpretaba como inferioridad el hecho de que el anciano “jamás haya trascendido a las aulas de un colegio”; sin duda, un juicio soberbio que parte de la falacia de que sólo alcanza autoridad y trascendencia quien ostenta puestos burocráticos o académicos fuera de las aulas de educación básica.
Limitación del aprendizaje a los medios visuales: Indica el problema de la baja comprensión lectora que Delgado asocia a la incompetencia en el acto de escuchar y a la presencia de variables invasoras como son la televisión, los videojuegos e internet.
Inadecuada promoción de ideales estéticos: Expresa la necesidad de combatir la deshumanización (léase automatización) recuperando ideales estéticos que ayuden a desautomatizar (es decir, humanizar); por ejemplo, a través de la Literatura. En esa perspectiva, Delgado cuestiona el imponer un criterio (supuestamente) estético donde ha de primar lo funcional, como es el cuaderno del alumno. Critica, asimismo, la mecanización e irracionalidad en ciertas formas de enseñanza del Razonamiento Verbal.
Asunción especulativa del añorado hogar cristiano: El enfoque relaciona tareas escolares y hogares disfuncionales. ¿No son las tareas, a veces, motivo de riñas familiares y no afectan la economía del hogar? Siendo así, evidencia el divorcio del sistema educativo en relación a la vida real. Por ejemplo: el alumno que emplea 3 horas en la tarea de Comunicación mientras escucha que no hay qué comer ese día; o que los 50 centavos que gasta en la cartulina pudieron ser los 5 panes del desayuno del día siguiente.
Delgado realiza dos importantes observaciones que todo profesor de hoy haría bien en recordar:
“El trabajo para la casa debe ser la extensión de ese trabajo realizado en el aula y debe estar calibrado a la medida de las posibilidades intelectuales y económicas del alumno”.
“Los consabidos ‘trabajos de investigación’ representan, así como están las cosas, gasto para el hogar en tanto que trabajo y ganancia para el propietario de Internet. Esta acción quedaría justificada si es que el alumno demuestra que ha sido él, y no el operario del servicio, quien ha efectuado el trabajo”.
Aniquilación del gusto por la lectura: Se cuestiona el imponer arbitrariamente una cantidad de lecturas, el abusar del género autoayuda, el no elegir los libros en función del alumno. Delgado aboga por la lectura de libros de autores hispanohablantes.
“La intención es consolidar en el alumno el uso adecuado del código, ponerlo en contacto con obras de alto nivel artístico, fáciles de descodificar y asimilar porque están, originalmente, escritas en su lengua materna”.
Así mismo, reivindica la lectura de textos breves (y, después, advierte respecto de la siempre polémica “ficha de lectura” -o de registro, como él la llama- y de las pruebas de lectura).
“Puesto que la lectura contribuye a desarrollar procesos de producción y comprensión y a aprehender frases paradigmáticas (...), bastaría recomendar, para cumplir con esta parte de la misión, lecturas breves de los grandes maestros del idioma”.
“Con 36 cuentos, leyendas o tradiciones selectos, uno por semana, podemos estar seguros de que estamos promoviendo el gusto por la lectura. Cuidado, sí, con la consabida ficha de registro que es como una gota de hiel sobre el caramelo que representa el contacto con la obra de arte o como la resaca que deviene del festín de la actividad de leer; lo mismo, con las tediosas pruebas de comprobación de lectura”.
Delgado sugiere suplir la exigencia vertical por la motivación creativa (por ejemplo, usando la estrategia periodística del Sensacionalismo como “gancho” para atraer el interés hacia determinados textos), a fin de lograr, paulatinamente, el amor por la Literatura de parte del alumno. Sin duda que la lectura será siempre un tema que exige una gran visión pedagógica y mucha imaginación también cuando se la trabaja en las aulas y se busca que sea una actividad lo más integral posible (estética, lúdica, humanista, reflexiva, creadora, interpretativa,…).
Adiestrando al hombre para la trampa: Es decir, el plagio en los exámenes como constatación de la ausencia de formación ética que evidencia la falta de trabajo educativo con tal fin y como expresión, al mismo tiempo, de la crisis moral de la sociedad que es, en primera línea, la crisis de la clase política de un país. Y el plagio como revelación, también, de la ausencia de una suficiente labor pedagógica que consolide la inteligencia y el aprendizaje.
Delgado tiene plena consciencia de la misión del docente y, al mismo tiempo, asume el ideal del hombre genuinamente ético. Desde esa base, afirma contundentemente:
“Un alumno de quinto año de secundaria que llega a su examen final con la copia como único recurso para aprobar, es prueba tangible del fracaso de nuestra labor docente. La sociedad, tal como va, requiere de un hombre que tenga plena conciencia de la honestidad y del trabajo; antes que un futuro profesional de esos que alquilan su moral por cualquier prebenda. Y, si tanto nos damos en pregonar que evaluamos también actitudes, ¿cómo pudo haber aprobado el año anterior un alumno cuya pobreza actitudinal se nota claramente en las evaluaciones?”.
“Alcanzar el tipo de alumno que, aun sin el cuidado del docente, renuncie a cualquier forma para aprobar un examen que no esté basado en su propio esfuerzo y dedicación, parece una locura. Sin embargo, la verdadera locura está en renunciar a intentarlo. ¡Adelante, Quijotes!”. Nosotros ampliaríamos la quimera: y, ¿qué tal una educación sin exámenes? Hasta donde sabemos, ni Sócrates ni Buda tomaron exámenes; y hay que ver la calidad de alumnos que dejaron. ¿Es sólo una utopía (inviable, irrepetible) la experiencia de una educación sin exámenes como en la (acaso mítica ya) Escuela de Summerhill?
Horario escolar, ¿en quién pensamos?: Cuestiona la arbitrariedad de tradicionales decisiones y normas escolares que contrastan con la realidad. Nace, entonces, la inquietante pregunta: ¿Preparando al hombre moral para insertarlo en una sociedad inmoral? En tal sentido, se mencionan aspectos fácilmente contrastables con la realidad educativa local (y, sin duda, nacional):
No queda la menor duda de que se amplían los horarios de clase apostando por la cantidad de ingreso económico; antes que por la calidad de enseñanza impartida.
El problema se agrava cuando el proceso educativo está dirigido por simples mercantilistas ajenos a la teoría y a la experiencia educativa. Un indicador infalible para reconocerlos es que consideran al docente como un peón más dentro de la obra lucrativa porque no entienden, precisamente, la vocación que guía sus acciones. Deshumanizadores, ven en el maestro una pieza más del engranaje de su maquinaria monetaria”.
Duras palabras para una realidad más dura aún. Efectos visibles de todo un extenso proceso de devaluación del sistema educativo que se corresponde con la devaluación de toda la sociedad peruana, puesto que el estado de la educación es el estado del país entero.
Disciplina, ¿un modelo de hombre para la guerra?: La disciplina es -hoy, más que nunca- uno de los temas más agudos y complejos del trabajo pedagógico. Es, pensamos, una ruda cuestión por resolver. Docentes, psicólogos, sociólogos, psicopedagogos, incluso psiquiatras, tienen que balancear teoría y realidad; evaluar el impacto de las normas de disciplina tradicionales en la salud psicológica de alumnos y también docentes. La gran paradoja es que la disciplina, siendo una realidad y un conflicto diario en el aula, es, sin embargo, uno de los temas menos tratados en la formación profesional y en los estudios de postgrado. ¿Qué se hace, por ejemplo, un magíster en educación en un aula de 44 alumnos que, a diario, cometen agresión verbal y física, que están habituados a hacer ruido, que no tienen interés por la clase y que, mientras el docente voltea a pegar sus excelentes papelotes, ya alguien dio un puñetazo al compañero? En la otra orilla del problema, tenemos el autoritarismo y hasta la violencia verbal contra el alumno. Los psicólogos y psiquiatras saben que no pocos pacientes guardan heridas psicológicas profundas causadas por experiencias traumáticas de su época escolar. Se asume como única alternativa posible de control disciplinario estilos de actuación militar.
“Hay que entender a la disciplina como el equilibrio entre la libertad y el orden y recordar que orden sin libertad es tiranía así como libertad sin orden es anarquía”.
“Émulos del ‘Rey Sargento’ Federico Guillermo de Prusia, exaltamos la militarización en contradicción con una educación que se preconiza en libertad y para la paz”.
“Insistimos en mantener la fórmula ya descompuesta a pesar de que la obvia degradación de la sociedad nos dice a gritos que esa opción hace ya tiempo que dejó de funcionar”.
“Se aspira a lograr, qué duda cabe, una sociedad de soldaditos domesticados y serviles dispuestos a dar la vida por un superior en caso de que se vea amenazada su situación de poder”.
En cierto sentido, la indisciplina es también un modo -acaso natural, humano- de protesta estudiantil ante el modo de establecer la educación como un sistema de imposiciones y arbitrariedades que les resultan poco menos que extrañas e inexplicables. Pero, Delgado parece querer mostrar también una chispa de luz, luego de hacernos ver tantas sombras. Por eso, desde una perspectiva espiritual (la más educativa de todas; pero, curiosamente, la más evadida), recurre a la dimensión del Amor, como fuerza sanadora y salvadora, para instalarla a manera de fundamento inicial y final de todo credo pedagógico. Y, con sencilla, pero firme convicción, declara:
“Y de Cristo, debemos aprender que la mejor estrategia es la que transforma esa contienda que implica el acto de educar al hombre en un acto de amor”.
El final del relato-ensayo reivindica al anciano y, al mismo tiempo, revela la verdadera condición del Director-símbolo de los mercaderes de la educación local (y nacional): “Cuando, al despedirse, el Director contempló el rostro del viejo maestro, iluminado de paz, recién comprendió su propia miseria”. Es decir, la pobreza de entendimiento de que la educación es un acto de solidaridad y de amor con el prójimo y que el haberla convertido en una simple mercancía es haber retrocedido como sociedad y como especie humana, y es haber renunciado a la utopía de crear una sociedad cuyo fin central no sea el dinero, sino la plena realización del ser humano.
Tales son los cuestionamientos que la audacia del pensamiento delgadiano ha querido exponer en “Siete pecados capitales de la educación actual”. Queda inaugurada la polémica y quedan bajo la lupa, principalmente, las instituciones educativas locales. Ya era tiempo que una visión inteligente y crítica, desde la perspectiva de la ética ficción, haga un discernimiento entre el ideal humanista y trascendente de la educación y el ordinario mercantilismo que se hace de ésta.
La sociedad peruana presenta muchas heridas y fracturas. Entre ellas, la educación es una de sus llagas más dolorosas. Hay que mirar con determinación esta herida; porque diagnosticar bien el mal es el mejor comienzo para iniciar su cura. Pero, una cura que deberá ser integral. En esto, como en tantas cosas más, mantiene sólida vigencia el pensamiento de Mariátegui: “El problema de la enseñanza no puede ser bien comprendido en nuestro tiempo, si no es considerado como un problema económico y como un problema social”.
En su primer libro, Gilbert Delgado revelaba las cualidades intrínsecas del narrador. Ahora, con “Siete pecados capitales de la educación actual”, muestra la reflexión y la perspicacia del docente crítico que no acepta callar, que no se conforma, que quiere invitar al sincero análisis de la educación real de hoy, en nombre de una profunda vocación pedagógica y, como decíamos en anterior comentario, en aras de una sociedad sin alienados ni alienadores. Delgado está (y bien) ubicado en el ruedo. Saludamos la publicación de éste, su segundo libro, y reiteramos que el debate (fructífero y dialéctico) recién comienza.
Chiclayo, mayo de 2010.
Pedro Manay Sáenz.
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