LA POESÍA DE MATILDE MESONES MONTAÑO
Por: William Piscoya Chicoma
(williampiscoya@hotmail.com)
Multitemática, intelectual, pasional y fundamentada, básicamente, en un bien previsto estilo neoclásico, la poética de Matilde Mesones Montaño (Ferreñafe, 1965) es, no cabe dudas, una de las más interesantes y conspicuas de la lírica ferreñafana de las últimas épocas; y junto con Mercedes Mesones, Leonor Suárez, Jesús Piscoya y María Isabel de los Santos -Maide-, constituyen la quíntupla hierática femenil de la inspiración, de la llamada Tierra de Santa Lucía.
En efecto, desde sus iniciales poemas, aparecidos en trípticos y otras plaquetas universitarias, y su ya lejano El canto de las musas -suerte de poema-registro, refinado, detallista, de la profusa especie divina grecorromana, publicado hacia 1991-, se aprecia la pluralidad temática y el modo cultista de su poesía, enmarcada dentro de un estilo castizamente neoclásico. Sin embargo, es a partir de la divulgación -en Trinos y aleteos de chilalos (Lima, 1996) y Recetarios de luceros (Lima, 2000), amabas antologías poéticas lambayecana y ferreñafana, respectivamente, editadas por el sello Meribelina de la Casa Nacional del Poeta Peruano, Ahora y Siempre (la ejemplar revista de Tata Torres), Al pie de la gallarda rosa-Antología poética familiar (2007), de su propia autoría, y en las plaquetas de la Asociación Provincial de Poetas de Ferreñafe (APPF)- de Ma petite fleur y toda la progresión de baladas y elegías dedicadas a su padre desaparecido: A mi padre ausente, Espérame en lo ignoto, Caminito al cielo, Soneto en el día del padre y Nostalgia de octubre; pero, sobre todo, con la publicación de: No podré olvidarte, Hoy y mañana, Quisiera ser para ti, Sólo te pido un día, Esa soy yo, Mujer, Crónica de un amor prohibido y Respuesta a la Canción de la espera, es cuando se evidencia el fino aliento lírico y el intenso impulso pasional, que hacen de la poesía de Matilde Mesones Montaño lo que, en puntualidad, es: por un lado, la devoción y añoranza por la figura paternal interfecta y la expectación por el más allá de la vida y la muerte; y, por otro lado, la participación de una poesía sumergida en la purificación del amor inconmensurable y sobrehumanamente apasionado.
Muestra ilustrativa, de nuestra primera aserción, son los poemas A mi padre ausente y Espérame en lo ignoto. En ambos se presenta, como una dualidad intrínseca, la contemplación y nostalgia por la figura de un padre -aunque fallecido ya- idolatrado, por eso jamás disoluto en el esquema ideológico de la poeta, y la expectativa por el misterio de la existencia y la expiración, que se funda, esencialmente, en otra delineación mental de Matilde Mesones, asociada a su profunda fe en Dios y a su convicción en la transmutación de las almas, es decir, en la vida después de la muerte, como el cumplimiento de la promesa del dogma judeo-cristiano.
Así, pues, en A mi padre ausente -soneto que ha de inaugurar la serie de poesías ofrecidas a su antecesor-, la melancolía por la ausencia y la recordación constante de la imagen paterna está rodeada, como es natural, del ambiente del hogar: “La casa familiar parece tan vacía,/ pero tu recuerdo camina por la estancia,/ la silla de la esquina, el café caliente/ y el desayuno servido para el padre ausente.”; pero, no sólo es una estricta evocación lastimera, sino es, también, una confirmación de permanencia de la espiritualidad del ausente en la espiritualidad de la poeta, los suyos y hasta en los elementos físicos del entorno doméstico: “Hace un año que te fuiste, padre querido,/ pero tu presencia sigue tan latente,/ tu sonrisa amplia sigue en mi mente,/ estás a mi lado aunque te hayas ido./ A todos nosotros cuidas con esmero/ y aunque el mundo gire sin rumbo, sin dueño,/ yo no tengo miedo y a la adversidad supero.”; y, en última instancia, nuestra poeta instituye, a su padre fallecido, la naturaleza de guardián celestial, de custodio incorpóreo, de vigilante etéreo, representación que ha de desarrollar, posterior y ampliamente, en sus subsiguientes textos: “Eres el guardián de todos nuestros sueños,/ te sentimos vivo aunque estés ausente:/ ¡Siempre tan cercano!, ¡Siempre tan presente!.”.
En Espérame en lo ignoto, Matilde Mesones, empieza enunciando, elegíacamente, el rapto por la muerte del padre querido, y confesando su propia zozobra y estado errático: “La muerte me arrebató tu mirada de miel/ tu abrazo cálido y sincero, tu amor infinito./ Uno de mis motivos para seguir viviendo/ eras tú, padre querido./ Luego de tu partida terrenal/ me siento vacía, sola sin derrotero seguro.”; igualmente, ante su incomprensión por la fatalidad que le impone el destino y en medio del abatimiento y la desolación, continúa: “Las Parcas indolentes/ adelantaron tu viaje/ cuando tus maletas no estaban listas/ para viajar a esa región sin tiempo ni espacio./ Te extraño tanto/ porque soy parte de tu corazón/ porque heredé de ti/ el espíritu soñador de los errantes quijotes/ la pasión por las historias épicas/ la lucha por un ideal/ la fuerza telúrica y misteriosa…”; para desplegar, luego de un juego de felices metáforas, sus ansias de permanecer en la continuación relacional padre-hijo, protector-protegido, guía-guiado: “Tu velero ha partido sin retorno/ a ese mundo mágico y eterno/ navegando por los mares de lo ignoto./ El mío se quedó anclado en el Mar de los Sargazos/ esperando una estrella que me guíe hasta tus pasos.”; y para, finalmente, presentar su categórica confianza en la vida ultraterrena y el ansiado reencuentro con el ente de su amor, como fin fundamental y corolario absoluto de su propia existencia: “Algún día en el Océano de la Inmensidad/ nos volveremos a encontrar/ volverás a decirme frases lindas/ y arrullarme con historias de fantasía./ Ya no habrá tiempo ni distancia/ sólo una paz infinita./ Hasta entonces, padre querido,/ y conduce desde el cielo mis huellas sin camino.”.
Pero, a nuestro parecer, la construcción de una poesía forjada en la purificación del amor, que se torna, unas veces, afligida por el agravio o la no correspondencia amorosa, y, otras, prodigiosamente ardorosa y vehemente, son los rasgos más distintivos de la más alta lírica de la poeta y jurista ferreñafana. En esta otra dinámica, su voz, hasta ciertos momentos, dolorida y sumisa, alcanza, distintamente, frecuencias de un desencadenado apasionamiento que nos transfiere un amor llevado, muchas veces, hasta el arrojo y la heroicidad.
Por ejemplo, en No podré olvidarte -otra vez un soneto tradicional, que prueba la estructura clásica del estilo-, se presenta a un amor inicial, originario, que aún todavía siendo o ya dejado de ser, es inolvidable, inmenso: “No podré olvidarte a pesar mío/ y estarán en mi recuerdo dondequiera,/ ¿quién olvida la primera lluvia del estío,/ la primera flor al florecer la primavera? (…) Nunca se olvida la ilusión primera/ en un instante eterno el primer beso,/ jamás he de olvidarte aunque yo quiera,/ jamás, ni con la muerte… ni con eso.”; sin embargo, ya en Hoy y mañana, aquel amor inaugural y hasta entonces sutil y límpido, se convierte en una conmoción de amargura y abandono, que llevan a la amante al devaneo y el encono: “Mañana lloraré por ti amargamente/ al haberme abandonado sin motivo,/ te arrancaré por siempre de mi mente,/ desorientada sin saber si muero o vivo./ Hoy con mil sonrisas quiero festejar/ el recuerdo del amor que sentí mío/ al punto de llevarme al desvarió/ como una barca errante en alta mar.”; igualmente, en Esa soy yo, nuestra poeta devela, ante el desamor y la distancia, su estado de espera, su condición de esperanzada, de irresolución general: “¡Esa soy yo!: la que no se cansa de esperar/, la que se levanta de cada caída/ y aprende de cada latigazo;/ la que tiene curtido el cuerpo,/ pero conserva sensible el alma;/ la que sigue esperando no sé a quién/ para vivir ya no sé qué,/ peregrina que continúa caminando…; y, después, paradójicamente, en Sólo te pido un día, a ese mismo amor, originario y cristalino, luego afligido y renunciado, demanda: “… un día para llorar en tu regazo/ mis penas e infortunios y confesarte que te extraño,/sólo te pido un día para reclamar tu inclemencia, tu desdén./ Sólo te pido un día apenas, un día, amor mío,/ para ser feliz a tu lado, después …/ seguir muriendo el resto de mi vida…”. Pero, es en Respuesta a la Canción de la espera -estupendo homenaje a José Ángel Buesa, el gran autor cubano-, donde el mejor lirismo y estilo de Mesones Montaño, aparecen con ese ímpetu épicamente apasionado, que la denotan como la poetisa de supremacía de la nueva poesía ferreñafana. Ahora, el amor concebido, gozado, perdido, sufrido, buscado, vuelto a hallar, se purifica y transciende para convertirse en una pasión sin límite ni alcance para la cognición de los amantes y la magnitud del espacio y el tiempo terrenos y universales: “Espérame mi amor, yo llegare algún día/ venciendo al tiempo y a la distancia impía./ Desde algún lugar del mundo regresaré, no sé cuándo/ porque sé que tu corazón me seguirá esperando./ En la cima del parnaso y en el fondo del averno,/ en el calor del estío y en el frío del invierno,/ en la hora placentera y en la hora del infortunio,/ en la oscuridad de las sombras y a la luz del plenilunio./ Comprendo que esta espera te lleve al desvarío,/ que el tiempo pase y tú ya sientas frío,/ pero debo borrar las huellas del pasado./ el yugo opresor de un amor equivocado./ Espérame en el recodo de un acantilado,/ en la noche infinita de un cielo estrellado,/ en la tímida sombra de un árbol añejo,/ en el puente silencioso o en el caminito viejo./ Llegaré sonriente como un mar en calma/ para amarte con el resto de esta pobre alma./ Espérame convencido, no lo dudes más,/ estaremos juntos para no separarnos jamás.”.
Matilde Mesones Montaño ha publicado: Recetarios de luceros (Lima, 2000), Al pie de la gallarda rosa-Antología poética familiar (2007) e incontables poemas y artículos literarios y folclóricos en diarios, revistas y otros libros divulgados en el ámbito regional, nacional e internacional; sin embargo, aún no el poemario que recoja su producción lírica orgánica e integral, de invalorable influencia en el desarrollo de la poesía de su tierra. Acometer esta empresa es ya, irrefutablemente, inaplazable.
Ferreñafe, 01 de enero del 2010.
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