VIDA Y APOTEOSIS DE UN ROMANTICO VATE LAMBAYECANO: EMILIANO NIÑO PASTOR (1845-1931)
Por Nicolás Hidrogo Navarro.
(Docente de Lengua y Literatura).
Los escasos estudios de investigación literaria en Lambayeque sobre autores no consignados ni en las programaciones oficiales ni en los prospectos de las casas superiores de estudios, no sólo me llevan a bucear en los escabrosos anaqueles y casonas derruidas y tumbas empolvadas de los autores que alguna vez dejaron todo su sudor, su alma, sus tormentos y sus pasiones románticas garrapateadas en algún papel con la sempiterna pluma de ganso, sino la profunda convicción que sólo los propios poetas pueden ser los más entusiastas preservadores o sepultadores de la memoria de sus pares.
Conocido con el seudónimo de MAGIN, o tímidamente las iniciales de E.M. en todos sus escritos, Emiliano Niño Pastor (Lima julio 21 de 1845-Motupe febrero 11 de 1931), es la figura epónima y oculta de las letras lambayecanas más postergados. Vivió y trabajó en las aduanas de Pacasmayo, Pimentel y Eten.
La señorial y antigua casa, refugio de su vejez, ubicada dos cuadras del parque de Motupe, se ha convertido hoy en la Biblioteca Municipal. De su construcción primigenia no queda nada. Es más, en el colmo del olvido: ni autoridades ni la propia población de Motupe y la ciudad evocadora de Lambayeque (donde la Biblioteca Municipal y una calle, también llevan el nombre del autor de Ecos perdidos), conoce quién fue y qué hizo. La ausencia de investigación y educación literaria regional, ha llevado que ni los propios conozcan nada de su gente ni los valores. Hay mucho pregón lírico sobre identidad regional, poco es lo que se conoce y revalora de sus cultores.
Sus padres fueron el doctor Manuel Niño Camacho (natural de Colombia) y doña Marina pastor Sánchez (natural de Motupe-Lambayeque). Estudió en el seminario de Trujillo, Universidad Mayor de San Marcos y el entonces colegio Militar Naval. Fue marino contador del monitor nacional “Manco Capac”. Después de haber recorrido medio mundo vino afincarse en Motupe, lugar inspirador de sus poemas y donde descansan sus huesos.
Doblemente coronado con los laureles de oro: (primera coronación plaza de Motupe 28 de julio 1926), (segunda coronación, Chiclayo octubre 12 de 1926- Cinema Teatro Pahte). Ambas coronaciones se dieron en un apoteosis total, diríamos fue el suceso cultural del año y el entusiasmo era atronador, tanto en Motupe en plenas fiestas patrias y ante una numerosa multitud que lo aclama, como en Chiclayo en el club “Unión y Patriotismo”. El periódico “El Tiempo” y la revista “Germinal”, daban cuenta de este magno suceso, señalando lo siguiente:
“Mañana el pueblo de Lambayeque debe vestirse de gala y sentirse orgulloso y pletórico de entusiasmo, al recibir en su seno al más alto y elevado valor representativo de su intelectualidad, el Poeta Sr. Emiliano Niño, quien lejos de su terruño muchos años, viene a él de tránsito, donde le espera la gratitud y admiración de un pueblo y lo que se traslucirá con la apoteosis de su coronación el 12 del presente, en la noble y gentil ciudad de Chiclayo”. (El Tiempo, octubre 11 de 1926). No había duda, Emiliano Niño daba la hora y era el autor más mimado de la época.
Por su parte la Revista “Germinal” se regocijaba diciendo: “Germinal se muestra muy orgullo y rebosante de alegría al ser el primero en rendirse a sus pies”. (Octubre 11 de 1926).
Escribió en El Perú Ilustrado. Sus dos únicas obras conocidas son “Desde el pasado” (editado por un extranjero sin consentimiento del autor y “Ecos perdidos” (publicado póstumamente por la familia).
Trazando un potente y lacerante pincelazazo literario, don Enrique López Albújar, un mulato norteño, patapeño, franco y zumbón, autor de “Matalaché”, estando a la sazón en Tacna en 1934 y en prólogo a “Ecos perdidos”, señala:
“Fue un poeta, un indiscutible poeta. No un poeta-águila, no un poeta-cóndor. Nada en él de pico y garras, de riscos y cumbres, de cernidas y vueltos etéreos. Un jilguero, un ruiseñor. Un ave de zona cálida, hecha para cantar librememente en el boque. Instintivo, como el parpadeo ante la fulguración del rayo; espontáneo como la alegría del niño ante un juguete; fácil como el deslizamiento del patinador sobre una sábana de nieve.
Cantor del género repentista, eminentemente emotivo y sensual, pulsó su lira al tono de la época, poniendo en cada estrofa más ritmo que armonía, más levedad que fuerza y más sencillez que originalidad. No le rindió culto a ese espíritu combativo y heroico –sincero o falso- que inspiró a la mayoría de los poetas anteriores al presente siglo (XX). Apenas si uno que otro balbuceo satírico o epigramático, uno que otro arranque épico entre los escarceos de su musa dieciochesca. Posiblemente la facilidad de su vida infantil primero, y el yugo disciplinario después sobre su juventud, no le permitieron irrumpir en el estadío del periodismo candente ni sumarse a la Pléyada de los bardos, más o menos huguianos o juvenalescos que hicieron de la diatriba sistema; de la admonición título y de la demagogia postura.
Emiliano Niño no fue visto así, un luchador en prosa ni un lapidador en verso, ni siquiera un pesimista a la manera esproncediana, a pesar de que todo inducía a entrar por ese camino. Se diría que las ráfagas marinas que por algunos años atesonaron su rostro, mantuvieron siempre en plena frescura juvenil, cargado de ilusión y bohemia constante.
Toda su poesía se distingue por su tono de placidez, sencillez y mesura. Jamás se descompone. No recurre nunca a la estridencia, a la resonancia sinfónica, a la ira retórica, al grito teatral, al apóstrofe descaminado. Es un romántico a la española y hasta por el tipo parece un personaje escapado de un cuadro velazqueño. En vano se buscar en su métrica la variedad y la audacia renovadora de los poetas de hoy. Su estro sólo se sirve de la métrica antirubendariana. Juega hasta la saciedad con el octosílabo, pero sin rendir parias al endecasílabo y al alejandrino. En esto fue, más que un conservador, un indiferente a la evolución del verso castellano. No por incultura, pues Niño no ignoraba a Darío – a quien admiraba- ni a sus imitadores – de quienes se reía- sino por abulia, por indolencia mental. Era un cultor de la redondilla, de la octava real, del soneto, de la oda y de la décima, especialmente de ésta, que también supo usar y sacarle todo el partido que la lírica de entonces l exigía a los pulsadores de verso.
De ascendencia patricia, pues por su línea paterna estaba enraizado con los Camacho y los Lozano de Colombia y por la materna con los Pastor y los Del Castillo del Perú, de solar lambayecano. Tuvo de las dos, más que de sus cualidades sus defectos y prejuicios, lo suficiente para no haberle permitido desarrollar triunfalmente las virtudes de su estirpe. El mismo amor paterno lo perjudicó, seguramente, pretendiendo primero anacronizarle su vida, sometiéndole al cartabón de un convento, y después desconectándolo del ambiente patrio para enviarle a una urbe ultraterrena y turbulenta entonces – la capital bonaerense- en pos de ciencia jurídica, que bien pudo encontrarla en su patria ya que los Pacheco, los Ureta, los García Calderón, y otros más débanla gratis a quienes la necesitaban.
Pero de estas dos orientaciones estudiantiles no había de salir ni un soldado de la fe ni un defensor del derecho. Ni el sacerdocio, ni la abogacía lo sedujeron o entusiasmaron. Algo de inquietud, de inestabilidad, de bohemismo, le impidió seguir y perseverar en una de estas direcciones.
La Iglesia , a pesar de que Niño fue siempre un creyente, un piadoso de acendrada catolicidad, no era para su espíritu rebelde, indisciplinado, una meta, una solución. Como tampoco podría serlo el foro, donde el prosaísmo de la ley y la fría lógica de los conceptos estaban en pugna abierta con los entusiasmos líricos y requieren un gran poder inhibitorio para sustraerse a los efectos de esa lucha”
Por su parte Germán Leguìa y Martínez, menos zahiriente y anatematizante que Albújar, delinea un boceto crítico sobre la poesía de MAGIN, que lo intitula DOS PALABRAS:
“Entre los muchos y destemplados alaridos que en forma de versos nos llegan de todas partes, abrumando la paciencia y pervirtiendo el gusto, consuela el patriotismo hallar, de vez en cuando, algo que merezca la pena de ser leído y, lo que es más, que exija ser ensalzado, si voluntad de ensalzar hay en un país donde cada cual vive ocupando en admirarse a sí mismo, sin cuidarse de brindar estímulo a los nobles esfuerzos de unos pocos, no contagiados aún con la lepra de los demás.
Perlas escondidas entre el libertito de la literatura personalista y politiquera, es de las literaturas necesario escoger, las del cieno en que se les ha hundido, para engastarlas en el oro de una noble alabanza y mostrarlas a la gente de buen gusto que ha de apreciarlas en lo que valen y aplaudirlas como merecen…Su autor, a pesar de su modestia que le arrastra a poner sólo las iniciales de su nombre, no es por cierto, un advenedizo. Alguna vez blandió la pluma brillantemente hiriendo los lunares del “Olaya”, conocido drama que escribió en Lima el español Buxó, quien, aceptando la sesuda crítica de MAGIN, corrigió defectos anotados por este último en la obra mencionada y agradeció sus oportunas advertencias con verdadera grandeza de espíritu.
Las poesías, como todo lo que produce el escondido Vate, son fáciles, correctas, armoniosas y sentidas; no sólo sentidas, sino pensadas, cosa que debemos estimar nosotros, sobre topo en cuyo parnaso predominan la melodía y la forma sobre la verdad y la ideas.”
En la poesía de Emiliano Niño se respira la originalidad intimista, la correspondencia entre su vida y su obra, el afán humano del regresar y añorar la niñez como época inspiradora y dorada. A pura décima heptasílaba, con rima consonante, en Nostalgia se aprecia la síntesis del palpitar nerviosos de sus emociones humanas, la influencia tardía del romanticismo de un Esprocenda, un Larra, que magnifican y esconden en sus versos, su dolor, su cosmogonía de la bucolicidad de su vida motupana, pero al mismo tiempo evocador por sus travesías ultramarinas allende del mar. Niño es el poeta de la augusta y nostálgica soledad del caballero vuelto a su retoño. Es el bardo popular de extracción noble. Es el trotamundos que serenamente contempla la vida a través de los versos. Es el agradecido que invita la composición de sus versos a sus amigos y paisanos.
Siguiendo la trayectoria elíptica de MAGIN o E.M. o Emiliano Niño Pastor, diríamos que como marino, político, no estuvo a la altura que como poeta. Si algo levanta a este bardo desde sus propias cenizas en un nicho enmohecido y mal cuidado de Motupe-Lambayeque (a una hora en bus de Chiclayo), cual Ave Fénix, será la copiosidad de su poesía dispersa e inédita en su gran mayoría.
NOSTALGIA
¡Cantar, cuando da tristeza
el corazón agoniza
cuando en los labios no hay risa
ni sueños en la cabeza….!
Viste la Naturaleza
de celajes el estío,
tienen las ondas del río
rumor, aromas y nieblas
y AQUÌ, sombra y tinieblas
en el pensamiento mío.
¡Cuan velozmente se fue
aquella adorable infancia
en que con dulce inconstancia
todo se sueña y se cree!
¿Por qué, Dios mío, por qué
huyen las horas serenas?
Tú que los mares enfrentas
y los mundos aniquilas
vierte luz en mis pupilas
y tolerancia en mis penas!
¡Ay de aquel que sin consuelo y en lucha con su destino
busca el incierto camino
que va de la Tierra al Cielo!
Tras de un funerario velo
su esperanza v lucir
y sin senda que seguir
ni luz que su vida aliente
mira oscuro su presente
y oscuro su porvenir.
Cuantas noches al fijar mi vista en el firmamento,
asaltó mi pensamiento
la NOSTALGIA del hogar.
sobre las olas del mar
en medio del cataclismo
olvidado de mí mismo
sentí aquella ansia más viva,
porque el Cielo me cautiva
y me seduce el abismo.
(De Ecos perdidos / Musa seria)
DESDE LEJOS
Hay en el Norte un hogar
Donde en las noches sombrías
Se oyen dulces melodías
Que van al cielo y al mar;
La brisa crepuscular
Que va refrescando el suelo
En él detiene su suelo
Y en este hogar los sonidos
Parece ecos perdidos
De una música del cielo.
Hogar escucha mi voz
Y a mis anhelos responde:-
¿Quién en tu seno se esconde?
¿Es un hombre o es un Dios?
Si es hombre, quiero veloz
Que me diga por qué canta;
Si Dios, por qué no levanta
Este velo de mis ojos,
Para escuchar yo de hinojos
Los trinos de su garganta!
Si callas y lo que ansío
Saber, te diera recelos
Le preguntaré a los cielos,
Al mar, al bosque o al río;
Le preguntaré ¡Dios mío!
A los astros, al turbión,
A mi propio corazón…
En ese hogar – mi alma inquieta
Responde: -vive el Poeta
General cantor de “Colón”.-
(Víctor E. García, Lima 1912, dedicado a Emiliano Niño)
Emiliano Niño Pastor no sólo cultivó con éxito la décima, la espinela, las octavas reales, las redondillas, el soneto, las elegías, sino que le dio prestancia a la letras lambayecanas a principios del siglo XX, cuando la oscuridad poética se daba en contrastaste con el remedo y la imitación del modernismo chocaniano y el trasnochado romanticismo, tardío en las urbes de provincias. Eran tiempos donde escribir con elegancia, con candor y a fuerza de pasión, era una condición impostergable, llegar al público, escasamente culto, pero compensado con la fervorosidad de encontrar en la poesía el alma de los hombres y el colectivo.
Emiliano Niño, pues, representa esa vieja figura patriarcal de las letras nacionales escondida y olvidada, como socialmente se encuentran los pueblos en las provincias, que están en la cola de espera para hacer un lugar de la inmortalidad literaria.
Lambayeque, octubre 04 de 2007
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