EL AMOR, LA MUJER Y LA AMISTAD EN LA POESÍA DE CARLOS BANCAYÁN LLONTOP
Por: William Piscoya Chicoma
(williampiscoya@hotmail.com)
La pluritematicidad, el lenguaje ora formal, ora renovado, y el estilo despejado y natural son, indudablemente, características primordiales de la poesía de Carlos Bancayán Llontop (1943). A lo largo de la ya vasta y reconocida producción literaria del poeta, narrador y ensayista, manifiesta, en poesía, con Poemas dispersos (1975), Sentidumbre -la costumbre de sentir- (1979), Pastor de colibríes (1994), Pétalo canario (2008); en narrativa con Las formas (1997); y en ensayo con Poliedro (2006); estas particularidades esenciales, no sólo han ido convirtiéndose en puras unidades compositivo-literarias continuas, sino que, a través de ellas, se ha podido vislumbrar el desarrollo y la evolución de la pericia creadora del vate chiclayano.
Así, pues, dentro de ese marco, específicamente, lírico contextual de tematización múltiple, los asuntos del amor, la mujer y la amistad, no han merecido una escasa atención, y apasionamiento, del poeta. Ya en sus iniciales Poemas dispersos y Sentidumbre -la costumbre de sentir-, el amor juvenil, pasional y erótico son, quizá, elementos prepositivos de los más considerables textos de sus conjuntos. En efecto, en Lúbrica duda, de Poemas…, y partiendo de una paráfrasis de la duda Hamletriana, Bancayán principia: “Ser o no ser: he ahí mi dilema,/ porque yo quiero tener a esa niña con su/ manto de trigo;/ quiero tener sus manos, pero crispadas por/ la fiebre de la estrega./ quiero tener su boca, pero bajo el/ peso de mi embate./ Quiero tener su cuerpo todavía narciso./ Quiero oler la fragancia matinal de su carne./ quiero hollar su reducto, aunque le cueste sangre./ (…) tengo un ser que me pide a gritos ese cuerpo,/ esos frescos jadeos, esa cerrada cueva.”. En Sentidumbre…, con “T”, el amor sensual y vehemente, se sosiega. Ahora, la lejanía y la distancia mantienen al poeta en un estado de profunda contemplación y recordación; sin embargo, el amor no ha dejado de ser aquel que llena y sobrecarga la esencia del poeta y la del mismo amor: “Lejos de ti hoy camino, silencioso,/ como gorrión sin nido, sin su rama/ pero con sol lejano, con crepúsculos./ Lejos de ti estaré, sin que sospeches/ toda verde savia que alimentas/ con tu voz, con tus ojos, con tu aroma./ Caminaré en secreto por tu senda,/ miraré desde lejos tu silueta;/ pero tu no sabrás que te contemplo./ Y transcurriré solo, silencioso,/ con tus ojos de sol en mis pupilas/ y tus labios de flor en mi recuerdo”. Pero, es en Dulcinea -ya clásica pieza lirica de nuestro autor-, donde el amor se prolonga más allá del alejamiento, la evocación, el dolor, para convertirse en ensueño y en la poesía misma: “En la mesa, aquí, donde te escribo/ sobre el quieto mantel cuadriculado,/ aquí donde con furia sueño y vivo,/ solo estoy, pero no desamparado./ Aquí, sobre mis pies, verde cautivo,/ donde a veces también, tibio-nublado/ giro en torno a ti, cual tiovivo/ que rueda desde el centro hasta el costado./ Aquí, donde al final cada jornada/ de la rutina mi ánima librada/ clama por tus enojos, por tus rumores./ Aquí, siempre tenaz con mis dolores,/ dueño de la alegría y sinsabores,/ permanezco ante ti, mujer soñada.”.
La mujer es, para Bancayán Llontop, otro de los temas recurrentes en su poética. La mujer presentada desde dos concernientes disímiles, pero equidistantes, porque, para el poeta, ambas -la mujer-amante y la mujer-madre-, son la afirmación del amor, el mayor hallazgo de la naturaleza y la creación toda. Por eso, en Mujer y bosques y Mujer, también de Poemas…, y Sentidumbre…, respectivamente, ésta es concebida en proporción directa con las portentos y posibilidades del mundo y el universo en general. Así, en Mujer y bosques, el poeta dice: “Amo a la mujer turgente de cabellos/ al viento/ clara como las aguas de un arroyuelo niño,/ limpia como el rocío, como la nieve nueva,/ tibia como la sangre que brota de una arteria,/ (…) Amo a una mujer así,/ tremante/ como el mundo.”; y en Mujer: “Mujer, plegaria,/ nieve,/ tierra, savia,/ fuerza, dulzor, paciencia,/ sacrificio./ Pasión, hoguera,/ llama, sexo,/fuego./ ¡Oh, mujer,/ sempiterna/como el mundo!”. Por otro lado, en Madre, la mujer es meditada como una manifestación extraordinaria, admirable, prodigiosa, pero fundamentada en la sencillez, el candor, en la plenitud de la belleza maternal e infinita: “Cómo decirte tanto,/ si hay tan pocos idiomas para ti./ Sentir tan sólo…/ de la mano más azul con tu infinita/ tibieza…/ enseñorearse de la gracia,/ pasear toda una tarde/ con la ternura/ y luego/ callandito,/ como quien deposita una flor/ en tus cabellos,/ darte un beso en tu mejilla más arrugadita/silencioso…/ silencioso…”.
En Pastor de colibríes y Pétalo canario, varios son los textos que aluden al mundial sentimiento de la amistad y a la camaradería -Así, Mosca dentro de mí, Desenjaezando, Memento, Poema que sobrevendrá, etc.-; empero, precisamente, en A la amistad, de Pastor…, el argumento de la simpatía, la afición, la cordialidad, la afinidad, es de autentica elucidación personal del poeta, respecto de la amistad como valor esencial del hombre, y, que duda cabe, constituye uno de los textos más delicados y hermosos de este libro y, tal vez, de toda la obra lírica de Carlos Bancayán, por su sencillez, por su estupendo quilate metafórico, pero, sobre todo, por que devela el real y categórico espíritu de fidelidad e identificación fraternal del propio vate, con el compañero exclusivo y cosmopolita: “Cuando siego la mitad de la mies/ lo restante del grano está esperando/ la mano de mi amigo./ Cuando escancio la miel de la abeja dormida/ la rendija más tersa del panal estila/ para mi buen amigo./ Cuando escucho el sonar de una guitarra hermosa/ o miro iluminada la cara de la luna/ extraño a mi amigo./ Cuando un niño sonríe dulcemente/ o la gaviota roza la mejilla del aire/ es que duerme mi amigo,/ Cuando el tiempo no existe,/ cuando el dolor se adorna,/ cuando brilla el silencio,/ es que quiero a mi amigo”.
Ferreñafe, 10 de Febrero de 2010.
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