24 horas con Eduardo González Viaña en Chiclayo
Una de las ilusiones que tiene todo escritor novel o lector empedernido, es conocer al autor en vivo y en directo (eso me pasó cuando estreché el potente puño narrativo de Mario Vargas Llosa hace una años en la UNPRG-Lambayeque, al mismo Julio Ramón Ribeyro, Alfredo Bryce Echenique, Toño Cisneros, y al propio Washington Delgado en el Garza Hotel de Chiclayo cuando aún existían las famosas premiaciones de Lundero de la Industria-Chiclayo, más aún cuando me acerqué al rostro adusto de la biblioteca memoriosa andante don Luis Alberto Sánchez Sánchez en la Universidad de Lima en 1993).
La presencia de autores consagrados en provincias no sólo aviva y alienta a escribir, generar nuevos lectores y consolida las vocaciones de inquietos escritores jóvenes, sino que los estimula a emularlos y a escribir con calidad. La presencia de Eduardo González Viaña en Chiclayo ante un auditorio abarrotado de toda la intelectualidad lambayecana en pleno, debe haber dejado una huelle indeleble y avivado una llamarada votiva muy recia como es la novelística en estos lares lambayecanos.
Todos esperamos a Eduardo González dando como primicia su último libro “Florcita y los invasores” aquí en Chiclayo, que aún olía a tinta y durante su presencia se sintió que llegaba un resucitador de la novelística, para empujar y poner en movimiento ese aliento creador del esfuerzo mayor que es la novela.
En 192 semanas que hemos vivido intensamente la experiencia de promover la creación literaria y la lectura y el púlpito crítico del análisis y comentario de textos, no habíamos visto que un escritor nacional hubiera vendido más libre en una sola noche. Casi un centenar de textos fueron comprados y autografiados, convirtiendo así a Conglomerado Cultura y Noche de Cuento y Poesía en una feria improvisada de textos y la segunda figura más glamorosa, después de don Oswaldo Reynoso, que nos honrara en la Ciudad evocadora de Lambayeque. Lo que revela que la buena literatura sí vende y vende bien en provincias. Es una constatación que he podido notar que escritores sin cartel ni renombre apenas llegan a vender entre ocho y diez obras en una noche. Y es que la gente no quiere ya comprar libros por pena al escritor, sino textos que valgan la pena leer. Esto reta y aviva el interés de escribir y que sí se puede vivir de la literatura, pero de aquella con éxito, con responsabilidad, dejando atrás las manidas poses de borrachines faltosos y poseros de autobombo.
Viaña no sólo nos ha dado una cátedra de locuacidad y ser un ficcionador oral nato, sino un demiurgo que, al igual que sus libros, seduce a la gente con su verbo y su encanto místico del perfecto astral, sus gestos y sus historias de compromiso con lo que le toca vivir. Viana es un escritor de los marginales, los migrantes soñadores y un perfecto chamán de la palabra. Viaña es un místico por convicción y un ficcionador por vocación.
(La presencia de Eduardo González Viaña alborotó todo el Conglomerado Cultural y trasvasó nuestra organización hasta hacer cómplices a Tata Torres, Mario Viteri, Estuardo Deza Saldaña, Edilberto Angulo Florián, Memo Ortiz, Andrés Díaz.
Fernando Odiaga hizo su supremo esfuerzo lector y crítico avasallado por la prosa acalambrante de Viaña /tres días sin dormir le han dejado estragos, pero el certero vuelo intelectual del estudiante de Filosofía de la UNPRG, dejó pasmado al mismísimo Eduardo González. Teresa Menor repartió tantos emailes, que desbordó todos los contactos. Al final el resultado aleccionador: todo se puede hacer aún sin el apoyo oficial de las instituciones que por antonomasia deberían apoyar. Eso es pasión y no hay nada contra la pasión. Los cargos pasan, los artistas y sus obras quedan).
Nicolás Hidrogo Navarro.
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